“¿Usted sintió alguna vez que tenía el ciento por ciento del poder?”, preguntó Eduardo Aliverti a Cristina Kirchner en el programa de Víctor Hugo, haciendo referencia al poder completo que le confería su cargo de presidenta. Cristina Kirchner se tomó un segundo para pensarlo y su respuesta sonó segura, aunque con cierta sorpresa: “No, en ningún momento, y si tuviera que ponerle un porcentaje diría que fue el 25 por ciento”. O sea que una presidenta elegida por el 54 por ciento de los votos tiene acceso sólo al 25 por ciento del poder y el 75 por ciento restante lo ocupa el uno o dos por ciento de la población que representa al poder económico. Una democracia donde el 54 por ciento tiene menos poder que el uno o dos por ciento tiene una falla grave.
Hay una forma de comprobarlo: la ley de medios propuesta por el Poder Ejecutivo durante su mandato fue discutida a lo largo de seis meses en todos los ámbitos de la sociedad, desde las universidades, los gremios y los barrios. Luego fue materia de intensos debates parlamentarios y en cada una de esas instancias recibió aportes y recortes. Al final el parlamento aprobó una ley para impedir la presencia de monopolios y situaciones dominantes en el mundo de los servicios de comunicación audiovisual. La ley nunca se pudo aplicar: ganó el 75 contra el 25 a pesar de que había sumado el respaldo de la mayoría del Parlamento y la mayoría de la sociedad.
“¿Usted sintió alguna vez que tenía el ciento por ciento del poder?”, preguntó Eduardo Aliverti a Cristina Kirchner en el programa de Víctor Hugo, haciendo referencia al poder completo que le confería su cargo de presidenta. Cristina Kirchner se tomó un segundo para pensarlo y su respuesta sonó segura, aunque con cierta sorpresa: “No, en ningún momento, y si tuviera que ponerle un porcentaje diría que fue el 25 por ciento”. O sea que una presidenta elegida por el 54 por ciento de los votos tiene acceso sólo al 25 por ciento del poder y el 75 por ciento restante lo ocupa el uno o dos por ciento de la población que representa al poder económico. Una democracia donde el 54 por ciento tiene menos poder que el uno o dos por ciento tiene una falla grave.
Hay una forma de comprobarlo: la ley de medios propuesta por el Poder Ejecutivo durante su mandato fue discutida a lo largo de seis meses en todos los ámbitos de la sociedad, desde las universidades, los gremios y los barrios. Luego fue materia de intensos debates parlamentarios y en cada una de esas instancias recibió aportes y recortes. Al final el parlamento aprobó una ley para impedir la presencia de monopolios y situaciones dominantes en el mundo de los servicios de comunicación audiovisual. La ley nunca se pudo aplicar: ganó el 75 contra el 25 a pesar de que había sumado el respaldo de la mayoría del Parlamento y la mayoría de la sociedad.
Otra consecuencia que se deriva de la anterior y que demuestra cómo se ejerce esa forma de poder: Una parte de la sociedad –incluyendo a una parte de ese 54 por ciento que la había votado– fue convencida, por los mismos medios concentrados que iban a ser afectados por la desmonopolización, que eran neutrales, que la información amañada (periodismo de guerra) que producían era objetiva y veraz, aunque la generaran para defender sus intereses monopólicos amenazados por la ley. Toda la campaña contra la presidenta que había producido esa ley antimonopólica fue asumida como información objetiva y neutral aunque provenía de las grandes empresas de medios que serían afectadas por esa ley antimonopolio. Todas las denuncias de corrupción fueron originadas en esta puja. Mucha gente que las creyó, nunca tuvo el mínimo reflejo de duda, no se animaron a pensar que era una guerra declarada en defensa de privilegios e intereses amenazados. Hubo un efecto rebaño. Un reflejo consciente a creer lo que en cualquier contexto no podía ser creíble. Un rechazo a ver con criterio propio y, en cambio, asumir el criterio que devenía del poder. La verdad, o mejor dicho “el conjunto de reglas por las cuales se discrimina lo verdadero de lo falso y se ligan a lo verdadero efectos políticos del poder” (como señala Michel Foucault), está siempre relacionada con el poder. Otra vez la democracia donde gana el 75 por ciento del poder que representa al uno o dos por ciento de la gente contra el 25 por ciento del poder, que representa al 54 por ciento de los habitantes de un país.
La idea de la mentira es como una flor que se abre. Apenas se puede vislumbrar la relación de la mentira con los intereses del poder, va quedando al descubierto. Pero una gran cantidad de personas prefiere todavía aceptar en forma acrítica el producto que le ofrecen los grandes medios de comunicación concentrados. El contraste entre verdad y mentira es a veces tan grande que parece que hubieran elaborado la información para lobotomizados. En el último recital de La Renga hubo un homenaje a Santiago Maldonado y seguramente a él le hubiera gustado cuando el grupo cantó “ya que vas a escribir, dijo, cuenta de mi pueblo, pobreza y dolor sólo trajo el progreso, la cultura de la traición y los indios en los museos”. Y al final dice: “me preguntó de qué se ocupaban allá en la Capital, y yo sólo tuve palabras para definir la injusticia y que sólo aspiraban al fruto de la propia codicia”.
Desde la desaparición forzada de Santiago Maldonado, los grandes medios, los mismos que sostienen las acusaciones de corrupción contra el gobierno anterior, trataron de esconder la responsabilidad de este gobierno y de la Gendarmería con una cortina de mentiras que puso a prueba la estupidez blindada de mucha gente. La versión de que Santiago Maldonado había sido herido en un ataque guerrillero contra un puestero de la estancia de Benetton era de por sí absurda. La versión que difundió Jorge Lanata de que los mapuches recibían instrucción militar de los kurdos y de Isis demostraba la ignorancia de los servicios de inteligencia porque los kurdos y las milicias de Isis son enemigos mortales. Esa misma información decía que los mapuches eran financiados por un importante banco desde Londres y cualquiera ve las casas humildes, casi chozas en las que viven. Gendarmería exhibió el armamento que les habían requisado como si se tratara de sofisticadas armas de guerra compradas con los millones que les llegan de Londres y lo que mostró fueron unas hileras patéticas de hondas y herramientas de labranza. Un disparate detrás de otro y, sin embargo, absurdo más absurdo van amasando el sentido común implícito para mucha gente, de que los mapuches están “montonerizados”, como dijo un Miguel Angel Pichetto, ya totalmente funcional al oficialismo.
La sociedad camina por un precipicio llevada por el gobierno sobre un fino hilo de mentiras, desde las corrupciones usadas como artillería de difamación, hasta las que demonizan a los mapuches que reclaman sus territorios y ahora detonan con un caradurismo que asombra el peritaje sobre el caso Nisman de la misma gendarmería defendida a capa y espada por el gobierno en el caso Maldonado. El resultado fue anunciado por Clarín mucho antes de que se llevara a cabo y casualmente coincide con el interés del gobierno macrista, aunque contradice todos los peritajes realizados con anterioridad por la junta médica y los peritos forenses de la Corte en condiciones mucho menos dudosas. Los 28 peritos de Gendarmería que firman el informe comprometen a toda la institución en conclusiones que no se pueden sostener, como la participación de dos asesinos que no explica cómo entraron ni cómo salieron del departamento y del edificio y sin que hubiera huellas ni señales que lo confirmen. Explica las manchas de sangre que demuestran el suicidio como esparcidas de esa manera por los sicarios para disimular, afirman que fue drogado pero no dicen cómo. No explican por qué usaron un arma conocida. Todos los elementos han sido forzados para llevar a una conclusión que sirva políticamente a este gobierno. El uso que darán al informe fue explicado por Elisa Carrió: “El gobierno de Cristina mató a Alberto Nisman”. Es el titular que buscan, lo único que les interesa.
Nunca podrán probarlo porque no existen pruebas y el peritaje de Gendarmería solamente se limita a forzar elementos para llevarlos a esa conclusión por los pelos. Pero el bombardeo mediático sirve a la estrategia del oficialismo de destruir al kirchnerismo y a la ex presidenta y más ahora en que Cristina Kirchner es candidata en las elecciones legislativas. La función de los medios, su asociación con el gobierno conservador para atacar a sus adversarios y defender a sus miembros ya es abierta y no existe ni siquiera la intención de disimularla. Y se completa con la persecución contra las voces disidentes en los medios como fue esta semana el despido de Roberto Navarro de C5N, como culminación de una larga lista de cierres de medios, aprietes con el retiro de la pauta pública y listas negras de periodistas que quedaron sin trabajo.
Las acusaciones de corrupción tendrían que generar por lo menos algunas dudas en cualquier persona razonable, fueron hechas por alguien interesado y no han encontrado ni el dinero K ni la ruta del dinero K. Las mentiras que se dicen sobre los mapuches y la desaparición forzada de Santiago Maldonado fueron tan evidentes como grotescas. Y este último peritaje, cuyo resultado fue anticipado antes de que se realizara, un resultado que fue reclamado por el gobierno porque lo necesitaba para que Carrió haga su campaña, tendría que hacer reflexionar a cualquier persona decente, a cualquier persona sensible o razonable. Pero estos procesos de propaganda mediática son capaces de alienar a personas razonables, decentes y sensibles. No importa que, al trabajar con la información, los medios concentrados no duden en usar la mentira para defender sus intereses. No importa que la mentira sea también la herramienta del gobierno para ocultar su responsabilidad en una desaparición forzada. La verdad es un tesoro manipulado por el poder. El 75 contra el 25. La democracia real, la que plantea igualdad ante la ley, igualdad de oportunidades, otra vez quedó muy lejos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario