Una de las principales tareas de los principales funcionarios de la fragmentada área económica es convencer a empresarios, sindicalistas y a la población en general de que lo que están viviendo no es cierto. Que no hay un aluvión de importaciones que desplazan a la producción nacional; que no existe una pérdida neta de empleos; que la economía no sigue en recesión; que la tasa de inflación está descendiendo; que el salario real está subiendo; que no hay atraso cambiario; que el déficit fiscal está disminuyendo; que el tarifazo en la luz, gas, agua, peajes y transporte no es tan fuerte. Esta misión de alterar la interpretación de la evolución de la economía naufragaría rápidamente si no contaran con dos factores que facilitan la construcción de ese relato ficcional. Uno es el inmenso dispositivo de propaganda público-privado que distrae la atención acerca del acelerado deterioro del bienestar generar. El otro es la alimentación del miedo del regreso del “populismo”, fantasma que expresan también empresarios nacionales y sindicalistas que tienen incorporada una concepción económica conservadora-ortodoxa que está correlacionada con su acción política.
Nada
El disperso equipo económico dialoga con cada uno de los agentes económicos prometiendo que los atenderá en sus inquietudes. La secuencia oficial es la siguiente: aparece un conflicto, sus protagonistas reciben como respuesta una reunión, mostrando así que se trata de un gobierno abierto dispuesto a resolver la situación, para culminar con el compromiso de encontrar respuestas. Quienes expresaron sus preocupaciones se van aliviados porque fueron escuchados y con la esperanza de que sus problemas serán abordados. Pero el saldo de esta reiterada estrategia de marketing de gestión de gobierno es la misma: nada. Ni los anuncios de medidas reparadoras ni las promesas de soluciones aparecen.
En lo que va de la gestión de la Alianza macrismo-radicalismo, cada uno de los sectores que fue a plantear sus problemas (algunos en crisis, otros en tránsito hacia una) siempre recibieron como respuesta que se atenderán sus demandas. A los empresarios que desfilaron por la Secretaría de Comercio angustiados por las importaciones les aseguraron que habría medidas de protección y financiamiento para cuidarlos. De esa forma se iban satisfechos porque eran escuchados por funcionarios que muestran la misma habilidad que el dueño de la calesita de la plaza mostrando la sortija a los niños. Saben ofrecer la esperanza en cada vuelta para finalmente ocultarla y quedarse con ella. Confiar en que Miguel Braun, secretario de Comercio, está interesado en ocuparse de la situación de sectores productivos en crisis es no conocer cuál es su pensamiento económico (liberalismo militante) ni cuál es su idea acerca de la competitividad de la industria nacional y, por lo tanto, de lo que hay que hacer (está convencido de que esos sectores deben desaparecer).
Como existe una comunidad de ideas económicas (liberales) y políticas (conservadoras) entre funcionarios y gran parte del empresariado, éste último mantiene la esperanza de que se implemente un programa de cuidado de la industria nacional, similar al que desplegaba el kirchnerismo pero sin kirchneristas, que son la bestia “populista”, como saben describirlo con profundidad ramplona analistas locales e internacionales. Así se van conformes de esos encuentros mientras languidez su negocio porque esos mismos funcionarios no creen en la protección a la industria nacional. Incluso si quisieran intentarlo no saben cómo hacerlo porque no está en su espíritu aperturista ni en su voluntad política, a lo que se agrega que han debilitado hasta hacerla incompetente la estructura técnica encargada de la administración del comercio exterior.
Daño
Algunos empresarios han optado por reconvertirse en importadores, comportamiento que empieza a generalizarse en el rubro textil y en el electrónico. Otros directamente han decidido cerrar su taller o local comercial y dedicarse a vivir de rentas. Este nuevo ciclo de apertura comercial que el Ministerio sin Producción a cargo de Francisco Cabrera persiste en negar está generando un daño inmenso. En el Panorama Económico de la edición de ayer de este diario, David Cufré relata que la Fundación ProTejer tuvo que distribuir un informe sobre las importaciones textiles para desmentir a Cabrera, quien había dicho que no eran un problema el ingreso de productos del exterior basado en datos de esa entidad empresaria. Cufré recuerda con pertinencia que el líder de ProTejer es el empresario Teddy Karagozian, quien manifestó su simpatía con el gobierno y el rechazo a las políticas populistas que facilitaron la expansión de su empresa (TN&Platex).
La apertura con recesión local y sobreproducción mundial deriva en la destrucción de empleos, inversiones en bienes de capital, mercados y de capacidades aprendidas. Esta es la consecuencia inmediata y visible de una política deliberada de desindustrialización. Existe un costo aún más trascendente, de transformación cultural y de proyección a futuro de empresarios nacionales que, con más o menos convicciones, han realizado inversiones para ampliar plantas y producción local con el objetivo de atender el mercado interno en los últimos años. El costo es la desilusión presente por la pérdida patrimonial y la incertidumbre acerca de qué hacer en el futuro.
La opción es cerrar o reconvertirse en importador. Esta es la salida inmediata. Pero lo que está afectando la actual estrategia de apertura comercial es la posibilidad de retomar un sendero de desarrollo nacional con industrias locales e integración social. El recorrido histórico de una empresa familiar que apostó por el desarrollo nacional facilita la comprensión de esa situación que plantea un horizonte con interrogantes. El abuelo empresario comprometido con la producción local durante décadas fue devastado por la apertura comercial de Alfredo Martínez de Hoz en la dictadura 1976-1983; el hijo heredero pudo rescatarla en los primeros años de la democracia con la expectativa de recuperar esa vitalidad emprendedora para sumergirse en una crisis nuevamente con la política neoliberal de Menem-Cavallo en los ‘90; y el nieto volvió a confiar en la industria nacional en el ciclo político del kirchnerismo ampliando la planta con maquinarias y más trabajadores para que una nueva experiencia aperturista liderada por el macrismo comience a debilitar aceleradamente el mercado interno y la producción local. Una, dos, tres experiencias frustradas por la avalancha importadora ¿Por qué en un eventual retorno de una política económica que privilegie la industria nacional esa familia industrial se lanzaría a invertir para producir en el país si corre el riesgo, como muestra la historia reciente, de que un futuro gobierno conservador puede destruir rápidamente el mercado interno?
Expectativas
El estrago en la industria local no es sólo porque está sumergida en una crisis aguda. Se está utilizando apenas el 60 por ciento de la capacidad instalada, el mismo nivel que en 2003, después de la tragedia sectorial de la convertibilidad y su estallido en el 2001. El principal daño si continúa esta política de reestructuración productiva es la pérdida de perspectiva de recuperarla, más aún con la frágil densidad que exhibe la burguesía nacional. Debilidad manifestada en la vocación rentista y, fundamentalmente, en el extravío ideológico de abrazar una ideología (neoliberal) que castiga las bases de la producción nacional.
Con despidos, suspensiones de personal, cierre de fábricas y retroceso del mercado interno, en un contexto de elevada inflación y tarifazos, el elenco de funcionarios del desmembrado Ministerio de Economía sale a recorrer medios de comunicación amigos con el objetivo de mejorar el clima de negocios. Cada uno se ocupa de ser vocero de un libreto de buenas noticias inventadas más que de tratar de acomodar una gestión económica sin mando.
En el gobierno del marketing se han encendido luces de alerta recién cuando las encuestas empezaron a reflejar la caída en las expectativas económicas. El último informe de “humor social” de Grupo de Opinión Pública, para el área metropolitana (500 casos), señala que “las expectativas negativas sobre la economía” en febrero registraron el peor registro del gobierno de Macri, al ubicarse en 40,4 por ciento, cuando en junio del año pasado estaba en 26,1 por ciento.
Las promesas de un futuro positivo se diluyen cuando esos compromisos no se concretan dando paso al escepticismo y la desilusión. Es complicado construir expectativas optimistas luego de quince meses de adelantar una recuperación que no apareció y de enviar señales de un ajuste general del ingreso disponible de la población, como fijar un techo a las paritarias y lanzar una secuencia de tarifazos.
El resultado no puede ser otro que una merma del consumo por prudencia ante un gobierno que promueve aumentos salariales por debajo de la inflación proyectada, define alzas de tarifas de servicios públicos desproporcionadas respecto al poder adquisitivo de la mayoría y postula el ajuste del gasto público como mensaje al mercado financiero. De ese modo se deterioran las perspectivas de recuperación económica, lo que se refleja en una caída de las expectativas de la sociedad de una mejora en este año electoral.
Consultores y heterodoxos conservadores han impuesto la idea de que la economía crece en los años impares de elecciones. Si la Alianza macrismo-radicalismo continúa con la inmensa grieta entre lo que prometen y lo que sucede en la economía puede enviar al archivo ese tipo de análisis.
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