El conflicto docente fue Baradel, el impresionante acto del martes fue el incidente en el palco y la gran marcha de mujeres del miércoles fue el grupito que atacó al pibe con la bandera del Vaticano. El relato se abroquela: el resentimiento de un dirigente kirchnerista, el impresentable sindicalismo peronista y las feminazis. Pero el relato es para los que los votan. Los Ceos tienen claro que para llegar al diseño de país que ellos se han fijado tienen que atravesar estas tormentas. Hay que achicar los salarios “no competitivos” de los trabajadores y aumentar el margen de ganancia de las corporaciones. Mucha gente que los votó cree que lo hizo en una cruzada contra el mal. Los Ceos han construido esa imagen. Pero el relato se resquebraja, la realidad se revela y se impone: 2,6 por ciento de inflación, 33 por ciento de pobreza.
Un mes que empezó con tres actos que explotaron  en las calles, que se iba a continuar este lunes con la movilización de la CTEP, que cambió para el miércoles con la modalidad de cortes y piquetes, que seguirá con el paro general que deberá anunciar la CGT y el 24 con el movimiento de derechos humanos, desafiado también por las políticas de la alianza Cambiemos.
Hubo miles que marcharon por primera vez, muchos que venían de masticar y tragarse las imágenes que proyecta el relato de Cambiemos para desprestigiar a la educación pública, al sindicalismo y al feminismo. El ataque mediático contra el dirigente de los maestros bonaerenses combinado con las amenazas a su familia, fue una estrategia organizada. Lo mismo que el incidente frente a la Catedral cuando había terminado el masivo acto por el Día Internacional de la Mujer.
Con la magnificación de los incidentes en el palco en el acto de la CGT trataron de ocultar el clima de enojo con el gobierno que campeaba sobre esa impresionante multitud. Y destacaron que no se había puesto fecha al paro. Esos fueron los títulos de los medios oficialistas. Si fueron 300 mil o 500 mil, lo real es que desbordaron los cálculos del gobierno, de los organizadores y de los analistas. La movilización inundó las calles de Buenos Aires. Por todos lados había columnas. Ya se habló de la escasa sintonía con la muchedumbre que tuvo el trío que encabeza la CGT, pero habría que empezar a pensar en los efectos que tendrá esa impresionante muchedumbre en las calles reclamando con energía un paro general contra las políticas del gobierno de Cambiemos.
Algunos radicales de Cambiemos salieron con furia a recrear el relato de la revancha kirchnerista. Hay en esa reacción resabios de la frustración del delarruismo expulsado del gobierno por la rebelión de 2001. Los Ceos mantuvieron la calma, midieron el clima y tomaron medidas: desdoblaron hasta después de las elecciones los abusivos nuevos aumentos de tarifas, convocaron a los maestros, aunque la nueva reunión fracasó y reglamentaron la ley de emergencia social que estaba reclamando la CTEP. El Ministerio de Trabajo buscó la complicidad de la UTA y retiró la personería gremial a los trabajadores del subterráneo. Jorge Triaca convirtió a su ministerio en un fuerte operador sobre el movimiento obrero y la justicia laboral. Quiso voltear la paritaria de los bancarios y perseguir a los jueces que se lo impidieron. Lo que toma estado público es apenas una mínima parte de la ofensiva lanzada por el gobierno frente a la apertura de las paritarias donde, desde su punto de vista, se pone en juego el destino de su política económica. El inexplicable furcio de convocar a un acto masivo con la consigna de “paro general” para después no convocarlo, reflejó las diferencias que busca generar esta estrategia del gobierno en las diferentes corrientes del movimiento obrero.       
Pero la contundencia de las movilizaciones se impone sobre cualquier otra disquisición. La calle tiene su propia lógica. El 17 de octubre y el Cordobazo o la toma del frigorífico Lisandro de la Torre constituyeron picos significativos cuyos efectos subterráneos se proyectaron durante varios años. La gente en la calle estos tres días de marzo fue un hito para la descomposición del escenario que crearon las elecciones de fines de 2015 hasta ahora. El discurso hegemónico empieza a perder credibilidad, la perspectiva del pasado reciente asume una visión más real de aciertos y errores, pero al mismo tiempo decanta los avances que logró Cambiemos como fuerza política. Se abre un nuevo escenario cuyos rasgos se irán delineando hasta las elecciones de medio término, en octubre.
Llevado por la inercia, Mauricio Macri insistió ayer con un discurso que ya no resiste la realidad. Reconoció que hay “mucha pobreza” (pero se la endilgó a la pesada herencia) y afirmó el disparate de que la economía está creciendo.
La pobreza la sienten los que la sufren. Su medición es totalmente relativa. Cuando se decía en 2002 que la pobreza era más del 50 por ciento, se estaba usando como parámetro una canasta básica total integrada por el consumo promedio de una persona de clase media baja, calculando calorías, carne, pastas y otros consumos no alimentarios. Esa canasta se usaba desde los años 80 y fue la que se usó también durante el kirchnerismo. Cuando empezó a circular la medición de la UCA, daba varios puntos por arriba de la medición anterior y por esa razón fue que la empezó a usar la oposición de aquel entonces, actual oficialismo. Cuando el Indec reelaboró ahora la composición de esa canasta básica total para ponerla acorde con las cifras de la UCA, sacó algunos elementos e incorporó otros, con lo que la nueva canasta es 35 por ciento más cara que la anterior, lo cual corre también para la medición de la UCA. No se trata de que una es mejor y la otra peor y está bien que se actualicen los datos. En realidad, eso habla bien del kirchnerismo porque quiere decir que los hábitos de consumo de la clase media baja mejoraron mucho. Lo que no se puede es comparar las mediciones. Según el investigador Daniel Schteingart, la canasta actual mete 13 puntos más de pobres que la anterior. Y si se midiera con esta canasta, la pobreza de 2002 sería del 67 por ciento y el kirchnerismo entregó el gobierno con 29 por ciento. Cambiar el método y hacer comparaciones es deshonesto si no se avisa. La UCA intervino en aquellos años con una metodología diferente y ahora se adecuó al Indec para igualarse con la UCA.
Según Schteingart, la actual canasta es una de las más exigentes de América Latina, es casi el doble que la de Brasil, que tendría más del 40 por ciento de pobres si se aplicara esta canasta. Con esta aclaración resulta estúpido decir que ahora hay menos pobres que en 2006 o que durante el kirchnerismo.  O que el kirchnerismo dejó más pobres que en Brasil o México. Con esta canasta, México tendría el 65 por ciento de su población bajo la línea de pobreza. Por supuesto, esta canasta está bastante por abajo de la de Estados Unidos donde contabilizan 14 por ciento de pobreza, pero si se midiera con la canasta argentina actual, no pasaría del 0,3 por ciento. Schteingart aclara que tampoco se puede hacer comparaciones con estos parámetros entre países porque todos tienen una medición diferente de acuerdo con sus hábitos, culturas y posibilidad de acceso a determinados bienes.
Haciendo estas aclaraciones sobre la metodología, el Indec y la UCA coinciden que se pasó del 29 por ciento en 2015 a 33 por ciento en 2017. Aún así parece poco. Solamente si se tiene en cuenta la cantidad de empleos –formales e informales– que se perdieron este año, y se calcula que por cada empleo puede haber una familia, solamente con ese cálculo se acerca mucho a la cifra de nuevos pobres que indican las mediciones. Y eso sin contar las familias que sufren esa caída simplemente por la carestía de la vida y la pérdida de capacidad adquisitiva del salario.
Algunos criticarán esta discusión matemática sobre un tema tan sensible y que atraviesa en forma dramática la vida de cientos de miles de personas. Pero aunque sea desagradable es importante aclarar este tema porque se usan los números para confundir y hacer creer que la pobreza siempre va a existir o que se combate dándole más riqueza a los ricos. Se ha querido demostrar que por más que se creen millones de empleos, se jubile a millones de ancianos a los que no les hicieron sus aportes o se les conceda la Asignación Universal por Hijo a las jefas de hogares humildes, cualquier esfuerzo que se haga no logra hacer que las personas vivan con dignidad haciendo retroceder la pobreza. La defensa del salario y las jubilaciones es luchar contra la pobreza. En cambio todas las políticas del gobierno actual crean más pobreza haciendo más ricos a los ricos. Y hasta las mismas cifras que ellos miden se lo está diciendo. Las tres convocatorias masivas de esta semana de grandes manifestaciones fueron en defensa del salario y el empleo de docentes, trabajadores en general y en particular de las mujeres. Esa es la verdadera lucha contra la pobreza.