El entramado público sobre el bono de fin de año, que fue el gran tema económico de la última semana, semeja a un hecho de ficción. Y los medios del oficialismo, por cierto, lo trabajaron muy bien como tal, construyendo un relato sobre el que se montó la mayoría de las observaciones. Todo lo que se aclaró u oscureció posteriormente no fue en detrimento serio de que el sentido “benefactor” de la pseudo-medida ya estaba distribuido, como enseñanza del buen puerto a que conduce el espíritu dialoguista. Ese es el centro de la estrategia, consistente en ganar tiempo.
La plana mayor gubernamental anunció haber dispuesto, con acuerdo de empresarios y CGT, un piso indicativo de 2 mil pesos para los trabajadores del sector privado. Los títulos de la prensa amiga fueron, hasta literalmente, que el Gobierno había concedido el bono para todo el mundo. Pero la cifra es nada más que una “referencia” para invitar a discutir “sector por sector” si acaso resulta viable su otorgamiento; no se sabe si los estatales están comprendidos, porque cada quien tiene su versión; varias provincias pusieron en serio interrogante su capacidad de afrontar el pago y desde numerosos rubros –como el textil, que sufre caída libre– avisaron que directamente no tienen posibilidades de asignar bonos de ningún tipo. ¿Y qué de las pymes, además, dentro de un cuadro recesivo del que son las perjudicadas centrales? ¿Acaso hay la idea de compensar con una exención de impuestos, por ejemplo, a aquellas que resuelvan pagar? En síntesis, un convite a la buena voluntad empresarial sin que el Gobierno siquiera muestre la suya. Es asombroso el contraste entre ese escenario por los alcances del bono, finalmente asentado sobre un monto que a esta altura inflacionaria es poco más que simbólico (más aún hacia fin de año), y los datos que continúa arrojando todo indicador sobre la economía que verdaderamente importa. El último atiende a las ventas en shoppings y supermercados, cuyas facturaciones vienen de sufrir la mayor baja del año. Las sucursales de expendio minorista explican una parte de los recortes de personal en general. Los consumidores no sólo postergaron compras de bienes durables: también dejaron de gastar en productos de la canasta básica, como la carne. Algunas asociaciones que los representan amplían que, en realidad, disminuyó el total de la cantidad comprada de alimentos, incrementándose la opción por segundas y terceras marcas. El informe del propio Indec estipula que los trabajadores de supermercados disminuyeron en agosto un 2,6 por ciento respecto del mismo mes en 2015, con reducción en administrativos, cajeros y repositores, y el triple de ese número en gerentes y otro personal jerárquico que también fueron despedidos. Increíblemente y en conferencia de prensa, el presidente del Banco Central dedicó unos pocos minutos para subrayar que la demanda de la población había crecido en la primera parte de este año. Los medios no reflejaron que un cronista de este diario consultó a Sturzenneger si se refería al consumo de los ricos, frente al disparate que significa hablar de un crecimiento de esa naturaleza en medio de la caída del salario real y del aumento del desempleo hasta niveles que ya superan los dos dígitos. Tampoco dieron cuenta de la reacción del funcionario, quien respondió, molesto, que solamente le interesaba remarcar el aumento del consumo agregado, y no detenerse a indagar en cómo se generó.
En el almuerzo del Consejo Interamericano de Comercio y Producción, que agrupó a unos 500 dueños y CEO de las principales compañías, Macri llamó a los empresarios a “romperse el traste para sacar el país adelante”. Una frase vulgar pero seguramente bien recomendada por sus asesores discursivos, en el afán de presentarse como el hombre de negocios que ruega entre los pares plegarse a la cruzada para barrer al cuco populista. Si se presta atención a la línea bajada últimamente por los comunicadores del oficialismo, habrá de advertirse sin mucho esfuerzo la mostranza de Macri como alguien que se siente solo. Sería una inteligente manera de exhibirlo cual incomprendido que reclama la sensibilidad popular. Hace pocos días, editorialistas de la prensa adicta divulgaron a diestra y siniestra una aseveración presidencial en rueda íntima. “Para algunos soy un hijo de puta y para otros un boludo. Qué raro, ¿no?”. Está claro que la reflexión fue dejada correr, de forma premeditada, por todos o alguno de los participantes en la reunión. Lo no tan obvio es por qué a Macri le parecen raras esas dos consideraciones sobre su persona. La primera se relaciona con la mucha gente que lo detesta y la segunda con lo que él mismo definió como “círculo rojo”, en alusión a los grupos de poder que trabajaron intensamente para su llegada a la Presidencia y que ahora le exigen más ajuste todavía. ¿Qué aguardaba, acerca de estos últimos? ¿O, en verdad, se trata de que están haciendo exactamente lo esperable porque el modelo es un proyecto de desfalco estatal, del que tarde o temprano se saldrá sin perjuicio para la clase dominante? Ya ocurrió con el estallido de la convertibilidad, y antes a la salida de la dictadura, y volverá a suceder. Adrián Werthein, presidente del Cicyp, dijo en el almuerzo que no hay un solo país que haya alcanzado el desarrollo “sino como resultado de una fuerte burguesía nacional arraigada, comprometida y convergente con políticas públicas”. Justamente: nunca hubo entre nosotros una burguesía de ese tipo sino bajo manejo del Estado, en el mejor de los casos, porque su histórico carácter rapiñero impide imaginar otra proyección. Y las políticas públicas apuntadas por Werthein son el festival de especuladores financieros, con un Banco Central que acaba de “aumentar” sus reservas en 11 mil millones de dólares por obra de acelerar el endeudamiento. ¿Cuál sería el ejemplo de compromiso inversor que Macri les pide a sus socios ideológicos, desde un Estado que en lugar de activar el mercado interno les deja el camino libre para dedicarse a bicicletear, atesorar divisas y fugar capitales? Varios columnistas, siempre del periodismo afín al Gobierno, previenen la obviedad de que el gran empresariado tiene un porqué para ser reticente a la hora de pensar en inversiones productivas. ¿A quién puede ocurrírsele eso, más allá de la gozosa ruleta financiera, en medio de una capacidad industrial ociosa que está entre 40 y 50 por ciento?
El presupuesto nacional 2017, sin ir más lejos y ya que de ejemplaridades se trata, estipula un recorte de casi el 33 por ciento –sobre el ejercicio actual– en las partidas destinadas al Ministerio de Ciencia y Tecnología. Este fin de semana trascendió que, frente a las críticas unánimes surgidas incluso desde Cambiemos, se habría tomado la decisión de rebajar el recorte. Pero se está lejos de lo urgido por el sector. Alrededor de 30 mil firmas, en un texto promovido desde la comunidad científica, alertan por el modo en que semejante reducción presupuestaria impactará a las labores llevadas a cabo por las universidades públicas y otros centros de investigación. “Este recorte genera además una gran incertidumbre en la comunidad científica y, en particular, entre los jóvenes que en estos últimos años han adquirido un sólida formación en ciencia y tecnología, y que hoy se preguntan si podrán desarrollar su carrera científica en nuestro país. También desalienta a los miles de jóvenes que están considerando formarse en carreras vinculadas con la ciencia y la tecnología. Corremos el peligro de perder un gran número de puestos de trabajo calificados y (volver a) ver emigrar a una generación de jóvenes científicos, en una nueva fuga de cerebros como la que tanto daño nos causó en el pasado y que lleva años reparar”.
Nuevamente, corresponde recurrir a las precisas descripciones de ese economista simple y categórico que es Claudio Scaletta. En uno de sus más recientes artículos para el suplemento Cash (domingo 16 de octubre), indica que “en la lucha ideológica por la significación teórica, expresiones como ‘dependencia’ o ‘colonial’ fueron estigmatizadas y relegadas a los márgenes del mainstream político y económico. Sin embargo, es lo que vuelve a suceder con la economía local: la recreación de la dependencia para la extracción colonial del excedente; la vuelta a la normalidad en la división internacional del trabajo, todo ello con el entusiasmo y las felicitaciones de Estados Unidos, Europa y los organismos financieros internacionales, y dinamitando las alianzas regionales construidas en la década pasada. Una economía como ésta, manejada por un puñado de multinacionales asentadas en los sectores con ventajas comparativas estáticas, no necesita nuevas industrias. Tampoco desarrollar su complejo científico-tecnológico, lo que explica el fuerte recorte presupuestario; poda que el ministro del área consideró, apenas, un acto de mayor prolijidad”. Bruto y brutal hachazo, entonces, del que diputados y senadores tendrán la última palabra institucional, nada menos que en los fondos de Ciencia y Tecnología. Los que usan los países desarrollados para ser precisamente eso.
Lindo ejemplo de cómo convocar a romperse el traste.
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