lunes, 15 de agosto de 2016

OPINION Algo se mueve Por Eduardo Aliverti

Un desperdigado pero considerable estado de reacción social, por ahora con centro visible en Capital y conurbano bonaerense, junto a sombríos pronósticos sobre el futuro económico general que nacen en sus mismos socios, ponen al Gobierno en el peor momento desde diciembre. Lo que estaría en duda no es ese diagnóstico, sino qué fuerza política es capaz de capitalizarlo.
El pantano casi inenarrable en que el macrismo se metió solo, sin ayuda de nadie, por su impericia en la aplicación del tarifazo, es en realidad un disparador y no la causa del descontento creciente que ya alcanza a las franjas medias donde se nucleó el voto decisivo para el triunfo de Cambiemos. La salida del “cepo” cambiario, el arreglo con los buitres y la sucesión de denuncias y escándalos sobre la gestión kirchnerista –motorizado esto último por lo que un editorialista del principal grupo mediático afín al Gobierno definió como “periodismo de guerra”– envalentonaron a las huestes oficiales hasta el punto de creer que la brutalidad de los aumentos en los servicios públicos no generaría más que unas protestas pasajeras y rápidamente controlables. Pero el malhumor creció como bola de nieve porque tan antes como en simultáneo se produce el atraco contra el bolsillo popular a favor de los sectores más concentrados. La economía tiene lógicas subjetivas, como el hecho de crear expectación positiva a partir de premisas falsas. Para el caso, una de ellas fue dotar de sentido “liberador” a la eliminación del cepo porque, aunque tanta y mayoritaria gente no haya visto un dólar en su vida, el imaginario de la escala de valores transforma en propios los intereses ajenos. Un fortísimo antecedente de eso ocurrió en el choque contra la gauchocracia, cuando quienes no vieron más tierra que la de la maceta del balcón asumieron defender al “campo” contra la yegua. Eso no quita que la economía tenga también sensateces político-matemáticas, entre las cuales descuella que jamás lo que se saca de un lado deja de ponerse en otro. El promedio de los documentos especializados que se conocen sobre la gestión macrista, a derecha e izquierda, establece que sólo tomando hasta abril –por vía de devaluación, incremento de precios, quite de retenciones a los exportadores agrarios y mineros, y traspaso a los bancos por el diferencial de las tasas de interés– se transfirieron desde los asalariados a las grandes compañías unos miles de millones de dólares que de ninguna forma posible pueden calcularse en menos de decenas. ¿Cómo podría el Estado financiar ese método, si no es a través del dispositivo Hood Robin?
Entre los informes más destacados de la coyuntura sobresalió el del Centro de Economía Política Argentina (CEPA), que retrata las consecuencias de los despidos de diciembre y enero –concentrados en trabajadores estatales y de la construcción– más la ola de cesantías y suspensiones que le siguieron en el sector industrial. Sólo en julio, quienes quedaron desocupados o en riesgo de perder el empleo crecieron en un 24,62 por ciento. Las seis actividades más perjudicadas corresponden a los rubros textil, automotriz, petrolero, frigorífico, electrónico y comercio. Por si acaso se estimara que son cifras surgidas solamente en usinas de simpatías kirchneristas, vale recordar que, en la semana anterior, se expresó con pesimismo la mismísima Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL), de orientación ultraconservadora. La cifra redondeada desde que asumió Macri da 127 mil despidos y suspensiones en el sector privado y 88 mil en el estatal, sin contar el impacto en la economía informal. Es un ejército parido por el entramado de inflación, pérdida del poder adquisitivo, apertura indiscriminada de importaciones y, como efecto obvio, recesión. No hay misterios. Hay decisión política de que así sea, y lo único que puede prestarse al concurso de subjetividades es si la banda liberal que gobierna cree realmente en los frutos propios que dará este saqueo; o si sólo se trata de que la voracidad de sus intereses de clase le impide ensayar cualquier otro rumbo, siquiera un poco más compasivo. Pero si tuvieran intenciones conmiserativas no estarían a tono con los vientos de restauración neoliberal que se precipitan en la región. Tienen sed de revancha.
Como sea, el hecho de ser un gobierno sin la más mínima experiencia de gestión a nivel nacional, con cuadros empresariales de nula trayectoria política, sin extensión territorial, despierta internas y tensiones que están poniendo a prueba su capacidad ejecutiva. Ser eficaz en campaña, ayudado por el desgaste y los errores del oficialismo de turno, no es lo mismo que ser eficiente en el ejercicio gubernamental. El círculo rojo macrista, sus tácticas publicitarias y el deterioro kirchnerista sirvieron para que ganaran por un legítimo pelo de distancia. Pero puestos a gobernar, no se lo hace con Durán Barba. Ni tampoco con la ingenuidad de suponer que una restitución de fondos de obras sociales a los sindicatos servirá para aplacar la bronca de abajo. La burocracia gremial se cuida el bolsillo, pero también la cabeza y la necesidad de dar algún tipo de respuesta a las bases. De allí el duro documento de las dos CGT y del maxiquiosco de Luis Barrionuevo. Y si es por conflictos intestinos, sin que eso signifique contradicciones principales hacia dentro del bloque dominante, en estos días se agudizó el enfrentamiento entre los sectores más gurkas del Gobierno y aquellos que piensan dos, tres, o más veces, los riesgos de seguir haciendo como si se estuviese en campaña (que de por sí ya lo están, oteando el año que viene y sus elecciones de medio término). La línea Cardenal Newman-Clarín-Carrió quiere presa a Cristina a toda costa, y confía en que persistir salvajemente con el denuncismo anti K aguanta los trapos del ajuste. En cambio, los grupos y figuras con alguna sensibilidad política, que no implica tener formación de ese tipo pero sí reflejos algo más atentos a que la vida no es únicamente el activismo troll, se preguntan cuánto más resiste anclarse en López, Báez, Hotesur, De Vido, Moreno, Sueños Compartidos y su ruta. ¿Qué le conviene al macrismo? ¿Atacar cuanta cosa huela a K, o dejar que el kirchnerismo sea una energía todavía vigorosa porque de esa forma difumina el voto opositor? Es un intríngulis de laboratorio, que incluye calcular lo adecuado de continuar inflando a Stolbizer para que sume a Massa o si, entre la potencia electoral que demuestra la intención de voto a Cristina en “la provincia” y la imagen positiva del opo-oficialista, el Gobierno puede llegar a salir tercero en 2017.
De todas esas alquimias, y de tantas otras, se nutre un escenario político que difícilmente vaya a saldarse entre las franjas ideológicamente más consolidadas. Cristina decidió reaparecer en serrucho ascendente y los tránsfugas de la dirigencia peronista, que tienen territorio pero no proyecto ni liderazgo, empiezan a preguntarse si pueden carecer de ella y del espacio que representa. O en otros términos y como también lo sabe Cristina: sólo con ella no alcanza, pero sin ella no se puede. Macri sigue hablándole al núcleo más irremediablemente gorila y tilingo, con definiciones tan escolares como asqueantes y que llevan a que algunos de su tropa deban salir a aclarar, u oscurecer, dichos que insultan toda verdad histórica y toda probanza judicial establecida. Haber referenciado “guerra sucia” en lugar de terrorismo de Estado lo emparienta sinceramente con el léxico de los represores y sus voceros; y admitir que no le importa si los desaparecidos fueron 30 mil, o menos o más, es digno de alguien mucho peor que un ignorante. Macri insultó al mundo entero, que coloca a Argentina como ejemplaridad universal del juzgamiento y castigo de los genocidas. Sin embargo, no debe negarse que con esas bestialidades representa a una parte de la sociedad que piensa como él y que quiere escuchar eso. Es la misma parte que estará satisfecha con la orden de confinar en aislamiento y reducir visitas a Milagro Sala. Su espíritu no busca justicia sino venganza. No será entre esa sección de los argentinos, ni tampoco entre la convencida políticamente de que el ciclo cerrado o derrotado el 10 de diciembre fue lo mejor que nos pasó, donde se resuelva centralmente la contienda de corto y mediano plazo. Será entre la llamada “gente del común”, de sectores populares y medios. Esa gente no es la que milita o militó en movimientos sociales u organizaciones políticas propensas a la justicia redistributiva, ni la que está pendiente de que el macrismo sea fiel a sus convicciones reaccionarias. Por seguridad o instintos ideológicos, esos sectores no se mueven hacia un lado u otro porque si es por eso, por lo ideológico, siempre tienen claro dónde situarse. Los fluctuantes, por el contrario y como su nombre lo indica, van de aquí para allá y les puede caber Cristina o Macri, como los votos lo demostraron. Son determinados por el volumen circunstancial de su bolsillo y el modo en que se (y les) construye subjetividad. Por cierto, es un aserto de enorme incorrección política pero sería bueno saber, historia mediante, quién es capaz de desmentirlo. Es en esos sectores, entre los cuales se cuentan muchos de los que votaron a Cambiemos, donde empieza a notarse enojo, ebullición, descrédito hacia el Gobierno. Y también comienza a advertirse que a la cantinela de la corrupción kirchnerista se le vence el plazo fijo. Lo único que está de fiesta es el agro, generalizadamente expresado pero también con puntualizaciones: la venta de camionetas de alta gama emparda a la de autos de acceso medio. Ya no es sólo la movilización de tribus K, ni la impactante marcha de los afiliados a ATE que desbordó la Plaza de Mayo con el ninguneo casi absoluto de los medios hegemónicos.
Sin que quiera decir nada en particular, algo está moviéndose. No tiene dirección política, pero se mueve.

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