jueves, 21 de abril de 2016

Heredarás tu (pesada) siembra

Por Sebastián Russo l “La pesada herencia pues no es tanto justificación como anhelo constitutivo. Invocarla como excusa, como coartada, no es más que evidenciar un triunfo, el de la delgadez (liviandad) de las identidades (políticas, pero no solo), atrapadas y confeccionadas bajo la lógica cibernética, consumista, individualista, que el anterior gobierno no solo no desarticuló sino en parte alentó”.
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 Yo soy una fuerza del Pasado/ Sólo en la tradición está mi amor
Pier Paolo Pasolini

La herencia es un campo de batalla. Lejos de la idea de un traspaso natural o legado osmótico, heredar es un trabajo, una disputa con y desde los sedimentos (partículas, entes, espectralidades) legables. Un batallar tanto con/desde los fantasmas del pasado, como con y desde los sujetos que en presente, en presencia -de cuerpo y carne expuesta-, disputan por el legado. Son peleas des-carnadas, que se “llevan la vida” de los contendientes. Ni el victorioso siquiera queda indemne de las consecuencias de tales conflagraciones, que -por otro lado- no tienen fin. Conseguir y mantener el poder heredado. Obtenerlo y hacerlo perdurar. Los muertos y los vivos, los espectros y/de los sujetos, pugnarán, discutirán, condicionarán la corona, su obtención, su manutención. El muerto-vivo exigirá se le haga honor, incluso a su mejor versión: la ideal, perfecta, inexistente en vida. Los vivos harán pesar al heredero la pragmática de hacer justicia, honor a su lugar, ante las aptitudes de otros que le enrostrarán sus cualidades. Esta lucha no cesa, no puede cesar, ni debe ni puede abandonarse, aunque se lo desee. Perder la huella es lo que está en riesgo: el alivianamiento, aligeramiento, desanclaje con la densidad vital, aquella que nos ubica en la trama de los tiempos.
Las herencias, por tanto, son pesadas. No pueden no serlo. Pobre, lamentable de aquella que no lo sea. Y nada peor que una herencia lamentable. Un lamento (por triste) Lamentable (por exigua, vergonzosa) Nada peor, ya que una tal herencia, liviana, nos dejaría a la intemperie, desolados. Flaca la herencia, escasas las armas. Pero podrá decirse –es de hecho lo que se dice-: mejor, así nos inventamos de cero; tabula rasa. Linda cantinela posmodernista: matar al padre, al referente, inventarse solo, ser (ahora sí, finalmente) uno mismo. Sí-se-puede. “Sé vos mismo”: celebrable, auto-engendrable promesa publicitaria. Pero lo sabemos, y no deberíamos dejar de recordarlo, vociferarlo (ya que su propio estatuto marketinero es el de la asimilación, la naturalización): tales auto construcciones, la de los sonrientes self-made-mans/women, no son más (ni menos) que ensoñaciones que la industria cultural nos ha (sí) legado (claro está, he allí indubitables padres/madres/tíos lucas) Constituirse sin herencias, pretender hacerlo, o en tal caso algo light, de fácil deglutición, es una –sí- herencia arraigada y amasada por tal ideario, el mismo que insta en combo a aislarse en el presente (abjurar del pasado), aislarse de los otros (self-made), aislarse en suma de todo aquello que resulte denso, trabajoso, pesado.
La “pesada herencia”, cual dictum del management político, pues, no es tanto justificación como anhelo constitutivo. Invocarla como excusa, como coartada, no es más que evidenciar un triunfo, el de la delgadez (liviandad) de las identidades (políticas, pero no solo), atrapadas y confeccionadas bajo la lógica cibernética, consumista, individualista, que el anterior gobierno no solo no desarticuló sino en parte alentó. La asunción espectral del pasado, la apelación comunitarista, el llamado a la tarea forzosa, extensa (pesada) de tales apuestas potentes y/por anacrónicas, que el kirchnerismo azuzó, no pudieron desprenderse del legado de la época, que el macrismo encumbró sin retóricas ni prácticas de sopesamiento alguno.
La herencia, que es un juego de máscaras, una puesta en escena vital, espectral, de figuras de tiempos distintos que se entrecruzan en el escenario de un campo de batalla, es de(s)velada y desahuciada por el macrismo. La herencia, como escenario y campo de batalla, de hecho, uno como el otro, uno en tanto el otro, como formas fundamentales de lo político, es trasmutada a una enunciación desgranada, entorpecedora y ancla de un barco de cara al futuro, al progreso, destino trágico de la condena al suceso argento mitológico. Heredar es (debe ser) volverse otro. Es volverse extraño para sí y para el otro. Extraño para ese otro que se ha devenido. Sí mismo, con resabios supervivientes y apariciones indescifrables del que se hereda. Indescifrables, por otras, por opacas, pero también por nuevas, renovadas, re-vueltas.
Heredar, pues, una voz. Su capacidad de aglutinar, a los vivos, a los muertos, a unos con otros, contra (algunos) otros. “Su palabra, (será) mi palabra” dijo Perón de Cooke. Nada así ocurrió con CFK. Y si acaso fuese “el pueblo empoderado” su Cooke, y la voz de aquel fuera la suya, no terminó de conformar (dibujar, bocetear: siendo el que el pueblo es siempre un figura, viva) tal anhelada entidad.
El pasado, soberano implacable, retorna en huellas, gestos. Inesperada e intempestivamente mostrará el hocico, y su brutal castigo virtual quedará boceteado en sus apariciones. Alerta hay que estar a los ecos, trasmutaciones (fuerzas) del pasado. En su traducción, interpretación, reinvención, consistirá la (otra, misma) batalla por dar.
RELAMPAGOS. Ensayos crónicos para un instante de peligro. Selección y producción de textosNegra Mala Testa y La bola sin Manija. Para la APU. Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)

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