Cuando tenía siete años la vio a Evita por primera vez y se enamoró. Era la época en la que "en la Argentina de Perón, los únicos privilegiados son los niños", y esa señora, que a Miguel Ángel Estrella le pareció la mujer más linda del mundo, visitó Tucumán para inaugurar un hogar escuela. Al terminar el acto, los maestros arrearon a los pibes para afuera, pero el niño Estrella se escapó por un costado, llegó a orillas del auto descapotado oficial, y antes de que Eva subiera le tironeó la pollera floreada. Siguiéndole el juego, Evita lo pellizcó, le agarró el pelo, y le dijo: "Yo me voy a matar trabajando para que cada uno de ustedes pueda elegir su destino." Hoy, Estrella recuerda el cruce como iniciático de lo que fue toda su vida. "Soy uno de aquellos hijos de Evita que pudo elegir su destino y, desde el lugar más humilde, consiguió estudiar al más alto nivel sin que me costara un mango. No voy a olvidar nunca aquello que me dijo, coronado con esa sonrisa de sugestión, que prometía felicidad."
Padre socialista, amigo del pedagogo uruguayo Jesualdo Sosa. Madre librepensadora de izquierda y simpatizante de Yrigoyen. En la casona tucumana donde vivía la familia se respiraba un cierto anti peronismo, así que Miguel, cada vez que transmitían los discursos de Presidencia, saltaba una cerca para escuchar la radio del vecino. Su primera experiencia musical fue con un piano de juguete que le regalaron para Reyes, y tocaba cada vez que Javier Villafañe y su mujer Elba, compinches de su papá, montaban improvisadas funciones de títeres. O Pablo Neruda y Nicolás Guillén recitaban cuartillas en noches que no terminaban nunca. 
Miguel aprovechó todo eso para su formación. Cursó becas del Fondo Nacional de las Artes, asistió a talleres, se presentó en concursos europeos y recibió clases de grandes pianistas como Walter Gieseking, que una vez al año visitaban Tucumán para trabajar con los jóvenes de los conservatorios. Hace poco, en Beijing le pidieron que explicara por qué la Argentina tiene una gran tradición pianística y contestó que se debió a la diáspora judía. "Casi todos mis maestros fueron judíos -recuerda-, venidos de Yugoslavia, Rusia o Polonia. Pero también de Francia o Italia, escapados del nazismo." La que más lo marcó fue Celia Lorshtein, emigrada de San Petesburgo.  Hilda Deniflé, una húngara chiquita que ni siquiera hablaba español, se las arreglaba para instruirlo con gestos. "Similla", decía siempre, moviéndolo para que fuera a lo profundo de la fruta, a la semilla, al centro de la melodía.
Mucho gusto, Dr. Negrete
El Movimiento lo empezó a moldear a los 20 años, cuando Perón se enteró de que un grupo de pianistas jóvenes participaban de un encuentro en Europa, y quiso conocerlos. "Muchachos, todos ustedes son hijos de Evita", los recibió el viejo ni bien asomaron en Puerta de Hierro. Estrella quedó hipnotizado, lo encontró un encantador de serpientes que para colmo, le hacía recordar la vez que la mujer más linda del mundo lo miró junto al descapotado. "La charla se corrió para el lado de la burocracia sindical, el poder de los trabajadores, su dignidad. Me pareció alguien con un tremendo carisma, nos metió en el bolsillo. De repente habló de Carlitos Mugica: 'Nació en cuna de oro pero vive en la Villa 31, ese sí que es un verdadero peronista'".
Al regresar, ya se veía militante. Y el que le dio el último empujón fue Mario Hernández, abogado casado con una amiga de Marta, la entonces mujer de Estrella. Hernández, hoy desaparecido, era del grupo de Rodolfo Ortega Peña, Eduardo Luis Duhalde y Rodolfo Mattarollo, defensores de presos políticos y representantes de los fusilados en Trelew. Miguel se sumó, con la tarea de recaudar fondos para la visita de cárceles y los viajes al interior del país. Con un alias: el Dr. Negrete.
"Mario tenía un gran amor -cuenta-, Bárbara Civita, la hija del dueño de Editorial Abril y muy amiga de mi mujer. En 1969, cuando ellos vivieron un mes en nuestra casa de París, Hernández hizo que yo, desde Europa, me convirtiera en nexo para facilitar reuniones entre Perón y Montoneros. Pero a López Rega no había forma de entrarle, cada vez que llamaba a la residencia, Lopecito me cortaba. Hasta que el Viejo le pasó a Mario otro número, recién pudimos puentearlo."
Los largos brazos del 
Plan Cóndor
Cuando la Triple A acribilló a balazos a Ortega, y varios de sus amigos aparecían muertos en los callejones, trató de cuidarse un poco más. No se le ocurrió pensar que con la dictadura sería peor, y que los genocidas sudamericanos cocinaban algo que después derivaría en el Plan Cóndor. Admite que "nos creíamos intocables por ser conocidos internacionalmente, y aunque me habían llegado referencias de los acuerdos entre Chile, Argentina, Brasil y Uruguay para reprimir, no creí que la cosa fuera tan brava. Hasta que tuve un alerta."
Había terminado una serie de conciertos en varios países europeos, y en el aeropuerto de Madrid, antes de regresar a Buenos Aires, un matón salido de una película policial se le acercó y le dijo que del otro lado del pasillo lo estaba esperando el brigadier Jorge Anaya para comentarle algo, acompañado por un coronel de apellido Ramírez, jefe de la policía de Santa Fe. "La mujer del tipo era pianista, me proponía hacer un dúo, con actuaciones aseguradas por todo el mundo. Le dije que no trabajaba con fachos, y ahí mismo llamé a casa para hablar con mi cuñada, que cuidaba a mis hijos. Dijo algo que me pareció rarísimo: 'Miguel, no vengas, acá hace mucho calor', como si los tucumanos no estuviéramos acostumbrados a los 40 grados. Pero después me contó: habían secuestrado a 'Cuchillo', un compañero monto que vivía con nosotros. Cambié el pasaje y me decidí por Uruguay. Hablé con un amigo, embajador brasileño en Montevideo, para que me ayudara con los papeles y posibilitara que los chicos viajaran solos." 
En el medio, se le tendieron un par de manos, pero Estrella las rechazó. Como la de Gerardo Vallejo, su compañero de secundaria que trabajaba con Omar Torrijos en Panamá, para que agarrara la cátedra de Piano Superior en el Conservatorio Nacional. Finalmente se decidió por lo más cercano, al otro lado del río.
El 15 de diciembre de 1977, a Miguel lo secuestraron junto a un grupo de compañeros en distintos operativos que el Plan Cóndor tejió en Montevideo. Su casa fue rodeada por 50 autos y francotiradores en las terrazas vecinas, hasta que una patota entró a los golpes y lo molió a palos. "Hijo de puta, no te mates, danos la pastilla", le gritaron en medio de las patadas. Estrella los basureó: "Tomen, tengo de mentol."
"El mismo día se lo llevaron al pelado Jaime Dri -explica-, y durante un tiempo no nos dimos cuenta, pero estuvimos colgados frente a frente, con los ojos tapados. Para la liberación fue muy importante un loco hermoso, un tipo de la judería parisina que movió cielo y tierra hasta conseguir que me soltaran." Ives Haguenauer era un industrial de origen judío, escapado siete veces de los nazis, melómano, y uno de los empresarios más importantes de Francia. Organizó la campaña internacional de presión para que la dictadura uruguaya soltara al pianista, después de tres años de cautiverio en el penal de Libertad, donde fue sistemáticamente torturado por el coronel José Nino Gavazzo. "Sentí un poco de vergüenza porque la movida se hizo mundial", reconoce. Y nombra a su maestra Nadia Boulanger, Yehudi Menuhin, Henri Dutilleux, la pareja Mitterrand, la reina de Inglaterra. "Lo que no soportaba era sentirme una víctima, porque en realidad, las víctimas fuimos miles. Y tampoco me gustó algo que pasó en París cuando llegué, y me enteré de que alguien había editado un disco llamado 'La música en prisión', con dos manos encadenadas en la tapa. Era la reproducción de un concierto viejo en Francia, que usaron sin decirme absolutamente nada. Evidentemente, para los que se aprovechaban de cualquier cosa y lucraban con la muerte no existían límites."
Mozart en la Puna
¿Por qué no graba discos? "Me los roban, hermano", responde. "Tuve la suerte de ser un tipo conocido ya a los 25 años. En ese momento, empresas como Odeón querían convertirnos con Marta en la pareja ideal. Ella cantaba, yo tocaba la guitarra, pero la condición era dejarnos de joder con ir a la Villa 31. La bajada de línea era comer con Mirtha Legrand, donde nos presentarían a ella como la princesita, y a mí como el machito tucumano que la había conquistado. El apriete llegaba a los clásicos. No romper las pelotas con Bach o Brahms, tenía que tocar Tchaicovsky, con buenas octavas, vendía más." Y agrega: "Decidimos no hacer esa basura y acá estoy, emocionándome con un concierto en medio de la Puna. ¿Sabés cuántas veces un campesino calchaquí me hizo tocar un rondó de Mozart? ¡23 veces! 'Qué música tan limpita, hágalo de nuevo', me decía. El galardón más importante que conseguí en mi vida me lo entregaron en el norte argentino, después de un concierto organizado por mi amigo Cacho El Kadri: vocero internacional de la Federación Indígena Calchaquí." 
La charla ocurre horas después del concierto que Estrella dio para 1700 personas que lo saludaron de pie, ni bien apareció en el escenario, aplaudiéndolo durante minutos. Fue en el Centro Cultural Kirchner, edificio que visitaba seguido cuando en ese lugar funcionaba el Correo Central. "La construcción es hermosa y en lo que lo convirtieron es imponente. De joven siempre despachaba cartas sólo desde ahí. No sé, me daba la impresión de que llegaban más rápido." 
Está convencido de que la política de Derechos Humanos de la última década no tiene paralelo en el mundo, que la simbiosis entre Néstor y Cristina fue uno de los puntales para que el proyecto nacido en 2003 fuera capaz de dar vuelta al país como una media, y que su lugar de embajador cultural ante la Unesco sirve para organizar movidas de paz por Palestina, pero también para contarle al mundo quiénes son las cholitas de la Quebrada. 
"Cuando me voy -finaliza-, los zafreros me piden que cuente lo que pasa en el Ingenio Ledesma, donde la familia Blaquier ordena atarles las trompas a las chicas que cortan caña, para no embarazarse y evitar pagar el salario familiar. Y yo lo cuento." «

Música para la negrada

El Chango Estrella estuvo secuestrado en el chupadero de Montevideo durante tres años, y el genocida que comandó la tortura fue el coronel uruguayo José Nino Gavazzo, que lo picaneaba, amagaba cortarle las manos con una sierra eléctrica, y se divertía amenazándolo con que le pasaría lo mismo que a Víctor Jara en Chile. “La negrada no tiene que escuchar Beethoven, vos sos un traidor a tu clase”, le escupía Gavazzo, al que Miguel nunca vio por la capucha que tenía en la cabeza, pero que reconocía de lejos gracias a su oído de músico. 
“Llegué a identificar 22 timbres de voz distintos de compañeros cautivos”, cuenta, entre los que estuvo Jaime Dri, después trasladado a la Escuela de Mecánica de la Armada.
Esos tonos de los torturados le machacaban la cabeza. “Oía a una mujer a la que estaban picaneando o violando, y por los gritos de sufrimiento, mi otro yo me decía  si era contra alto, soprano, tenor o barítono”.
Gavazzo le decía que era una piltrafa, que ellos eran más grandes que Dios, y que en lugar de matar rápido, como los vecinos de enfrente, los generales uruguayos eran más partidarios del sufrimiento largo. “Te vamos a guardar 20 años, vas a salir hecho una basura”, escuchaba el oído de músico todo el tiempo. “Pero de repente -finaliza-, cuando estaba en el medio del castigo, la voz de mi mujer fallecida se me aparecía en la otra oreja y me decía que aguantara”.

"Hay que cambiar todo, Chango. Dejate de joder y aceptá"


Néstor Kirchner lo sintió como un parto. Le costó nueve meses convencer a Estrella para que aceptara el cargo de embajador cultural en la Unesco. El músico trataba de explicarle que tenía una vida plena pero sin tiempo. Que era padre y abuelo. Que estudiaba piano cinco horas por día. Que daba 100 conciertos al año por todo el mundo, de los cuales una mitad le alcanzaba para sus gastos, y la otra eran presentaciones solidarias por las que no cobraba ni un solo peso y estaban relacionadas con su papel de agregado de buena voluntad o director de la Fundación Música Esperanza.    
Un día, el ex presidente lo llamó a su casa desde Washington, con la excusa de hacerle una consulta personal: "Nos encontramos pasado mañana en Buenos Aires, ¿podés?"
A solas, con la primera frase de Kirchner, Estrella supo que había caído en la trampa. "Este mundo hay que cambiarlo todo, Chango. Dejate de joder y aceptá. Mirá, negrito, vos y yo estuvimos en una manifestación contra la Guerra de Irak. ¿Qué carajo hicieron en el plano internacional con eso? Yo te voy a decir qué hicieron: nada. Hay que salir del Fondo Monetario, dar vuelta las Naciones Unidas, y la Unesco es parte de eso. Somos pocos, precisamos hombres muy seguros en cada lugar. Las corporaciones van por todo, y nosotros también, pero para dárselo a la gente. Por eso, Cristina y yo te pedimos que agarres."