La situación de Brasil es extremadamente compleja, como corresponde a un país que transita por el cuarto mandato de un gobierno de centroizquierda en un contexto de un poder empresario y territorial más ligado a tradiciones de derecha.
Un país con una tradición de negociación política pero no hecha por los partidos que, a excepción del PT, son extremadamente frágiles y volátiles.
Un país con un gobierno recientemente legitimado, pero que tiene una estructura judicial y el comando de las dos Cámaras legislativas en manos de la oposición. 
Un país lo suficientemente grande como para integrar ese segundo peldaño a nivel mundial que representan los BRICS, pero al mismo tiempo sin las dimensiones suficientes como para poder determinar el destino de ese espacio.
Un país que echó mano a fuertes y masivas políticas sociales de inclusión pero que no modificó la estructura financiera dependiente forjada durante muchos años por los gobiernos liberales. 
Un país con una estructura de poder muy marcada y un empresariado nacional históricamente desarrollista. Con una inteligencia estatal con gran visión estratégica expresada históricamente por Itamaraty, estructura a la que, en los últimos años, se sumó la del poder financiero internacional con el cual, tanto Lula como Dilma, decidieron acordar.
Un país que integra la Unasur pero que aún no puso el dinero para fondear el Banco del Sur.
En definitiva, un país lo suficientemente importante como para no quedar de lado en esta disputa entre dos modelos de gobernanza mundial que expresa un cambio de fase que está viviendo el mundo por estos días.
Un país en el que, si ganaba Aécio Neves como la derecha tenía previsto, lo sacaba del Mercosur y de los BRICS para ponerlo dentro del esquema financiero internacional y que, al no poder hacerlo por los votos, lo está tratando de hacer a través de la conspiración.
La etapa de Dilma no está exenta de errores y concesiones que mantuvieron cierta calma financiera en Brasil durante algunos años, pero de lo que ahora está pagando sus consecuencias en términos de la extorsión que ese poder está ejerciendo sobre el gobierno.
La corrupción nunca se justifica, ni en lo público ni en el privado, pero el problema es que detrás de las denuncias de corrupción, lo que hay, tanto en Brasil como en todos los países de la región, es una intención de volver al modelo neoliberal, y es allí donde tenemos que tener claro en qué lugar nos ubicamos quienes profesamos ideologías nacionales y populares en nuestro continente. No es casual que a través de Petrobras, se ataque conjuntamente al Estado y a la soberanía sobre los recursos.
Hasta el momento, la oposición había jugado un papel negativo en ese sentido, pero algunos últimos gestos del ex presidente Cardoso, atisban la posibilidad de un clima distinto.
Me parece prematuro llegar a una conclusión con los elementos de que disponemos hasta ahora, pero lo que sí no es prematuro sino categórico y definitivo es que, en un mundo que se debate entre el gobierno de las empresas y el gobierno por parte de los pueblos, capaz de administrar sus recursos, sus riquezas y detener el saqueo y la expoliación histórica a la que fue sometida América Latina, estamos claramente en defensa de este último.