domingo, 16 de agosto de 2015

De violines y rastreros Por César González



Esa mañana, el pibe se había levantado feliz, lo último que se prometió antes de dormirse fue que al despertar todo cambiaría. Mucha joda, mucha entrada y salida de la cárcel por vivir cagando la verga. En Ezeiza, la última vez le dieron 7 puntazos, al rato nomás de ingresar. El que le dio gritaba “dejá de robar celulares pedazo de rastrero”. Ya estaba pillo de cómo era la movida, consiguió cubrirse la panza con una revista y así zafó de ir a tomar suero, aunque un puntazo le entró levemente en la espalda y tardó en cicatrizar.

Al salir se juró a sí mismo que no iba a caer más, se puso a buscar laburo por todos lados, le pidió a banda de gente del barrio que le avisen si sabían de algo; por no tener ni la primaria hecha sabía que la tenía más difícil, pero igual insistió. Cuando salía del kiosco, después de comprarse un cigarro suelto, se lo cruzó al Maxi que le dijo que estaba repartiendo volantes y sabía que andaban necesitando gente, que si quería mañana podía probar suerte con él. Cuando volvió a su casa, le dijo a su mamá que recién llegaba de trabajar, que encontró laburo y que ahora sí iba a estar orgullosa de su hijo. Ella no le dio ni bola.

Se durmió ansioso, a las 12, y se levantó a las 5, era invierno y aún la noche gobernaba. Se pegó un bañazo rápido, salió y se puso un conjunto Adidas de la selección de imitación. Puso la pava, antes que hierba la sacó y se tomó unos mates dulces. Al rato apareció su mamá, ella también tenía que irse a laburar;
–Ah, era verdad que ibas a trabajar.

–Sí, Ma, quiero rescatarme –respondió.

–Te amo hijo, ojalá te vaya bien .¿Y de qué es el trabajo?

–Repartiendo volantes, Ma, ¿viste el Maxi, el hijo de la Vane? él me lo pasó.

–Está bien, por algo se empieza, ojalá no me mientas, pasame un mate.

–¡No, Ma, no te miento!

Tomaron varios mates juntos y salieron cada uno para un lugar distinto. Con el Maxi quedaron en juntarse en Flores a las 7. Pero el pibe llegó 6 y media, hizo tiempo mirando a los “vampiros” que están en la fachada de la Iglesia que está frente a la Plaza, sobre Rivadavia. 7 y 10 apareció el Maxi, le pegó un chiflido desde la esquina, le gritaba “Vení amigo”, mientras hacía señas con la mano. Y el pibe allá fue, se metieron en una galería, la mayoría de los negocios todavía estaban cerrados, caminaron por el pasillo a oscuras, por lo que el Maxi alumbraba con la linterna del celular.

–¿Sabes si es mucho lo que hay que repartir? –preguntó el pibe.

–No, tranqui, amigo, son pocos, es una boludez el laburo, en 2 horas lo hacés.

Llegaron hasta un local de ropa, adentro esperaba un viejo de unos 50 años, canoso, de tez muy blanca, vestido con una camisa a cuadros blanca y azul, bien afeitado y con anteojos.Entraron y el tipo no dijo una palabra, de abajo del mostrador sacó una caja y aparecieron los volantes, se trataba de las famosas ofertas sexuales que se pegan por toda la ciudad, que muchas veces esconden movidas de trata de personas. Cuando el pibe vio los volantes se enojó, lo miró al Maxi y le dijo:

–Vos estás re loco amigo, ni en pedo voy a repartir eso.

–¡Bue! ¿Qué onda, no era que querías laburar vos?

–Sí amigo, pero yo no soy ningún violín.

–¿Y qué onda, guacho, estás diciendo que yo soy un violín?

–No, pero bueno, ni da.

–Yo sólo pego estas giladitas para poder llevar el plato de comida a la mesa, si vos tenés algún laburo mejor avisame. Aparte, a mí no me hace falta cogerme a una puta, para eso tengo señora, violines son los que agarran estos volantes, no yo, que los reparto.

El viejo los miró con cara de orto y dijo en un tono tranquilo:

–Si van a discutir vayan afuera.

Y los dos salieron, y la discusión siguió:

–Ni da amigo repartir esa gilada, mirá si me ve alguno del barrio, van decir que soy un re violín…

–Bueno amigo, fué, sino te gusta andate, te cansaste de rastrear celulares y para repartir estos volantes tenés berretines… ¡me muero…!

–Bueno guacho, ¿cuál es si robo celulares? Por lo menos nunca vendí droga como vos.

Apenas terminó de decir esta frase el Maxi lo arrebató, la piña fue tan precisa que el pibe se desmayó. Cuando despertó tenía en primer plano la cara del Maxi:

–¿Estás bien amigo? Disculpá guacho, disculpá –Le repitió un par de veces. El pibe se levantó y se miró en la vidriera, se le había empezado a hinchar el pómulo derecho.

–Seguro te dio en alguna venita o en algún nervio –opinó el viejo en un tono paterno.

–Si querés revancha mandale amigo –Dijo el Maxi.

–Ya fue guacho, nos re vemos, mal ahí la tuya, yo me voy, no soy ningún violín…

El pibe se fue, mirando desafiante al viejo y al Maxi. Salió de la galería con el alma enfurecida, el ceño fruncido y tapándose el pómulo con la mano derecha. Tenía ganas de llorar, encaró hacia el lado de la plaza, en la parada del colectivo, tres mujeres de distintas edades esperaban el colectivo, la más joven estaba mandando un mensaje con el celular. No lo dudó, se cruzó decidido, y en un abrir y cerrar de ojos ya estaba corriendo con el celular de la piba en la mano.

16/08/15 Miradas al Sur

 

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