domingo, 29 de enero de 2023

Guadalupe Cuenca-Mariano Moreno.

 

Más que amor
“Mi amado Moreno de mi corazón.” María Guadalupe Cuenca, que en 1811 tenía 21 años y estaba felizmente casada con el ex secretario de la Primera Junta de Mayo, escribió diez entrañables cartas a su esposo, Mariano Moreno, mientras lo suponía en viaje a Londres.Las cartas, de una pluma culta y elegante, a veces traviesa, a veces celosa, condensan la apasionada historia de amor de la pareja y un relato de la vida hogareña en ausencia del hombre. Son cartas de una mujer que anhela el retorno y reclama porque tiene “el corazón más para llorar que para reír, y así mi querido Moreno, si no te perjudicas procura venirte lo más pronto que puedas o si no hacerme llevar porque sin vos no puedo vivir; la casa me parece sin gente”.Guadalupe confiesa: “No tengo gusto para nada de considerar que estés enfermo o triste sin tener tu mujer y tu hijo que te consuelen y participen de tus disgustos”. Y cela: “¿O quizás ya habrás encontrado alguna inglesa que ocupe mi lugar? No hagas eso Moreno, cuando te tiente alguna inglesa acordate que tenés una mujer fiel a quien ofendés después de Dios”.
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Pero la que escribe no es solo una mujer enamorada. Es una analista capaz de elaborar para su marido un puntilloso y mordaz informe de la situación política en el Río de la Plata. La joven no se anda con remilgos. Habla de la fracción saavedrista como de “nuestros enemigos” y cuenta con detalle cómo los compañeros de Moreno son perseguidos, difamados, están presos o los han mandado al destierro.El 20 de abril de 1811 Guadalupe enumera las infamias: “Los han desterrado, a Mendoza, a Azcuénaga y Posadas; Larrea, a San Juan; Peña, a la punta de San Luis; Vieytes, a la misma; French, Beruti, Donado, el Dr. Vieytes y Cardoso, a Patagones; hoy te mando el manifiesto para que veas cómo mienten estos infames. Del pobre Castelli hablan incendios, que ha robado, que es borracho, que hace injusticias, no saben cómo acriminarlo, hasta han dicho que no los dejó confesarse a Nieto y los demás que pasaron por las armas en Potosí, ya está visto que los que se han sacrificado son los que salen peor que todos, el ejemplo lo tienes en vos mismo, y en estos pobres que están padeciendo después que han trabajado tanto, y así, mi querido Moreno, ésta y no más, porque Saavedra y los pícaros como él son los que se aprovechan y no la patria, pues a mi parecer lo que vos y los demás patriotas trabajaron está perdido porque éstos no tratan sino de su interés particular, lo que concluyas con la comisión arrastraremos con nuestros huesos donde no se metan con nosotros y gozaremos de la tranquilidad que antes gozábamos”.Aunque ella no lo sabe, aunque las apriete contra el pecho, las humedezca apenas con su perfume y las cubra de besos, son cartas destinadas a un muerto. Son cartas a un hombre que ya no está.
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Ni ebrio ni dormido
El 22 de enero de 1811 Guadalupe, una mujer menuda, decidida y hermosa, abrazó con desesperación a su marido que, después de besarla tiernamente, subió sin dar vuelta la cabeza a la embarcación que lo llevaría al puerto de La Ensenada, desde donde solían partir los barcos de ultramar.El abogado Mariano Moreno, 31, hasta un mes antes poderoso secretario de la Primera Junta de Gobierno, partía abruptamente en misión diplomática a Londres. Cargaba sobre los hombros una derrota política y ni ella ni él ignoraban que la “misión diplomática” era apenas una excusa del sector más conservador de la Revolución de Mayo para sacarse de encima al autor de la “Representación de los Hacendados” y el “Plan de Operaciones”.Con certeza, Moreno, junto con Castelli, era el más jacobino de los jacobinos de la Revolución. La incorporación de los delegados del interior a la Junta de Gobierno -y no a un Congreso constituyente, como se había acordado- lo había dejado en neta minoría frente al ala que encabezaba Cornelio Saavedra. Moreno renunció al cargo el 18 de diciembre de 1811.
Los choques no habían empezado allí: Saavedra no se privaba de llamar a su adversario “impío, malvado, maquiavélico”. Y tenía un entripado que no iba a perdonar. En una cena de los saavedristas en el Regimiento de Patricios, un militar beodo brindó por Saavedra llamándolo “futuro rey y emperador de América”. Enterado, al día siguiente, el secretario de la Junta firmó al correr de la pluma el “Decreto de Supresión de Honores” que afirmaba “Ningún habitante de Buenos Aires ni ebrio ni dormido debe tener expresiones contra la libertad de su país”.El decreto sentaba un revulsivo precedente de igualdad entre autoridades y ciudadanos, prohibiendo “todo brindis, viva o aclamación pública en favor de individuos particulares de la Junta”. Era el 6 de diciembre de 1810. Un mes después, Moreno navegaba hacia Londres, a donde no llegaría jamás.María Guadalupe Cuenca -Mariquita, para su esposo- volvió a su hogar arrasada por la angustia y el desasosiego. Amaba al Dr. Moreno desde los 14 años, cuando él era un estudiante de Leyes en Chuquisaca. El joven vio en un comercio su rostro tallado en un camafeo y preguntó si esa niña “era de verdad”. Lo era y residía -con un destino de monja- en el monasterio contiguo. Moreno no cejó hasta encontrarla: se enamoraron. Guadalupe enfrentó a su madre y cambió los hábitos por el vestido de boda. Y a Chuquisaca por Buenos Aires. Se casaron el 20 de mayo de 1804 y un año después nació Marianito.
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Olga VigliecaCorrientes (1956). Periodista desde 1980, editó El Bimestre, Crisis, El Porteño, El Periodista, Clarín, entre otras. Dirigió la Biblioteca de las Mujeres (Biblos), primera colección especializada en género del país. Dictó cursos sobre historia de las trabajadoras en universidades de la Argentina y Chile, escuelas, sindicatos, barriadas. Escribió Nenina con Lu Morcillo e Iván Moschner. Guionista del documental La cena blanca de Romina. Autora de Las obreras que voltearon al zar, en IndieLibros.

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