viernes, 1 de abril de 2022

IDENTIDAD Y SOBERANIA

 

                           2 de abril de 1982-2 de abril de 2022.

Islas Malvinas, Sandwich y Georgias del Sur; a cuarenta años de su recuperación.

El eslabón de una Historia inconclusa.

 

Debemos resignificar nuestra identidad mediante un proceso de reconstrucción histórica, social y cultural, lo cual nos permita rescatar desde un nosotros proveniente de una experiencia social concreta, la soberanía territorial, educativa, política y económica.

Prof. Dr. G.B.

 

     El Estado construido en el marco de las denominadas «Presidencias Fundadoras»[1]al momento de consolidarse como tal hacia finales del siglo XIX, tendió a homogeneizar socialmente al país, en especial en lo referente a su proyecto educativo y cultural. Al tomar estas variables se caracterizó por una imitación de los modelos europeos y estadounidenses, ya que a juicio de la clase dirigente detentadora del poder, las poblaciones originarias carecían de valores específicos, tanto en lo referente a una cultura occidental como en lo identitario, y expresaban de este modo la Barbarie autóctona.[2]

     Los miembros de la clase dominante se proclamaron depositarios del Progreso y de la Civilización, y definían así un estatus que ellos consideraron como hereditario y, al convertirse en las familias patricias, obtuvieron un prestigio que detentaron de manera absoluta por ser los portadores de los valores fundantes de la nacionalidad, con lo que hacían notar de este modo la existencia de un otro diferente[3] mediante la exclusión jerárquica: estigmatizándolo y revalorizando a un tiempo el nuevo orden establecido. Los trabajadores de origen fundamentalmente inmigrante fueron objeto tanto por su condición foránea como por las nuevas ideologías que portaron (socialistas, anarquistas, sindicalistas) del mismo estigma excluyente. A ello se sumó una represión sistemática que los mantuvo alejados del espacio de las decisiones políticas y sociales durante décadas.

     Las diferencias se profundizaron, ya que se expresaron, además, como variaciones culturales, es decir, quienes persistieron en afirmar su diversidad fueron percibidos como un peligro para una identidad colectiva que era garantía de la cohesión social y vistos, además, como sujetos inferiores que aún no alcanzaron el mismo grado de civilización. No obstante, con el arribo del radicalismo al gobierno en el año 1916 y, especialmente, con la impronta que le dio a su gestión el presidente Hipólito Yrigoyen, los sectores populares[4] que se identificaron con él provocaron un impacto político de consideración en la élite terrateniente apropiándose de aquella escena política, social y cultural.

     A mediados de la década del veinte y hasta el golpe de estado del año 1930, (el cual terminó abruptamente con el segundo mandato del presidente radical), defensores de este gobierno se enfrentaron a los adversarios de su mismo partido pertenecientes a la corriente antipersonalista, quienes junto a otras agrupaciones partidarias, como, por ejemplo, el Socialista y el Conservador, cruzaron definiciones tales como «democracia verdadera de la justicia social o tiranía de las mayorías, civilización fofa y deleznable de Pavón o demagogo identificado con la barbarie rosista».[5]

      Como podemos observar, una terminología que conllevó toda una carga simbólica entre quienes, por un lado, se han venido apropiando del relato memorial de la historia nacional deviniéndola en oficial, como así también de los lugares de la memoria[6] y aquellos que plantearon el reapropiamiento del espacio público y del discurso histórico y político, e intentaron construir una nueva afirmación identitaria que conllevara otra conceptualización desde lo popular.

     En la lucha contra el otro, es donde radicó lo diferente y parecieron expresarse las soluciones nuevas: en las fechas símbolo, en un ideario nacional, en aquello que la corriente historiográfica revisionista definió como las rebeliones populares en busca de los ideales de justicia y de patria: es en estos espacios donde se disputó la hegemonía política del país, en la cual también se expresó el sentimiento colectivo, se apeló a la memoria y se comenzó a esbozar desde la oposición a los sectores dominantes una conciencia nacional diferenciada. [7]

     Así fueron cobrando continuidad histórica, entre otros, términos tales como «civilización y barbarie, nacionalismo y liberalismo, peronismo y antiperonismo, los cuales sirvieron para diseñar la geografía de campos de batalla típicamente argentinos, en los que fueron definidos los contenidos de la cultura nacional y también las características sociales de sus intérpretes»[8]

     La ciencia histórica, “apropiada” por parte de las clases dominantes, que tomaron como matriz cultural e ideológica, El Facundo, la primera novela de características políticas, escrita por Domingo Faustino Sarmiento, donde la dicotomía por él planteada de civilización o barbarie fue de ahí en más, el marco teórico, sobre el cual se relató la historia argentina. De este modo, lo referenciado con lo autóctono, como por ejemplo lxs pueblos originarixs, criollxs, afrodescendientes, debían ser reemplazadxs por inmigrantes civilizadxs provenientes de Europa y EE.UU., que trajeran a su vez, Orden y Progreso.

     Bartolomé Mitre, cultor de estas ideas, también produjo la construcción de una verdad desde SU relato histórico y memorial, forjó una ideología (y una historiografía liberal) que durante décadas negó la existencia de un otrx diferente. La barbarie, desde este análisis, se continuó encarnando en poblaciones que lideradas por caudillxs (quienes devinieron en sus jefes políticos y conductores), se opusieron de un modo u otro a modelos económicos y políticos exclusivos y excluyentes.

     Esta clase dominante, triunfadora en el terreno militar tras sesenta años de guerras civiles en el SXIX, fue la oligarquía terrateniente, la cual impuso además de un modelo económico y social, un modelo educativo con sus consiguientes prácticas culturales, históricas e identitarias. Por lo tanto, construyeron su visión particular acerca de los valores inherentes a la nacionalidad. En la construcción de una línea histórica, definieron a Juan M. de Rosas, Hipólito Yrigoyen y Juan D. Perón, como tiranxs, dictadores, caudillxs (en el sentido despectivo), populistas (demagogxs), en síntesis, como representantes en ese continuo de la narración de nuestra historia, de aquella barbarie instalada como matriz cultural e identitaria negativa.

     Si tomamos el concepto Soberanía, lo demuestra, por ejemplo, entre otros tantos hechos históricos, que la Vuelta de Obligado, batalla producida el día 20 de noviembre  del año 1845, en el marco del bloqueo imperial anglo-francés, y el posterior avance en aguas territoriales del río Paraná, de la armada británica, recién fue reconocida como una gesta patria y recordada con un feriado, en el año1974.[9] Al llevarse a cabo durante el gobierno de Juan M. de Rosas, uno de los líderes populares defenestradxs por la Academia de la Historia nacional, se ocultó el significado de la batalla, en cuanto a la defensa soberana del territorio nacional, quiénes participaron, la intransigencia del jefe de la Confederación Argentina contra los dos imperios en ese entonces más poderosos del planeta, el Reino Unido de la Gran Bretaña y Francia, en síntesis se ocultó y se borró de la historia “oficial”.

     Por lo tanto, la historiografía liberal mitrista durante décadas se dedicó a construir una visión parcial y maniquea de la Historia nacional, silenciando la voz de las mayorías, ocultando en los centros de educativos de todo el país, y en todos sus niveles, las contradicciones entre dos modelos de país, con las consiguientes luchas que se produjeron en la conformación y desarrollo de nuestra nación.

     Una historia edulcorada con héroes de bronce, no de carne y hueso, donde no hubo lugar para la mujer, lxs pueblxs originarixs, lxs criollxs, afrodescendientes y las diferentes etnias que poblaron nuestro territorio. La patria, la nación, nuestra geografía y sus consiguientes riquezas naturales, fueron patrimonio de quienes se autoproclamaron vencedores.

     Por cierto hubo excepciones como por ejemplo el agrupamiento político de tendencia yrigoyenista, Fuerza Orientadora Radical de la Joven Argentina (FORJA), (herderxs en un punto de la corriente historiográfica revisionista)[10], que a mediados de la década del año 1930, sentó las bases de gran parte del ideario que profundizó años más tarde el justicialismo: y lo hizo  revalorizando la Conciencia Nacional y el Ser Nacional a manera de respuestas ideológicas y simbólicas, frente a la alianza de la clase dirigente nacional con los poderes económicos británicos; junto a la Identidad Nacional, aparecieron como algunas de las categorías que deberemos insertar correctamente en cada momento de la evolución de las antinomias históricas.[11]

     El marco político y social que proporcionó el peronismo a partir del año 1945 nos permitió ver delimitado el antagonismo como fórmula que instaló una frontera entre lo popular y el poder institucional cuestionado, con lo que apareció a modo de definición política el concepto pueblo como «intento de dar un nombre a esa plenitud ausente».[12] Y eso último ocurrió mediante la inclusión social de los trabajadores, que había venido dándose en un proceso acelerado de búsqueda y encuentro en una perspectiva orientada hacia la construcción de una identidad colectiva, allí donde «solo existía una individualidad indefinida».[13]

Malvinas.

     En este marco teórico y en la realidad concreta se inscribe el hecho en sí de la guerra de Malvinas, y su prolongación en el tiempo a modo nueva antinomia que se demuestra entre quienes adhieren sin eufemismo a un proceso de “desmalvinización”, el cual se inició apenas terminado el conflicto bélico y se prolongó no sin continuidades y rupturas durante la democracia recuperada a partir del año 1983.

     Las antinomias “orgullo-vergüenza”, “dignidad-oprobio”, “nacionalismo-chauvinismo”, “justeza del reclamo”, permearon aquella coyuntura y los años posteriores, junto a las negaciones y las políticas del olvido emanadas entre otras causas por haberse producido el hecho durante la dictadura cívico-militar iniciada en el año 1976, tiñeron la historia centenaria del justo reclamo por nuestro territorio insular. Y lo que es peor aún, el desconocimiento hacia lxs miles de integrantes de las Fuerzas Armadas que participaron directamente en la guerra, con su secuela de muertxs, heridxs, traumatizadxs.[14]

     Si bien reiteramos, entre los años 1983 y el presente, las políticas del Estado para con este hecho histórico fueron variando y produciendo diferentes medidas de reconocimiento, no siempre fue de este modo, y debemos auscultar si, la sociedad en términos generales, sobre todo las nuevas generaciones tienen recuerdo, o, se trabajó y trabaja con políticas de la memoria que tiendan a fortalecer esta cultura. Mas aún en esta época global de aturdimiento informativo e incidencia socio-cultural individualista que anula el pasado y hace un culto a la inmediatez y a la vorágine de un presente efímero

     Por este motivo el recupero de una identidad colectiva inclusiva, y de una identidad narrativa colectiva que abarque la totalidad de lo realmente acontecido y lo ponga en debate es fundante para comprender el presente. La ausencia del sujeto pueblo en los procesos sociales, y el ocultamiento o descalificación de sus líderes por parte de intelectuales al servicio de los factores de poder económicos y sociales, tanto nacionales como extranjeros, es una tarea que nos debemos quienes desde las ciencias sociales trabajamos por el recupero y puesta en valor de una Historia sin “dueñxs”; mucho menos tergiversada y ocultada.

                                                 Profesor Dr. Guillermo M. Batista.

                                          Titular Cátedras Historia Social General y Argentina.

                                          UNLZ-Facultad de Ciencias Sociales-             



[1] Esta definición corresponde en la historiografía argentina a las presidencias sucesivas de Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento y Nicolás Avellaneda, quienes pusieron de pie la estructura del Estado Nacional entre los años 1862-1880, y consolidaron el modelo económico agro-exportador sobre las bases de la inmigración, los ferrocarriles y la relación económica con el mercado mundial liderado por Gran Bretaña.

[2] Con relación a la construcción de este modelo de país, tanto en lo administrativo como en lo económico, social y cultural, ver Jorge Bolívar, «El Proyecto del ’80, 1850-1976. Europeización con dependencia consentida»; en Proyecto Umbral, Resignificar el pasado para reconquistar el futuro, Rosario, Ediciones Circus, 2009. Tulio Halperín Dongho, Proyecto y Construcción de una Nación, Biblioteca del Pensamiento Argentino, Buenos Aires, Ariel Historia, 1998. Oscar Oszlak, La formación del estado argentino, Buenos Aires, Editorial Planeta, 1982. David Rock, El radicalismo argentino, 1890-1930, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2001. Alain Rouquié, Poder Militar y sociedad política en la Argentina I hasta 1943, Buenos Aires, Emecé Editores, 1994.

[3] Para una ampliación acerca de la construcción de una sociedad patricia y la consiguiente marginación de sectores sociales conformados por inmigrantes, sus descendientes y la mixtura con los habitantes originarios de la Argentina; ver Alain Rouquié, op.cit., pp. 46-47. Mario Margulis, Marcelo Urresti y otros, La segregación negada, Buenos Aires, Biblos, 1999. Ezequiel Adamovsky, La historia de la clase media Argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003, Buenos Aires, Planeta de libros, 2015.

[4] Entendemos por el concepto de «sectores populares» aquellos integrantes de las clases medias urbanas

y rurales, que «conformaron un mosaico heteróclito» surgido al calor del modelo agroexportador (Alain Rouquié. op. cit. pp. 52-57). También Ezequiel Adamovsky, en su trabajo ya citado, hace referencia al surgimiento de nuevos sectores sociales a partir de la modernización de inicios del siglo XX (clase media urbana, clase obrera), sobre la base de la relación entre criollos e inmigrantes. En tanto David Rock hace referencia a estos mismos sectores sociales como expresión antagónica a la élite oligárquica y organizados políticamente en la Unión Cívica Radical.

[5] Diana Qautrocchi-Woisson, Los males de la memoria. Historia y política en la Argentina, Buenos Aires, Emecé Editores, 1998, pp. 62-63. Ver también el antagonismo entre la oligarquía y los nuevos sectores sociales organizados en torno a la Unión Cívica Radical, en David Rock, op. cit., pp. 13-80 y 112-117.

[6] Este concepto lo tomamos del trabajo de Diana Quatrocchi-Woisson, quien hace referencia a aquellos espacios apropiados por los Estados con el objetivo de consolidar un relato histórico. En nuestro caso, observamos de qué modo también los gobiernos peronistas se apropiaron o reapropiaron de lugares geográficos y los transformaron en íconos identitarios. En Diana Quatrocchi-Woisson, op. cit

[7] Maristella Svampa, El dilema argentino. Civilización o Barbarie, Buenos Aires, Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, 2006, pp. 45-105. En referencia puntual al Revisionismo histórico ver Diana Quatrocchi – Woisson. op. cit., pp.87-189 y Maristella Svampa, op. cit. pp. 221-243

[8] Federico Neiburg, Los Intelectuales y la invención del peronismo, Buenos Aires, Alianza Editorial, 1998, p. 14.

[9] En el año 1974, el historiador José M. Rosa, impulsó la declaración del feriado inherente a esta gesta, que promulgó el Poder Ejecutivo mediante la Ley 20.770. En el año 2010, fue promovido a feridao nacional por el gobierno de la ex presidenta Cristina F. de Kirchner.

[10] Consistió en una corriente surgida a mediados dela década de los años 1930 dedicada a “revisar” la historiografía liberal ya mencionada tanto de Bartolomé Mitre como de Vicente F. López. Entre sus principales mentores se encontraron Adolfo Saldías, Julio y Rodolfo Irasusta, Carlos Ibarguren, Ernesto Quesada y Ernesto Palacio.

[11] Para una amplia explicación acerca de estos conceptos, su desarrollo en el marco histórico, político y sobre todo cultural de su constitución, como así también acerca del agrupamiento radical de tendencia yrigoyenista (FORJA): ver Juan José Hernández Arregui, La Formación de la Conciencia Nacional 1930-1960, Buenos Aires, Plus Ultra, 1973

[12] Ernesto Laclau, La Razón Populista, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005, p.113.

[13] Williams Rowe y Vivian Schelling, Memoria y modernidad. Cultura popular en América Latina, México D. F., Consejo Nacional para la cultura y las artes, Editorial Grijalbo, 1993, p. 195.

[14] Aclaramxs que, de todos modo,s el debate está instalado también hacia dicha corporación con referencia a la actuación de sus integrantes de acuerdo a sus graduaciones militares, en el campo de batalla. Como así también el comportamiento de algunxs de estxs mandos para con lxs conscriptxs durante la ocupación.

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