martes, 22 de junio de 2021

 

Cenital

POPULISTAS SOMOS TODOS

María Esperanza Casullo
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Algunos pensamientos sobre la política argentina, con un principio orientador: funciona mejor de lo que parece.
20/06/2021

Nos acercamos a las elecciones legislativas de este año; ellas se acercan hacia nosotros como una ballena, un Leviatán, que, lenta pero inexorablemente, llegará a nuestras costas. Digo esto no porque no me gusten las elecciones. Al contrario, las elecciones me encantan, no importa para qué sean. Me encanta ir a votar un domingo y luego juntarme con amigos o familia a comer un asado o algo rico y después esperar para ver los resultados y discutirlos, en general a los gritos. Tal vez tenga esto que ver con pertenecer a una generación que puede recordar las primeras elecciones democráticas de 1983. Yo tenía diez años, mi papá me llevó a los actos de cierre, vi a mi abuelo sacar su Libreta de Enrolamiento de una caja y ponerse camisa y saco para ir a votar, acompañé a mi mamá a las marchas. Mi papá me compró una bandera argentina en el cierre de campaña. Votar todavía nos emociona.

No, digo lo de las elecciones como Leviatán inexorable porque este año nadie tiene la mente en lo electoral ni, agrego, en lo político, salvo en la política entendida como acciones concretas que contribuyen o no contribuyen a resolver los únicos dos temas que le preocupan a la sociedad: la pandemia y la subsistencia. Desde que esto empezó (y todos sabemos lo que es “esto”), las encuestas marcan que esos son los dos temas en el imaginario social. Cuando empeora la pandemia, trepa a la pole position. Cuando lo sanitario mejora algo, como en este último mes, pasa a estar primera la economía. Hay preocupación, duelo, enojo, sensación de daño, y una única pregunta: ¿cuándo termina? Nadie, salvo los profesionales de la política, está pensando en las elecciones. 

Sin embargo, las elecciones van a llegar, de una u otra manera. Y frente a esto, aquellos que se dedican a la política todo el día para que nosotros no tengamos que hacerlo ya están en movimiento. 

No tengo idea de cómo van a salir las elecciones, quién ganará o perderá. Como dije antes, el clima social es de enojo e incertidumbre, no de entusiasmo: ni oficialista, ni opositor. Sólo me gustaría señalar un dato: paradójicamente, en un año caracterizado por la total incertidumbre sobre el futuro, en la Argentina se realizará la elección más predecible en la conformación de las coaliciones en más de una década, probablemente dos. Incertidumbre en el mundo real, solidez en las coaliciones en competencia. ¿Qué raro, no? Somos así. 

Argentina ha vivido un proceso de re-bipartidización en los últimos años. O más bien, como me señala siempre el colega politólogo y columnista de Cenital, Facundo Cruz, la Argentina se ha bi-coalicionalizado. Después de años de una competencia política caracterizada por la fragmentación, hoy compiten en el país dos coaliciones políticas estables, que dejan muy pocos votos por afuera: ni para la ancha avenida del medio, ni para partidos de derecha o izquierda radical. 

Recapitulemos. La Argentina tuvo un sistema político a grandes rasgos bipartidista desde 1946 hasta mediados de la década del 90: la competencia electoral y política se estructuraba alrededor de dos partidos, el PJ y la UCR, que, por un lado, competían entre sí por las candidaturas nacionales, y estaban implantados en todas las provincias argentinas; además de ellos, existían algunos partidos menores y un puñado de partidos provinciales. En realidad, este bipartidismo dejó de existir entre 1955 y 1973, ya que en estos años el peronismo estaba proscripto e impedido de presentarse a elecciones. Pero nadie podía ignorar que, aun prohibido, el peronismo y el radicalismo eran los principales partidos del país. En 1983 se ratificó este bipartidismo: este fue el mapa de los resultados electorales de ese año: 

Rojo y azul en el mapa, y los dos partidos llevándose el 91% de los votos. El bipartidismo se mantuvo incluso en 1989, con el radicalismo en crisis por la hiperinflación. Se mantuvo aún en 1991. Pero se rompió en 1995, con surgimiento del FREPASO, y explotó luego del 2001: éste fue el mapa electoral de la elección del 2003: 

Tres peronistas compitiendo bajo tres sellos distintos: Menem, Kirchner, Rodríguez Saa. Dos ex-radicales: Carrió y López Murphy. Un candidato de la UCR orgánica, Moreau, que sacó sólo 30.000 votos. Un ganador, Menem, con sólo el 24%. 

El peronismo se rearticuló primero: como expliqué en este este artículo publicado en la revista Nueva Sociedad en el año 2015. Sin embargo, la reunificación del peronismo bajo el kirchnerismo fue menos completa de lo que parecía. El peronismo compitió unificado en pocas elecciones desde el 2003. En las compulsas del 2013, 2015 y 2017 sectores importantes compitieron por fuera y, directamente en contra, de la fórmula principal. En el 2019 esta fractura se suturó con la vuelta de Sergio Massa al Frente de Todos. Lo acaso sorprendente es que nadie duda de que esa unidad se mantendrá en estas elecciones.

La dispersión del campo no peronista tardó más en suturarse: hizo falta la aparición del liderazgo de Mauricio Macri, la creación del PRO, la anuencia de Elisa Carrió, y la aceptación por parte de la UCR de que no estaba llamada a encabezar la nueva coalición para que surgiera Cambiemos. Pero también Cambiemos mostró ser duradera: a pesar de los malos resultados del 2019, y de las fricciones entre el liderazgo del PRO y la UCR, nadie cree en serio que la coalición se romperá. Lo que comenzó como una alianza se está transformando en una identidad política. 

Ya las elecciones del 2017 mostraron al peronismo-kirchnerismo y al macrismo como las principales fuerzas en disputa en todo el país: apuestas como las de Randazzo no hicieron pie. En el 2019, Alberto Fernández y Mauricio Macri se repartieron el 88% de los votos totales; asimismo, el FdT y JxC se llevaron la mayoría de los legisladores electos al Congreso. Podría tal vez pensarse que, en estas elecciones, veinte años después, estamos finalmente llegando al final de un proceso por el cual se rearmó el sistema que entonces explotó.

¿Cuáles son las consecuencias de esta re-bicoalicionalización? Para comenzar, parece seguir habiendo poco espacio para terceras fuerzas. Luego, no parece que vaya a disminuir la intensa puja política que algunos han dado en llamar “la grieta”. ¿Por qué desaparecería, cuando hay dos coaliciones enfrentadas, con electorados, preferencias ideológicas y anclajes territoriales distintos? Para finalizar, la misma existencia de esa diferencia de perfiles hoy funciona como un anclaje que estabiliza el sistema: dos coaliciones muy diferentes, pero con bastante amplitud interna, invitan a votar por una o la otra. Queda poco para diferenciarse o para ganar por afuera.

¿Durará? Esto es Argentina, lo único que dura es la certeza de que nada dura.

María Esperanza

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