José María Muñoz fue el propalador más visible de la dictadura aquel 7 de septiembre de 1979. No sería el único, aunque quedó más expuesto que José Gómez Fuentes, Julio Lagos y los editores de la revista Para Ti que idearon una entrevista falsa a la detenida-desaparecida Thelma Jara de Cabezas tres días después. El relator de América, como lo presentaba Radio Rivadavia en sus transmisiones, convocó a la población con fe de cruzado: “Vayamos todos a la Avenida de Mayo y demostrémosles a los señores de la Comisión de Derechos Humanos que la Argentina no tiene nada que ocultar”. Algo semejante hicieron sus colegas de la televisión y la radio. El seleccionado juvenil de fútbol había salido ese mismo viernes campeón mundial en Japón. Le ganó la final a la Unión Soviética 3 a 1. César Luis Menotti era su director técnico y Diego Maradona su principal figura. El fútbol, como tantas otras veces, como durante el Mundial ’78, “se lo comió todo”, escribiría León Gieco en su tema Memoria varios años después.
En la construcción de una subjetividad cómplice, Muñoz se destacaba entre la prensa adicta al régimen genocida. En aquellos días de la visita de la CIDH, jugó un papel clave mimetizado en el éxito deportivo de aquel gran equipo. Seis de sus jugadores habían pasado por la colimba ese año, aunque con evidentes ventajas por su condición de futbolistas notables: Barbas, Simón, Calderón, Escudero, el arquero García y el propio Maradona.
El 10 de septiembre y ya de regreso desde Japón, todos bajaron con caras de pibes sorprendidos de dos helicópteros militares que aterrizaron en la cancha de Atlanta, en el corazón de Villa Crespo. La CIDH estaba en plena recorrida por la Argentina. Se había reunido ese día con el ex presidente Arturo Frondizi. Clarín colocaba en su tapa ambos temas, aunque el futbolístico ocupaba la mayor parte de su portada.
El plantel fue llevado en caravana por la avenida Corrientes hasta la Casa Rosada. Videla lo recibió aprovechándose de la situación. Entre los jugadores también estaba Jorge Piaggio, del club Atlanta. Su tía Elida del Pozo hizo la cola ante las oficinas de la OEA en Avenida de Mayo 760. Había ido a denunciar la desaparición de su hijo, Guillermo Mezaglia. El defensor contó en el libro que acaba de publicarse, El fútbol del sol naciente, del periodista Guillermo Blanco, que la tarde del 7 a la mujer la molieron a palos. “El botón de Videla nos usó de ejemplo. Nos hizo cortar el pelo y hacer el servicio militar”, recordó Maradona en 2017 desde su cuenta de Instagram.
Muñoz monopolizaba audiencias en pleno clima represivo desde La Oral Deportiva, su tradicional programa de Radio Rivadavia. La suya no era una voz solitaria. El 7 de septiembre del ’79, el conductor televisivo Gómez Fuentes convocó a marchar desde canal 7. El periodista Lagos lo hizo en su programa Cada día de Radio Mitre. La CIDH no era bienvenida en el país por la junta militar, aunque se vio obligada a recibirla. Ese sector de la prensa se lo haría saber. En un par de semanas, la Comisión se las ingenió igual para recolectar 5580 denuncias sobre detenidos-desaparecidos. Familiares que llegaron a formar filas de cuatro cuadras de largo, contribuyeron a documentarlas. El Gordo Muñoz fracasó en su prédica que podía resumirse en aquel slogan amargo de “Los argentinos somos derechos y humanos”. Solía verse en calcomanías que se pegaban en las lunetas de los autos.
Cuando la CIDH finalizó su viaje a la Argentina el 20 de septiembre, difundió un comunicado en el que sostenía: “La Comisión estima que el problema de los desaparecidos es uno de los más graves que en el campo de los derechos humanos confronta la República Argentina”. Dejó una serie de recomendaciones. Sus juristas que tomaron las denuncias visitaron Buenos Aires, Córdoba, Tucumán y Rosario, varios centros clandestinos de detención --como una ESMA camuflada que había sido desmantelada días antes-- y se entrevistaron con militares, políticos, jueces y organismos de Derechos Humanos.
Muñoz cuestionó las investigaciones de la CIDH desde su púlpito radiofónico. Era más papista que el Papa. En 1958 había llegado a la dirección de Deportes de Rivadavia. Hasta su muerte en 1992, fue un personaje omnipresente. Pero comenzó a declinar cuando Víctor Hugo Morales cruzó el Río de la Plata desde Uruguay en 1981 para competir con él por la audiencia futbolera.
La adhesión del relator de América a la dictadura ya había quedado clara durante la Copa del Mundo en el ’78. “El mejor Mundial, organización extraordinaria, miles y miles de banderas, miles y miles de gargantas enronquecidas, 25 millones de argentinos que tienen un solo color, el celeste y blanco. El fútbol ha hecho el milagro del país, de este país maravilloso, que nos siguen atacando aquellos que no nos conocen”, dijo en una de sus tantas intervenciones radiales. Hace cuarenta años, aquel 7 de septiembre, se esforzó para que su producción consiguiera que se saludaran al aire Menotti y Videla. El técnico le deseó “éxito en su gestión” desde Japón. Pero antes de que pasara un año, en agosto de 1980, el Flaco firmaría una solicitada que los medios titularon “De Borges a Menotti” en la que se pedía “conocer la lista y los paraderos de los desaparecidos”.
Julio Grondona, quien ya presidía la AFA desde abril de 1979, recibió presiones del régimen para echarlo como entrenador de la selección mayor. Adujo una razón de peso para no hacerlo: era el DT que había conseguido el primer título mundial en el ‘78 y del campeón juvenil al año siguiente. En ese contexto, la prensa “canalla” --la revista Humor la bautizó así-- desempeñaba su papel, incluso colocándose al borde del delito.
Para Ti, publicación de Editorial Atlántida de la familia Vigil, tituló su nota de tapa que salió el 10 de septiembre del ’79: “Habla la madre de un subversivo muerto”. Se trataba de una entrevista apócrifa a la ex detenida-desaparecida Thelma Jara de Cabezas. La madre de Gustavo, su hijo de 17 años secuestrado y desaparecido el 10 de mayo de 1976 en una plaza de Martínez. Una patota que lideraba el represor Ricardo Miguel Cavallo la sacó del centro clandestino de detención de la ESMA y la puso ante los periodistas en una confitería de avenida Figueroa Alcorta y Pampa, en el Bajo Belgrano. El magazine femenino se había prestado a la maniobra que terminó en 2014 con su director Agustín Bottinelli desfilando en la Justicia y bajo proceso. Tuvo que dar explicaciones sobre uno de los momentos más turbios del periodismo complaciente con la dictadura cívico-militar.
A Thelma la habían obligado a ir a ese encuentro para hacer la nota que se publicaría durante aquella visita de la CIDH. Para Ti puso en su boca mientras estaba secuestrada, un pedido para otras madres argentinas: “estén alertas, que vigilen de cerca a sus hijos. Es la única forma de no tener que pagar el gran precio de la culpa, como estoy pagando por haber sido tan ciega, tan torpe”. Muñoz no estaba solo. La contracara de la prensa que él representaba fue el centenar de periodistas desparecidos.
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