Este sábado pasado se realizó el primer congreso nacional de El Manifiesto Argentino. Con la presencia de unos 200 delegados de más de 30 ciudades y 11 provincias, y con figuras que enaltecieron la larga jornada (Leopoldo Moreau, Eduardo Barcesat y Jorge Cholvis, entre otros) y una emotiva solidaridad con la marcha #Niunamenos, los tópicos tratados fueron prácticamente todos. Un centenar de expositores, y miles de seguidores en internet y las redes sociales, consagraron el lanzamiento nacional de esta corriente política.
De ahí al Chaco y ya en domingo, hubo seis horas de carretera para llegar a votar en las PASO provinciales y –también de paso– mirando de reojo los comicios del otro lado del río, donde la intendencia capitalina de Corrientes implicó otra dura pulseada.
El clima general de la república, es evidente, ofrece claroscuros variables y líneas de análisis para todo tipo de intrépidos, ansiosos y diletantes. Fundamentalmente porque si algo está claro es que nada está claro.
El peronismo está en peligro: fuera del poder y fragmentado, es un hecho que incluso en varias provincias que gobierna está cautivo de chantajes del gobierno nacional, y también de sus propias eternas derechas.
El macrismo también está en peligro: con una sociedad descontenta que ya no se traga el cuento de la “pesada herencia”, se lo ve enervado porque Odebrecht, Correo, Soterramiento y otros sustantivos calientes son nubes amenazantes y tormentosas en el cielo paradisíaco que quieren ver el presidente y sus achichincles.
Y ni se diga el radicalismo oficial, tan lejos de Yrigoyen y Alfonsín como penosamente entregado al indigno mendigarle candidaturas al PRO.
Quizás por todo eso en el campo que interesa a esta columna, el nacional y popular, las oscuridades no se aclaran ni ahí, y eso es lo preocupante. Porque más allá de presiones y encuestas –y de las cada vez más obvias, desesperadas operaciones mediáticas de Clarín, La Nación y TN–, los runrunes en todos los mentideros de la política no pasan de los planos conjeturales.
Y entonces es como si todo el país estuviera –y está, y eso es lo fantástico– pendiente de la decisión de la expresidenta. Quien según varias encuestas parecería estar empardada en un 30-35 % con el macrismo bonaerense, lo que no sería carta de triunfo seguro pero tampoco de derrota ídem. Salvo que en octubre se conjuguen los planetas de todo el antikirchnerismo, como sueñan, relamiéndose, en el Grupo Clarín-Nación, Comodoro Py y la Rosada, en ese orden que es el orden del verdadero poder, hoy, en la Argentina.
Así las cosas, en el país político cada quien sigue con obsesiva atención el lento girar de la bolita que no termina de caer en el número deseado y apostado. Al menos en la Provincia de Buenos Aires, donde se supone –muchos lo suponen y acaso erróneamente– que se definirá todo, o sea lo que llaman “la madre de todas las batallas”. Cálculo posible pero también cuestionable a ojos de quienes miran –miramos– al país como una fenomenal complejidad de 24 distritos y no de uno solo por grande que sea.
Y esto les cabe a todos. Porque tanto en la Alianza Cambiemos-UCR como en el entorno de la indiscutida líder del peronismo contemporáneo, lo único que parece claro es que todos los alfiles esperan el movimiento de la dama a ver si da batalla personalmente, o por interpósitos candidatos.
Con ansiedades de signo obviamente opuesto, por un lado los propios parecen apostar cada vez más al sí de la dama. Por el otro, parece cada vez más evidente que los grandes multimedios rodean ya al PJ y al ex ministro Florencio Randazzo, desesperados por investirlo como futuro posible rey aunque un poco lo detestan y otro poco lo desprecian.
Lucha, entonces, sorda y sórdida si las hay. Y de dificilísimo pronóstico porque, de hecho, todavía el reloj urge menos a la dama que a los peones.
Pero el país es mucho más que nuestra megaprovincia, y sería bueno, y aún más sería excelente, que no lo olviden los armadores. El futuro Congreso de la Nación, hoy degradado por el macrismo que gobierna a decretazos como cualquier vulgar dictadura, necesitará de representantes en números que no aporta solita la gran provincia.
Cuando se recorre el país real, el país completo y verdadero, queda claro que ganar o perder la gran batalla bonaerense no lo es todo. Y es emblemático el caso de Córdoba, la provincia más abandonada y dilapidada por el kirchnerismo. Y que fue la que garantizó el triunfo de Cambiemos en 2015 y ahora todo indica que, si no se atiende la voluntad de los cordobeses del campo nacional y popular, puede suceder lo mismo, o peor.
Idem en por lo menos una docena de provincias que entre todas suman tanto como Buenos Aires. Y que sería necio perder, pero se perderá si se siguen tomando decisiones en la Capital Federal y con criterios portuarios que los llevan a sostener insostenibles, resistidos en sus propias provincias pero acaso bancados por quién sabe qué merodeadores de la dama. O sea.
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