martes, 8 de septiembre de 2015

Crisis migratoria. Xenofobia y discriminación

Por Aram Aharonian

En lo que va de este año, al menos dos mil 650 personas murieron al intentar atravesar el Mediterráneo, el área fronteriza más mortífera en el mundo para los migrantes, ruta seguida por más de 310 mil refugiados que durante los pasados meses huyeron de la violencia o el hambre en sus países de origen, unos 200 mil hacia Grecia, 110 mil a Italia.

La causa principal de estas migraciones es el miedo por lo que está ocurriendo en Oriente Medio y África. Francia, Alemania, Italia, entre otras naciones, destinan sus armas a Oriente Medio y son usadas por gobiernos como Arabia Saudí y Qatar para ofrecerlas a los rebeldes que operan en Siria (causando 7,6 millones de desplazados dentro de un país que contaba con 23 millones de habitantes al inicio de la guerra y, hoy, el número de refugiados supera los cuatro millones), Irak, El Líbano, Afganistán, Libia y Egipto, entre otros. Si un sirio quiere escapar de la guerra no puede ir al país vecino porque éstos también están sumergidos en la inseguridad; así que debe subir a un barco, un tren o una balsa para llegar a una zona segura, Europa.

Alemania recibirá este año 800 mil demandas de asilo, cifras parecidas a las de Grecia, Austria, Italia, entre otros, lo que constituye un dilema socioeconómico y político. Es el efecto bumerán: los migrantes que hoy viajan hacia Europa huyen de lo que el propio Occidente sembró.

La mayor parte de los gobiernos del mundo, sobre todo los de la Unión Europea, se niegan a admitir que la crisis de migración no consiste en la llegada de población extranjera a los países receptores de mano de obra, sino en la prohibición de los flujos migratorios, que deriva en la muerte o el encierro en estaciones de seres humanos que huyen de conflictos armados o regímenes totalitarios, en general respaldados por las potencias europeas o Estados Unidos para garantizar la expoliación de sus recursos naturales, que amenazan su existencia.

Lo cierto es que estas medidas en contra de los migrantes no se circunscriben a una Europa occidental cada vez más xenófoba y discriminadora. También en Estados Unidos hay un incremento de la persecución en contra de los migrantes y políticas xenófobas que se sienten estimuladas por las declaraciones racistas del precandidato presidencial republicano Donald Trump, pero también por la concentración de mujeres y niños extranjeros en centros de detención irregulares y violatorios de los derechos humanos.

La xenofobia no es patrimonio de los países centrales. El matutino La Jornada recuerda que también en México tienen lugar acciones intolerables de acoso, persecución y atropello a extranjeros, no sólo por parte de grupos de la delincuencia organizada, sino –más grave aún– por funcionarios del Instituto Nacional de Migración, e incluso, en naciones que forman parte del esfuerzo integrador sudamericano florecen actitudes de rechazo a los migrantes.

Una operación multinacional coordinada por Estados Unidos permitió la última semana la captura de 36 traficantes de migrantes indocumentados –17 en El Salvador, 12 en México y siete en Guatemala–, que eran transportados al sur de Texas. Se utilizaron métodos de vigilancia electrónica, grabadoras ocultas y órdenes de cateo a lo largo de meses de pesquisas en México, Guatemala, El Salvador y Estados Unidos.

En Europa, Luxemburgo, que ocupa la presidencia rotatoria de la UE, propuso la devolución de los migrantes a sus países de origen y la búsqueda de mecanismos para impedir que lleguen a Europa. Pero en realidad es esta prohibición de flujos migratorios la que obstaculiza, criminaliza y convierte en peligroso un tránsito de personas que debiera ser reconocido como un útil y necesario mecanismo de compensación y atenuación de las asimetrías económicas globales.

El ex canciller alemán Gerhard Schroeder habla de “legalizarlos” y Hungría levanta el muro de alambre y púas en la frontera con Serbia y cerró la principal estación de trenes de Budapest a cientos de inmigrantes rumbo a Europa occidental; Macedonia utiliza al ejército y la policía para detenerlos; Austria y Hungría consideran la opción de la fuerza militar y en Francia piden levantar un muro en Calais para impedir que crucen el canal hacia el Reino Unido.

Ante los más recientes hechos trágicos que han cobrado la vida de cientos de migrantes que buscaban llegar a diversos países de la Unión Europea (UE), ésta convocó a los ministros de los Estados miembros a una reunión urgente, el próximo 14 de septiembre, para buscar soluciones a lo que considera una crisis de inmigración.

La cifra de víctimas sigue creciendo ante el desinterés de las autoridades. Más de 200 migrantes murieron el viernes 28 cerca de las costas de Libia al hundirse dos barcos. A esta cifra hay que sumar la de los que no sobreviven el viaje: más de 2.500 personas han perdido la vida en aguas mediterráneas. La portavoz del Alto Comisionado de la ONU para Refugiados, Melissa Fleming, destacó la crueldad de los traficantes que han expandido su negocio del Mediterráneo a autopistas de Europa: se refería a los 71 refugiados muertos (entre ellos, cuatro menores) que la policía austríaca encontró en un camión abandonado en una autopista cerca de la frontera húngara.

La crisis mundial está causada por una embestida internacional de políticas antimigratorias que trasciende sistemas políticos, económicos e ideologías y que mata a miles de seres humanos. Los naufragios en el Mediterráneo no ocurren porque la gente emigre, sino porque está prohibido que lo haga.

Esta política de los gobernantes europeos tiene sus cómplices en los medios hegemónicos de comunicación e información, que alientan esta criminalización de los migrantes, lo que resulta injustificable, en este momento que ellos mismos caracterizan como la integración de un mercado y una sociedad que se pretenden globales y en los que ha sido impuesto el libre tránsito de mercancías y capitales.

Esta persecución y criminalización de la migración significa un grave mentís a los propósitos civilizatorios. Lo lógico sería que la ONU convocara a una reunión urgente orientada a reducir las trabas al libre tránsito humano y a garantizar la vida y la integridad de las personas que se ven forzadas a huir.

El niño que no conoció la paz

El cuerpo leve e inerte de Aylan Kurdi pesa sobre toda Europa. Ese niño de tres años que, en lugar de patear las olas y jugar con arena, yacía muerto y solo en la playa turca se ha convertido en el símbolo de una tragedia que lleva más de cuatro años desangrando Siria, pero que ahora llega a las puertas de nuestras casas y nos abofetea con su horror.

Aylan, siempre alegre en las fotos familiares, nunca supo lo que era la paz. Su corta vida transcurrió entre la guerra y la huida. Tampoco su hermano mayor, Galip, que ha muerto a los cinco años. Ambos procedían de la ciudad siriokurda de Kobane, una población fronteriza con Turquía que se convirtió en el escenario de una de las batallas más encarnizadas entre el Estado Islámico y la guerrilla kurda que logró expulsar a los yihadistas a principios de este año. Pero, para entonces, 300 mil personas, entre ellas la familia de Aylan, habían huido, muchos de ellos a Turquía.

Allí, sus padres trataron de pedir asilo en Canadá, donde vivía la hermana de Abdulah, el padre de los pequeños. Pero su solicitud fue denegada por problemas con las solicitudes procedentes de Turquía. Fue entonces cuando decidieron probar suerte cruzando el mar. Quizás en Europa fuera más fácil lograr un visado, pensaron.

Y así fue como Abdulah, Rehan, Galip y Aylan acabaron apretujándose en un bote con otras 17 personas en la playa turca de Bordum con la intención de recorrer los seis kilómetros que la separan de la isla griega de Kos. Pero la embarcación acabó naufragando y, con ella, todos los sueños de la familia Kurdi. Sólo Abdulah sobrevivió.

Su relato de lo sucedido en el mar es espeluznante. “Conseguimos un bote y empezamos a remar hacia Kos. Después de alejarnos unos 500 metros de la costa, en el bote empezó a entrar agua y se nos mojaron los pies. A medida que aumentaba el agua, aumentaba el pánico. Algunos se pusieron de pie y el bote volcó. Yo sostenía a mi mujer de la mano. Las manos de mis dos niños se escaparon de las mías, intentamos quedarnos en el bote, pero el aire disminuía. Todo el mundo gritaba en la oscuridad. Yo no lograba que mi esposa y mis hijos oyeran mi voz”.

Abdulah lo único que quiere es llevárselos de vuelta a Kobane para que los entierren allí.

06/09/15 Miradas al Sur

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