La aplanadora neoliberal sigue avanzando sobre Sudamérica. En nuestro país no pasa día sin que los diarios derramen una catarata de noticias negativas sobre el futuro del país y la región. Que las pinten color de rosa o las bauticen como “buenas” dando a entender que se trata poner coto a la “aventura populista” del período anterior para avanzar hacia la acumulación que consienta el siempre postergado “derrame”, su sentido debería ser claro para quien disponga de una mínima dosis de conocimiento político, se acuerde del pasado o no pertenezca al reducido bando de los que se benefician de la brutal reconcentración de la riqueza que se está produciendo. Estamos mal y vamos peor. En realidad, los medios difusores de esas noticias y de esos análisis son la punta de lanza de un sistema que en este momento opera a mansalva contra las mayorías. Desconcertadas, inermes, despavoridas o consumidas de rabia impotente, las masas en Argentina y en la mayor parte de América latina se someten, hoy por hoy, al imperio de los oligopolios de prensa y a los tejemanejes de un aparato político y sindical que, en general, parece haber perdido de vista los objetivos éticos y prácticos que deberían movilizarlo. El apetito por las candidaturas, por la prebenda que suponen bancas, cargos o jubilaciones de privilegio que aseguren un futuro seguro a nivel individual, nunca había dejado de estar presente en la política, pero antes era compensado por el compromiso de muchos de los protagonistas de ella, quizá la mayor parte, en las causas que preconizaban. Hoy las proporciones parecen haberse invertido.
Como parte de la decadencia histórica de esta fase de la transición del capitalismo hacia algún otro tipo de sistema, los instrumentos que hasta ahora habían servido para gestionar la vida pública se han mellado más allá de lo tolerable. El peligro que supone esto para la civilización es enorme. Puede que uno de estos días no falte quien diga, parafraseando a Hermann Goering: “Cada vez que escucho la palabra democracia, le quito el seguro a la pistola”…[i]
Un vistazo a un par de portadas de los diarios argentinos provoca náuseas. Por ejemplo un título reza: “El Estado deberá pagar 250 millones de dólares por la expropiación de Aerolíneas durante el kirchnerismo”. “El Banco Mundial ha fallado que Argentina incumplió el artículo IV del Tratado por no haber entregado a los demandantes un trato justo y equitativo de sus inversiones”. 250 millones de dólares no es –a la escala de las finanzas internacionales- una cifra desmesurada, pero, después haber visto el vaciamiento de que fue víctima la empresa de bandera de parte de sus compradores españoles, el robo de sus simuladores de vuelo y aviones, y la transferencia de sus más importantes rutas a otras firmas, tener que indemnizar al Grupo Marsans –cuyo presidente Gerardo Díaz Ferrán permanece en prisión preventiva en España desde 2012 acusado de alzamiento de bienes y blanqueo de dinero en otras causas-, es demasiado fuerte.
Otros títulos hablan de la siniestra reforma laboral en Brasil, y de las no menos siniestras expectativas en el sentido de replicarla en Argentina; de la privatización de ARSAT –una verdadera cesión de soberanía si se consuma la entrega de un proyecto tecnológico de avanzada y de importancia estratégica incalculable, que está a punto de ser negociado por el gobierno con una compañía norteamericana.[ii] A esto se suman, en el plano exterior, los pronunciamientos de los principales jefes de estado del Mercosur que implican una abierta injerencia en los asuntos internos de Venezuela, frustrada en parte por la sensatez y el patriotismo latinoamericano del presidente uruguayo Tabaré Vázquez, y por la actitud entera de los presidentes de Ecuador y Bolivia. Y no hablemos de la guerrilla cotidiana que ejerce la prensa oligopólica repescando y aumentando todos los hechos de corrupción que pueden haberse producido los doce años de la gestión anterior, mientras guarda silencio respecto a los entuertos mucho más graves que se producen en la actual. Como el caso del Correo, la liberación de rutas aéreas en detrimento de la compañía de bandera; el affaire Avianca, la deliberada destrucción del empleo a través de la desregulación de las importaciones, la contracción de una deuda externa pagadera a cien años, el soterramiento del Sarmiento, el tema del ARSAT, la inflación de las tarifas de los servicios y el agravamiento del carácter reaccionario del sistema fiscal, que redistribuye brutalmente el ingreso a favor de los que más tienen. Más el misterio de los “Panamá papers” y las sospechadas connivencias entre el padre del presidente y el empresariado chino.
Para rematar, la guinda que corona el postre: las declaraciones de Durán Barba sacando las cuentas del estado de cosas que vive la Argentina y pintando al votante cristinista en un intento no tanto de definir a este sino de describir al votante “populista” en general. Según el asesor ecuatoriano : "Si alguien vota por Cristina y está vinculado a la economía informal, produce o vende mercaderías con marcas falsificadas, vive de subsidios o es parte del millón de personas vinculadas al narcomenudeo en la Ciudad y en la Provincia, es probablemente un votante duro del cristinismo”.
Y continúa: "No decimos que todos los partidarios de Cristina vivan en esas circunstancias, sino que quienes las viven pueden respaldarla con más firmeza. Desde otro punto de vista, si el encuestado tiene poca información de lo que ocurre en el mundo, cree que sería mejor que todas las empresas fueran estatales para que subsidiaran sus productos y cree en líderes mesiánicos, votará fácilmente por el populismo". [iii]
En el caso de Durán Barba no se puede alegar ignorancia. Se trata de un experto en el examen de la contingencia. Ocurre sin embargo que ese es su límite, es decir, que sus estudios y pronósticos se condensan en el momento actual, sin pretender informar sobre el pasado, sobre las líneas de fuerza que han operado en él para llegar a este presente ni sobre lo que esta acumulación de factores pronostica para el futuro. Es el pragmático por excelencia, cosa que le es muy útil personalmente, pero que asimismo expone la quintaesencia del neoliberalismo, etapa decadente y esperemos que postrera del imperialismo, ocupada no tanto por la producción de bienes como por el vertiginoso flujo del dinero y por el egoísmo más desenfrenado. Durán Barba considera que "los votantes no toman sus decisiones en un mundo pasteurizado", pero afirma que "tampoco lo hacen manipulados por el 'marketing político'", al cual calificó como "sólo un fraude inocente"…
El tiempo del desprecio
“Fraude inocente…” Así se llama ahora al lavado de cerebro. La naturaleza destructiva del neocapitalismo conservador, paradójicamente llamado neoliberal, está hermanada al desprecio por el ser humano. Convertir la información en un sistema de sofisticados mecanismos de alcance global, omnipresente e incesante, ideado para transmitir una versión mentirosa y simplista del mundo, es clave para mantener inalterado el estado de las cosas. El sistema vigente elude esta acusación revirtiendo el argumento y acusando de simplistas y de “conspiracionistas” a quienes evalúan históricamente la crisis del capitalismo y la perversión del imperialismo.
Según Durán Barba hay argentinos que comparten concepciones mágicas del mundo que no se evaporan con facilidad y que eso explica su persistencia. Son, según él, los que adhieren a alguna versión arcaica de la izquierda. Convengamos en que hay algo de eso en las visiones del progresismo y del izquierdismo afectivo o puramente emocional. Pero esto no quita que la comprensión humanista del mundo que radica en lo profundo de la ideología socialista no deje ser veraz ni de contener un núcleo de racionalidad muy superior al rabioso individualismo que subyace en quien aduce que nadie puede tocar sus ganancias porque le pertenecen en exclusiva y no está dispuesto a ceder ni un céntimo de ellas para asegurar el bienestar social.
La noción de plusvalía –es decir el valor agregado que produce un trabajador por encima del valor de su trabajo y que es lo que enriquece al patrono- es repugnante para este tipo de in-sensibilidades. Sin embargo, el secreto del predominio de las grandes fortunas está en que la riqueza enriquece, y en que multiplica exponencialmente el poder de quien puede explotarla porque las condiciones previas de acumulación, la suerte de habitar un entorno geopolítico favorable y también la herencia, la rapacidad o el carácter, lo han favorecido previamente. Está en la raíz del capitalismo depredador negarse a ceder un adarme de las ventajas logradas o robadas por este sistema. Las consecuencias de esta construcción económica y psicológica nos rodean por todas partes; no hay que ponerse a argumentar sobre las guerras y los horrores que ha engendrado para caer en la cuenta de su omnipresencia y poderío: basta pensar que en la suerte que le ha tocado a los tímidos intentos de imponer un programa de salud en Estados Unidos o en la lucha del “campo” contra el asimismo tibio intento de reforma fiscal que supuso “la 125” en la Argentina del 2008.
El sistema capitalista sólo ha concurrido al bienestar general cuando se ha visto obligado a hacerlo. Es decir, cuando sus exponentes más esclarecidos han comprendido que la única manera de desarmar la inquietud social es restablecer un equilibrio que, sin removerlos del centro del poder, consienta una relación más armónica entre las clases. Y cuando se han sentido estimulados a hacerlo ha sido por la presencia de una amenaza exterior. Vulgo, comunismo.
Hoy por hoy, del carácter destructivo-creador que tuvo el capitalismo a lo largo de su historia predomina sólo la primera parte del binomio dialéctico. El sistema quedó en entredicho cuando se convirtió en un aparato succionador de la riqueza y negador de una redistribución así sea parcial de ella. Hasta no hace mucho tiempo esa agresividad y esa negación connaturales al sistema se veían equilibradas en cierta medida por la existencia del mundo bipolar y por el poder compensador de los sindicatos. Hoy eso ha desaparecido casi por completo por la implosión del comunismo y por el impacto de la revolución tecnológica. El capitalismo salvaje hoy campa por sus fueros con sus pinzas militares, comunicacionales y económicas desplegadas.
La capacidad de resistencia de quienes se oponen a este tipo de ordenamiento es limitada. Sin embargo existe; pasa por la introyección y el dominio de las modernas técnicas de la comunicación y por los movimientos de resistencia ciudadana, y por el aprovechamiento de las instancias políticas que restan abiertas. Son, frente al Leviatán, poca cosa, pero consienten un espacio de trabajo donde pueden ir madurando las respuestas para cuando al gigante las contradicciones que porta le exploten en las manos.
Y en cualquier caso, su ejercicio -el ejercicio de una resistencia plural, ideológica y política a la vez- puede consentirnos conservar la razón y evitar el retroceso a la atonía o la barbarie.
[i] La referencia de la frase original de Goering era más ceñida: no estaba referida a la democracia sino a los intelectuales.
[ii] Sometiendo los posibles entredichos que pudieran suscitarse con posterioridad a la venta, a los tribunales de Nueva York.
[iii] “Infobae”, del 23 de julio de 2017.
http://www.enriquelacolla.com
Como parte de la decadencia histórica de esta fase de la transición del capitalismo hacia algún otro tipo de sistema, los instrumentos que hasta ahora habían servido para gestionar la vida pública se han mellado más allá de lo tolerable. El peligro que supone esto para la civilización es enorme. Puede que uno de estos días no falte quien diga, parafraseando a Hermann Goering: “Cada vez que escucho la palabra democracia, le quito el seguro a la pistola”…[i]
Un vistazo a un par de portadas de los diarios argentinos provoca náuseas. Por ejemplo un título reza: “El Estado deberá pagar 250 millones de dólares por la expropiación de Aerolíneas durante el kirchnerismo”. “El Banco Mundial ha fallado que Argentina incumplió el artículo IV del Tratado por no haber entregado a los demandantes un trato justo y equitativo de sus inversiones”. 250 millones de dólares no es –a la escala de las finanzas internacionales- una cifra desmesurada, pero, después haber visto el vaciamiento de que fue víctima la empresa de bandera de parte de sus compradores españoles, el robo de sus simuladores de vuelo y aviones, y la transferencia de sus más importantes rutas a otras firmas, tener que indemnizar al Grupo Marsans –cuyo presidente Gerardo Díaz Ferrán permanece en prisión preventiva en España desde 2012 acusado de alzamiento de bienes y blanqueo de dinero en otras causas-, es demasiado fuerte.
Otros títulos hablan de la siniestra reforma laboral en Brasil, y de las no menos siniestras expectativas en el sentido de replicarla en Argentina; de la privatización de ARSAT –una verdadera cesión de soberanía si se consuma la entrega de un proyecto tecnológico de avanzada y de importancia estratégica incalculable, que está a punto de ser negociado por el gobierno con una compañía norteamericana.[ii] A esto se suman, en el plano exterior, los pronunciamientos de los principales jefes de estado del Mercosur que implican una abierta injerencia en los asuntos internos de Venezuela, frustrada en parte por la sensatez y el patriotismo latinoamericano del presidente uruguayo Tabaré Vázquez, y por la actitud entera de los presidentes de Ecuador y Bolivia. Y no hablemos de la guerrilla cotidiana que ejerce la prensa oligopólica repescando y aumentando todos los hechos de corrupción que pueden haberse producido los doce años de la gestión anterior, mientras guarda silencio respecto a los entuertos mucho más graves que se producen en la actual. Como el caso del Correo, la liberación de rutas aéreas en detrimento de la compañía de bandera; el affaire Avianca, la deliberada destrucción del empleo a través de la desregulación de las importaciones, la contracción de una deuda externa pagadera a cien años, el soterramiento del Sarmiento, el tema del ARSAT, la inflación de las tarifas de los servicios y el agravamiento del carácter reaccionario del sistema fiscal, que redistribuye brutalmente el ingreso a favor de los que más tienen. Más el misterio de los “Panamá papers” y las sospechadas connivencias entre el padre del presidente y el empresariado chino.
Para rematar, la guinda que corona el postre: las declaraciones de Durán Barba sacando las cuentas del estado de cosas que vive la Argentina y pintando al votante cristinista en un intento no tanto de definir a este sino de describir al votante “populista” en general. Según el asesor ecuatoriano : "Si alguien vota por Cristina y está vinculado a la economía informal, produce o vende mercaderías con marcas falsificadas, vive de subsidios o es parte del millón de personas vinculadas al narcomenudeo en la Ciudad y en la Provincia, es probablemente un votante duro del cristinismo”.
Y continúa: "No decimos que todos los partidarios de Cristina vivan en esas circunstancias, sino que quienes las viven pueden respaldarla con más firmeza. Desde otro punto de vista, si el encuestado tiene poca información de lo que ocurre en el mundo, cree que sería mejor que todas las empresas fueran estatales para que subsidiaran sus productos y cree en líderes mesiánicos, votará fácilmente por el populismo". [iii]
En el caso de Durán Barba no se puede alegar ignorancia. Se trata de un experto en el examen de la contingencia. Ocurre sin embargo que ese es su límite, es decir, que sus estudios y pronósticos se condensan en el momento actual, sin pretender informar sobre el pasado, sobre las líneas de fuerza que han operado en él para llegar a este presente ni sobre lo que esta acumulación de factores pronostica para el futuro. Es el pragmático por excelencia, cosa que le es muy útil personalmente, pero que asimismo expone la quintaesencia del neoliberalismo, etapa decadente y esperemos que postrera del imperialismo, ocupada no tanto por la producción de bienes como por el vertiginoso flujo del dinero y por el egoísmo más desenfrenado. Durán Barba considera que "los votantes no toman sus decisiones en un mundo pasteurizado", pero afirma que "tampoco lo hacen manipulados por el 'marketing político'", al cual calificó como "sólo un fraude inocente"…
El tiempo del desprecio
“Fraude inocente…” Así se llama ahora al lavado de cerebro. La naturaleza destructiva del neocapitalismo conservador, paradójicamente llamado neoliberal, está hermanada al desprecio por el ser humano. Convertir la información en un sistema de sofisticados mecanismos de alcance global, omnipresente e incesante, ideado para transmitir una versión mentirosa y simplista del mundo, es clave para mantener inalterado el estado de las cosas. El sistema vigente elude esta acusación revirtiendo el argumento y acusando de simplistas y de “conspiracionistas” a quienes evalúan históricamente la crisis del capitalismo y la perversión del imperialismo.
Según Durán Barba hay argentinos que comparten concepciones mágicas del mundo que no se evaporan con facilidad y que eso explica su persistencia. Son, según él, los que adhieren a alguna versión arcaica de la izquierda. Convengamos en que hay algo de eso en las visiones del progresismo y del izquierdismo afectivo o puramente emocional. Pero esto no quita que la comprensión humanista del mundo que radica en lo profundo de la ideología socialista no deje ser veraz ni de contener un núcleo de racionalidad muy superior al rabioso individualismo que subyace en quien aduce que nadie puede tocar sus ganancias porque le pertenecen en exclusiva y no está dispuesto a ceder ni un céntimo de ellas para asegurar el bienestar social.
La noción de plusvalía –es decir el valor agregado que produce un trabajador por encima del valor de su trabajo y que es lo que enriquece al patrono- es repugnante para este tipo de in-sensibilidades. Sin embargo, el secreto del predominio de las grandes fortunas está en que la riqueza enriquece, y en que multiplica exponencialmente el poder de quien puede explotarla porque las condiciones previas de acumulación, la suerte de habitar un entorno geopolítico favorable y también la herencia, la rapacidad o el carácter, lo han favorecido previamente. Está en la raíz del capitalismo depredador negarse a ceder un adarme de las ventajas logradas o robadas por este sistema. Las consecuencias de esta construcción económica y psicológica nos rodean por todas partes; no hay que ponerse a argumentar sobre las guerras y los horrores que ha engendrado para caer en la cuenta de su omnipresencia y poderío: basta pensar que en la suerte que le ha tocado a los tímidos intentos de imponer un programa de salud en Estados Unidos o en la lucha del “campo” contra el asimismo tibio intento de reforma fiscal que supuso “la 125” en la Argentina del 2008.
El sistema capitalista sólo ha concurrido al bienestar general cuando se ha visto obligado a hacerlo. Es decir, cuando sus exponentes más esclarecidos han comprendido que la única manera de desarmar la inquietud social es restablecer un equilibrio que, sin removerlos del centro del poder, consienta una relación más armónica entre las clases. Y cuando se han sentido estimulados a hacerlo ha sido por la presencia de una amenaza exterior. Vulgo, comunismo.
Hoy por hoy, del carácter destructivo-creador que tuvo el capitalismo a lo largo de su historia predomina sólo la primera parte del binomio dialéctico. El sistema quedó en entredicho cuando se convirtió en un aparato succionador de la riqueza y negador de una redistribución así sea parcial de ella. Hasta no hace mucho tiempo esa agresividad y esa negación connaturales al sistema se veían equilibradas en cierta medida por la existencia del mundo bipolar y por el poder compensador de los sindicatos. Hoy eso ha desaparecido casi por completo por la implosión del comunismo y por el impacto de la revolución tecnológica. El capitalismo salvaje hoy campa por sus fueros con sus pinzas militares, comunicacionales y económicas desplegadas.
La capacidad de resistencia de quienes se oponen a este tipo de ordenamiento es limitada. Sin embargo existe; pasa por la introyección y el dominio de las modernas técnicas de la comunicación y por los movimientos de resistencia ciudadana, y por el aprovechamiento de las instancias políticas que restan abiertas. Son, frente al Leviatán, poca cosa, pero consienten un espacio de trabajo donde pueden ir madurando las respuestas para cuando al gigante las contradicciones que porta le exploten en las manos.
Y en cualquier caso, su ejercicio -el ejercicio de una resistencia plural, ideológica y política a la vez- puede consentirnos conservar la razón y evitar el retroceso a la atonía o la barbarie.
[i] La referencia de la frase original de Goering era más ceñida: no estaba referida a la democracia sino a los intelectuales.
[ii] Sometiendo los posibles entredichos que pudieran suscitarse con posterioridad a la venta, a los tribunales de Nueva York.
[iii] “Infobae”, del 23 de julio de 2017.
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