La militancia kirchnerista es, sin dudas, el segmento más dinámico del rico entramado que compone el movimiento nacional y popular. Ese sector se trazó para sí un nuevo desafío: afiliarse masivamente al Partido Justicialista para asegurarse una conducción afín y evitar que la vieja estructura partidaria del peronismo se vuelque decididamente hacia la derecha (Sergio Massa, José Manuel de la Sota), o asuma rostros mucho más conservadores, como el que cultiva el prolijito gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey.
¿Acaso el objetivo táctico supone un desviamiento estratégico? No, si entendemos como meta final de ese movimiento la construcción de una nueva síntesis política, ideológica y práctica, con vocación seria de alcanzar el poder y eficaz a la hora de disputar la representación de las mayorías populares. Eso, precisamente, fue lo que intentó fundar el kirchnerismo desde su disrupción en 2003, con resultados notables aunque no definitivos, como nada lo es en la historia social.
Alguna vez Néstor Kirchner se definió, aunque en plural, a sí mismo: "Somos peronistas, nos llaman kirchneristas para bajarnos el precio", dijo. Eran los tiempos de las primeras disputas con el duhaldismo y los sectores de la ortodoxia pejotista, a quienes no quería regalarles la legitimidad que dan los símbolos y la letra gruesa de la doctrina.
En 2008, sin embargo, mientras se libraba la lucha contra las patronales sojeras, la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner dijo que "después de las Madres y Abuelas, la Plaza de Mayo ya no puede ser considerada sólo de los peronistas". ¿Hay allí una contradicción con Néstor? Para nada. Lo que hay son dos contextos diferentes, que dan, por separado, racionalidad y sentido a ambas definiciones. El peronismo nunca jamás había arribado desde 1973 a discutir la genealogía del capital como lo hizo en 2008. Esa agudización de las contradicciones que representó el conflicto por las retenciones, necesitaba una nueva identidad político-ideológica que la expresara. Sólo eso.
¿Cuáles son los condicionantes que se presentan hoy? Seguramente otros, distintos de aquéllos. Ante el contragolpe liberal y la ofensiva reaccionaria que presentan, incluso, formas predemocráticas, el movimiento nacional necesita garantizar que el peronismo se asuma desafiante de ese nuevo orden social profundamente recesivo. Confundirse con su rival so pretexto de "surfear" la nueva ola liberal, sería casi un suicidio histórico. Para continuar vivo necesita hoy más que nunca reafirmar su histórica identidad rebelde, plebeya, contestataria, aunque eso suponga aplazar hasta la próxima estación la construcción de una nueva identidad.
Atención, sin embargo: demorar esa necesaria construcción ante situaciones de fuerza mayor no debe implicar abandonar el reto histórico de forjar una nueva síntesis política e ideológica de los subalternos, que si bien abreve en el peronismo abrace distantes puertos ideológicos y prácticas organizativas y políticas disímiles. Ambos son movimientos de un mismo minué, que deben librarse en simultáneo, aunque con prioridades cambiantes. La de ahora es una sola: mantener en el peronismo una conducción funcional al proyecto transformador de la Argentina, iniciado en 2003.
¿Cómo entender sino que tan sólo diez meses atrás, en ocasión del 25 de mayo pasado, Cristina haya señalado que "hemos forjado una nueva identidad democrática" definida no sólo por "estar de acuerdo con que haya elecciones libres y sin proscripciones", ni siquiera sólo por pensar "que es bueno redistribuir el ingreso y que la gente tenga buen nivel y calidad de vida", sino también por "los Derechos Humanos (que) se han incorporado definitivamente a esta nueva identidad democrática (…) y forman parte de nuestra identidad constitutiva", no sólo de "un espacio político" sino de la "condición de Argentina, porque es patrimonio de la Nación y orgullo de la patria"? ¿Qué pasó en el medio como para que esa conceptualización aparezca hoy alejadísima de las discusiones actuales en el seno del peronismo? ¿O será que no está tan lejos?
Sin dudas no lo está. Esas saludables tensiones que florecieron durante el ciclo precedente no capitularán así nomás. El kirchnerismo no es una moda pasajera. Nadie podrá decir que fue un espasmo lo que gobernó la Argentina durante tres mandatos consecutivos y entregó el poder constitucional con una movilización de masas como no se recuerde otra desde, al menos, la celebración popular por el Bicentenario. Cristina sigue siendo la líder indiscutida de la única opción superadora al neoliberalismo extranjerizante que pretende imponer a sangre y DNU el macrismo. No creerlo así significaría entrar en la perversa lógica del enemigo, que impone visiones y sentidos que es necesario desmentir. El peronismo no es, no puede, no será fácilmente presa de los tránsfugas ideológicos que lo convirtieron en una mueca de sí mismo durante los años noventa. En sólo dos meses, y por más dramáticas que parezcan estas horas, el peronismo no está dispuesto a desmarcarse del kirchnerismo que quiso, supo y pudo ser.
Nuevamente se disputa allí, en las fauces de ese movimiento, una parte sustancial del futuro inmediato de la patria. Por algo el torpe apuro del presidente Macri ante los campeones mundiales del capitalismo, por presentar como quien trae a la novia por primera vez a cenar a casa, a Sergio Massa como el "peronista" dócil, amaestrado, que "tiene serias posibilidades de conducir al peronismo en los próximos meses". Otra impericia del fanático de Queen.
Atención, sin embargo: ganar la discusión al interior del peronismo no garantiza, en sí mismo, ningún éxito en la disputa de fondo: imponerse en 2017, y vencer en las próximas presidenciales. Para lograrlo se necesita algo más que un partido bien conducido: cohesión, liderazgo, organización, presencia territorial. ¡Política! ¡Mayorías! Esa es la cuestión.
Pese a todo, el peronismo conserva atributos fundamentales: una líder irreductible (Cristina), la memoria social sobre la década de ampliación de derechos, distribución del ingreso y acceso popular al consumo, y una marca identitaria de origen, un sello distintivo en la subjetividad de sus adherentes con suficiente buena prensa todavía: la lealtad, el orgullo, el sentimiento de pertenencia. Les será muy difícil a sus enemigos ir contra ellas. Aunque está visto: nada es irreversible en la historia. Sólo la organización vence al tiempo, dijo Perón. ¿No volvería a decirlo hoy, viendo las multitudes de jóvenes que se concentran en las plazas cada fin de semana, y en silencio, con sus cánticos, piden que le den tareas a su entusiasmo?
iNFO|news
¿Acaso el objetivo táctico supone un desviamiento estratégico? No, si entendemos como meta final de ese movimiento la construcción de una nueva síntesis política, ideológica y práctica, con vocación seria de alcanzar el poder y eficaz a la hora de disputar la representación de las mayorías populares. Eso, precisamente, fue lo que intentó fundar el kirchnerismo desde su disrupción en 2003, con resultados notables aunque no definitivos, como nada lo es en la historia social.
Alguna vez Néstor Kirchner se definió, aunque en plural, a sí mismo: "Somos peronistas, nos llaman kirchneristas para bajarnos el precio", dijo. Eran los tiempos de las primeras disputas con el duhaldismo y los sectores de la ortodoxia pejotista, a quienes no quería regalarles la legitimidad que dan los símbolos y la letra gruesa de la doctrina.
En 2008, sin embargo, mientras se libraba la lucha contra las patronales sojeras, la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner dijo que "después de las Madres y Abuelas, la Plaza de Mayo ya no puede ser considerada sólo de los peronistas". ¿Hay allí una contradicción con Néstor? Para nada. Lo que hay son dos contextos diferentes, que dan, por separado, racionalidad y sentido a ambas definiciones. El peronismo nunca jamás había arribado desde 1973 a discutir la genealogía del capital como lo hizo en 2008. Esa agudización de las contradicciones que representó el conflicto por las retenciones, necesitaba una nueva identidad político-ideológica que la expresara. Sólo eso.
¿Cuáles son los condicionantes que se presentan hoy? Seguramente otros, distintos de aquéllos. Ante el contragolpe liberal y la ofensiva reaccionaria que presentan, incluso, formas predemocráticas, el movimiento nacional necesita garantizar que el peronismo se asuma desafiante de ese nuevo orden social profundamente recesivo. Confundirse con su rival so pretexto de "surfear" la nueva ola liberal, sería casi un suicidio histórico. Para continuar vivo necesita hoy más que nunca reafirmar su histórica identidad rebelde, plebeya, contestataria, aunque eso suponga aplazar hasta la próxima estación la construcción de una nueva identidad.
Atención, sin embargo: demorar esa necesaria construcción ante situaciones de fuerza mayor no debe implicar abandonar el reto histórico de forjar una nueva síntesis política e ideológica de los subalternos, que si bien abreve en el peronismo abrace distantes puertos ideológicos y prácticas organizativas y políticas disímiles. Ambos son movimientos de un mismo minué, que deben librarse en simultáneo, aunque con prioridades cambiantes. La de ahora es una sola: mantener en el peronismo una conducción funcional al proyecto transformador de la Argentina, iniciado en 2003.
¿Cómo entender sino que tan sólo diez meses atrás, en ocasión del 25 de mayo pasado, Cristina haya señalado que "hemos forjado una nueva identidad democrática" definida no sólo por "estar de acuerdo con que haya elecciones libres y sin proscripciones", ni siquiera sólo por pensar "que es bueno redistribuir el ingreso y que la gente tenga buen nivel y calidad de vida", sino también por "los Derechos Humanos (que) se han incorporado definitivamente a esta nueva identidad democrática (…) y forman parte de nuestra identidad constitutiva", no sólo de "un espacio político" sino de la "condición de Argentina, porque es patrimonio de la Nación y orgullo de la patria"? ¿Qué pasó en el medio como para que esa conceptualización aparezca hoy alejadísima de las discusiones actuales en el seno del peronismo? ¿O será que no está tan lejos?
Sin dudas no lo está. Esas saludables tensiones que florecieron durante el ciclo precedente no capitularán así nomás. El kirchnerismo no es una moda pasajera. Nadie podrá decir que fue un espasmo lo que gobernó la Argentina durante tres mandatos consecutivos y entregó el poder constitucional con una movilización de masas como no se recuerde otra desde, al menos, la celebración popular por el Bicentenario. Cristina sigue siendo la líder indiscutida de la única opción superadora al neoliberalismo extranjerizante que pretende imponer a sangre y DNU el macrismo. No creerlo así significaría entrar en la perversa lógica del enemigo, que impone visiones y sentidos que es necesario desmentir. El peronismo no es, no puede, no será fácilmente presa de los tránsfugas ideológicos que lo convirtieron en una mueca de sí mismo durante los años noventa. En sólo dos meses, y por más dramáticas que parezcan estas horas, el peronismo no está dispuesto a desmarcarse del kirchnerismo que quiso, supo y pudo ser.
Nuevamente se disputa allí, en las fauces de ese movimiento, una parte sustancial del futuro inmediato de la patria. Por algo el torpe apuro del presidente Macri ante los campeones mundiales del capitalismo, por presentar como quien trae a la novia por primera vez a cenar a casa, a Sergio Massa como el "peronista" dócil, amaestrado, que "tiene serias posibilidades de conducir al peronismo en los próximos meses". Otra impericia del fanático de Queen.
Atención, sin embargo: ganar la discusión al interior del peronismo no garantiza, en sí mismo, ningún éxito en la disputa de fondo: imponerse en 2017, y vencer en las próximas presidenciales. Para lograrlo se necesita algo más que un partido bien conducido: cohesión, liderazgo, organización, presencia territorial. ¡Política! ¡Mayorías! Esa es la cuestión.
Pese a todo, el peronismo conserva atributos fundamentales: una líder irreductible (Cristina), la memoria social sobre la década de ampliación de derechos, distribución del ingreso y acceso popular al consumo, y una marca identitaria de origen, un sello distintivo en la subjetividad de sus adherentes con suficiente buena prensa todavía: la lealtad, el orgullo, el sentimiento de pertenencia. Les será muy difícil a sus enemigos ir contra ellas. Aunque está visto: nada es irreversible en la historia. Sólo la organización vence al tiempo, dijo Perón. ¿No volvería a decirlo hoy, viendo las multitudes de jóvenes que se concentran en las plazas cada fin de semana, y en silencio, con sus cánticos, piden que le den tareas a su entusiasmo?
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