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Por Claudio Panella*
El 4 de junio de 1943 las Fuerzas Armadas derrocaron al gobierno de Ramón Castillo, poniendo fin de ese modo a más de una década signada por el fraude electoral, heredera directa del golpe de Estado que derrocó a Hipólito Yrigoyen en 1930. El nuevo gobierno, encabezado por el Gral. Pedro Ramírez, adoptó una serie de medidas autoritarias que produjeron malestar en la población, que en parte había visto con buenos ojos el desplazamiento del régimen conservador. Con el transcurso de los meses, sólo un área de gestión, la laboral, mostró un rostro diferente: concretamente, el desempeño del Cnel. Juan Perón al frente de la Secretaría de Trabajo y Previsión. La política proobrera del mencionado, la respuesta brindada por parte de su cartera a los legítimos reclamos de los trabajadores -demorados por años-, y la legislación laboral que se implementó, le valieron el apoyo de la clase laboriosa. Luego de los sucesos que culminaron el 17 de octubre de 1945, se concretó su candidatura a la presidencia de la Nación, con la que triunfó en los comicios del 24 de febrero de 1946.
La asunción del mando se programó para el 4 de junio siguiente, por lo que ese día los candidatos electos como presidente y vice, Gral. Juan Perón –había ascendido a ese grado en diciembre del año anterior- y Dr. Hortensio Quijano, debían jurar sus respectivos cargos. Lo hicieron en el Congreso Nacional ante la Asamblea Legislativa, que no contó sin embargo con la presencia de los legisladores opositores, y luego de la misma el nuevo presidente pronunció un mensaje que comenzó con una inevitable referencia al pasado reciente. Expresó que “el proceso revolucionario abierto el 4 de junio de 1943 se cierra el 4 de junio de 1946”, retornando en consecuencia el Ejército a sus cuarteles. A continuación se explayó sobre la acción futura de su gobierno en materia política, social, económica, financiera y de relaciones exteriores, deteniéndose en algunos aspectos puntuales, como el de la educación universitaria, sobre la que afirmó: “Me parece que ninguna labor puede ofrecer un carácter más democrático que la de hacer asequibles los estudios superiores a las clases más modestas. Las universidades no han de ser el recinto de los que quieran estudiar o de los que económicamente puedan hacerlo, sino de los que lo merezcan por sus dotes intelectuales aunque no puedan económicamente. La capacidad, y no el dinero, ha de ser la llave que abra a todos los ciudadanos las puertas de la ciencia”.
Luego de la ceremonia las nuevas autoridades, en una caravana de automóviles con el acompañamiento de granaderos a caballo, se trasladaron hasta la Casa Rosada, donde el presidente saliente, Gral. Edelmiro Farrell, le transmitió el mando a Perón haciéndole entrega del bastón y banda presidencial. Seguidamente, el nuevo presidente, junto a sus ministros, se trasladaron hasta los balcones para recibir una prolongada ovación por parte de las numerosas personas presentes en la Plaza de Mayo.
El historiador Félix Luna, rememoró la significación de aquella jornada: “El 4 de junio hizo Perón el ritual recorrido desde el Congreso Nacional hasta la Casa Rosada, aclamado por una delirante multitud. Era un día martes y Farrell había decretado feriado el día anterior a la transmisión del mando; por su parte, Perón declaró feriado el siguiente, de modo que fue casi una semana de holgorio. Era difícil no sentirse contagiado por esa atmósfera de verbena que envolvía al país entero. Habían pasado tres años justos desde el golpe militar que derrocara al viejo régimen conservador. En esos 36 meses habían ocurrido procesos políticos y sociales tan profundos y vigorosos que aquel banal motín castrense había conseguido desembocar –justificándose- en este formidable movimiento de masas que marcaría con su presencia toda la década siguiente”. Comenzaba de ese modo una nueva etapa de la historia nacional, que con propiedad se denominó la Nueva Argentina.
*Profesor de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.