miércoles, 8 de agosto de 2012

DESMONUMENTANDO




Avenida con el nombre de Julio A. Roca cambiará por el de un cacique mapuche
Información de la Comunidad Mapuche
Puelmapu: Avenida con el nombre del genocida Julio Argentino Roca es cambiado por el de Lonko Valentín Sayhueque
Sierra Grande, Rio Negro. El Consejo Deliberante de la Municipalidad, en sesión ordinaria da tratamiento al proyecto 67/12, con dictamen favorable de la Comisión de Asuntos Constitucionales. Se aprueba por UNANIMIDAD el cambio de nombre de la Avenida Julio A. Roca por el de LONKO VALENTIN SAYHUEQUE. A propuesta de Las Comunidades Mapuche Chewelche: Kintul Folil, Lof Quiñelaf, Lofche Cañumil-Sayhueque, Kona Niyeu, Somuncura.

Los concejales habían elaborado un proyecto proponiendo el cambio del nombre original por el de "Pueblos Originarios".

Nosotros como Mapuche Chewelche manifestamos que coincidíamos en la necesidad de cambiar el nombre de dicha avenida, pero nombrarla como “Pueblos Originarios” era homogeneizar, no reconocer la diversidad étnica y cultural, y negar la preexistencia de los Pueblos Mapuche y Chewelche en este territorio. Asimismo propusimos el nombre de Lonko Valentín Sayweke reconociendo la lucha y resistencia de esta autoridad originaria

Somos conscientes que la “historia oficial” no cuenta la verdad sobre nuestros héroes y el proceso real de exterminio e invisibilización sufrido por nuestro Pueblo, el cambio de nombre no solo refleja el revisionismo histórico sino también la construcción y consolidación de una nueva sociedad donde se reconozca la existencia del Otro como sujeto de derecho, valorando las diversas formas de vida, estableciendo, una relación de respeto y tolerancia. Se trata de encontrar formas complejas de relación intercultural que aporten a la construcción de una sociedad más humana, más justa y más diversa del punto de vista cultural, social y político.

SAYHUEQUE dejo hijos y nietos, los hechos de su vida continuaran transmitiéndose… Han pasado varias generaciones, desde su desaparición y su existencia refleja la historia de un pueblo en un lapso destacable y memorable.

El Collón Curra sigue cantando tus días a la piedra que rueda y lleva sus desdichas a lejanos parajes. Y la Pirren Mahuida eterna te da la aprobación.

Bien viviste y bien moriste. Como un lonko con tu pueblo y por tu pueblo.

Un Ñanco revolotea sobre tu tumba, otea, pica, planea, parece cuidar el cielo. Wenu Comoe.

Sayhueque permanece, vive. Como vive y vivirá su Pueblo Mapuche-Chewelche, mientras exista dentro y fuera del COMOE, un hermano que sienta y recuerde

-Quimey pun. Nien fentren huaiquillen, ka quimey killen fitrun kutral purray Wenu mapu yihuin piuke, Inche mañun eimi Guenechen.

-Hermosa noche. Tiene muchas estrellas y una buena luna. El humo del fuego sube de la tierra al cielo. Mi corazón esta contento, Guenechen, te agradezco.

Sayhueque está, permanece, vive. Como vive y vivirá la Nación Mapuche, mientras exista , un hermano que sienta y recuerde.

… PETU MONGELEIÑ (todavía estamos vivos)

¡¡¡ Mariciwew Mariciwew !!!

Comunidades Mapuche Chewelche:

Kintul Folil, Lof Quiñelaf, Lofche Cañumil-Sayhueque, Kona Niyeu, Somuncura

Fuente: http://www.mapuexpress.net/?act=news&id=8936

GB

martes, 7 de agosto de 2012

BORGES Y EVITA

Borges: “La cifra perfecta de una época irreal”

Publicamos el cuento de Jorge Luis Borges, El Simulacro, de 1960. Una muestra de desprecio hacia el peronismo, encarnado en la persistente presencia de Evita. 
http://www.perfil.com/export/sites/diarioperfil/img/2010/politica/0726_cristina_evita_g_dyn.jpg_1121220956.jpg
El Simulacro

En uno de los días de julio de 1952, el enlutado apareció en aquel pueblito del Chaco. Era alto, flaco, aindiado, con una cara inexpresiva de opa o de máscara; la gente lo trataba con deferencia, no por él sino por el que representaba o ya era. Eligió un rancho cerca del río; con la ayuda de unas vecinas, armó una tabla sobre dos caballetes y encima una caja de cartón con una muñeca de pelo rubio. Además, encendieron cuatro velas en candeleros altos y pusieron flores alrededor. La gente no tardó en acudir. Viejas desesperadas, chicos atónitos, peones que se quitaban con respeto el casco de corcho, desfilaban ante la caja y repetían: Mi sentido pésame, General.

 Este, muy compungido, los recibía junto a la cabecera, las manos cruzadas sobre el vientre, como mujer encinta. Alargaba la derecha para estrechar la mano que le tendían y contestaba con entereza y resignación: Era el destino. Se ha hecho todo lo humanamente posible. Una alcancía de lata recibía la cuota de dos pesos y a muchos no les bastó venir una sola vez.

¿Qué suerte de hombre (me pregunto) ideó y ejecutó esa fúnebre farsa? ¿Un fanático, un triste, un alucinado o un impostor y un cínico? ¿Creía ser Perón al representar su doliente papel de viudo macabro? La historia es increíble pero ocurrió y acaso no una vez sino muchas, con distintos actores y con diferencias locales. En ella está la cifra perfecta de una época irreal y es como el reflejo de un sueño o como aquel drama en el drama, que se ve en Hamlet. El enlutado no era Perón y la muñeca rubia no era la mujer Eva Duarte, pero tampoco Perón era Perón ni Eva era Eva sino desconocidos o anónimos (cuyo nombre secreto y cuyo rostro verdadero ignoramos) que figuraron, para el crédulo amor de los arrabales, una crasa mitología.

POR AGENCIA PACO URONDO
GB

MILAGROS Y LA RATA

Militancia
La dirigente, junto a otros militantes de la Tupac Amaru, charlaron con el periodista. "Si algún compañero se equivocó pedimos perdón".
http://www.youtube.com/watch?v=UF_S9N5rIBg&feature=player_embedded

GB

lunes, 6 de agosto de 2012

PERON: UNIDOS Y ORGANIZADOS.

 Ante un numeroso grupo de ladrilleros proveniente de diversas zonas del país.
   21 de agosto de 1945.

Estado y sindicatos. El Pueblo. Identidad.

     “Si se observa el panorama de la República, se ven perfectamente divididos los dos bandos. De un lado esta claramente determinada la oligarquía que se había entronizado en el país durante tantos años, esa oligarquía que había conseguido explotar todo lo que era explotable y había llegado hasta extremos de explotar la miseria, la ignorancia y la desgracia de nuestra clase trabajadora. Esos hombres, que jamás tuvieron escrúpulos ni frente a la desgracia, ni frente al dolor, ni frente al sacrificio de nuestras masas, se sienten hoy humanizados por un sentido de democracia que nunca sintieron sino para explotar la democracia en su propio provecho.

    Así como antes la oligarquía exploto esa democracia en su provecho con la secuela de fraudes, coimas y negociados de que esta llena nuestra historia política; así como explotó la democracia en su provecho  en perjuicio de la clase trabajadora, hoy pretende levantar la bandera de la democracia que no siente, para servir a sus futuros intereses políticos, que han de transformarse como siempre en pesos succionados a los pobres trabajadores que son los que menos tienen, pero que son los mal capacitados para trabajar, para sufrir y para producir.

    En cambio, los trabajadores están dando al país un ejemplo que debe 'ser imitado por todos. Los obreros están unidos y organizados, protegidos  en su organización gremial y sindical y apoyados por el Estado en sus justas aspiraciones. El Estado no obliga a la agremiación, pero aconseja que se 'agremien porque así los trabajadores en el futuro, bien organizados, con dirigentes honrados y leales a su frente, podrán mantener las conquistas logradas cuando nosotros hayamos desaparecido de la función pública.

    Dijimos hace dos años que la Revolución debía pasar al pueblo, Para mí, "pueblo" es todo habitante de la República que se comporta de acuerda con las necesidades de la Nación. La parte más importante de un pueblo es la que trabaja y produce, y la menos importante es la que consume sin producir. No creo que lo que ha llegado a calificarse en todas partes como "pueblo" obedezca a este concepto integral. Cuando se dice "pueblo", somos nosotros; y cuando se dice "aristocracia", "capitalismo" y otras cuantas calificaciones, son ellos. Aquellos que afirman que nos hemos colocado frente al pueblo, deben volver la oración por pasiva, porque los que han estado, están y estarán siempre contra el pueblo son ellos y no nosotros. Ellos habían conseguido siempre triunfar, y no se pueden conven­cer de que ahora han sido vencidos.

   Es natural, pues, que les quede ese elementalísimo recurso de apelar a cualquier medio para impedir la derrota. Seguiremos imperturbables en nuestro camino, convencidos de que los trabajadores no volverán a equivocarse oyendo los cantos de sirena y la dia­léctica de hombres que en su vida no hicieron otra cosa que engañar al pueblo trabajador de la República. ¡Piensen ustedes cuántas verdades han dicho ellos y cuántas nosotros! ¡Piensen cuántas leyes obreras proclamaron ellos durante cincuenta años y cuántas cumplieron y, en cambio, cuántas conquistas sociales de las que nosotros no hemos hecho alarde, pero que hemos llevado a la práctica! Es que nosotros no decimos, sino que hace­mos. No tenemos precio, no hemos negociado con la función pública. Si por desgracia en esta casa puede haber algún bandido a quien se le ocurriese lucrar con su cargo, el día que lo descubramos tendrá el castigo que le corresponde.”

       “El país necesita una clase obrera que deponga todo interés que no sea el de la clase trabajadora que lucha por su unidad para defender sus propias conquistas, porque si no lo hace no encontrarán a nadie que lo haga en reemplazo de ella.”

Prof GB

12 de agosto, Día de la Reconquista

Por agenda de reflexión.
 
Las naciones adquieren su fisonomía en la lucha por su independencia y su integridad, y la nuestra no constituye una excepción. Es que sólo quien se enfrenta a la historia puede dominarla; por el contrario, quien quiere evitarla y pasarla por alto es su prisionero. No comprenderá nada de nuestra historia, pasada y presente, quien no tenga presente esta noción, harto descuidada. A una dura empresa de más de cuatro siglos debemos el ser de la Argentina.
Con el siglo XIX se inicia en Buenos Aires un primer esbozo de vida social refinada. Se traen pelucas de Francia y se empiezan a ensayar torpes y grotescas reverencias en la corte del virrey. El Telégrafo Mercantil se referirá a esos tenderos y contrabandistas puestos a aristocracia aluvional renegando
del que a nadie quita
cortés el sombrero
y que hace diez años
era aquí pulpero.
En Europa, el 21 de octubre de 1805 la flota española es totalmente aniquilada por la inglesa en el desastre de Trafalgar y al año siguiente el emperador Napoleón da el golpe de gracia a los prusianos en la batalla de Jena. Los ingleses alentaban el propósito de aprovechar la decadencia y depresión de España para sucederla en la posesión de sus colonias. Era la coronación de un viejo anhelo, y el triunfo definitivo sobre el espíritu “papista” y católico, un obstáculo para la dominación mundial del naciente imperio británico.

La perspectiva debía ser grata también a muchos en el nuevo mundo, asqueados por el deshonor y la ruina a la que los arrastraba la política de Carlos IV. El más activo de los precursores del propósito independista bajo la protección británica era el venezolano Francisco de Miranda, inquieto personaje de la Ilustración que había actuado en la Revolución francesa y luego como consejero de la gran Catalina de Rusia, lo que prueba sus cualidades persuasivas y la extensión de sus vinculaciones. Un inglés amigo de Miranda y como éste de la rama gran Oriente de la masonería, el comodoro sir Home Riggs Popham [retrato de la derecha], va a intentar la aventura de realizar esas ideas en nuestro Río de la Plata con una escuadra de ocho buques que traía a bordo mil doscientos hombres de desembarco comandados por el mayor general Guillermo Carr Beresford.
El virrey marqués Rafael de Sobremonte, alertado por el gobernador de Montevideo don Pascual Ruiz Huidobro, supuso que los barcos –por su tamaño- no podrían entrar al puerto de Buenos Aires, por lo cual se apresuró a mandar a Montevideo las escasísimas fuerzas veteranas con que contaba la capital del virreinato, y ordenó el acuartelamiento de las milicias populares.
Pero el 25 de junio recibió con gran estupor la noticia de que los ingleses habían desembarcado en Quilmes y se dirigían sobre Buenos Aires. Rápidamente envió para detenerlos a cuatrocientos milicianos y cien bladengues mal armados, que fueron dispersados por el excelente fuego de las baterías inglesas y el de su disciplinada infantería. Despejado el camino, el jefe inglés intimó la rendición de la ciudad. El brigadier Hilarión de la Quintana, a cargo de la defensa, vio la inutilidad de resistir y entregó la ciudad y el fuerte. Entre tanto, Sobremonte se había retirado hacia Córdoba a fin de organizar desde allí el rescate.

El general Beresford tomó posesión del gobierno en nombre de Jorge III y obligó a las reparticiones de la administración a prestarle juramento de fidelidad. Con la facilísima conquista de Buenos Aires, los ingleses creyeron que habían ganado el virreinato para el imperio. Mientras, los habitantes de la ciudad se sintieron consternados y humillados por la derrota, según revelan las memorias de la época, y aun las de los mismísimos ocupantes, quienes advertían el rencor latente bajo las relaciones convencionales. No faltó, por cierto, como el futuro terminaría acostumbrándonos, la facción que trató de congraciarse con el invasor y se ligó a su suerte: ya habían llegado hasta aquí las ideas de Francisco de Miranda.
Sobremonte reunía milicias en Córdoba, Ruiz Huidobro en Montevideo y don Juan Martín de Pueyrredón [retrato de la izquierda] y otros más reclutaban gente en la campaña. Sólo se necesitaba el jefe que coordinara estos esfuerzos dispersos y los organizara para la acción.

1º de julio de 1806. En una celda del convento de Santo Domingo, el capitán de navío francés al servicio del rey de España don Santiago de Liniers y Brémond [retrato a la derecha, abajo, óleo sobre tela, de Rafael del Villar] mantiene una conversación secreta con el prior fray Gregorio Torres. Acaba de llegar a la ciudad. En las últimas jornadas ha permanecido al frente de la batería de la Ensenada, distanciado de los combates que culminaron con la derrota de las fuerzas del virreinato. Está decidido a lanzarse nuevamente a la lucha para liberar a Buenos Aires. Y así lo comunica, con emocionada determinación, al prior de Santo Domingo:
- Estoy resuelto a hacerlo, reverendo padre. Hoy mismo, en el transcurso de la misa, he hecho ante la imagen sagrada de la Virgen un voto solemne. Le ofreceré las banderas que tome a los británicos si la victoria nos acompaña. Y no dudo que la obtendré si marcho a la lucha con la protección de Nuestra Señora.
La promesa no es vana. Nueve días más tarde, y después de ponerse al tanto de los trabajos de resistencia que organizan en la ciudad los grupos acaudillados por Martín de Alzaga, Liniers se embarca en Las Conchas (el actual puerto del Tigre) y se dirige a la Banda Oriental para combinar operaciones con Ruiz Huidobro.
Beresford, entre tanto, exige y obtiene que le sea entregado el tesoro que en el momento del ataque a la ciudad fuera conducido por orden de Sobremonte a la villa de Luján. Una partida de soldados británicos se dirige hacia esa localidad y trae de regreso, en un tren de carretas, los caudales reales. El dinero, que suma más de un millón de pesos fuertes, es entonces embarcado en una de las fragatas de Popham y conducido inmediatamente a Gran Bretaña, inaugurando una larga tradición bicentenaria. Posteriormente será repartido entre todos los jefes, oficiales y soldados que intervinieron en la expedición.
Buenos Aires bulle ya en actividades conspirativas. Numerosos soldados británicos son inducidos a desertar, hecho que obliga a Beresford a lanzar un bando por el cual amenaza con la pena de muerte a todo aquel que incite a sus tropas a abandonar las filas. Alzaga, entre tanto, trabaja activamente junto con sus compañeros, decididos a jugarse el todo por el todo para expulsar a los ingleses. Entre los cabecillas de los grupos que actúan en la ciudad, se destaca Felipe Sentenach, el hombre que pone en marcha el “plan de las minas”, con el cual pretenden volar los emplazamientos de las tropas británicas: el fuerte y el cuartel de la Ranchería (este último ubicado en la actual esquina de Perú y Alsina). Este proyecto no se limita únicamente a una operación contra los ingleses; tiene, también, proyecciones políticas: mientras excavan los túneles, los miembros del grupo señalan que, si la reconquista tiene éxito, ellos, en nombre del pueblo, convocarán a Cabildo Abierto para elegir los jefes que “supremamente han de gobernar hasta que otra cosa se determine por nuestro monarca”. La decisión de eliminar a Sobremonte del gobierno del virreinato surge, pues, con mucha anterioridad a la derrota de las fuerzas británicas. El virrey, con su retirada, se ha ganado el repudio de los criollos y españoles de Buenos Aires quienes, llegado el momento, no vacilarían en derrocarlo designando en su reemplazo al caudillo de la reconquista, Santiago de Liniers.
La acción libertadora se encuentra ya en marcha. Mientras en Montevideo Ruiz Huidobro y Liniers organizan con el entusiasta apoyo de la población las fuerzas que habrán de marchar sobre Buenos Aires, Pueyrredón reúne gran cantidad de paisanos de los partidos de San Isidro, Morón, Pilar y Luján. También de la capital llegan centenares de hombres, ansiosos por participar en la lucha. Pueyrredón establece entonces el punto de concentración en la chacra de Perdriel, propiedad del padre de Manuel Belgrano, que estaba emplazada en los terrenos actualmente ubicados entre el Colegio Militar de la Nación y la estación Villa Ballester.
4 de agosto de 1806, a las nueve de la mañana. En el fondeadero del río Las Conchas reina un movimiento extraordinario. Decenas de pequeñas embarcaciones se aproximan a la ribera provenientes de la Colonia del Sacramento, venciendo a favor de una neblina propicia pero habitual en el invierno local la dificultad de cruzar el río vigilado por los ingleses, y de ellas descienden los soldados de la fuerza expedicionaria de Liniers. El marino francés, que hace ya más de treinta años sirve a la corona de España, da así principio a la marcha que culminará con la reconquista de Buenos Aires. Del gobernador de Montevideo obtuvo seiscientos hombres, la tercera parte soldados regulares y el resto milicianos, que se sumaron a los trescientos marineros, y también a un puñado de franceses de un buque corsario que estaba a la sazón en la capital oriental.
En menos de una hora las tropas terminan la operación de desembarco. Se resuelve pernoctar en el lugar para iniciar el avance al día siguiente. Los soldados deben soportar esa noche una violenta lluvia que, con breves interrupciones, habrá de prolongarse hasta el día 8. Ese temporal tiene decisiva influencia en el desarrollo de las operaciones pues Beresford, que se proponía salir de Buenos Aires para enfrentar a campo abierto a las columnas de los criollos, se ve obligado a permanecer en la ciudad. Desprovisto de tropas de caballería, el general inglés considera imposible marchar a pie con sus soldados por los caminos que la lluvia ha convertido en ríos de barro.
Las tropas españolas y criollas acometen, sin embargo, la dura travesía por el lodazal. Salvo una compañía de dragones y la caballería voluntaria que comanda Pueyrredón, que pocos días antes había sufrido un revés en la chacra de Perdriel, el resto de la fuerza debe marchar a pie. El 10 de agosto el ejército acampó en los Corrales de Miserere (actual Plaza Once), y desde allí le intimó a Beresford la rendición, dándole quince minutos para responder. Ambos ejércitos disponían de poco más de mil efectivos, pero la diferencia estaba en la preparación, adiestramiento, equipamiento, armamento y experiencia. La negativa del jefe inglés dio la señal de la marcha. Liniers dirigió su tropa al Retiro, en cuya plaza de toros (aproximadamente en la actual esquina de Santa Fe y Maipú) se había fortificado el enemigo. Se combatió todo el día 11 desde la madrugada, con gran ardor por ambas partes. Al anochecer, los ingleses –con su jefe a la cabeza, que había dirigido la acción todo el día- se replegaron hacia la plaza Mayor y el fuerte.
En la ciudad, Beresford verifica con alarma la creciente hostilidad de la población. Mientras, por el contrario, Liniers no dejaba de incorporar entusiastas voluntarios. Al caer la tarde, arriba al fuerte el capitán brigadier Hilarión de la Quintana, quien presenta a Beresford una intimación de rendición. Este último la rechaza en caballeresco mensaje y, temiendo un sorpresivo ataque nocturno, atrinchera sus fuerzas en torno de la plaza Mayor. Hombres y cañones son emplazados en el fuerte, la recova y los edificios y calles que rodean la plaza. El temido asalto, sin embargo, no se produce todavía.
Los cañones son arrastrados a pulso, a través del barro, por cuadrillas de muchachos. Toda la ciudad está ya en rebelión. Desde las azoteas y balcones se hace fuego de fusilería sobre las tropas inglesas que intentan abandonar la plaza para salvar al destacamento del Retiro. Allí los hombres de Liniers consiguen aplastar rápidamente la resistencia de los británicos.
Beresford enfrenta ahora una situación desesperada. Desde todas las direcciones convergen sobre la plaza grupos de la fuerza enemiga, avanzando a través de los techos y azoteas. Uno a uno, los puestos avanzados británicos son aniquilados. Es necesario tomar una decisión antes de que sea demasiado tarde. Esa misma mañana Popham baja a tierra y sostiene una dramática conferencia con Beresford. Los dos jefes comprenden que la aventura ha terminado, y que es preciso actuar cuando aún queda tiempo para salvar a la tropa. Resuelven entonces embarcar esa misma noche, en el muelle de la ciudad, a todos los heridos y a las mujeres e hijos de los soldados que, como era común en la época, acompañaban a la tropa en las campañas de larga duración. Las tropas, apenas despunte el día, abandonarán la ciudad y se dirigirán a marcha forzada al puerto de la Ensenada, donde se embarcarán inmediatamente. Sin embargo, el ejército de Liniers y el pueblo de Buenos Aires impedirán que los británicos concreten su propósito.
12 de agosto de 1806. Por las calles que conducen a la plaza Mayor, avanzan en tropel las fuerzas de la reconquista, envueltas en el humo de las explosiones y el retumbar de los disparos. Liniers, instalado con sus lugartenientes en el atrio de la iglesia de la Merced, ha perdido el control de las operaciones: sus soldados, mezclados con el pueblo que pelea a mano desnuda, no escuchan ya las voces de los oficiales, y se lanzan en un solo impulso a aniquilar al enemigo. Un diluvio de fuego se desata sobre las posiciones británicas en la plaza. Allí, al pie del arco central de la Recova, está Beresford, con su espada desenvainada, rodeado de los infantes escoceses del regimiento 71. Esta es la última resistencia.
Las descargas incesantes abren sangrientos claros en las filas británicas. El jefe inglés comprende que ya no es posible continuar la lucha, pues sus tropas serán aniquiladas hasta el último hombre. Ordena entonces la retirada hacia el fuerte. Allí, momentos más tarde, iza la bandera de parlamento.
Volcándose como un torrente en la plaza, las tropas y el pueblo llegan hasta los fosos de la fortaleza, dispuestos a continuar la lucha y exterminar a cuchillo a los británicos. En esas circunstancias, una vez más Hilarión de la Quintana es enviado por Liniers a negociar la rendición. Esta deberá ser sin condiciones. La muchedumbre, terriblemente enardecida, es a duras penas contenida. Se exige a gritos que Beresford arroje la espada. Un capitán británico lanza entonces la suya, en un intento por calmar a la multitud. Pero eso no conforma a la gente y Beresford debe aceptar, aun antes de que sus soldados hayan depuesto las armas, que una bandera española sea enarbolada sobre la cima del baluarte.
Liniers está ahora a pocos metros de la entrada de la fortaleza, aguardando la salida de su rival vencido. Beresford, acompañado por Quintana y otros oficiales, marcha hacia Liniers a través de la multitud que le abre paso. El encuentro es breve. Los dos jefes se abrazan y cambian muy pocas palabras. Liniers, después de felicitar a Beresford por su valiente resistencia, le comunica que sus tropas deberán abandonar el fuerte y depositar sus armas al pie de la galería del Cabildo. Las fuerzas españolas rendirán, como corresponde, los honores de la guerra.

La Reconquista de Buenos Aires
Oleo de 1806 del pintor francés Charles Fouqueray
exhibido en el Museo Histórico Nacional

A las 3 de la tarde del 12 de agosto de 1806, el famoso regimiento 71 desfila por última vez en la plaza Mayor de Buenos Aires. Con sus banderas desplegadas los británicos marchan entre dos filas de soldados españoles que presentan armas, hasta el Cabildo, y allí arrojan sus fusiles al pie del jefe vencedor.
14 de agosto de 1806. En Buenos Aires reina una enorme agitación. Se ha difundido la noticia de que el virrey Sobremonte regresa a la capital, decidido a reasumir el gobierno. Esto para los porteños es inaceptable. Grupos de exaltados recorren las calles, exigiendo a gritos su destitución. Frente al Cabildo, donde se hallan reunidos en asamblea extraordinaria los principales hombres de la ciudad, se concentra una inmensa muchedumbre, dando mueras al virrey y aclamando al héroe de la reconquista.
En el interior del Cabildo la asamblea se desarrolla desordenadamente, bajo la presión de la gritería que llega desde la plaza. Sobremonte debe ser separado del mando, ésa es la opinión multitudinaria. Sin embargo, los funcionarios españoles de la Audiencia tratan de impedir que se concrete esa medida. Para ellos, el virrey no puede ser privado en forma alguna de su cargo, pues eso implicaría un atropello contra la autoridad del rey. Contra esos argumentos se levanta la airada respuesta de varios asambleístas. Uno de ellos, el criollo Joaquín Campana, afirma resueltamente:
-¡Es el pueblo, para asegurar su defensa, el que tiene autoridad para decidir quién habrá de gobernarlo!
Claro, el júbilo de Buenos Aires era inmenso, así como su entusiasmo por el jefe que había decidido la victoria. Liniers aparecía a los ojos de todos como el caudillo natural, como el conductor providencial y necesario. A ello contribuía, sin duda, la subsistencia del peligro, ya que la escuadra inglesa continuaba dueña del río y esperando refuerzos para intentar el desquite.
En la plaza la agitación degeneró en tumulto. Juan Martín de Pueyrredón se asomó a los balcones del Cabildo e incitó a la multitud a exigir la entrega inmediata del poder a Liniers. La gente se arremolina y atropella contra los guardias que custodian las entradas del edificio. Muchos consiguen irrumpir en el recinto donde se celebra la reunión, y exigen enardecidos que se proceda sin más trámite a acatar la voluntad popular.
En medio del desorden, los miembros de la Audiencia abandonan el Cabildo, para provocar, con su ausencia, la disolución de la Asamblea. No logran, empero, su propósito. Los que permanecen en el edificio ponen término a la discusión y designan a Liniers jefe militar de la ciudad. Al tener noticia del nombramiento, la multitud estalla en una ovación ensordecedora. Así, la jornada del 14 de agosto marca el fin de toda una época. El pueblo de Buenos Aires, al imponer la designación de su caudillo ha ejercido por primera vez su soberanía.

El escudo de Buenos Aires luego de las invasiones inglesas
A partir de entonces, Liniers desplegó una extraordinaria actividad, dando muestras de sus dotes de organizador. El aristócrata ligero y un poco escéptico, dado al ocio y a los placeres, se engrandecía ante la responsabilidad, como es corriente entre los ejemplares de raza. En once meses convirtió a una población de tenderos y contrabandistas en una verdadera república militar. Formó distintos cuerpos de infantería, agrupándolos por sus orígenes locales o raciales, seis escuadrones de caballería y un cuerpo de artilleros. El caudillo crea así un nuevo ejército que nada tiene que ver con la fuerza profesional que hasta entonces existía en el virreinato. El suyo será un ejército popular, una milicia con sus jefes y oficiales elegidos por la propia tropa, y que es el origen de los grados de toda la oficialidad del ejército de la Independencia.
El enemigo fondeado en la boca del estuario, a la vista de Montevideo, siguió recibiendo refuerzos de Inglaterra, de tal forma que a mediados de 1807, la ciudad debió hacer frente a una flota de veinte barcos de guerra y noventa transportes y a un ejército de desembarco de doce mil hombres aguerridos, con caballería y la mejor artillería de la época, bajo el mando del general John Whitelocke. Para oponérsele, Liniers contaba con ocho mil seiscientos combatientes. Menos de la décima parte eran veteranos y su equipamiento lastimoso.
Pero, claro, también contaba con un pueblo de pie.
Muchos años después Manuel Gálvez en una novela iba a revelar el arma secreta de la eficacia de la resistencia criolla ante la superioridad militar británica: Decía uno de sus personajes que ante la prepotencia de la herejía inglesa resultó imbatible la combinación armónica pero explosiva entre el rezo del santo Rosario y el aceite hirviendo.
Como hace doscientos años, en medio de la densa neblina de la confusa alborada actual, una vez más el pueblo argentino debe ponerse de pie para reconquistar su destino, su vocación y su patria. Un puñado de patriotas deberá encarnar el llamado y convocatoria a tal suceso. Y este magno acontecimiento, como hace doscientos años, parirá necesariamente una nueva jefatura nacional. Cuando ocurra, igual que hace dos siglos, la Providencia acompañará semejante pronunciamiento, aunque más no sea embarrando la cancha del enemigo. El Espíritu sopla donde quiere, pero protege siempre las causas nobles.

domingo, 5 de agosto de 2012

El farmer.

ZONA LITERARIA

El farmer
(fragmento)

Un texto de Andrés Rivera

Que en mi epitafio se lea:
Aquí yace Juan Manuel de Rosas,
un argentino que nunca dudó.

No fumo. No tomo vino ni licor alguno. Ni rapé. No asisto a comidas. No visito a nadie. No recibo visitas: lord Palmerston me visitó siete veces en doce años.
No voy al teatro. No paseo.
Mi ropa es la de un hombre común.
En mis manos y en mi cara se lee, como en un libro abierto, cuál es mi trabajo durante los treinta santos días del mes.
Uso botas.
Mi comida es un pedazo de carne asada. Y mate.
No tengo mujer.
No ando de putas.
Soy un campesino que escribe diez cartas diarias.
Soy un campesino que escribe un Diccionario.
El general Bartolomé Mitre, que pretendió traducir, me dicen, a un poeta blasfemo, declaró que yo fui el representante de los grandes hacendados y jefe militar de los campesinos.
¿Dónde vio campesinos, el general Mitre, en el país que supo darnos España?
Aquí, sí, soy un campesino que toma mate, sentado junto al brasero, que tiene frío, el campesino, sentado junto al brasero.
Soy un campesino, aquí, en el condado de Swanthling, reino de la Gran Bretaña, a dos leguas escasas de Southampton, y a muchas más leguas de las que uno puede imaginar de mis pagos de Monte, la tierra de mis padres, y de los padres de mis padres.
Y si pronuncio mi nombre por estos campos de la desgracia, ¿quién sabrá decir: ahí va un hombre cuyo poder fue más absoluto que el del autócrata ruso, y que el de cualquier gobernante en la tierra?
Soy Juan Manuel de Rosas.

Soy un campesino viejo, que no ha terminado de encanecer. Y que, sentado junto a un brasero, tiene frío. Y toma mate.
Soy, también, un hombre viejo que, sentado junto a un brasero, mira nevar en sus escasas tierras, aquí, en el condado de Swanthling. Y piensa en la muerte.
Nieva en el reino de la Gran Bretaña. Nieva en Escocia. Y en Gales, y en Sussex. Nieva en Irlanda del Norte.
Nieva sobre los muros de París, injuriados por los incendios que levantaron los tullidos y las putas vociferantes de la Comuna.
Nieva en Europa, de los Urales a los Alpes, de Estocolmo a Sicilia.
Nieva en mi corazón.

Descendí a mi cabina que era la del comandante… Me acosté pronto, pero tardé en conciliar el sueño. Llegué con el recuerdo a todas las cosas y todo estaba sin vida y sin calor.

Miro mi cara en el espejo.
Me afeito cada ocho días, bajo este cielo que no es mío.
La navaja corre por mis mejillas: buen filo el de mi navaja.
Mi pulso es, todavía, de hierro.
¿Por qué hay lágrimas en mis ojos? ¿Por qué tiemblan mis labios?
Manuelita me afeitaba, hasta esa medianoche de 1852, los siete días de la semana, sin faltar uno, cuando el reloj daba las 5:30 de la mañana.
Yo no necesitaba espejos.
Yo, que fui el guardián del sueño de los otros.
Yo, de quien la mejor pluma argentina de este siglo, escribió:
Hace el mal sin pasión.

El señor Domingo Faustino Sarmiento escribió, además:
En obsequio a la verdad histórica, nunca hubo gobierno más popular, más deseado ni más bien sostenido por la opinión, y su plebiscito fue la imagen de su triunfo más amplio. ¿Sería acaso que los disidentes no votaron? Nada de eso: no se tiene aún noticia que ciudadano alguno no fuese a votar; los enfermos se levantaron de la cama para ir a dar su asentimiento.

Al señor Sarmiento le falta agregar que el plebiscito se realizó los días 26, 27 y 28 de marzo de 1835 y, por 9.320 votos contra 8, la ciudad y la provincia de Buenos Aires me otorgaron facultades extraordinarias para gobernar.
El Mal, en mi boca y por mi brazo, fue orden y justicia. Lo digo aquí, en tierra extranjera, para quienquiera escucharme, Dios incluido.

El señor Domingo Faustino Sarmiento, que escribió acerca de ese unánime pronunciamiento, no le puso fecha a lo que escribió.
La verdad no vive en el calendario. El señor Domingo Faustino Sarmiento fue, a veces, la mejor cabeza argentina de este siglo.

Y, ahora, yo, gobernador-propietario de la provincia más extensa y rica de América, de la América española, estoy aquí, en el condado de Swanthling, reino de la Gran Bretaña, afeitado y acurrucado junto a un brasero de hierro inglés, un desconocido para quienquiera que escuche, menos para la Historia. Y menos para mí.

¿Cómo es Buenos Aires, mi general?
Lluviosa como un recuerdo.

elortiba.org

Prof GB

NEGROPOLIS EN DEBATE.

“En la Argentina el discurso de la nacionalidad siempre se basó en el mito de nación blanca”
Por María Alicia Alvado

¿Quién no escuchó aquello de que “los argentinos venimos de los barcos”? ¿Quién no hizo suya esta apreciación, aunque sea con nostalgioso pesar? Hasta Lito Nebbia hizo de esta frase el título de una canción allá por 1982.

Para el argentino Oscar Chamosa, doctor en Historia y profesor de Historia Latinoamericana enla Universidadde Georgia, este tipo de sentencias dan cuenta de la persistencia en nuestro país del “mito de la nación blanca”, una creencia según la cual somos un país racialmente homogéneo (blanco), cuya más auténtica fibra nacional está definida por la herencia europea. La vigencia de este mito conlleva la invisibilización de la presencia y los aportes de otros grupos poblacionales como los afrodescendientes y los pueblos originarios.

Aprovechando su presencia en el país, donde lo trajo una investigación en curso y el lanzamiento de su nuevo libro “Breve historia del folclore argentino”, Télam conversó con él sobre éste y otros temas.

-Usted afirma que una de las características de la historia argentina hasta fines del siglo XX ha sido la invisibilización e indecibilidad de los elementos afro e indígenas de nuestra cultura…

- Como todas las sociedades de este hemisferio hay una población de raza blanca descendientes de los conquistadores e inmigrantes, y otra población de descendientes de africanos o de indígenas, mezclados. En todos los países de América Latina esas diferencias son parte del discurso de la nacionalidad. En Argentina no, en la Argentina el discurso de la nacionalidad está basado en la idea de que somos todos descendientes de europeos, salimos de los barcos o somos un crisol de razas, pero crisol de razas dicho puramente en un sentido europeo. Si bien ha habido personas que explicitaron aquí y allá la existencia de una población mestiza en la Argentina, la tónica general a lo largo del siglo XX fue la de negarlo, la de olvidarlo o a no decirlo, sin negarlo abiertamente. De ahí la indecibilidad como sinónimo de invisibilidad.

-Y esa invisibilización está asociada a un sistema colonial de dominación que es socioeconómico pero también racial…

-En la estructura social argentina hay un sistema racial de dominación que está superpuesto al de clase. Algunos descendientes de europeos son de clase trabajadora y por lo tanto sufren las consecuencias de estar en esa posición social, pero por otro lado hay un sistema de razas que es paralelo y en virtud del cual dentro de la clase trabajadora se produce esta subdivisión entre los trabajadores descendientes de europeos y mestizos, donde los descendientes de europeos se posicionan un escalón más arriba frente a sus vecinos mestizos, aunque tengan iguales ingresos.

Se autoperciben diferentes y existe un lenguaje especialmente diseñado para marginar, que nunca se dice explícitamente en la cara, excepto en condiciones críticas, pero sí se usa mucho dentro de las casas: “no te juntes con ese negro”, “si vas a la casa no comas esto, no toques aquello”.

Esas tensiones se dan -o se dieron- a nivel de barrio o lugar de trabajo. Hoy en día es difícil hacer públicas expresiones racistas, por eso se siguen dando fundamentalmente puertas adentro, pero además hay excepciones…

-¿Cuáles por ejemplo?

-Por ejemplo los foros de discusión de Internet, especialmente el del diarioLa Nacióno Clarín donde cualquier ocasión sirve para decir que la culpa es de los negros y hay que matarlos a todos. Y después en los estadios de fútbol: determinadas hinchadas se ven a sí mismas como blancas -como por ejemplo River- y le cargan a la de Boca la negritud, que a su vez está ahora cada vez más tipificada en términos de pertenencia latinoamericana. En esas circunstancias liminales, que están en un margen donde se permite hablar, ese racismo naturalizado emerge, pero en el discurso público autorizado no aparece.

-La invisibilización de algunos grupos es la contrapartida de la vigencia del mito de la nación blanca ¿cómo surge este mito?

-De alguna manera preexiste al estado nacional, en los textos prefundacionales, en los textos de Sarmiento, de Alberdi, se distingue que el mal de la Argentinano es sólo la extensión sino tener una población no europea y la única solución es europeizarla a través de la inmigración. En los considerandos de los censos de 1895 y 1914, se dice explícitamente que en Argentina la población es en su mayoría blanca. Los sociólogos iniciales, si se refieren a la población mestiza hablan del gaucho y lo tratan como un personaje en extinción.

-¿Por qué era importante autorrepresentarnos como una “nación blanca” en los albores del estado nacional?

-La formación de la nación se da en un contexto de expansión europea colonial. Los territorios de América Latina para ser independientes tienen que demostrar que son europeos, y por lo tanto tienen derecho a dominar y reclamar independencia. Es después, de 1910 en adelante, cuando los países latinoamericanos introducen a los otros pueblos en su discurso de nacionalidad, ya sea el mesticismo o el indigenismo.

El mesticismo era una forma diferente de racializar la población: celebraba la mezcla pero no lo afro o la indigenidad, a los que colocaba en un lugar subordinado dentro de la nación. Pero en Argentina, Uruguay y Chile estos pueblos colonizados no fueron incorporados al discurso de la nacionalidad y por eso se concebían a sí mismas como nación blanca.

-¿Y el criollismo? ¿Y el folclore?

-El criollismo fue uno de los sucedáneos del mesticismo adoptado por otros países latinoamericanos, pero nunca tuvo sentido emancipador porque veía con nostalgia al gaucho como un personaje que se iba perdiendo pero no propone una política para cambiarlo. Para el criollismo el gaucho es un tipo social y cultural más que una raza.

El folclore a lo largo del siglo XX es el caso más extraño porque si bien asume como lo más auténticamente nacional la cultura de la población criollo-mestizo del interior, no llegan nunca a contrarrestar el mito de la nación blanca. Es contradictorio, pero es la forma en que funcionó.

-Junto al “mito de la nación blanca”, en el siglo XX se dio el mito de la “excepcionalidad argentina”…

-Este otro mito se dio tanto en Chile como enla Argentina, en parte por ser culturalmente blancos, pero también porque en las distintas crisis europeas estos países se consideran a sí mismos como mejores que los europeos. Ese mito se reforzó mucho con la dictadura, cuando estos países se posicionaron respecto a Europa como una reserva moral donde todavía la “familia cristiana” existía y se había tenido éxito en la “destrucción del comunismo”.

Esa excepcionalidad conspiró contra la posibilidad de que se empezara a resquebrajar el mito de la nación blanca. Ambos mitos están íntimamente relacionados y uno se mantiene junto con el otro. Los discursos que podían llegar a contrarrestarlos estaban relacionados con el movimiento revolucionario de izquierda, (y en el folclore) con el movimiento del Nuevo Cancionero pero éste es un discurso que el poder militar reprimió por muchos años.

-¿El mito de la nación blanca comienza a resquebrajarse con la llegada de la democracia?

-La vuelta de la democracia llevó a una combinación de varias cosas, una de ellas es el retorno del Nuevo Cancionero con bastante más fuerza, que se transformó en un vehículo para hablar de las distintas culturas argentinas. Esto se da en un contexto en que a nivel mundial se promueve la multiculturalidad, con las organizaciones multilaterales de crédito como mayores promotores. Hay un proceso a dos manos: los grupos étnicos en distintos países latinoamericanos están encontrando formas de expresarse política y culturalmente en forma autónoma y emancipatoria, pero al mismo tiempo hay un contexto internacional nuevo que permite que esas formas se conjuguen en un nuevo discurso de la nacionalidad, que es el multiculturalismo.

-El censo 2010 por primera vez en 200 años incluyó una pregunta sobre afrodescendientes, ¿qué opina de esto?

-Siempre se criticó la poca utilidad del censo para determinar otras cosas que no sean datos demográficos muy básicos que no dicen mucho sobre la complejidad de una sociedad. La etnicidad nunca fue parte de los censos argentinos, hasta los últimos dos. Pero siempre el censo va a ser una invención de la real, como lo es un mapa también, aunque hay distintas formas de construir esa realidad y algunas puede ser que se parezcan más a la “realidad real”. No obstante, es sintomático que se hagan esas preguntas ahora, que se conciba que la nación pueda tener diversidad étnica, cuando antes tenía que ser homogénea.

Télam