Por Javier Lewkowicz
¿Qué empresas ganaron más plata en la última década?, ¿a quiénes no les fue tan bien?, ¿cómo se para la academia frente a los nuevos grupos económicos que crecieron de la mano del kirchnerismo? ¿Qué dirigencia empresarial tenemos y en qué medida pueden impulsar el desarrollo económico nacional? Esos son algunos de los interrogantes que los economistas Martín Schorr, Alejandro Gaggero y Andrés Wainer intentan responder en su libro Restricción eterna: el poder económico durante el kirchnerismo. Días atrás, reunidos para la presentación de ese trabajo, Ricardo Aronskind, Ana Castellani y Alberto Bonnet, tres investigadores de las elites argentinas, protagonizaron junto a los autores un interesante y necesario debate sobre ese grupo social heterogéneo, contradictorio y fundamental como es la burguesía nacional. Página/12 asistió al encuentro y reproduce en esta nota algunos pasajes del libro y de la charla.
Los actores
El libro de Schorr, Gaggero y Wainer define conjuntos de ganadores y perdedores entre los conglomerados nacionales desde la salida de la convertibilidad. Dentro de los primeros, doce grupos empresarios aumentaron su participación dentro de la cúpula. Se trata de Urquía, Vicentín y Navilli (aceites y harinas), Mastellone (lácteos), Ledesma (azúcar y derivados), Arcor (golosinas y alimentos), Roggio (construcción y servicios públicos), BGH (electrodomésticos y electrónica de consumo), OSDE (medicina prepaga), Braun (actividades comerciales), Sadesa (productor de cueros) y Pescarmona (maquinarias y grandes obras de infraestructura). Techint, Clarín y Madanes (Aluar) mantuvieron su peso entre los grupos locales de la cúpula (las 200 firmas líderes), en el orden del 17 por ciento de las ventas de ese conjunto. En el caso de Techint, el estudio sólo abarca a las firmas nacionales del grupo; no toma en consideración su expansión en el exterior.
En cambio, hay 14 grupos que dejaron de tener presencia en la elite entre 2001 y 2012. En los casos de Fortabat, Bemberg, Acevedo, Peñaflor, Rohm, Garovaglio y Zorraquín, ese movimiento se explica porque vendieron sus empresas más importantes a capitales extranjeros, mientras que Macri, Cirigliano, Barracas, La Nación, Williner, Backchellian, Agrocom y Gualtieri perdieron posiciones en ventas. En los casos de los grupos Pérez Companc, Eurnekian, Sancor, Temis Lostaló y Roemmers se verifica una reducción en su participación en la cúpula.
En el costado opuesto aparecen los holdings que ingresaron en la cúpula empresarial en estos años. Figuran ODS de Calcaterra, Caputo, José Cartellone e IRSA (construcción privada y pública), Pampa Holding, Electroingeniería e Indalo de Cristóbal López (sector energético y espacios privilegiados de acumulación como concesiones de obras de infraestructura y juegos de azar), Bagó e Insud (sector farmacéutico). En 2012, estos conglomerados explicaban el 4 por ciento en la facturación global y del 18 por ciento de las ventas de la cúpula.
El debate
“Los grupos nacionales que mejoraron su desempeño son los que lograron una inserción internacional exitosa o los que se ampararon en la actividad estatal. ¿Cuán de nuevo es el modo de expansión y consolidación de esta nueva fracción de la burguesía nacional? Se percibe que hay una lógica de articulación con el Estado similar a experiencias anteriores. Y aparece la obra pública como gran articulador de ámbitos privados de acumulación”, planteó Ana Castellani, investigadora del Conicet y de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam).
Bonnet, especialista de la Universidad de Quilmes (UNQ), advirtió que las comparaciones con el modelo coreano son muchas veces engañosas. “Habrá que discutir si es deseable ese esquema. Uno compra o deja de comprar el paquete entero. Ellos tuvieron industrialización con represión feroz en el marco de una dictadura. Es un modelo inaplicable aquí, pero además indeseable.”
Aronskind, investigador de la Universidad General Sarmiento (UNGS), subrayó que “no hay un trabajo definitivo que nos explique por qué ocurrió la venta masiva de empresas argentinas al capital extranjero. Eso nos permitiría comprender mejor a la burguesía nacional”. Advirtió, además, que “desarrollo con equidad es distinto del crecimiento con inclusión, que parece ser lo máximo que se puede alcanzar con esta burguesía”. Por otro lado, marcó que “de ninguna forma diría que estamos ante cambios cualitativos, pero tampoco que hay una continuidad lineal con los ’90 en términos de concentración y extranjerización de la economía. Al analizar los datos del trabajo, yo percibo quiebres de tendencias”, en una postura diferente de la de los autores.
En el plano de la inserción política del empresariado en el aparato estatal, Castellani advirtió fuertes diferencias con respecto a los ’90. “La exasperación y conflictividad del empresariado en estos años, especialmente en los últimos dos, expresa dificultades para la acción política preferida por ellos, que es el lobby. La simbiosis de décadas anteriores, en las cuales la elite empresaria era en realidad la misma que la estatal, hoy está quebrada. Entonces aparece como factor aglutinante ese ‘no pasarán’ que plantean los empresarios. No quieren que el Estado los discipline.”
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