miércoles, 28 de febrero de 2018

CIENCIA 28 de febrero de 2018 Esteban Ierardo, una filosofía contra la tecnodependencia

El autor de Sociedad pantalla. Black mirror y la tecnodependencia, plantea que aunque las tecnologías generan una ilusión de híperconectividad global, las personas se sienten cada vez más encerradas en su soledad. Amor, arte, pasión: auténticos refugios para la libertad humana.
Esteban Ierardo es licenciado en Filosofía, docente y escritor.
Esteban Ierardo es licenciado en Filosofía, docente y escritor. 
Imagen: Sandra Cartasso
Zambullido en un bar del microcentro porteño, en una mesa cuadrada como las demás, su voz cautiva a mentes ajenas que se dan vuelta para observar de dónde proviene tamaña elocuencia. Renacentista en pleno 2018, este intelectual con alma conurbana y raíces campesinas conecta ideas como quien –de memoria, con movimientos calcados– teje una prenda de lana suave y milimétrica. Esteban Ierardo es licenciado en Filosofía, docente (UBA, Fundación Centro Psicoanalítico Argentino) y escritor. Aunque es autor de varios libros de ensayos sobre arte, filosofía, literatura y naturaleza, novelas, cuentos y relatos de ciencia ficción, su último material –publicado a fines del año pasado–, Sociedad pantalla. Black mirror y la tecnodependencia (ediciones Continente) cosecha un éxito rotundo. En esta oportunidad describe en qué consiste el pensamiento sistémico; cuenta por qué admira a Leonardo Da Vinci como exponente de esa dinámica mental; y analiza los límites de la tecnodependencia y el mundo virtual.
–Usted es cultor del “pensamiento sistémico”. ¿Cómo se conectan los diferentes saberes cuando el conocimiento está tan segmentado en las instituciones?

Zambullido en un bar del microcentro porteño, en una mesa cuadrada como las demás, su voz cautiva a mentes ajenas que se dan vuelta para observar de dónde proviene tamaña elocuencia. Renacentista en pleno 2018, este intelectual con alma conurbana y raíces campesinas conecta ideas como quien –de memoria, con movimientos calcados– teje una prenda de lana suave y milimétrica. Esteban Ierardo es licenciado en Filosofía, docente (UBA, Fundación Centro Psicoanalítico Argentino) y escritor. Aunque es autor de varios libros de ensayos sobre arte, filosofía, literatura y naturaleza, novelas, cuentos y relatos de ciencia ficción, su último material –publicado a fines del año pasado–, Sociedad pantalla. Black mirror y la tecnodependencia (ediciones Continente) cosecha un éxito rotundo. En esta oportunidad describe en qué consiste el pensamiento sistémico; cuenta por qué admira a Leonardo Da Vinci como exponente de esa dinámica mental; y analiza los límites de la tecnodependencia y el mundo virtual.
–Usted es cultor del “pensamiento sistémico”. ¿Cómo se conectan los diferentes saberes cuando el conocimiento está tan segmentado en las instituciones?
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–El pensamiento sistémico es una iniciativa intelectual que consiste en hacer confluir diversos caminos de reflexión. Se basa en la búsqueda de pautas que comunican aquello que –en apariencia– está fragmentado; es un intento de pensar lo universal existente en los procesos culturales. Desde aquí, resulta muy útil emplear la metáfora de la red –que explica fenómenos como Internet– para comprender la dinámica de los saberes que, ligados a partir de aspectos particulares, conforman paradigmas comunes. 
–Una reflexión con eco en el Renacimiento.
–Absolutamente. Por eso, el gran arquetipo que me interesa reivindicar es Leonardo Da Vinci, que fue el primer pensador sistémico, incluso cuando aún no reflexionábamos la realidad a partir de ese concepto. Constituyó el mejor ejemplo de un intelectual que, conducido por la fuerza de la duda, no se resignó a la especialización que en la modernidad comenzaba a vislumbrarse a partir del humanismo. Da Vinci representa el ideal de pensar el universo sin retroceder frente a las dificultades del desafío; su rescate del conocimiento enciclopédico y su formación múltiple y compleja inspiran muchísimo. En la actualidad, los saberes específicos se olvidan de lo universal y se condenan a reproducir abstracciones descontextualizadas, separadas de la realidad. Si no hay curiosidad, como condición de preservación de la niñez, se cae en un conformismo ciego. El problema del mundo académico es que impone un mandato a los especialistas y los insta a manejar absolutamente todo de una disciplina, cuando está claro que lo único que produce el saber es no-saber.
–¿Cómo se hace para desarrollar un pensamiento sistémico y ser renacentista en 2018? 
–A través de estímulos filosóficos. Con Nietzsche, por ejemplo, es posible advertir la presencia de un pensamiento ligado a la deconstrucción y la sospecha. Nos invita a cuestionar la verdad oficial de su época y recupera los aspectos desconocidos de lo real interpretado de múltiples formas. Sartre, por su parte, nos enseña que nacemos sin un sentido predeterminado y, en efecto, se genera un vacío en el origen de nuestra existencia que se debe llenar con contenidos construidos. Por último, con el concepto de “cuidado de sí”, Foucault (a partir de sus estudios de historia de la sexualidad) recupera a los antiguos griegos, continúa con la idea sartreana y nos propone edificar nuestro propio yo al tiempo que nos brinda una ética como práctica de libertad. A partir de las reflexiones de estos autores, creo posible abordar una realidad más amplia que la propuesta por los saberes segmentados y pienso que el ser humano cuenta con posibilidades esenciales de autoconstrucción personal.
–¿Es decir que puede forjar un pensamiento crítico?
–Claro, un pensamiento que apunte a quebrar sentidos comunes generados en las propias trayectorias educativas: los psicólogos piensan que el mundo se explica a partir de realidades psicológicas; los sociólogos creen que la realidad está dada por una serie de procesos sociales convertidos en estadísticas; y los físicos sienten que pueden comprenderlo todo a partir de estructuras matemáticas. El asunto es que en la realidad se manifiesta todo junto. 
–¿Cómo se enmarca esta reflexión en su último libro?
–La sociedad pantalla presenta una ambigüedad. Por un lado, sugiere que tenemos cada vez más accesos para interactuar de manera universal, de hecho, está a la vista que cualquiera puede comunicarse con otra persona ubicada en una región remota del mundo. Sin embargo, bajo la apariencia de sentir que nos liberamos hacia el planeta, nos encontramos más solos y encerrados en nosotros mismos. Cuando creemos que estamos actuando de cara al mundo, en verdad lo hacemos en cierto orden tecnocultural, que es reproducido a la vez por un sistema capitalista que se alimenta de este engaño. Vivir híperconectados es vivir cada vez más atrapados en jaulas electrónicas; inconscientes de nuestro cautiverio, entregamos nuestro tiempo a los intereses de las empresas publicitarias. Facebook funciona de ese modo. 
–Entonces, ¿cómo combatir la tecnodependencia?
–A partir de la revalorización de la autonomía individual. Con una toma de conciencia para comprender cómo nos condiciona una sociedad atravesada por la tecnología. Aún confío en que la chispa de la duda, la sospecha y la desconfianza tiene un efecto desestabilizador que nos puede liberar de una conectividad absoluta. Al menos, hasta que no se produzca algo como lo que postula la serie Black Mirror con implantes cerebrales y estímulos eléctricos que pretenden controlar nuestros comportamientos en el futuro. La libertad es esa capacidad de advertir las falsas propuestas de realidad vinculadas a la realización personal a partir de la tecnología. 
–En un texto señala que “lo que el lenguaje informático jamás podrá traducir son las emociones ante una obra de arte, un drama, el amor, la pasión”. ¿Por qué configuran “refugios” para la humanidad? 
–Nuestra época presenta singularidades. El cruce entre tecnología, cultura y globalización brinda la oportunidad de preservar el pasado como nunca (no solo a partir de la escritura, sino mediante imágenes y posibles hologramas). No obstante, existe una amenaza latente que se vincula con el peligro de destruir la memoria existencial, es decir, con recordar que no sabemos. No conocemos el origen último de la vida, ni del universo, ni logramos comprender el fenómeno misterioso de la violencia. 
–¿En qué sentido no comprendemos la violencia?
–Una cosa es explicar las formas en que se generan y se reproducen las violencias (como terror, autoritarismo, tiranía), y otra es interpretar el origen y la naturaleza de su existencia. ¿Por qué el hombre a pesar de los avances tecnológicos sigue siendo un fracaso en sus capacidades de liberarse de la reproducción de la violencia? Los límites de la cultura digital se vinculan con un ejercicio de preservación de esa memoria existencial. Dicho de otro modo: no podemos digitalizar los mitos de origen como el mal y la violencia, así como las cualidades estéticas, el placer frente a la belleza, la pasión espiritual y profunda de sentirse enamorado y la curiosidad insaciable del conocimiento. Los ordenadores no podrán imitar esas cualidades específicas del ser humano, los rasgos de la mente nireproducir la riqueza de la experiencia. 
–Ya que habla de memorias, ¿de qué manera se concibe el tiempo en la sociedad pantalla? ¿Cómo superar ese atascamiento en un presente eterno y fugaz?
–El tiempo en el que vivimos expresa la primacía absoluta de la inmediatez; una metafísica impuesta por el periodismo, ya que la importancia de la noticia y del último momento no constituye solo una anécdota. Por lo tanto, hay que celebrar que la información circule con mayor velocidad y simultaneidad, pero no hay que confundir la inmediatez con un rasgo natural del tiempo.
–Por último, en un libro reciente plantea que más allá de las modificaciones contemporáneas existen “dilemas y riesgos ancestrales”. La historia de la humanidad en Occidente parecería ser recursiva. ¿Por qué?
–Es posible pensar nuestras realidades a partir del concepto de “inmovilidad histórica”, ya que todo desarrollo tiene en la médula un componente de inmutabilidad. Me refiero a  los dilemas asociados a los conflictos constitutivos del ser humano que, lejos de desvanecerse, permanecen estáticos. Como comenté, la humanidad no encuentra una alternativa a la violencia como forma de resolución de los conflictos. Del mismo modo, las personas exhiben una necesidad –casi desesperada– frente a la inseguridad, pues a lo largo de la historia han optado por resignar su libertad para comulgar con doctrinas religiosas o políticas totalitarias que brindan la sensación de refugio y protección. Como resultado, seguimos predispuestos a aceptar verdades totales, a cambio de consumir certezas que bajo ninguna circunstancia hagan tambalear el universo de significados en el que nos movemos.

EL PAÍS 28 de febrero de 2018 Opinión El cantito que tracciona como agua de torrente

Imagen: Sebastián Granata
Si el cantito/insulto que ya buena parte del universo futbolero local le dedica por estas horas a Mauricio Macri preocupa a los hacedores de imagen del Gobierno, tanto como a sus voceros circunstanciales, es sencillamente porque su crecimiento exponencial amenaza fuertemente la estrategia comunicacional que impulsó al ex presidente de Boca y ex jefe de Gobierno porteño para alcanzar la presidencia de la Nación. 
El cantito/insulto brotó en la cancha de San Lorenzo hace dos semanas, durante el clásico frente a Boca; reapareció unos días más tarde en el estadio de Obras (en la final de la Supercopa, que enfrentó al Ciclón con Regatas Corrientes); y desde ahí se reprodujo como rizoma aquí y allá. Apareció en la cancha de River, a raíz del polémico arbitraje de Jorge Baliño en el empate 2-2 frente a Godoy Cruz; luego en la cancha de Huracán, tras un corte de luz durante su partido frente a Estudiantes; y ya viralizadas las imágenes se extendió en las canchas de Independiente, Chacarita, Lanús y Gimnasia, en las canchas del Ascenso, y anoche también en la de Racing. 

Si el cantito/insulto que ya buena parte del universo futbolero local le dedica por estas horas a Mauricio Macri preocupa a los hacedores de imagen del Gobierno, tanto como a sus voceros circunstanciales, es sencillamente porque su crecimiento exponencial amenaza fuertemente la estrategia comunicacional que impulsó al ex presidente de Boca y ex jefe de Gobierno porteño para alcanzar la presidencia de la Nación. 
El cantito/insulto brotó en la cancha de San Lorenzo hace dos semanas, durante el clásico frente a Boca; reapareció unos días más tarde en el estadio de Obras (en la final de la Supercopa, que enfrentó al Ciclón con Regatas Corrientes); y desde ahí se reprodujo como rizoma aquí y allá. Apareció en la cancha de River, a raíz del polémico arbitraje de Jorge Baliño en el empate 2-2 frente a Godoy Cruz; luego en la cancha de Huracán, tras un corte de luz durante su partido frente a Estudiantes; y ya viralizadas las imágenes se extendió en las canchas de Independiente, Chacarita, Lanús y Gimnasia, en las canchas del Ascenso, y anoche también en la de Racing. 
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Si fuera cierto, y es difícil creerlo, eso de que Macri dice a sus allegados: “que todo lo que sabe de política se lo debe al fútbol” –frase que, dicho sea de paso, se le conoce al filósofo y arquero en Argelia, Albert Camus (en su caso hablaba de moral, no de política)–, bien debería escuchar esa voz colectiva que truena desde las más variadas tribunas. 
La iniciativa para que los árbitros suspendan los partidos en los que los hinchas insulten al Presidente, esbozada por el ex árbitro y titular del Sadra, Guillermo Marconi, como solución práctica para intentar contener el torrente de expresiones agraviantes contra Macri, suena un poco a querer tapar el sol con la mano. Lo mismo ocurre con los intentos de quienes buscan despegar por completo la reacción de los hinchas de las medidas impopulares que el Gobierno adopta en materia económica y política, inflación, tarifazos, reforma previsional, gatillo fácil, etc... 
Tampoco importa tanto el hecho de que Macri admita frente a su “grupo de gente de confianza” que se equivocó invitando al técnico de Boca a almorzar en la Casa Rosada, en estos días de arbitrajes polémicos. La “verdad” –me permito abusar de esta palabra– es que al Presidente y a su equipo le preocupa que el hit del verano no se detenga o, peor aún, continúe brotando. Ya ocurrió en la estación Callao del subte D, una mañana, y en la Ciudad Cultural Konex, una noche de música. Pero eso sí, tranquilos todos y todas, que por ahora a nadie se le ocurrió clausurar los andenes subterráneos ni los recitales de reggae.

Opinión Contrastes Por Luis Bruschtein

Murió la muerte dicen. Finalmente murió el ex general Luciano Benjamín Menéndez, el genocida, el criminal. Pero no murió la muerte. Esa muerte como idea, como latencia, estará mientras ese pensamiento siga encarnado en formas del poder, en gobiernos y en ministros. El ex militar, con sus catorce condenas a perpetua –indiscutibles, intachables, impecables– tuvo mucha influencia en la política de la provincia de Córdoba durante muchos años después de la caída de la dictadura. Era un asesino reconocido por la justicia y la sociedad, era el protagonista de los testimonios más horribles de la represión en Córdoba durante la dictadura, y al mismo tiempo era un invitado de lujo en los actos oficiales de los gobernadores Eduardo Angeloz y Ramón Mestre.
Córdoba es la expresión más aguda de la esquizofrenia política argentina. La Córdoba progresista y revolucionaria de la Reforma Universitaria y el Cordobazo frente a la Córdoba de Menéndez, la provincia que, en proporción le dió más votos Mauricio Macri, la provincia del ministro Oscar Aguad, el amigo de Menéndez.



o es propiedad exclusiva de los cordobeses, es la esquizofrenia de la política argentina que pasó de un gobierno progresista y popular como el de Raúl Alfonsín, a otro conservador y neoliberal como los menemistas y los de la Alianza, a otros nacionales y populares como los kirchneristas y a otro ultraconservador y neoliberal, como el de Cambiemos. Los corcoveos van de un extremo al otro. Casi no hay término medio.
En Córdoba, el fantasma sanguinario de Menéndez aparece como la contracara del Cordobazo. Las dos caras de la provincia, la del genocida que representa a una parte de la historia y de los argentinos, y enfrente el Cordobazo, como rayo de libertad contra otra dictadura. Privilegios y dictadura, versus democracia y justicia. Argentina entró en democracia en 1983, pero todos sabían que Menéndez seguía mandando en Córdoba. Allí está su foto en los palcos adonde todavía no dejaban subir a los organismos de derechos humanos. Podía Menéndez, pero no las Madres ni las Abuelas, mientras en todo el país, los juicios a los ex comandantes develaban atrocidades y cerraban cualquier coartada por ignorancia.
Lo hizo después otro gobernador radical, Ramón Mestre, padre del actual intendente de la capital cordobesa. Fue entre 1995 y 1999. Allí se lo ve orondo a Menéndez, el asesino de las catorce condenas a perpetua, en el palco, junto al ministro de Gobierno de Mestre, Oscar Aguad. El ministro defendía a capa y espada la permanencia en la dirección de inteligencia de la policía cordobesa del Tucán Yanicelli, otro torturador durante la dictadura, que ahora está en prisión. 
Profundizar la democracia fue lograr que Menéndez fuera juzgado y condenado. En 1990 fue indultado por Carlos Menem. Y recién en el 2005, cuando Néstor Kirchner anuló ese indulto, se lo pudo juzgar. Y sin embargo, esa provincia siempre votó contra el kirchnerismo. Contraluces. Porque al mismo tiempo elegía gobernadores que coqueteaban con la sombra de niebla y sangre de la dictadura.
Pese a que el mismo Menéndez se asumía como referente cordobés, en realidad, había nacido en la provincia de Buenos Aires. El que sí era cordobés, era el obispo Enrique Angelelli, a quien Menéndez ordenó asesinar en La Rioja. Menéndez y el brigadier Luis Fernando Estrella fueron condenados a perpetua por el asesinato de Angelelli. Y más contraluces, porque el general honrado por gobernadores cordobeses muere con catorce condenas a perpetuas en tiempos en que Angelelli está por ser canonizado por la Iglesia Católica. La historia es pródiga en ejemplos en los que el asesino de un santo suele ser bien tratado en vida por gran parte de sus congéneres, lo cual no habla tan bien de sus congéneres.
El hombre, Oscar Aguad, que acompaña en el palco al asesino del santo es ahora el Ministro de Defensa del gobierno al cual votó la inmensa mayoría de los cordobeses. Es una foto de los ‘90. Está el asesino del cura cordobés, con la presencia maciza del que domina, del que se sabe por encima. Y a su lado, encogido, está el actual ministro de Defensa.
Es una foto del pasado, quizás fue una casualidad que lo fotografiaron junto a Menéndez cuando protegía al Tucán Yanicelli. Quizás, solamente se dieron la mano por una cuestión de protocolo. Allí está, el asesino de miles de cordobeses, el que mandó fusilar al obispo cordobés que podría ser declarado santo por la Iglesia. Y el actual ministro, que en ese momento era ministro del gobernador que había invitado al asesino, quedó junto a Menéndez quizás para salir en la foto, como recuerdo.
Pero no fue tanta casualidad si uno se percata que el ministro piensa como Menéndez. Casi calcó las palabras del genocida en una entrevista con Joaquín Morales Solá en la que sostuvo que durante los 34 años de democracia, las Fuerzas Armadas “fueron estigmatizadas por la represión de Estado y por Malvinas”. Era el pensamiento del hombre que lo acompaña en aquella foto de los ‘90, el argumento que usó Menéndez en su defensa, el ex militar que murió ayer con 12 condenas a perpetua, una de ellas por haber asesinado a un santo. Aguad no usó la palabra dictadura y calificó de “represión de Estado” a las violaciones a los derechos humanos.
Los juicios a los genocidas fueron un mojón ético en la transición democrática argentina, un esfuerzo reconocido en todo el mundo. Pero tuvo un alto costo para el gobierno kirchnerista porque le ganó desde el principio el odio de sus opositores más fervientes. La militancia cacerolera macrista más devota surgió de esa decisión. Son los claroscuros de la política argentina: Menéndez murió juzgado y condenado por una decisión del gobierno anterior. Pero en el gobierno actual su compañero de foto se convirtió en el Ministro de Defensa  que acaba de desmantelar el área de derechos humanos de su ministerio.

Michetti se suma a la polémica: “Tipo que no puede ser que los jujeños se atiendan en los hospitales de Argentina”
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"Los argentinos estamos hartos de que los formoseños vengan a estudiar a nuestro país", habría embestido la presidenta del Senado.
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SANTIAGO MALDONADO

Víctor Torres
Sergio Maldonado y su compañera con el librito colectivo que editamos, poemas para Santiago. Significa mucho para nosotros/as.
#HayPalabrasAlrededorDeEsteCuerpo
VERGONZOSO: DESPIDEN A TRABAJADORA EMBARAZADA EN RADIO NACIONAL.
Las trabajadoras de la emisora pública denunciaron que la directora, Ana Gerschenson, se negó a recibirlas y ratificó el despido de una trabajadora embarazada de La Rioja y la quita del jardín de infantes a la hija de otra cesanteada.
Las trabajadoras de la emisora pública denunciaron que la directora, Ana Gerschenson, se negó a recibirlas y ratificó el despido de una trabajadora…
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SIRIA...DURMIENDO ENTRE SUS PADRES

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martes, 27 de febrero de 2018

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FORD COMPLICE.

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ESCUELAS RURALES

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EL PAÍS 25 de febrero de 2018 Opinión Adiós al cheque en blanco

Ninguneos del Gobierno, antes y después del acto. La personalización para negar la masividad. Las voces de la calle, motivos. Traspiés de Dujovne, malas nuevas económicas, desaires de los jueces. La causalidad de la bronca y el activismo popular. La nueva moda de los insultos: algo más que puro fútbol.
Imagen: Joaquín Salguero
El Gobierno hizo todo que estaba a su alcance para limitar la cantidad de dirigentes sindicales que adhirieron al acto del miércoles 21. Festejó cada ausencia como un gol de media cancha, las preanunció con fruición, insinuó que los oradores hablarían ante un páramo. También prodigó presiones o favores para inducir el ausentismo, tan detestado en otras facetas de la realidad.
Más tarde, minimizó el número de participantes. En el primer intento se le fue la mano porque las imágenes de los drones tornaban ridículas sus estimaciones, la aumentó en cuestión de horas.
En todo momento, identificó al acto con sus convocantes. Las fotos del palco “punteando” a los dirigentes son válidas e ilustrativas, pero es falaz deducir que más de doscientas mil, tal vez un cuarto de millón de personas, sean clones o títeres de Hugo Moyano, de Cristina Fernández de Kirchner o de cualquier protagonista. No participó una masa informe ni un conjunto de Wallys o zombis sin personalidad, motivaciones, valores e intereses. 
Eran trabajadores, formales o no, con o sin empleo. Provenían de todo el país, con la lógica preeminencia del área metropolitana. No cualquier persona puede costearse un viaje de larga distancia… para muchos hasta los vuelos lowcost de Flybondi son prohibitivos, sin contar que no suelen llegar a destino. 
Una representación viva de la clase trabajadora se dio cita para cuestionar al Gobierno en general y practicar la nueva costumbre de insultar a Mauricio Macri, con todas las letras. 
El macrismo echó mano al rebusque clásico de todos los gobiernos: comparar a los que ponen el cuerpo, se movilizan, caminan, se cansan y ejercen la acción colectiva versus los que “se quedaron en sus casas”. Se da por hecho que todos y todas objetan la movida. Se sobreinterpreta que la mayoría silenciosa” obra con unanimidad, una falacia.
El 25 de mayo de 1810, caramba, un escueto puñado de porteños soportó la lluvia y reclamó saber de qué se trataba. Las multitudes del 17 de octubre o las de los dos actos de cierre de la campaña presidencial de 1983 constituían un porcentaje menor de la población. La Plaza de Semana Santa hizo historia, nadie piensa que su representatividad se agotaba con el último en llegar.
Gentes de a pie concurrieron “por la libre”, un montón. Columnas encuadradas pisaron el pavimento, unas cuantas llegaron en micros. Muy nutridas de los partidos de izquierda y el kirchnerismo. Las hubo imponentes de los movimientos sociales y de sindicatos de diversas ramas de actividad, estatal o privada. Flamearon, conmovedores, carteles llevados por los despedidos en meses recientes. Para una movilización son grupos pequeños: no los forman decenas de miles, sino decenas o cientos de personas laboriosas que quedaron en la calle. Integran un colectivo, se agrupan en defensa de algo común; tal su rotunda diferencia con “los que se quedaron en casa”, una sumatoria de individuos aislados. El impacto de los ajustes o los cierres de fábrica trasciende a los despedidos: se amplía a otros argentinos o a ciudades enteras.
La gente común no es la vanguardia ni se confunde con los dirigentes. No representan: son. A título de viñeta, fatigaban el pavimento un hombre y una mujer, tal vez fueran pareja, portando un cartelito que decía “ex trabajadores de YPF”. Así juntos, en la calle, eran mucho más que dos.
Sin la muchedumbre, los discursos hubieran pasado desapercibidos: el coro importa más que las voces de los solistas.
El acto encontró al Gobierno en un mal momento, que se prolonga desde hace meses. En la semana afrontó problemas y desaires:
  • Debió entregar un peón off shore, el subsecretario general de la Presidencia Valentín Díaz Gilligan. 
  • El Poder Judicial, cuya selecta mayoría funge de pilar de la Coalición Cambiemos, propinó dos reveses al equipo del presidente Mauricio Macri. El primero (dirigido frontalmente al primer mandatario) fue un comunicado hipercrítico de la Asociación de Magistrados y Funcionarios. El segundo, el desistimiento del juicio político contra el juez federal Daniel Rafecas (ver página 10).
  • Las variables económicas siguen dando fatal (ver páginas 4 y 5 de esta edición). El ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, pasó las de Caín en un cónclave celebrado en Madrid. Confesó que no sabe mucho qué hacer. Les habla con el corazón… y da pena.
Usted dirá que emula a otro gran pensador occidental, Sócrates, que asumía “solo sé que no sé nada”. Hete aquí que cuando alegaba eso quería expresar su superioridad sobre los sofistas. El conocía la finitud de su conocimiento mientras los otros alardeaban, pero no se daban cuenta ni de su ignorancia. 
Dujovne, a diferencia de los sofistas, ni siquiera es hábil para macanear: trastabilló cuando se le preguntó cómo esperaba inversiones extranjeras si él tenía su fortuna fuera de la Argentina. Titubeó, se fue por las ramas: fustigó a la transparencia kirchnerista, jugó el comodín devaluado de la narrativa oficial. Una respuesta evasiva que dudosamente motive una lluvia de capitales no golondrina.
La anécdota revela otra falla creciente del Gobierno en el área que mejor maneja: la comunicación. Los traspiés se suceden, en buena medida porque es difícil transmitir “bien” malas noticias acumulativas, en parte porque el nerviosismo afecta el juego de equipo.

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Un peón no tan suelto: Díaz Gilligan (sin ir más lejos) cometió una torpeza asombrosa dentro de un elenco fogueado en el coaching  mediático. Se franqueó con un periodista del diario español El País. Sinceró las trapisondas cometidas con una cuenta off shore, colocada en Andorra .Tarde pero seguro, retado y asesorado por colegas, fue reacomodando su primera versión, pletórica de pillerías y testaferros.
El intento distractivo pesó poco frente a una cifra rotunda (1.200.000 dólares, mucho más que una propina o un vuelto) cuyo origen y funcionamiento jamás pudo explicar,
La plana mayor del Gobierno lo defendió un ratito y luego decidió entregarlo. La imagen del peón de ajedrez ascendió a trending topic. El primer problema de la comparación es que desnuda que hay alfiles, caballos o torres (usted dirá) que practican enjuagues similares. Por ahí, sacrificar el peón salve el pellejo de los ministros Luis Caputo, Jorge Triaca (hijo) y Luis Miguel Etchevehere. En tal caso, el bueno de Díaz Gilligan sería un émulo del Sargento Cabral, que se ofrenda para vencer al enemigo. Pero tal vez el subsecretario sea una ficha que comienza el efecto dominó. El tiempo lo irá develando.
De momento, las piezas importantes siguen en aprietos, incluso con conductas judicializadas. Etchevehere está más comprometido (o urgido) porque las dos causas penales que le conciernen avanzan con relativa celeridad.
Comunicadores afines a la Casa Rosada o ajenos que creen en la infalibilidad de la propaganda M explican que las maniobras con dinero off shore son difíciles de captar para el gran público. Que a “la gente” no le importan porque no entienden.
Hay una mínima parte de verdad en el argumento. Este cronista confiesa que se vería en figurillas para diferenciar cuáles son las diferencias para manejar plata negra entre distintos miniestados que funcionan como cuevas financieras VIP o en otros paraísos fiscales. Ese mundo es ancho y ajeno, hermético: ser ininteligible es uno de los atractivos del negocio.
Pero cuando un gobierno pierde su aura, las percepciones colectivas cambian de signo o lo invisible deviene patente: sectores importantes de la opinión pública, profanos en materia financiera, van internalizando que Macri está rodeado de millonarios que tienen fortunas afuera, que balbucean cuando se les piden explicaciones. En ese contexto, pierden relevancia sutilezas para iniciados: si son accionistas, apoderados, cuentacorrentistas o una extraña camada de coleccionistas que acumulan guita sin afanes materiales.“El público”, “la gente”, compara millones de dólares ajenos versus salarios menguantes o pérdida de laburo u otras penas propias… las conclusiones fluyen solas.
La Corte del Rey empieza a estar desnuda y el Gobierno padece un mal nada novedoso: insistir en la narrativa anti K tan fructífera hace un semestre o un año, menos rendidora hoy en día. Con dos años largos de gestión, los propios actos del macrismo gravitan más en el imaginario social, la coyuntura (sus desempeños) le patean en contra.

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Insultos y cadenas causales: La inflación de enero y febrero fueron elevadas, la de marzo redondeará un verano aciago. Dujovne confiesa que dispone de pocas herramientas para combatirla, matizada con una voluntad de hierro. Garra a cambio de saber, poca cosa para la acción pública.
El comienzo de las clases encuentra a las provincias discutiendo sendas paritarias docentes, empantanadas en promedio. La gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, reincide en culpar de las dificultades para cerrar trato a Roberto Baradel, secretario general de Suteba. Más allá del éxito que alcance ese relato ramplón, jamás podrá expandirse para achacarle al sindicalista el brutal aumento de la canasta escolar o las dificultades crecientes para inscribir a los chicos, las carencias edilicias o los potenciales cierres de escuelas.
El Gobierno puede obstinarse en creer (o proclamar) que la muchedumbre congregada el miércoles está compuesta por “militantes” sin seso o pobres irracionales que son llevados de la nariz o a cambio de unos pesos.
O atribuir la epidemia de insultos a Macri a un mero fenómeno futbolero. El relato macrista rechaza las conexiones causales.
La inflación galopa, el valor adquisitivo de sueldos y jubilaciones baja, los servicios públicos se encarecen y se corta el suministro de electricidad, los despidos cunden. La malaria se expande, la bronca ciudadana crece, se hace costumbre insultar a Macri. La concatenación es posible o hasta segura. 
Las diatribas contra Macri sintetizan un malestar extendido. Señalan un responsable genérico; si algo funciona mal, el Gobierno tendrá algo que ver. No claman contra los que “se robaron un Producto Bruto Interno” o contra otros protagonistas. El oficialismo ocupa el centro de la escena y fracciones crecientes de la sociedad civil reaccionan en consecuencia. La política tiene esas cosas: se gana, se pasa de pantalla y los problemas se multiplican.
Si el equipazo de Macri asumiera la realidad, criteriosamente advertiría la correlación entre la bronca y el agravamiento general de los indicadores sociales y laborales. Claro que no tiene ni voluntad ni garra para cambiar el programa económico, correlato de su modelo de país.
La amplia victoria en las elecciones se equiparó a un cheque en blanco.
La imagen la pifia de movida. El cheque en blanco nunca existe en democracia: es ilusorio esperar una autorización absoluta y vitalicia para girar en descubierto. El pueblo ya pagó al votar, luego espera retribuciones, respuestas, mejoras. Expectativas, que le dicen. El rechazo, el sentimiento y el activismo opositor se acentúan en la base, el palco las cataliza.
 Imposible vaticinar si la tendencia se estancará, crecerá o si entrará en el pasado. El hilo de esta columna insinúa la hipótesis del cronista, aunque como siempre, el futuro es abierto.