Hay momentos, flashes, en los que el presidente Mauricio Macri o su elenco se salen del libreto dando rienda suelta a su idiosincrasia. Son reveladores y cada vez más frecuentes. Una de las gemas de la semana pasada sucedió cuando Macri se refirió a los “abuelos” (mote erróneo que reduce a un rol a personas de cierta edad) y se fue empalagando con las risas cortesanas. Terminó explayándose sobre el (ab)uso de los canales porno en algunos centros de jubilados, delató a uno, con pelos y señales. Se ufanó de haber ordenado cortar el uso de esa señal de cable, como si fuera una hazaña. Siguió adelante un ratito, fue “Mauricio” sin ambages: un bon vivant millonario desde la cuna que denigra (sin percatarse siquiera) a los más humildes de cualquier edad y condición.
Sus panegiristas lo comparan con Pascal o lo describen como un hombre moderado, sereno, amante de los consensos… pero no hay caso. Ni bien abre la boca los desmiente, ni qué decir cuando toma decisiones. 
Se repite, con buena dosis de razón, que Cambiemos gobierna para los ricos. Más refinado es el comentario que hizo tiempo atrás el sociólogo y académico Ernesto Semán: el actual es un Gobierno de clase. Una de sus características es negarlo “de boquilla” y confirmarlo a través de sus políticas públicas.
Parte de las coberturas de los medios dominantes sobre los viajes presidenciales expresan el “cambio cultural”. Recurrentes notas editadas en las secciones políticas parecen salidas de filiales insulsas de las revistas “Hola” o “Caras”. Mujeres periodistas se regodean comparando la vestimenta de la primera dama Juliana Awada versus la de las reinas o colegas con las que va topando, como Máxima de Holanda o Ivanna Trump. Se insinúa, tal vez, una nueva disciplina olímpica: competencia en el glamour femenino.  Acaso alumbre otro medallero para Argentina en el noble mundo del buen vestir.
Pero esas son imágenes subalternas, en más de un sentido. Las dos principales que se agregaron al álbum macrista son el encuentro con el presidente estadounidense Donald Trump y la más descollante, el  paseo por la fábrica de Techint en Texas, una maqueta perfecta de la política económica M.

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Houston, tenemos un problema: Que Techint instale una fábrica de caños sin costura (la especialidad de la casa, una manufactura-commodity) cerca de Houston es un hecho rotundo que casi hace ociosos los comentarios. Apenas vale la pena agregar otros datos. 
La variante de la relocalización rompe una regla establecida: de ordinario el capital muda empresas a países con salarios “competitivos”, esto es más bajos o viles. La penuria aflige a Europa y es aprovechada por Marine Le Pen en sus recorridos de campaña por ciudades fantasmas o que enfilan para serlo.
La multinacional Techint lidera una innovación: gasta 1800 millones de dólares para dar conchabo a obreros con sueldos comparativamente elevados mientras desguarnece sus posiciones locales. Esto último, convengamos, un modo de decir, porque Techint es más multi que argentina, pero talla fuerte en la economía gauchesca y en la poderosa Asociación Empresaria Argentina  (AEA). Paolo Rocca, uno de los contados capitanes de la industria que ha leído algunos libros, es un referente de los líderes patronales. 
La planta de Techint en Campana languidece y despidió centenares de trabajadores el año pasado. El intendente, Sebastián Abella, la eximió  de un impuesto local. Como la gracia estatal levantó protestas de los vecinos, la envolvió en una medida supuestamente general: protección a las empresas en crisis. 
Usted se preguntará como puede estar en crisis un conglomerado que, en paralelo, invierte una fortuna en otras latitudes. Es pecar de ingenuo, porque en el capitalismo global (y el anterior también…) las sociedades comerciales esconden su identidad o la utilizan para evadir impuestos o responsabilidades. En jerga jurídica se llama “abuso de la identidad societaria” y debe ser sancionada… si las pescan los Gobiernos o tribunales que habitualmente las aúpan.
Esta columna no se adentrará en la sofisticada trama de Techint para evadir impuestos, jugar con la trasnacionalización y optimizar sus ganancias. La sede en Luxemburgo, una guarida fiscal bien enclavada, es solo una de ellas. Para quien quiera un análisis profundo y detallado se recomienda un trabajo del sociólogo Alejandro Gaggero. Se titula “Los efectos de la internacionalización y extranjerización de los grandes grupos empresarios argentinos”. Fue publicado por el Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo de Argentina (Cefidar). 
Tejemanejes de ese jaez sirvieron a la gran banca trasnacional para gambetear la responsabilidad por el corralito en la Argentina. Si las sucursales sudacas estafaron a los ahorristas y quedaron desfondadas, ese no es nuestro problema, adujeron desde las casas matrices, sueltos de cuerpo. No fue una exclusividad argenta: en toda Europa tras la caída de Lehman Brothers el sistema político protegió al sector financiero y sus pillos más redomados. Allá lo llamaron “paracaídas de oro” para que los tahúres de guante blanco llegaran al suelo sin magullones. La caída libre de las personas que confiaron en ellos tuvo muy otro desenlace, ya se sabe.

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Un apretón de manos (derechas): El cónclave en la Casa Blanca produjo euforia en la Casa Rosada y en la Cancillería, cuya “línea” ha recuperado bríos. En el Palacio San Martín rige una regla no escrita: negociar con los poderosos equivale a ceder todo o casi todo. 
Aplicando a rajatabla ese protocolo, Macri se trajo un apoyo político tan amplio como esperable. Es el presidente de derecha más expectable de América del Sur. El brasileño Michel Temer no fue elegido democráticamente, es rechazado por una mayoría abrumadora, no da pie con bola, recibió anteayer el bofetazo de una huelga general impresionante.  El peruano Pedro Pablo Kuczynski tiene credenciales pasables y hasta fue recibido antes que Macri pero la gravitación de su país le pone un techo. El colombiano Juan Manuel Santos es una figura menos obvia (especialmente por el acuerdo de paz con las FARC) que sus pares argentino, brasileño y peruano. Y además no tiene el galardón de haber batido en las urnas al “populismo”, que sí embellece a Macri para la mirada de Washington.
El apoyo político no fue humedecido por la lluvia de dólares que el oficialismo vive anunciando desde diciembre de 2015. 
Las divisas entran  por vías riesgosas o  suicidas como la deuda externa exorbitante. O utilizables una sola vez, como el blanqueo de capitales. O merced a la redituable especulación a través de LEBAC, que el consultor Miguel Bein describió (con jerga más técnica que la que usaremos ya mismo) como récord mundial de rendimiento de la bicicleta financiera en dólares. De nuevo: es lamentable que el Comité Olímpico Internacional sea tan conservador para admitir nuevas disciplinas que dotarían de medallas de oro a la Argentina… O a los inversores golondrina que levantarán vuelo en algún momento, acamalando ganancias pingües. Millones de argentinos pagarán las consecuencias. No será la primera vez.
Pocos negocios se cerraron en Washington. El documento final  solo mencionó a un país: Venezuela. Los silencios son elocuentes: a los mandatarios no los conturba, por ejemplo, la situación en México, donde proliferan las fosas comunes y se matan periodistas como si tal cosa. 
Tampoco se dejó nada escrito respecto de relaciones bien preocupantes como son la injerencia de agencias como la DEA en la apodada “lucha contra el narcotráfico”.
Macri acrecentó su capital simbólico y sus ínfulas. Regresó, desdichadamente, el péndulo de la política exterior doméstica en la que siguen volando alto el desafío del presidente Raúl Alfonsín a su par gringo Ronald Reagan en la mismísima Casa Blanca. O el “no al ALCA” concretado por el terceto de los presidentes Hugo Chávez, Néstor Kirchner y Lula da Silva en la Cumbre de Mar del Plata.
No son ellos el grupo de referencia de Macri ni de la Canciller Susana Malcorra. Fungen de tales el ex presidente Carlos Menem y el fallecido ministro Guido Di Tella. Malcorra es orgánica del Departamento de Estado y tan funcional a él como el francotirador Di Tella. Un converso suelto de cuerpo y de lengua que propaló la certera expresión “relaciones carnales”. 
La armonía política entre gobiernos de derecha es, guste o no, lógica, sobre todo si los menos poderosos se encolumnan y hacen la venia. La derecha argentina, a diferencia de otras, rehúsa reconocerse como tal, soltando globos en sentido estricto y figurado.
Las inversiones son, de todas formas, una cuestión aparte. Argentina se oferta como el supermercado del mundo, aunque sin góndolas de productos industriales con valor agregado significativo.
Estados Unidos ejercita un agresivo proteccionismo que no se toma como modelo desde acá. Su política represiva, el despliegue de barbarie por otras latitudes, las cárceles para inmigrantes, el chauvinismo a flor de piel tienen mejor acogida oficial en estas pampas feraces.

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Mejor que en el infierno: Los trabajadores de SANCOR cortan rutas, testimoniando la caída libre de otra rama de la industria. En simultáneo el ministro de Cultura, Pablo Avelluto, acumula reproches desde distintos sectores sometidos a su gestión. La apertura de la Feria del Libro le cayó mal. El representante de la Fundación El Libro pintó un panorama desolador en su rostro. La industria editorial atraviesa borrascas, baja en la producción y en las ventas. Como casi todas las actividades ligadas al consumo más o menos masivo. 
El ministro debió deglutir un discurso lapidario y brillante de la escritora Luisa Valenzuela sobre la posverdad que pareció un elegante telegrama colacionado remitido al macrismo.
Avelluto replicó citando “a mi amiga Beatriz Sarlo”. “Conmigo no”, espetó con gesto ceñudo y bronca a flor de piel. Alegó que hubo épocas peores, con dictadura o hiperinflación. Es el único punto admisible de su relato: esas etapas atroces fueron peores que la era de Cambiemos. La comparación con el infierno, caramba, no redime la política económica oficial ni la rústica gestión de Avelluto en su área.
Transitoriamente no se ha avanzado sobre los fondos del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA). Parece imposible en el cortísimo plazo ya que la movida generada por el gobierno aunó demasiadas críticas y acciones colectivas. La amenaza sigue latente porque desfondar, así fuera parcialmente, al INCAA beneficiaría directamente al Grupo Clarín, un pilar de la coalición oficialista. 
Avelluto y el Jefe de Gabinete, Marcos Peña, empeñaron su palabra: las denuncias son temerarias, jamás se corroborarán. Son promesas de la campaña de 2017. En 2015, Macri en persona perjuró que jamás tocaría el Fútbol para Todos. Con las barbas en remojo, habrá que ver. Seguramente el resultado de las elecciones será decisivo en ese conflicto de intereses como en tantos otros.

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Coda transitoria: El ausentismo de las clases dominantes argentinas es un viejo invento. Lo malo conocido siempre se puede empeorar, si hay voluntad política. Ni aún dentro de esa tradición aciaga hay precedentes de una imagen  como la de Macri celebrando la creación de empleo en Texas, mientras por acá siguen cayendo empresas, sectores productivos enteros. Los cierres, suspensiones y despidos siguen siendo cotidianos. In God we trust y con el mazo dando.
En algún bar de Moe habrán brindado por Paolo Rocca o por el presidente de un país ignoto. Poco o nada de bueno o de sensibilidad social puede esperarse de la crema de “la burguesía nacional”. A los gobernantes elegidos por el pueblo es dable exigirles más. Como piso, bajísimo, evitar sacarse esa foto con los laburantes de otras comarcas que prosperan a costa de quienes sobreviven acá.