Me quedé con ganas después de la nota que hace dos días escribí de apuro (Somos éstos) porque tenía que entregar temprano. Uno con los años, a pesar de haberse pasado más de media vida en redacciones, va perdiendo cierto tono muscular de la escritura, y va adquiriendo otro. Como estas contratapas son quincenales, a diferencia de las notas del día, permiten el vagabundeo sobre algunas ideas, párrafos de más que luego son borrados, consultas de viejas lecturas, en fin, esa costura que permite recorrer el tema por una calle poco transitada. 
Y está muy bien encontrar esa calle, porque todos necesitaríamos, para pensar mejor, para no equivocarnos, para actuar políticamente de la manera más sensata, esos tipos de calles, esos soportes de comunicación, que habilitan el ida y vuelta de ideas, la puesta sobre la mesa de percepciones, el desahogo que pueda ser escuchado, la capacidad de escuchar el desahogo ajeno. Precisamente, uno de las herramientas que Cambiemos generó para sí con mayor éxito, fue esta implosión de información cruzada, de versiones confusas, de ataques sistemáticos en las redes, de mentiras periodísticas convertidas en fundamentos de causas persecutorias, de idas y vueltas con medidas delirantes que son modificadas en base a focusgroups, de naturalización mediática del escándalo enorme, monumental, abismal en el que se resume lo que estamos viviendo desde hace un año y medio. 
“Quiero una Argentina que camina”, dice Macri rodeado de discapacitados motrices en un escenario. Uno de ellos es su vicepresidenta. No ven contradicción ni desubicación en la frase. El PRO la aplaude. Ellos no tienen el registro natural de la ofensa que a veces uno profiere sin darse cuenta, y que es el motivo principal de las millones de veces que en un día hacen que alguien le pida disculpas a otra persona. Si pudiéramos acceder a esos millones de disculpas, comprobaríamos que, tal como lo contiene la palabra, la disculpa se pide por un hecho que pudo molestar o herir a alguien y que nadie tuvo la intención de provocar: la disculpa disipa la culpa que no se tuvo.  
Macri, y los que son como él, jamás pedirán disculpas cuando ofendan a alguien, porque han nacido y crecido entendiendo como inferioridad no ser como ellos. Hace poco hablaba acá de su falta de empatía. Es más que eso. O quizá, podría decirse que el origen de esa brutal falta de empatía yace en el hecho de que Macri y los que son como él son los que han nacido ya empoderados, en cunas de poder, en nichos de poder, y han crecido y entendido desde niños que todos los derechos de los demás están bajo su órbita de superioridad social y racial, de clase. 
Esa fue la “total normalidad” de este país, siempre salvo breves disrrupciones. A lo largo de las décadas y los siglos, esos nichos de poder construyeron un artificio al que le dieron forma de sentido común. Laura Alonso ocupa la Oficina Anticorrupción sin que prospere ningún pedido de interpelación, mientras desfilan ante nuestros ojos, uno peor que el otro, uno más grosero que el otro, los evidentes negociados que los empoderados de siempre aprovechan y aceleran ahora que ocupan el Estado. Todo el Estado irá a parar a sus bolsillos. Todo lo que es de todos. Y en canal 13 victimizan a Magnetto, y Bartolomé Mitre declara que “Sólo compramos Papel Prensa”. Se remite a los hechos: ¿comprar empresas no es lo que hacen los buenos empresarios? En paralelo, se cierra el tema de Avianca, sin demostrar que el presidente que les cede las rutas aéreas no tenga un testaferro en la empresa beneficiada. Sobre Aerolíneas Argentinas, en tanto, vuelve a pender el desprestigio que hace años condujo a la privatización. Gustavo Arribas vuelve a ser señalado por el denunciante de Odebrecht como el destinatario de más de ochocientos mil dólares en coimas, pero en la televisión eso no rebota, no se registra, ni hay acuse de recibo. 
En materia de comunicación, que es nada menos que las formas que encontramos para compartir nuestra vida y el mundo con los otros, desde hace un año y medio los soportes han cambiado, y no fue un fenómeno enmarcado en la libertad. Todo lo contrario, la uniformidad oficialista de los grandes medios y su amplificación del discurso gobernante, nos obliga al extenuante trabajo de revisar primeras, segundas y terceras capas de sentido, porque ya es ostentoso, obsceno el modo en el que disfrazan la realidad de lo que les convenga día tras día. Como resultado de ese esfuerzo que nos agota, que nos pudre los nervios, pero con la obstinación del que ya rompió el hechizo de ese falso sentido común, diariamente millones de ciudadanos se vuelven semiólogos al paso, expertos en advertir que no es normal, no lo es, que es terrible tener un Presidente que no experimenta culpa, porque hay un borde de la culpa que no deviene de la versión religiosa del pecado sino de la responsabilidad laica de la función pública. 
Todos los días en uno o varios lugares del país la policía detiene y golpea a personas sin causa. Estudiantes, manteros, militantes, docentes, despedidos. Mientras tanto, la “inseguridad” como la nombraron siempre ellos, o el número de delitos, que es lo mismo pero más preciso, crece exponencialmente porque a los delitos de antes se les suman las zonas liberadas, fuerzas de seguridad sin control civil, internas de mafias que se dirimen a tiros o carpetazos judiciales. Y Macri da un discurso y dice que ha llegado para combatir a las mafias. Y una semana después entendemos mejor qué quería decir: las “mafias” para Macri son las organizaciones sindicales que no se rinden ante ese empoderamiento del que él se cree propietario. Macri no tolera ni rectificar ni dejar de irritar: ésa es su manera de autoafirmarse como el dueño de un país, y así crece la tensión porque no existe la figura de dueño de un país con todos sus habitantes adentro.    
Necesitamos calles poco transitadas para sacarnos de encima los trastos que tiran ellos para confundirnos. No es fácil. Estamos confirmando que los medios de comunicación no trabajan para la comunicación sino para el gobierno. No podrían hacerlo de otro modo: maman la leche de la pauta, que hoy, pública y privada, coinciden en aquel viejo sentido común de la total normalidad cuando un rico da órdenes. 
Necesitamos repasar nuestras prioridades y nuestros límites. Necesitamos desintoxicarnos del sonido ambiente. Necesitamos dejar de enturbiarnos con la cloaca en la que cada día nos internan. Porque así como Macri y los que son como él han nacido empoderados por una fortuna familiar, un apellido, un linaje contado a medias –porque ningún linaje entero de riqueza es honorable–, nosotros, los ciudadanos simples y comunes, también hemos aprendido, y en ese sentido esta semana fue hermosamente visible y porosamente entrañable, que todo era mentira, que ellos no son superiores a nadie, que no tienen más derechos que cualquiera, que son falsos nobles en un país sin nobleza, que la inequidad terminará perjudicando a las enormes mayorías y que hay que hacer algo al respecto. Pensemos cómo y con quién, pero discutámoslo en una calle poco transitada, con nuestras propias palabras, con claridad estratégica, con generosidad pero con un objetivo claro. Es la única salida de esta espantosa encerrona que nos hizo caer allí donde sí se cae: en un gobierno como éste.