El cargo de David Lipton en el Fondo Monetario Internacional es el de Primer Subdirector Gerente. Ocupa el segundo lugar en el organigrama del organismo multilateral pero su rol es más importante: representa a Estados Unidos. El vínculo con la directora del FMI, la francesa Christine Lagarde, es importante pero las discusiones determinantes para países como Argentina pasan primero por las oficinas de Lipton. Con él negociaron desde antes de asumir los emisarios del Gobierno de Mauricio Macri cómo sería la restauración del tensionado vínculo bilateral. No es sorprendente entonces que ayer, al finalizar su participación en el Foro Económico Mundial organizado en Puerto Madero, haya descrito la política económica implementada desde diciembre de 2015 como “una manera exitosa de evitar el desastre”. Pero, las autoridades del organismo no están convencidas que alcance para impulsar la economía. Los documentos oficiales del organismo para Argentina recomiendan profundizar el ajuste. Recortar el gasto público, reformar el sistema jubilatorio y la flexibilización laboral, forman parte de las sugerencias presentes en su primera revisión de la economía argentina desde 2006. .
 “El país está en el camino adecuado y la estrategia general es la correcta. La relación del FMI con la Argentina está normalizada; entendemos la herencia y fue exitosa la manera de evitar el desastre”, fue la evaluación de Lipton que incluyó un guiño adicional al referirse a la “herencia”. El pago a los fondos buitre, la reinserción en los mercados internacionales de deuda externa y la desregulación del mercado cambiario fueron el punto de partida para las transformaciones que celebra el Fondo. Sin embargo, las proyecciones del organismo para el país no acompañan el optimismo discursivo de sus autoridades. En enero, el organismo rebajó hasta 2,2 por ciento sus estimaciones de crecimiento para 2017. Fue la segunda vez que el Fondo modificó hacia abajo sus proyecciones para el país. En octubre del año pasado anunciaba una recuperación de 2,7 por ciento y en julio preveía un 2,8 por ciento, guarismos alejados del 3,5 presupuestado por el Gobierno. 
Por primera vez en más de quince años, Argentina y el FMI coinciden en las prioridades que debe asumir la política económica para ingresar en un sendero de crecimiento: bajar la inflación y reducir el déficit fiscal. “La continuidad del ajuste macroeconómico y los avances en el fortalecimiento del marco institucional ayudarán a apuntalar la confianza de los inversionistas en las metas fiscal y monetaria y a propiciar un repunte de la inversión privada”, consideró a comienzos de año el Fondo en uno de sus informes. A contramano de lo que indica la evidencia histórica, el nivel de actividad, la creación de empleo, la mejora en el poder adquisitivo y el consumo serían un subproducto automático de esas metas mientras que elementos como la distribución del ingreso ni siquiera figuran en la agenda. 
Pero aunque coincide en el rumbo elegido, el FMI no cree que se cumplan los objetivos. “El funcionamiento del Banco Central es bueno, pero hasta que no baje la inflación en forma importante no habrá un crecimiento económico sólido”, explicó ayer Lipton. Por eso, normalizada la relación bilateral, el Fondo sugiere cada vez con más intensidad profundizar los cambios. El diagnóstico y recomendaciones formuladas en su primera revisión de la economía argentina desde 2006 contemplan el recorte del gasto público, flexibilización laboral, la reforma del sistema jubilatorio, la quita de subsidios y la minimización del empleo público. Transformaciones que el Gobierno ya comenzó a implementar. 

Durante una breve conversación que mantuvo con periodistas al finalizar su intervención en el Foro Económico Mundial organizado en Puerto Madero, el subdirector gerente del FMI descartó que el incremento en la deuda externa registrado desde el año pasado represente un problema. “No hay una preocupación con los niveles de deuda; si se cumplen nuestros pronósticos, se mantendrá en un nivel sostenible”, expresó Lipton en sintonía con la política oficial y la propia historia del FMI que fue un protagonista en el estallido económico de 2001-2002. Dentro de la lógica del BCRA, el endeudamiento externo y el ingreso de capitales especulativos no sólo financian la fuga sino que le permiten acumular reservas y planchar el dólar. Funcional a la estrategia de corto plazo del Gobierno para disciplinar la inflación con apreciación del tipo de cambio –programa que también se vale de la apertura importadora e incremento del desempleo–, esa dinámica no sólo no impulsa el desarrollo, la ampliación de la capacidad productiva o mejoras sostenidas en la infraestructura del país, sino que engrosa los compromisos por pago de intereses, expone la economía a los vaivenes del mercado financiero y agudiza las dificultades comerciales.