No es fácil concebir en pocas palabras un juicio certero sobre la inuadita definición del nazismo que Esteban Bullrich alucinó en la casa de Ana Frank. Confieso que leí esas casi cuarenta palabras varias veces porque no podía relacionarlas de ningún modo posible con la atroz verdad que desencadenó el delirio criminal hitlerista antes y durante la segunda guerra mundial. Aunque este diario ya reprodujo varias veces la declaración del ministro de Educación, es preciso volver a hacerlo para calibrar la totalidad de su impacto. Dice así:
“Ella (Ana Frank) tenía sueños, sabía lo que quería, escribía sobre lo que quería y esos sueños quedaron truncos en gran parte por una dirigencia que no fue capaz de unir y llevar paz a un mundo que proponía la intolerancia”.
La primera pregunta que me hago es en qué mundo se crió y educó Bullrich para convertir al nazismo en “una dirigencia que no fue capaz de unir”. Los nazis querían someter, no unir, eso es lo que sabe cualquiera que asistió normalmente al colegio pero que, por lo que parece, ignora el ministro de manera afrentosa. Luego ¿de qué paz habla, qué paz fue la que no supo llevar al mundo? Hitler propuso la guerra y la eliminación “industrial” de millones de personas en beneficio de “la raza aria”. Además, Bullrich enloda el concepto (desde el principio falso y equivocado) cuando habla de un “mundo que proponía la intolerancia”, es decir que el mundo –siempre hostil– esperaba que Hitler le restituyera la tolerancia ¿es ese el criterio que propone el ministro?  Desde ya, entre muchas otras cosas suficientemente graves, esta declaración vergonzosa es una afrenta a la inteligencia: la inversión de la verdad mediante –para colmo– términos “indoloros” y domesticados, aligera lo que no admite ningún tipo de ligereza y lo que es todavía peor (o “tan” peor como lo anterior) es la tolerancia casi simpática que exhibe hacia el horror del régimen hitlerista al decir que se trató de una dirigencia que no fue capaz de unir y llevar la paz. Es decir, Hitler cometió un error benial y debió pedir perdón, digamos a la manera macrista, pero no lo hizo, lo cual es una pena. 
Uno puede preguntarse si Bullrich –y otros miembros del gabinete– se burlan de nosotros, o si son tan ignorantes como parecen o si, ya en el barranco precipitado de lo admisible, son tan derechistas que el nazismo les resulta benigno. O si, en definitiva, viven hundidos en una perpetua indiferencia que los blinda de toda impresión de realidad. 
Por otro lado, y para finalizar, cuando supone que los sueños de la pobre Ana Frank (refugiada en un altillo) quedaron truncos “en gran parte” por culpa de esa “dirigencia” evita decir que fue totalmente debido al nazismo y no sólo en gran parte. Y no sólo quedaron truncos sus sueños sino su propia vida, perdida en los campos de exterminio, como nadie ignora, junto a otras seis millones de personas eliminadas por el hecho de ser judías. Por último ¿a quién le teme Bullrich? ¿Les teme a la Merkel, a Alemania, a su propio subconsciente, a los capitostes de Bruselas? Me pregunto también si habrá leído el ministro el diario de Ana Frank, se lo recomiendo si no lo hizo y le recomiendo también los diarios de Victor Klemperer y la Trilogía de Auschwitz, de Primo Levi. Pero quizá no soporte tanto horror.