Quien haya pensado en el más simbólico de los cierres de año político ni siquiera se habría acercado a imaginar cosa semejante. Tampoco hay parodia, ironía o mordacidad que esté a la altura de lo sucedido. Pero el detalle clave es que no se trata, primordialmente, de un hecho de feudo provinciano. Es una credencial de habilitación nacional que otorga Casa Rosada. Y eso supera en mucho al carácter anecdótico –incluso de pintoresquismo bruto– que tienta adjudicarle.
Además, el asombro se remite a las fracciones intelectualmente activas de la sociedad. Peor: quizás, la suma de sectores indiferentes o aprobatorios del hecho sea (clara) mayoría. O bien, hay preocupaciones e indicadores que, en la consideración popular, están muy por delante de lo ocurrido en un lugar alejadísimo del centro mediático. Una cierta mirada folklórica, en las grandes urbes, es capaz de estimar a Jujuy como una extrañeza más boliviana que argentina. Si es por coyuntura y perspectivas económicas, los datos de caídas agregadas en el consumo y la actividad industrial son un mazazo que, este mes, sólo habrá de disimularse por la plata extra volcada al mercado a través de beneficios transitorios. Pasa lo mismo con el horizonte de la temporada turística local y la inflación. Son números inquietantes. El Gobierno prevé subas del 75 por ciento, desde febrero, en las tarifas de luz. De 40 pesos por mes que pagaba un usuario promedio a principios de 2016, se subirá a casi 500 en el segundo mes de 2017. Y se proyectan más incrementos en el segundo semestre, como resultas de que el Estado, que subsidia el 70 por ciento de la generación eléctrica, tiene el objetivo de auxiliarla en no más de 10 puntos porcentuales. El muro de grandes medios tradicionales que todavía protege a Macri empieza a mostrarse infecundo para sostenerlo a capa y espada. Están refugiados en la letanía de la corrupción K y no cuestionan al modelo económico como tal, ni se supone que vayan a hacerlo. Pero sí critican ya la ausencia de algún programa definido que exhiba capacidad de conducción en esas barras gobernantes de compañeros de secundario en colegios bilingües, acostumbrados en el mejor de los casos a la eficacia del management corporativo. 
Esos medios, que reflejan el nerviosismo de la coalición gubernamental de que forman parte, continúan poniendo el grito en el cielo por la ineptitud de Macri en la jefatura política de sus intereses. Los ocultamientos de corruptelas, en torno de la gestión de Cambiemos y de la proveniencia de sus funcionarios, son un ardid previsible. El miércoles pasado se conoció, pero no se supo a niveles masivos, que una empresa panameña –BF Corporation– y otra uruguaya –EQT–, a nombre de los hermanos presidenciales Gianfranco y Mariano, figuran adosados a la muy larga lista de firmas offshore vinculadas a la familia de Mauricio. Lo reveló la fiscalía de Hamburgo, al haberse acumulado los reportes de operaciones de lavado en el sistema financiero alemán y la consecuente sospecha de que es una maniobra para trabar la identificación de los verdaderos dueños de esas empresas. El proceso judicial quedará enmarcado en la causa que investiga al Macri presidente por su conexión con los Panamá Papers. Que tamaña información haya sido ignorada casi por completo en los medios adictos al oficialismo no debe extrañar a nadie, porque es constitutiva del juego político de los emporios de prensa. Mejor es detenerse en los escarnios que esos medios, en cabeza de sus editorialistas principales, le dedicaron al equipo presidencial por su insolvencia con el manejo del proyecto de Ganancias. Lo mortificaron o poco menos, al endilgarle que tratar de elevarse por sobre el peronismo –consejero Durán Barba mediante– no es igual a ignorar sus reflejos pendencieros cuando hay un año electoral por delante. ¿Cómo fue que el dream team de Macri mandó un proyecto de ley que desfinancia a las provincias sin chequear primero la influencia de los gobernadores sobre sus diputados? ¿Cómo pudo ser que la “irresponsabilidad” de Massa los haya primereado así? ¿En cuál planeta de (falta de) rosca viven? ¿De qué manera entender, dicen las vírgenes republicanistas, que el macrismo no haya transado de una forma más picaresca o nauseabunda? Tales estiletes son sólo algunos de los dispensados al Gobierno por sus comunicadores amiguísimos, al poner de relieve que, en el círculo rojo, se interrogan si acaso no habrá más una runfla de frívolos aptos para recitados de campaña pero no a fin de embarrarse en la cancha de gobernar. 
De  todos modos, esas invectivas son propias del país político y politizado. Los embrollos de este tipo tienen sin cuidado a la gente del común aunque, es cierto, al Gobierno no le saldría gratis que su promesa cardinal de eliminar Ganancias a los trabajadores (la oferta efectiva, concreta, por fuera de las fraseología de Disneylandia) sea retrucada con un veto o una ley devaluada. Para variados núcleos de clase media; de profesionales y empleados en blanco que votaron a Macri –en esencia– por la probabilidad de cambiar sin graves alteraciones lo conquistado en el kirchnerismo pero, también, por algunas de sus boqueadas específicas, que se dé marcha atrás con Ganancias es una decepción entre importante y enorme. El Gobierno puede argüir, siendo excesivamente piadosos, que no advirtió (???) ni la magnitud de la herencia K ni un escenario internacional adverso. Y, ergo, que para la llegada de las inversiones es dramática la amenaza o concreción de imponer retenciones a las compañías mineras, renta financiera y etcéteras. Primero: la mentira escandalosa de que la apertura al mundo traería una lluvia de transformaciones inversoras es previa al desaguisado gubernamental con el proyecto de Ganancias. Segundo: lo que se critica del proyecto no es qué sino a quiénes afecta, más allá de lo demagógico que pueda enrostrársele al diseño sancionado en Diputados. Tercero: si al kirchnerismo le facturaban que, a pesar de su discurso nac & pop, en verdad favorecía a los poderosos por mantener un impuesto distorsivo contra los trabajadores, ¿cómo justificar ahora que la reparación ofertada por Cambiemos en la campaña sea motivo de rechazo propio?
Hace ya unas semanas, el cuadro crítico de la prensa oficialista hacia los enormes tropiezos de Macri venía despuntando por la situación de Milagro Sala. El caso es un escándalo internacional para el gobierno argentino y frente a ello sí funciona a pleno la malla de protección mediática que lo rodea. No hay dimensión de lo que significa en el exterior, entre organismos internacionales, líderes regionales y figuras diversas, el hecho de contar con una presa política. De hecho, es información oficiosa pero veraz el aviso de Macri al capanga que gobierna Jujuy, advirtiéndole que ya no puede afrontar la presión múltiple, desde el extranjero, por la liberación de la dirigente. Sin embargo, y como otro rasgo de su torpeza política, fue el mismo Macri quien afirmó en público, muy suelto de cuerpo, que la mayoría de la sociedad quiere a Sala presa. Es altamente probable que eso sea así, pero la sintonía presidencial con el humor popular sobre el tema no articula con el frente que se le abrió afuera a raíz de un episodio aberrante por donde desee vérselo. Fue ese aliento racista y autoritario el que parió al proyecto de ley presentado por los legisladores de Gerardo Morales, pretendiendo que se someta a consulta pública la suerte judicial de Sala. Un tal Marcelo Nasif, diputado provincial massista quien junto al radical Alberto Berni encabezó la propuesta, llegó a decir que, si todo el mundo puede opinar de Jujuy, también los jujeños pueden opinar. Plebiscitar una acusación judicial no tiene antecedente alguno, hasta donde se registra ni aquí ni en la historia mundial, sencillamente porque es imposible que alguien en su sano juicio pueda fantasearlo, plantearlo y elevar un proyecto de ley. Pero, para reiterar lo señalado al comienzo, trastornos mentales de esta clase son expuestos porque hay primero una racionalidad política que los habilita. Eso es lo que señala a estos colifas jujeños como consecuencia de una bajada de línea interpretativa, nacional, y no como causa originada en un delirium tremens pasajero y distrital. Es lo que ayer en este diario, aunque aplicado centralmente al perfil externo del gobierno argentino, Martín Granovsky define como “jujeñización de la política”. Por citar apenas una de tantas analogías que podrían formularse, se recuerda la frase del macrista Javier González Fraga previniendo que las clases bajas y medias estaban locas si verdaderamente creyeron normal el cambio de celular, la moto, el auto, o hacer algunos días de turismo en el exterior. En aquel momento se preguntó cómo podía ser no que alguien pensara algo así, porque está claro que es la convicción profunda de estos liberales, pero sí que se atreviera a confesarlo. 
La respuesta es indubitable. Se puede decir, proponer y ejecutar cualquier barbaridad porque hay un clima de época, o de instancia política, que lo franquea. Y eso no nace en una tacita de plata.