sábado, 22 de agosto de 2015

Es el poder, Tsipras Por Mónica López Ocón

Desde el 5 de julio pasado, cuando los griegos fueron a las urnas y mayoritariamente rechazaron los planes de ajuste que pretendían imponer los representantes del ala más dura de la troika, pasaron apenas 45 días, pero parece que hubiesen sido añares. En este lapso, tanto la imagen de Alexis Tsipras como de la coalición Syriza, que lo llevó al poder en enero pasado, se fueron diluyendo ante el resto del mundo.

Desde el 5 de julio pasado, cuando los griegos fueron a las urnas y mayoritariamente rechazaron los planes de ajuste que pretendían imponer los representantes del ala más dura de la troika, pasaron apenas 45 días, pero parece que hubiesen sido añares. En este lapso, tanto la imagen de Alexis Tsipras como de la coalición Syriza, que lo llevó al poder en enero pasado, se fueron diluyendo ante el resto del mundo.

El primer ministro heleno pasó de ser la esperanza de cambio en una Eurozona que no aceptaba otra salida para la crisis económica que no fuera la de ponerle fin a lo que queda de Estado de Bienestar, a convertirse en un enigma difícil de descifrar. ¿Traicionó sus principios apenas dos días después del reférendum o la mejor opción para defender a los griegos en vista de que la cuna de la democracia occidental, como dice, es un enano luchando contra un gigante como Alemania? ¿Qué busca con la renuncia y el llamado a elecciones anticipadas, volver al gobierno con nuevo sustento electoral, aún a riesgo de destruir la agrupación que pacientemente ayudó a conformar en oposición a los partidos del ajuste?

El detonante de esta crisis, que ahora repercute al interior de Syriza y que preanuncia la ruptura del ala izquierda, fue la firma del Tercer Memorando de Entendimiento con la Eurozona. Allí se vio con mucha mayor claridad en qué consistía el renunciamiento de Tsipras tras conocerse el resultado de la consulta popular. Todo era peor de lo que parecía, y para colmo, la novedad se reveló al mismo tiempo que se informó que una empresa alemana se quedaría con 14 aeropuertos griegos. No es que una estación aérea sea el mayor símbolo del orgullo nacional, pero en un contexto de depresión y caída en picada de una economía puede ser la señal de que cada vez queda menos por defender. Y eso repercutió claramente en Syriza.

Alguien que conoce muy bien los entresijos de estos dramáticos meses, que fue parte de su gabinete como titular del área económica, Yanis Varoufakis, detalló ayer parte de los temas ríspidos que se fueron discutiendo desde que, junto con Tsipras, se hicieron cargo de los negocios públicos, a principios de año.

En su página web, el economista señala que lo acusaron los grandes medios de no haber tenido un plan alternativo ante la eventualidad de que, como ocurrió, los alemanes, y sobre todo su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, no dieran su brazo a torcer. También le decían, indicó, que los organismos financieros del continente no sabían qué se traían entre manos en el gobierno griego.

Varoufakis detalla planes presentados en mayo y junio, que implicarían una mejora de la economía para hacerse cargo de enfrentar la voluminosa deuda pública. Y agrega: "La verdad es que ellos sabían perfectamente lo que nos proponíamos, pero nunca prestaron atención a nuestras propuestas". Y se pregunta si es que esas propuestas no tenían ningún valor o, dice, "nuestras propuestas hacían difícil para ellos admitir que la verdadera razón por la que se negaron a aceptar nuestras sensatas iniciativas era que sólo se preocupaban por humillar a nuestro gobierno y descarrilar las negociaciones?"

Varoufakis reconoció desde que presentó la renuncia, ni bien se supo el resultado del referéndum, que tal vez pecaron de ingenuos al intentar sostener planes de contingencia contra una muralla de dirigentes que no pensaban aceptar ninguna otra salida que no fuera el recorte presupuestario y de beneficios sociales para la mayoría de la población.

Tal vez esa sea la esencia de la actual tragedia griega: la lucha de los militantes de Syriza fue ideológica, pero al menos en esta etapa de Europa –y especialmente dentro de la Eurozona- la ideología ha muerto. Lo único que prima son las razones de Estado.

Y esas razones implican que la batuta para arreglar los desaguisados económicos de cualquier de los países miembros la tienen los alemanes. No sólo los miembros del gobierno, sino la mayoría abrumadora de la población que considera que los griegos, los italianos y los españoles, los europeos del sur, básicamente son poco afectos al trabajo, desordenados, dados a la molicie, y por eso están en crisis. Una crisis, reflejan los medios masivos pero no desmiente la población, arrastra a toda la región hacia situaciones límite. "Hay que ponerle fin a esta situación", repiten al unísono. "Hay que disciplinarlos", agregan insidiosos.

Esa es una forma simplista de entender esta crisis y en general del momento que vive la Unión Europea, errada a juicio de este columnista.

Otra forma es hacer un pequeño relevamiento de lo que está ocurriendo fuera de las fronteras continentales. El superdólar está arrastrando a la mayoría de las monedas fuertes a una guerra en la que salvo Estados Unidos, todos por ahora tienen mucho que perder. El euro tiene como sostén de su valor las cuentas claras y precisas y sin déficit importantes entre sus socios, así quedó establecido desde su origen. China está sufriendo en carne propia esta guerra de monedas y por eso devaluó el yuan y permitió una baja en el valor de las acciones –una forma leve de desinflar la burbuja- en la bolsa de Shangái.

Paralelamente, el gobierno de Barack Obama está apurando los acuerdos de libre comercio denominados TTIP, por las siglas en inglés de Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones. Se trata de un ALCA para los países más desarrollados, como lo es el conjunto de la UE, que haga de contrapeso para el crecimiento de China, Rusia y Brasil y el resto de las naciones que integran el BRICS.

Como en todo tratado entre países que necesitan ser pares para que no estallen las diferencias, ambos contendientes están tratando de igualarse. Cuando se creó el NAFTA en América del Norte, México era una oferta de mano de obra barata para las empresas estadounidenses y eso facilitó las cosas. Pero Europa, por ahora y a pesar de todo lo perdido en estos años, en general ofrece muchos más beneficios a sus trabajadores de los que pueden disfrutar los estadounidenses. ¿Alguien podría creer que la administración de los demócratas subiría beneficios a los propios para empardar? Basta con ver que Obama apenas logró pasar una copia ajada de su plan de Salud, al que los republicanos prometen destruir si ganan en 2017. Lo más "sensato" para todos, entonces, es igualar para abajo. Porque, además, está la competencia de la industria china, que con esta devaluación y un régimen de flotación más flexible se hace más difícil de contrarrestar.

Por otro lado, Alemania y sus socios menores de Europa muestran una actitud que parece de dureza por las formas, pero que en el fondo refleja una gran debilidad. Si como dicen los gurúes neoliberales –en Argentina era un discurso habitual durante la convertibilidad- un país tiene que "seducir" a los inversores para que apuesten por hacer negocios en ese territorio, europeos y estadounidenses se están peleando por seducir a los verdaderos dueños del mundo, que son los dueños del capital. Esos que vienen trasladando –deslocalizando se dice en aquellos sitios- empresas desde ambos distritos hacia regiones que ofrecen más ventajas, en el Oriente y especialmente en China.

En este contexto, el debate que plantea Varoufakis se torna inocente por un lado, pero estéril en lo profundo. Todos saben que los griegos de Syriza tienen razón, el caso es que de lo que se trata es de otra cosa. Y en ese juego no hay lugar ni para románticos ni para debates teóricos. "Es el poder, estúpido", parece haber entendido Tsipras, y pegó el portazo. El tema es qué espera poder hacer si logra incrementar sustancialmente el respaldo en el futuro comicio.

iNFO|news

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