viernes, 14 de agosto de 2015

El recuerdo del secuestro “Mis héroes, mi orgullo” Por Marina Butrón*

Ilustración María Giuffra/No te confundas. 25x35cm. acuarela. 2006

"Vi la baldosa de tus viejos en República de la India y Libertador. ¿Ahí vivían? Ah, bueno, ¿qué eran? Los militantes más chetos de la Argentina?”.





La chicana, algo estigmatizante, de mi compañero de trabajo tiene algo de sustento. Por la zona abundan señoras amigas de los cacerolazos y de tomar el té; cuarentañeras (término más amigable que cuarentonas), amigas de las cirugías, el ácido hialurónico y el bronceado, y empresarios que salen a correr con sus personal trainers; jóvenes con uniformes de colegios privados, pocos delantales blancos… Sí, mucha paquetería,mucho tuneo.

Un lugar bastante tranquilo, de todos modos. La última vez que la calle República de la India, que de mano izquierda tiene al Zoológico de Buenos Aires, estuvo algo alterada fue cuando la prensa descubrió que en uno de los edificios de la cuadra vivía la amante argentina del gobernador republicano de Carolina del Sur, Mark Sanford, e hicieron guardia para fotografiarla. La amante de Sanford, que por entonces era un candidato presidenciable y conservador padre de cuatro hijos, fue descripta como “una porteña morocha de 43 años, dos hijos, divorciada desde hace varios años, que trabaja para una empresa agropecuaria, es políglota y se mantiene en excelente estado físico haciendo mucho deporte”. La noticia estuvo al tope (para la prensa internacional) durante un par de días, pero murió Michael Jackson, el rey del Pop, por lo que el yanqui republicano adúltero, la calle República de la India y la amante argenta volvieron a sus respectivas cotidianidades.

Mis papás no eran chetos. En República de la India y Libertador vivieron con mis abuelos –más intelectuales, gente de teatro y que en ese momento tenían un buen pasar económico- cuando ya no se podía tener domicilio fijo, en plena dictadura militar. Y la baldosa, esa placa recordatoria que hicimos con nuestras manos guiados por el grupo Barrios por la Memoria, en la que mi hijo colaboró poniendo venecitas para decorarla, esa baldosa colorida a la que visitamos cada vez que podemos, fue puesta ahí por una razón fundamental (para mi vida).

En las escaleras de ese edificio, frente al zoológico, me dejaron los que secuestraron a mis papás cuando yo era un bebé. Esos animales tuvieron un gesto (?) y me devolvieron a mi familia. Me dejaron en la calle y casi termino en la Casa Cuna a la deriva, pero al menos me acercaron a destino. Sospecho que cuando mi abuelo Pedro me decía que era la beba más hermosa del mundo, no sería tan así... "O alguno me hubiese robado", pensé siempre. Supongo que aún no estaba bien aceitado el robo sistematizado y que muchos de los bebés apropiados nacieron ya en cautiverio. Mi abuelo también tenía humor negro. “Ser judío es dolor, ser tu hermano es peor”, era uno de sus chistes en cada reunión familiar con Pancho, el menor de sus hermanos.

Agraciada o no tanto, mis viejos y una serie de casualidades hicieron que me criara mi familia. Algo queda atragantado, igual. La impotencia de saber que yo estuve ahí, que los debo haber visto. La impunidad de estos tipos que, en gran mayoría, nunca pagaron por lo que hicieron. La injusticia de que tal vez nunca lo hagan.

Por algunos años, de adolescente, imaginé el momento del secuestro, intenté reconstruir lo imposible con apenas meses de vida. En mi cabeza veía una calle, que llovía fuerte como en la serie The Killing, un Ford Falcon verde oliva y botas militares que se cruzaban delante mío, que estaba acostada en una especie de cuna. Pero ese día en realidad no llovía ni había cuna. Probablemente sí los milicos usaran botas, porque era invierno, y lo del auto no lo sé, me debo haber imaginado.

Desde la exageración del bebé más lindo, el relato de los que quisieron a mis padres, Irene y Miguel, me hace idealizarlos por completo: eran luchadores, solidarios, hermosos, jóvenes, alegres, talentosos, habían hecho todo bien o casi. Eran Evita y el Che Guevara.

Mi mamá escribía cuentos y poemas de jovencita, muy del estilo de Julio Cortázar. Resulta que el escritor era su autor preferido y se sabía sus libros de memoria. A los 15 años, se fue dos meses a París, a estudiar francés a la Sorbonne. Irene era la más chica del grupo que hizo el viaje. Los llevaron a un bar y ahí estaba, en vivo y en directo, sentado solo en una mesa, el mismísimo Cortázar. Ella se acercó, le empezó a hablar y ante su total admiración terminaron charlando por más de dos horas. Cortázar no podría creer que alguien de 15 años supiera tanto de su obra. ¿Incomprobable? Lo que pensó el notable escritor sí, el resto está confirmado.

Miguel, el Flaco, dejó la carrera de abogacía por la militancia. Convencido de que la revolución iba a pasar por la clase obrera, entró a laburar a la fábrica de Matarazzo. La fábrica era el lugar donde se concentraba la gente combativa y la idea consistía en la proletarización, en ser uno más, no en indicar las acciones desde arriba.

Se produjo un conflicto gremial, él fue de los líderes y lo metieron en cana. Estuvo 45 días adentro. Mi mamá lo iba a visitar, todavía no estaba embarazada. Mi papá, que en seguida se hizo amigo de muchos de los presos, le pidió ropa porque era de lo que más necesitaban. Irene regaló todos los abrigos y la ropa de la familia. Dicen que los tapados de mi abuela Rita, una polaca preciosa de ojos azules, la mujer más fina y elegante que conocí, les quedaban divinos a unos cuantos en la cárcel de Ezeiza.

Mi papá era el más tuerca de su grupo de militancia, el encargado de manejar en los “operativos”. Cuando yo estaba por nacer, en la clínica Bazterrica ahí en Palermo, llamaron al médico y el tipo no llegaba al parto, tenía que venir desde Lanús y las contracciones ya se contaban cada cinco minutos. Me cuentan, en un relato digno de la película El Gran Pez, donde el protagonista exageraba y convertía sus anécdotas en algo totalmente fantástico, que Miguel buscó al médico en el auto y le puso ¡siete! minutos por reloj al trayecto Lanús-Palermo.

Así que además del Che, parece que mi papá era Juan Manuel Fangio… En definitiva, si desde Diego Armando Maradona hasta cualquier mortal (porque el Diego es Dios) va cambiando y agregándole datos a sus vivencias o hazañas, por qué no sumarse a la tendencia.

En algún apartado del PRT-ERP, a raíz de la Masacre de Trelew, leí que “héroe es el guerrillero que cae en combate, es aquel que muere asesinado a sangre fría, es aquel que muere luego de conocer las formas extremas del sufrimiento físico, la tortura”. Mis papás militaban en FAL, un grupo bastante más chico que el ERP, y no estuvieron en Trelew, pero sí cumplen con todos los demás requisitos para ser héroes. 

"Sean capaces siempre de sentir, en lo más hondo, cualquier injusticia realizada contra cualquiera, en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda del revolucionario". Esa frase les dejó, entre otras cosas, Ernesto Guevara a sus hijos. El mismo mensaje me transmitieron mis papás y, salvando las distancias, es el que me gustaría darles a mis hijos. Ellos sí fueron revolucionarios de verdad. El Che y Evita. Mis héroes. Mi orgullo.

* Periodista de la Agencia Nacional de Noticias Télam. Hija de Irene Krichmar y Miguel Butrón, militantes desaparecidos de FAL.

Haroldo. Revista del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti

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