lunes, 10 de agosto de 2015

Diez mil recicladores urbanos en la Ciudad de Buenos Aires Alquimistas Por Noemí Ciollaro

Mientras disputan con el gobierno de Mauricio Macri su derecho a ser reconocidos como trabajadores formales, las y los cartoneros transforman 4.000 toneladas diarias de basura en material reciclable. Arrastran a pulmón carros de hasta 400 kilos, luchan por ser incluidos en cooperativas con un salario digno, y resisten a las empresas privadas que buscan apropiarse de sus ganancias.

Norma Acosta y Juan, su marido, siempre andan juntos, ella tira del carro y va sacando residuos de los contenedores negros que hay sobre la avenida Crámer, en el barrio de Belgrano; él la espera en una esquina, separa los materiales lentamente, apilándolos, acomodándolos para que ocupen poco espacio. Norma tiene 46 años, seis hijos. Ya ni recuerda cuándo empezó a cartonear; con Juan salen de su casa, en José León Suárez, a las 8 de la mañana y van al galpón a hacer la separación de residuos reciclables y a venderlos, después viajan a Capital y no regresan hasta las 23. Y así todos los días, salvo cuando llueve.

Ella es una mujer pequeña y delgada, arrastra la carreta de fierros y madera, se trepa a los contenedores negros y revuelve la basura, abre y revisa las bolsas, rescata lo que pueda tener un precio o alguna utilidad para su propio hogar. De los contenedores que, se supone, son sólo para residuos húmedos, salen olores nauseabundos y una mezcla de cosas inimaginables: restos de comida, diarios viejos, cartón, trozos de tela, madera, escombros, caca de perro y gato, apósitos femeninos, ramas marchitas, objetos de punta y cortantes, vidrio, plástico. La biblia y el calefón. Norma revuelve y protesta por lo bajo, no le hace asco a nada, busca pepitas de oro en el basural. De pronto abre una bolsa de la que emergen un oso de peluche y dos muñecas algo sobadas pero bonitas. La cara se le ilumina, “esto es para mi hija más chica, se va a poner contenta”, dice, y se las alcanza a Juan que las guarda en un bolso que lleva colgado del hombro.

“No sacamos más de 80 o 120 pesos por día, la carreta que usamos es prestada. Antes mi marido y yo teníamos una pizzería y además él hacía albañilería, pero una noche un pibe borracho se peleó con otro en el bar, sacó un arma, disparó y le dio en la cabeza a Juan. Quedó hemipléjico y no pudo seguir trabajando. Él me ayuda, no puede hablar y tiene dificultades para mover el cuerpo, pero andamos siempre juntos. Yo estoy esperando que el gobierno de la Ciudad me incluya en el sistema, el incentivo sería de mucha ayuda para nosotros”, relata.

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