domingo, 16 de agosto de 2015

Brasil | La escalada del odio Por Jeferson Miola*

Se está volviendo natural en los noticieros la difusión de un comportamiento antidemocrático, del que se hace trivialmente eco, como si se tratara de una característica propia de la sociedad brasileña. Son cada vez más comunes las actitudes intolerantes y odiosas que destierran la convivencia democrática basada en la pluralidad y el respeto. Pero lo más terrible es que esas disfunciones totalitarias, que atentan contra la democracia, no son combatidas por los medios y por las instituciones que deberían velar por la protección del orden político y jurídico y del régimen democrático: el Ministerio Público, la Policía Federal, el Congreso y la Justicia.

En la Explanada de los Ministerios, y a menos de 500 metros del Supremo Tribunal Federal y el Congreso, y a no más de mil metros de la sede del Ministerio Público y de la Policía Federal, bien visible para las instituciones y las autoridades, hace meses que se han colocado afiches y paneles pidiendo la intervención militar.

La idea de sentirse por sobre la ley –o “fuera de la ley”– es una certidumbre que encuentra cabida, por ejemplo, en la selectividad con que es investigada la corrupción: los escándalos de corrupción de los “tucanos” (partidarios del PSBD) no son tratados con rigor ético y republicano por los jueces, procuradores o delegados, que partidizan a las instituciones y sólo seleccionan la corrupción que les interesa combatir. Los “tucanos”, corruptos e involucrados en múltiples escándalos, siguen sueltos, no son investigados y ni por milagro serán juzgados.

Esta anomalía en los comportamientos sigue sin frenos y va impregnando así el sistema jurídico y político a través de lógicas discriminatorias y totalitarias. La cotidianidad del país se ve amenazada por esas prácticas siniestras. Se ha puesto de moda, por ejemplo, insultar y ridiculizar a los petistas y a las autoridades del gobierno en restaurantes, locales públicos, aviones y, asómbrese, ¡hasta en los hospitales!

Hasta en los colegios

En las escuelas, se les enseña a los chicos a practicar el bullying contra sus propios compañeros cuyos padres son “diferentes”. En las universidades, los pobres son discriminados porque se supone deberían seguir el mismo destino que el de sus antepasados y pasar la vida sin diploma universitario.

En el diario O Globo, Merval Pereira responsabiliza al PT por crímenes que si hubieran sido cometidos, habrían determinado la prohibición legal del partido. El ventrílocuo de Fernando Henrique Cardozo se siente por encima de la ley y dispensado de presentar pruebas que fundamenten las agresiones publicadas: se escuda en la inmunidad del periodismo para practicar la delincuencia.

Durante la transmisión de los programas del PT en la TV, los conservadores descontentos promueven ahora cacerolazos, silbatinas y abucheos, una verdadera prueba de intolerancia y falta de disposición a la escucha y al diálogo.

Los diputados y senadores del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSBD), liderados por Aécio Neves –que tiene en el golpista venezolano Leopoldo López a su líder inspirador–, defienden la propuesta, conocidamente golpista, de convocatoria a nuevas elecciones. En otros actos, la derecha pide el impeachment (juicio político) de Dilma. No existen fundamentos legales que amparen estas propuestos, salvo el deseo de terminar con el gobierno del PT, por la sencilla razón de que hasta hoy no han podido conformarse ni aceptar la derrota en las elecciones de octubre de 2014.

Estos son momentos sombríos provocados por la ofensiva conservadora obcecada en destruir al PT y a la izquierda, aunque su efecto colateral sea la destrucción de la democracia y de la institucionalidad brasileña. Existe una escalada peligrosa y potencialmente explosiva del preconcepto, del odio y de la intolerancia. Y la responsabilidad por esa escalada es de aquellos sectores que promueven e instigan prácticas fascistas, así como de las instituciones que silencian y se acobardan frente a ellas.

Contra Lula

Con el atentado perpetrado contra el Instituto Lula, el odio se acrecentó en la escalada del terrorismo fascista. Sin embargo el suceso recibió apenas cobertura en los noticieros, a pesar de haber sido un atentado terrorista no sólo contra un ex presidente de la república, sino contra la democracia brasileña y sus instituciones.

La violencia cambió de nivel y pasó de los atracos al vandalismo de derecha, que no se contenta con maldiciones y escaramuzas; esos agresores, disconformes, decidieron usar bombas y promover atentados terroristas.

De la escalada del odio y de la intolerancia nacieron las situaciones más trágicas de la humanidad, el nazismo y el fascismo. El mundo sólo se dio cuenta de la monstruosidad de esas vertientes ideológicas de la derecha cuando conoció Auchswitz y otros macabros campos de concentración. Era tarde: en aquel momento, millones de seres humanos pagaron el precio de la escalada del totalitarismo con sus propias vidas.

*Director de Idea, Porto Alegre

16/08/15 Miradas al Sur

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