lunes, 6 de julio de 2015

Roque Dalton: El poeta revolucionario Por Cristóbal León Campos

El alegato de defensa pronunciado por Fidel Castro en 1953 ante el tribunal que lo juzgaba conocido como “La historia me absolverá”, abrió una nueva época de interpretación del pensamiento leninista en América latina. A decir de varios autores, el texto referido sintetiza con agudeza varios principios que el líder de la Revolución Rusa planteara en sus obras. En este marco se inscribe el poema-collage Un libro rojo para Lenin, escrito por Roque Dalton en 1973, y publicado de forma póstuma en Nicaragua en 1986, inscribiéndose entre las obras clásicas del marxismo latinoamericano y ejemplificando la agudeza de la praxis del poeta salvadoreño. No es casual que el poema-collage estuviera dedicado “A Fidel Castro, primer leninista latinoamericano, en el XX aniversario del asalto al Cuartel Moncada, inicio de la actualidad de la revolución en nuestro continente”.

El origen

A decir de Néstor Kohan en su artículo “Un diálogo con Roque Dalton y Lenin, desde el siglo XXI”, el poema-collage Un libro rojo para Lenin tiene su origen a raíz de la invitación que hiciera en 1970 el poeta cubano Roberto Fernández Rematar, director de Casa de las Américas, a varios poetas para celebrar el cumplimiento del centenario del nacimiento de Lenin. El primer esbozo de la obra la escribió Dalton en La Habana y fue alimentándola posteriormente con materiales que acopió durante su investigación sobre la obra del líder ruso. Tres años después finaliza la redacción, en julio de 1973, en Hanoi, Vietnam del norte, quedando, además, inscripto en el libro su itinerario político, pues nace en La Habana y es concluido en Vietnam.

El hombre, el poeta

El 14 de mayo de 1935 nació Roque Dalton y fue asesinado el 10 de mayo de 1975 en San Salvador, El Salvador. Este 2015 se conmemora el 80º aniversario de su nacimiento y el 40º de haber sido asesinado en el seno del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), debido a una de esas disputas internas que tanto mal han hecho a la izquierda. Fue acusado de agente de la CIA y fusilado por sus propios ex compañeros, a pesar de haber demostrado desde años atrás su entrega al movimiento revolucionario en el mundo. Su figura constituye la de uno de los principales intelectuales revolucionarios del siglo XX en Centroamérica, por sus propuestas estéticas de ruptura y por su coherencia vital. Perseguido, encarcelado en varias ocasiones y condenado a muerte dos veces de las cuales salió vivo por circunstancias fortuitas, vivió y visito países como Chile, Cuba, Checoslovaquia, México, Francia, la Unión Soviética, Vietnam, Corea del Norte, estancias que están claramente registradas en sus escritos. Su poesía, el género más conocido y difundido dentro de su creación literaria, lo ha legitimado como una de las voces más originales de América latina.

Vida y obra

Militó desde joven en organizaciones literarias y estudiantiles como la Asociación General de Estudiantes Universitarios (Ageus) y el Circulo Literario Universitario, donde publicó sus primeros poemas y artículos en los que refería las realidades sociales de El Salvador. Por ello, desde joven fue perseguido y expulsado de su país, al que volvería de manera definitiva en 1973 para integrarse de forma clandestina a la lucha guerrillera. En su estadía de once meses en Chile en 1953, comenzó a estudiar el marxismo, junto a la carrera de leyes que no concluyó, pero que le valió para defender en diferentes momentos a obreros y campesinos desposeídos. Su militancia por la justicia lo acercó al Partido Comunista Salvadoreño. Fue en Cuba donde desarrolló de manera intensa su carrera literaria que desde joven había comenzado. Su obra es de amplio espectro, publicó, por ejemplo, Mía junto a los pájaros (1957); El turno del ofendido (1962); El Salvador, monografía (1963); César Vallejo (1963); Taberna y otros lugares (1969); Miguel Mármol. Los sucesos de 1932 en El Salvador (1972); Las historias prohibidas del Pulgarcito (1974); Pobrecito poeta que era yo…, (1975); Un libro rojo para Lenin (1986). La creación literaria de Dalton comprende 13 poemarios, una novela, un testimonio, piezas de teatro, cuentos, reseñas críticas, ensayos literarios y políticos. Algunas de sus obras han sido publicadas en inglés, francés, checo, ruso e italiano.

La revolución

Roque Dalton pertenece, junto a otros escritores latinoamericanos como Mario Benedetti y Ernesto Cardenal, a una generación de ruptura en la forma de escribir y pensar la literatura y el compromiso intelectual. Una nueva posición respecto al papel social de la literatura que abrió nuevas rutas estéticas para la poesía latinoamericana cuya influencia se percibe en las nuevas generaciones. Impulsaron una vanguardia literaria que condujo sin demora a una clara poesía de la Revolución, pero también a una Revolución en la poesía.

Adentrados en las diferentes realidades sociales de sus países de origen dieron cabida a nuevas voces y permitieron el reconocimiento de realidades alternas a las que tradicionalmente la literatura refería, rompiendo, así, el canon establecido, y posibilitando la construcción de nuevas formas que acompañan los procesos revolucionarios de América latina.

La figura del intelectual comprometido simbolizada por Roque Dalton, se conjuga con la sencillez humana, acompañada siempre, a decir de quienes le conocieron, por una ironía juguetona que le permitía reírse de sí mismo y de todo, sin perder jamás la seriedad que tiene quien ha decidió entregar la vida por la transformación social, por la construcción de una nueva sociedad que en el caso de Dalton representa sin duda el socialismo.

El futuro

Un libro rojo para Lenin es para la biografía de Roque Dalton el punto mayor de encuentro con la ideología. Su discusión inicia por el conocimiento de la historia de El Salvador para continuar con la discusión sobre la estrategia de la lucha armada en la América latina de los ’60 y ’70. Como dice Néstor Kohan: “En esa articulación de historia, ideología, sujeto y revolución, el relato no corre únicamente por cuenta de Roque. Junto con el suyo, se oyen también otros discursos, permaneciendo el collage abierto y expresamente inconcluso como la misma revolución continental y la propia historia del marxismo latinoamericano en los cuales este libro se inserta”. Al final del libro, en el último poema, el “Ensayo de himno para la izquierda leninista”, señaló el propio Roque que su obra quedaba a propósito inconclusa, debido a que la concibe como un texto abierto a las fases de la revolución latinoamericana y a las nuevas lecturas que eventualmente se derivarían sobre Lenin en el futuro. El marxismo de Roque Dalton es heterogéneo y crítico, continuador del legado de Marx, y alejado de los dogmatismos.


DALTON POR BENEDETTI 

“Estoy acostumbrado a escribir en la clandestinidad”


El número febrero-marzo de 1969 de Marcha incluía un sabroso diálogo entre Mario Benedetti y el poeta salvadoreño, luego, que éste había obtenido el Premio Casa de las Américas en el género poesía. Aquí un extracto.

M.B.: –En tu caso personal, ¿hubo conflicto entre tu militancia política y tu calidad de escritor?

R.D.: –En alguna ocasión me preguntaron eso, y muy a la ligera dije que no. Lo que quise decir es que para mí fue posible estructurar mi obra poética en el seno de una vida de militancia política, o sea que me acostumbré a escribir en la clandestinidad, en condiciones difíciles. Pero evidentemente existe otro nivel. Tuve conflicto con los problemas ideológicos. Cada vez que experimenté una desgarradura fue porque se me planteaba una contradicción entre una posición política y una posición ideológica expresada en mi literatura. En la medida en que pude superar mis debilidades en este terreno di pasos hacia adelante; en la medida en que no los pude superar, tengo aún conflictos. Hay una serie de aspectos de la revolución, muchos de ellos planteados a escala mundial, frente a los cuales yo posiblemente no tengo conceptos muy claros, y por lo tanto siento que me afectan; pero, como te decía antes, son cuestiones absolutamente resolubles en el plano ideológico.

M.B.: –Como sabes, hace tiempo que me vienen preocupando los problemas derivados de las relaciones entre el intelectual y el socialismo, entre el escritor y la revolución. Muchas veces juzgamos esa relación en base a prejuicios pequeñoburgueses y a un concepto liberal de ciertas palabras clave; también, en otras épocas fueron propuestos como soluciones ciertos métodos relacionados con el estalinismo. Personalmente creo que la verdadera solución no está en ninguno de esos planteos. Quizá debamos crear una nueva relación entre el escritor y la revolución. O acaso inventarla.

R.D.: –Bueno, tú partes de realidades concretas que nos ahorran definiciones. Por un lado, prejuicios pequeñoburgueses que se interponen entre el escritor y las instituciones del socialismo, entre el artista y la revolución en el poder; y por otra parte, las metodologías, destinadas a resolver este tipo de relaciones, que otorgara el estalinismo en el pasado. Creo también que usaste una palabra justa para hacer la proposición: hablaste de inventar nuevos métodos y nuevos contenidos en la relación del escritor con el socialismo institucionalizado.

Desde luego, se trata de una labor muy amplia, que debe ser de invención común, en la cual participen los creadores, los hombres de cultura, el Estado, las instituciones del socialismo, pero todos en relación con el pueblo, que en definitiva es el destinatario último y el productor primario de toda la materia cultural, en cuya elaboración no somos sino intermediarios. En las grandes perspectivas de esta invención no deben por lo tanto interponerse proposiciones según las cuales los creadores seamos simples dictadores de viejas opiniones, ni tampoco que se introduzcan por algún resquicio los métodos estalinistas que sentaron jurisprudencia para resolver determinados problemas en este terreno. La cuestión es verdaderamente profunda y tiene que ver con los fines últimos de la revolución. En la actualidad hay que darle particular importancia a este problema; todos estamos obligados a participar en su solución, así como a iniciar la discusión con un nuevo estilo, dispuestos a llamar a los problemas por su nombre y a no perder jamás la objetividad. Debemos hacerlo con un criterio revolucionario, marxista, científico, apegado a la experiencia histórica y a las perspectivas concretas del futuro, tal como se trabaja cuando se planifica una zafra, la apertura de una nueva rama industrial o las relaciones internacionales de un Estado. Entiendo que podemos ver estas posibilidades con optimismo. En nuestros países, sobre todo en el lugar donde el socialismo se ha encarnado realmente en nuestro hemisferio (me refiero a Cuba), se abren reales posibilidades de una instauración de nuevas relaciones y de inventarlas con audacia (precisamente la audacia es una característica de esta revolución), con la mirada puesta en América latina, ya que Cuba es el inicio de la revolución latinoamericana.

M.B.: –Mencionaste la dimensión histórica y también la audacia de la experiencia cubana. Me parece que si a esa audacia agregamos una modestia verdadera por parte del creador, tal vez encontremos los elementos para resistir a dos de las más riesgosas tentaciones que padece hoy el intelectual: ser fiscal de la historia, o ser víctima de ella.

R.D.: –Tocas un problema importante. Los intelectuales tendríamos que concurrir a la elaboración del nuevo tipo de relaciones entre el artista y la revolución, con absoluta conciencia de ese tipo de peligros. La última experiencia histórica nos demuestra que, precisamente por nuestras debilidades ideológicas, por nuestros prejuicios pequeñoburgueses, por el tipo de sociedad en la que hemos estado inmersos y que tanto nos ha deformado, tratamos de preservar nuestra individualidad hasta territorios que contradicen las raíces mismas de nuestros ideales humanistas. ¿Qué les ha pasado a los grandes poetas que han tratado de convertirse en fiscales intocables de la vida pública, o a los escritores que, en nombre de una supuesta libertad intocable, tratan de convertirse en víctimas de la historia? A pesar de lo conmovedores que puedan parecernos sus avatares, debemos reconocer que uno a uno fueron cayendo y terminaron por incorporarse, muchas veces a pesar suyo, a la gran industria del espectáculo editorial, del gran show editorial que, detrás de su apariencia luminosa, tiene intereses concretos que pueden responder al enemigo. Cuando una personalidad que maneja los problemas de la conciencia, de la historia, de la cultura, y que muchas veces fue portavoz de grandes inquietudes de nuestras masas, cuando un poeta a quien el pueblo le dio su calor, cae en la industria del espectáculo a que aludo, se convierte de inmediato en un elemento más de la enajenación de nuestras masas populares y, por lo tanto, pasa a cumplir una labor histórica francamente negativa, reaccionaria. Ninguno de nosotros está libre de caer en ese riesgo, y por eso, la vigilancia sobre nosotros mismos y sobre nuestros compañeros debe mantenerse, en un sentido revolucionario, a pesar de que los evidentes errores cometidos en el pasado por parte de instituciones de estados socialistas, nos pongan muchas veces en guardia contra ciertas palabras. Estamos entre revolucionarios y dejaríamos de serlo en el momento en que entregásemos las armas de la crítica; pero no simplemente como escritores, sino también como ciudadanos de un país, como revolucionarios de fila. Si hay escritores a quienes les parece denigrante servir al pueblo, francamente no vale la pena que hablemos de ellos.

05/07/15 Miradas al Sur 

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