A mitad del río y mientras anochece abruptamente en el averiado bote de la derecha, su candidato mayor, urgido por las circunstancias, cambia de embarcación y opta por la ruta de navegación que transitan sus rivales desde hace una década. Es tarde.
Eso fue lo que sucedió el domingo en la boite que el PRO volvió a montar en Costa Salguero. El forzado baile de las estrellas amarillas devolvió una escena demasiado incómoda. A la hora de los discursos, impostando una sonrisa de ocasión, Mauricio Macri habló bien de la AUH, y defendió la gestión estatal de YPF, Aerolíneas Argentinas y los fondos previsionales. Parecía un sketch de Miguel Del Sel. Pero era otra cosa.
Como un déjà vu, el todavía jefe de gobierno aplicó el teorema de uno de sus más eficaces mentores. "Si hubiera dicho lo que iba a hacer, no me votaba nadie", emuló el ex presidente de Boca a Carlos Menem. A esa crueldad de la política, felizmente superada por la historia y la conciencia colectiva alcanzada por la sociedad democrática, se reduce, en definitiva, la filosofía PRO. Así, la estética de la indefinición, del cambio ascético, apolítico y sin ideología, ideada por el gurú ecuatoriano, una de dos: o mostró la hilacha, o fue desestimada por ambiciosos gerentes.
Dijo Macri: "En algunas cosas se ha avanzado mucho y no podemos volver atrás". ¿En qué se diferencia esa síntesis discursiva a los mensajes de campaña de cualquier candidato del FPV? ¿Cómo creerle? Después de la estafa ideológica ocurrida en los años noventa, cuando en nombre del peronismo fue aplicado el más agresivo vademécum antipopular, y, esencialmente, después de todas las luchas populares y la rebelión social de comienzos de siglo, resulta improbable que el estrafalario giro discursivo de la derecha logre algún rédito electoral inmediato. Las marcas del hambre, el desempleo, el oscurantismo cultural, la antisolidaridad en todos los planos, todavía arden en la memoria colectiva. Para que la sociedad empiece a tomar en serio, un poquito al menos, el insólito vuelco de Macri, la derecha debería apoyar todas las políticas de distribución del ingreso (y los costos institucionales y las formas culturales que asuma ese prorrateo igualitario de riquezas) durante los próximos cuatro años, y recién entonces sentarse a conversar. ¿Alguien lo cree posible? La derecha pasó sin escalas, ni pudor, del "fin de ciclo" a lucir como un sublema del kirchnerismo.
No olvidar: en la nebulosa entre gris espeso y rojo sangre que fue la Argentina post 2001, la derecha no alcanzó a imponer su plan político. En rigor, tampoco le convenía al bloque dominante, en inédita crisis terminal (hoy sí clama angustiosamente por ella, para contener el proyecto). Surgió entonces Néstor Kirchner, como expresión genuina (y posible) de la compleja irrupción popular. Después se les fue de las manos. Esa heterodoxia política continúa manifestándose, con una dinámica que excede cualquier previsión. Ejemplo: el fallido de las consultoras del último domingo, que al mismo tiempo dio cuenta de lo cohesionado que se encuentra el segmento social que se expresa a través del kirchnerismo.
Hay, también, otro punto notable en los discursos pronunciados en la frustrada Noche del Domingo neoliberal. Además de las definiciones neo nac&pop del líder PRO, se trata de la historización hecha por el ahora electo vice alcalde porteño. En su brevísimas palabras, Diego Santilli le puso fecha al comienzo del derrotero de la derecha capitalina, que aspira a proyectarse a todo el territorio nacional: 2003, señaló. Podría haber dicho 2007, cuando Macri ganó la jefatura de gobierno, pero no. Eligió el año en que dio comienzo el actual ciclo histórico, caracterizado por la inclusión social, la recuperación de la política como práctica social y cultural de transformación, el fin de la impunidad para los genocidas cívicos-militares, y la integración latinoamericana en tensión con el plan imperial y el consenso de Washington, entre otros significantes.
El derrotero de la derecha (noventista, empresarial, pronorteamericana) es un derivado de la consolidación del proyecto nacional. Su contracara. Ambas experiencias sitúan la misma periodización. Macri alcanzó la alcaldía porteña precisamente cuando el kirchnerismo obtuvo su primera reelección, a partir de la cual el proyecto nacional prolongó su horizonte y extendió sus metas políticas y económicas: tensión con las patronales sojeras, ley de servicios de comunicación audiovisual, AUH, estatización de Aerolíneas y gestión estatal de los fondos de jubilación.
La voltereta sintáctica de Macri desbalancea el equilibrio. Aunque sea sólo en lo discursivo, la expresión electoral de la derecha, surgida de entre las fauces del proyecto que tanto abomina, termina traicionándose a sí misma. Invirtiendo los términos del radicalismo explícito, se dobla para no romperse. Es una apuesta arriesgada y a destiempo, que podría partirle el espinal.
El traspié del macrismo hizo gala de la incapacidad intrínseca de la derecha por expresar el actual ciclo histórico, que lleva ya 12 años de desarrollo. Podría haber sido peor, no obstante. Larreta la sacó barata. Otra lección para los líricos de la política, si es que quedan todavía: a los intereses materiales más concentrados no se les gana con lecciones morales. Si alguien tenía dudas sobre el voto a Scioli las habrá zanjado tras el desempeño de Lousteau.
En ese punto, la derecha dura y visceral duda mucho menos. Sólo así se explica que los socios radicales del macrismo a nivel nacional no hayan festejado como correspondía el desempeño de Lousteau en el balotaje, y que Elisa Carrió, quizás la mayor promotora de Cambiemos, se haya escondido bajo la alfombra al ver el daño que se autoinfligió esa alianza electoral.
En la Argentina, incluida Buenos Aires, está en juego la felicidad relativa a la que puedan aspirar bajo el capitalismo las clases subalternas, o la supremacía plena de las elites dominantes. El voto tardío contra el PRO dio cuenta de esa pulseada que subyace en las reyertas de superficie. La derecha, con su camuflaje de última hora, intentará impedir una condición necesaria del proceso latinoamericano: para fraguar, al proyecto le resulta imperioso construir a sus enemigos, identificarlos, vencerlos. El problema es el tiempo. La resbaladiza jugada del PRO debió haber empezado mucho tiempo antes. Unos 12 años, ponele. Olvidate. «