domingo, 19 de julio de 2015

Literatura y peronismo: las invasiones bárbaras “Pesadilla de los injustos” Antonio Berni

Desde Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares (Honorio Bustos Domecq), creadores de un “monstruo” peronista grotesco y feroz, pasando por el Cortázar de “Casa tomada”, “Ómnibus”, “Las puertas del cielo” y “El examen”, o por “Cabecita Negra” del malogrado Germán Rozenmacher, hasta llegar al “rolinga” de Juan Diego Incardona y sus “conurbanos” de la caótica Buenos Aires de comienzos del siglo XXI, el peronismo en el gobierno o en el llano, fue y es, tema de intensos debates políticos o de inquietantes obras literarias.

Por Rubén A. Liggera*

“Ese cuento [“Las puertas del cielo”] está hecho sin ningún cariño, sin ningún afecto; es una actitud realmente de antiperonista blanco, frente a la invasión de los cabecitas negras...”

Julio Cortázar

En la anterior edición nos referimos a los “monstruos”, -lo diferente, lo anómalo,-en la narrativa argentina, desde Domingo Faustino Sarmiento refiriéndose a Juan Manuel de Rosas, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares (Honorio Bustos Domecq) a Juan Domingo Perón y anónimos cibernautas a la Presidente Cristina Fernández (a) “La yegua”, una extrañeza de la biología y monstruosidad al fin, en el bestiario misógino de la política argentina.

Para no fatigar al lector, decidimos dejar afuera a los “monstruos” cortazarianos de “Las puertas del cielo”, porque lo haríamos ahora, cuando abordemos el tópico “invasión” en la literatura argentina en estrecha relación con el peronismo y su violenta irrupción en octubre de 1945.

El tema de la intrusión del “otro”, el diferente, el bárbaro, extraño de la cultura dominante en definitiva, aparece en varios relatos de Julio Cortázar. Comenzaremos con “Casa tomada”, un cuento escrito en 1945.

Si bien el mismo Cortázar afirmaba que fue producto de una pesadilla y debería ser leído como un cuento fantástico, el contexto y el pensamiento político del autor por ese entonces permite aceptar que fuera interpretado en clave política, según la “hipótesis Sebrelli”(1966), que por alguna razón ha resistido los embates del tiempo y de la crítica.

La historia es conocida: la casona es ocupada lentamente por alguien o algo que no conocemos, pero podría suponerse, legítimamente, que se trata de la incontenible avalancha peronista; luego, los hermanos que la habitan deberán abandonarla: “Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venia impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la puerta antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado…”[I](N de la R: las negritas son nuestras)

Lo mismo sucederá en “Ómnibus” y “Las puertas del cielo”, también publicados en Bestiario, de 1951, momento de su exilio voluntario de Cortázar en París. En el primero, los protagonistas, Clara y el narrador, son acosados sordamente por los pasajeros de un ómnibus. Todos llevan unos ramos de flores, menos ellos. Finalmente, luego de un angustiante trayecto por las calles de Buenos Aires, descienden y la amenaza quedará atrás. Pero el muchacho compra dos ramos de pensamientos: “Alcanzó uno a Clara, después le hizo tener los dos mientras sacaba la billetera y pagaba. Pero cuando siguieron andando (él no volvió a tomarla del brazo) cada uno llevaba su ramo, cada uno iba con el suyo y estaba contento”[II]¿Acaso a partir de ahora serán iguales a los demás?

La “seducción por la barbarie” en Cortázar se evidencia también en “Las puertas del cielo”: el protagonista es un abogado que frecuenta las milongas y observa los comportamientos sociales de Mauro y Celina, sirvientitas y demás “monstruos”. Son verdaderas fichas de un sociólogo, que mira al otro, al distinto, desde afuera: “Me parece bueno decir aquí que yo iba a esa milonga por los monstruos, y que no sé de otra donde se den tantos juntos. Asoman con las once de la noche, bajan de regiones vagas de la ciudad, pausados y seguros de uno o de a dos, las mujeres casi enanas y achinadas, los tipos como javaneses o mocovíes, apretados en trajes a cuadros o negros, el pelo duro peinado con fatiga, brillantina en gotitas contra los reflejos azules y rosa, las mujeres con enormes peinados altos que las hacen más enanas, peinados duros y difíciles de los que les queda el cansancio y el orgullo. A ellos les da ahora por el pelo suelto y alto en el medio, jopos enormes y amaricados sin nada que ver con la cara brutal más abajo, el gesto de agresión disponible y esperando su hora, los torsos eficaces sobre finas cinturas. Se reconocen y se admiran en silencio sin darlo a entender, es su baile y su encuentro, la noche de color. (Para una ficha: de dónde salen, qué profesiones los disimulan de día, qué oscuras servidumbres los aíslan y disfrazan.) Van a eso, los monstruos se enlazan con grave acatamiento, pieza tras pieza giran despaciosos sin hablar, muchos con los ojos cerrados gozando al fin la paridad, la completación. Se recobran en los intervalos, en las mesas son jactanciosos y las mujeres hablan chillando para que las miren, entonces los machos se ponen más torvos y yo he visto volar un sopapo y darle vuelta la cara y la mitad del peinado a una china bizca vestida de blanco que bebía anís. Además está el olor, no se concibe a los monstruos sin ese olor a talco mojado contra la piel, a fruta pasada, uno sospecha los lavajes presurosos, el trapo húmedo por la cara y los sobacos, después lo importante, lociones, rimmel, el polvo en la cara de todas ellas, una costra blancuzca y detrás las placas pardas trasluciendo. También se oxigenan, las negras levantan mazorcas rígidas sobre la tierra espesa de la cara, hasta se estudian gestos de rubia, vestidos verdes, se convencen de su transformación y desdeñan condescendientes a las otras que defienden su color. Mirando de reojo a Mauro yo estudiaba la diferencia entre su cara de rasgos italianos, la cara del porteño orillero sin mezcla negra ni provinciana, y me acordé de repente de Celina más próxima a los monstruos, mucho más cerca de ellos que Mauro y yo” [III]La cita habrá resultado extensa, pero valió la pena.

Cortázar volverá sobre el tema en “La banda”, un cuento publicado en 1956, cuando “cocineras endomingadas”, literalmente, ocupan el Gran Cine Ópera, donde se exhibirá una película de Anatole Litvak, en una Buenos Aires, que por 1947, ya gobernando el peronismo, andaba “escasa de novedades” (SIC).

Obsérvese que no se trata de personas sino de bultos, cuerpos, cosas: “A la derecha de Lucio se sentó un cuerpo voluminoso que olía a Cuero de Rusia de Atkinson, lo que ya es oler. El cuerpo venía acompañado de dos cuerpos menores que durante un rato bulleron intranquilos y sólo se calmaron a la hora de Donald Duck”. Y una vez más, estamos ante la anomalía, el intersticio fantástico (¿o político?) en la cotidianeidad: “Había algo ahí que no andaba bien, algo no definible. Señoras preponderadamente obesas se diseminaban en la platea, y al igual que la que tenía al lado aparecían acompañadas de una prole más o menos numerosa. Le extrañó que gente así sacara plateas en el Ópera, varias de tales señoras tenían el cutis y el atuendo de respetables cocineras endomingadas, hablaban con abundancia de ademanes de neto corte italiano, y sometían a sus niños a un régimen de pellizcos e invocaciones” (…) “Lucio empezó a preguntarse si no se habría equivocado, aunque le costaba precisar cuál podía ser su equivocación. En ese momento bajaron las luces, pero al mismo tiempo ardieron brillantes proyectores de escena, se alzó el telón y Lucio vio, sin poder creerlo, una inmensa banda femenina de música formada en el escenario, con un canelón donde podía leerse: BANDA DE `ALPARGATAS´” ¡Libros, sí, alpargatas, no, carajo!

Ya terminada la rara función y la ejecución de una banda musical trucha, el personaje, sentado en El Galeón, embargado por una angustiante sensación de extrañeza comprende finalmente los hechos: “Lo que acababa de presenciar era lo cierto, es decir lo falso. Dejó de sentir el escándalo de hallarse rodeado de elementos que no estaban en su sitio, porque en la misma conciencia de un mundo otro, comprendió que esa visión podía prolongarse a la calle, a El Galeón, a su traje azul, a su programa de la noche, a su oficina de mañana, a su plan de ahorro, a su veraneo de marzo, a su amiga, a su madurez, al día de su muerte”[iv]

Para terminar con Cortázar debemos citar su novela póstuma “El examen”, escrita en 1950, pero publicada póstumamente en 1986. Aquí su anti peronismo se hizo más explícito y tal vez su autocrítica posterior, hizo que no la publicase en vida. Un grupo de jóvenes, todos ellos educados, es decir, civilizados y cultos, observa a los adoradores del hueso, el populacho, la barbarie, que invade Buenos Aires: “Todo Buenos Aires viene a ver el hueso-dijo-. Anoche llegó un tren de Tucumán con mil quinientos obreros. Hay baile popular delante de la Municipalidad (…) Hicieron el santuario tomando la pirámide como uno de los soportes”

La ocupación física de la Plaza de Mayo se reiterará constantemente en las grandes decisiones políticas argentinas y se reflejará en la literatura. Pero tal osadía no será aceptada, nunca, jamás, por el cosmopolita habitante de la ciudad puerto. Cortázar le pone voz a este acendrado sentimiento: “Esto es cosa de la piel y de la sangre. Te voy a decir una cosa terrible, cronista. Te voy a decir que cada vez que veo un pelo negro lacio, unos ojos alargados, una piel oscura, una tonada provinciana, me da asco.”[V] (N de la R.: el subrayado es nuestro)

En 1961, en plena resistencia peronista, se publica “Cabecita Negra” del malogrado Germán Rozenmacher. Se trata de un homenaje a “Casa tomada”, pues la casa de este “buen burgués” es ocupada por una “china” y su hermano policía: “El señor Lanari recordó vagamente a los negros que se habían lavado alguna vez las patas en las fuentes de plaza Congreso. Ahora sentía lo mismo. La misma vejación, la misma rabia. Hubiera querido que estuviera ahí su hijo. No tanto para defenderse de aquellos negros que ahora se le habían despatarrado en su propia casa, sino para enfrentar todo eso que no tenía ni pies ni cabeza y sentirse junto a un ser humano, una persona civilizada. Era como si de pronto esos salvajes hubieran invadido su casa. Sintió que deliraba y divagaba y sudaba y que la cabeza le estaba por estallar. Todo estaba al revés. Esa china que podía ser su sirvienta en su cama y ese hombre del que ni siquiera sabía a ciencia cierta si era policía, ahí, tomando su coñac. La casa estaba tomada “(N. de la R.: las negritas son nuestras).”

Rozenmacher evidencia la fobia racista de nuestra clase media, exégeta-tanto ayer como hoy- de los prejuicios y de las actitudes políticas de la clase dominante. El final del relato es memorable: “Algo había sido violado. La ´chusma`, dijo para tranquilizarse, ´hay que aplastarlos, aplastarlos`, dijo para tranquilizarse. ´La fuerza pública`, dijo, ´tenemos toda la fuerza pública y el ejército`, dijo para tranquilizarse. Sintió que odiaba. Y de pronto el señor Lanari supo que desde entonces jamás estaría seguro de nada. De nada” [VI]

El horror ante el invasor bárbaro, es un temor recurrente de las clases dominantes que en ciertas oportunidades de nuestra historia han visto peligrar sus privilegios económicos, sociales y estéticos. En nuestra literatura, desde el texto fundacional de Esteban Echeverría, “El matadero”, hasta acá, la violencia política, la exclusión y los prejuicios raciales aparecen recurrentemente. Y mucho más, luego de las jornadas populares de octubre de 1945.

Desde el citado Bustos Domecq, creador de un “monstruo” peronista grotesco y feroz, al “rolinga” Juan Diego Incardona y sus “conurbanos” de la caótica Buenos Aires de comienzos del siglo XXI, el peronismo en el gobierno o en el llano, fue y es, tema de intensos debates políticos o de inquietantes obras literarias.

*Poeta y periodista

[I] Cortázar, julio, El Examen, 2014.
[II] Rozenmacher, Germán, “Cabecita negra”, en Cabecita negra, 1961.
[III] Cortázar, Julio, “Las puertas del cielo”, ibídem.
[IV] Cortázar, Julio, “La banda”, en Final del juego, 1989.
[V] Cortázar, julio, El Examen, 2014.
[VI] Rozenmacher, Germán, “Cabecita negra”, en Cabecita negra, 1961.

Fuente: http://www.lateclaene.com/#!rubn-liggera/c1dci

No hay comentarios:

Publicar un comentario