jueves, 23 de julio de 2015

l colapso económico alemán durante la República de Weimar

El agricultor alemán cae en la miseria. La clase media está arruinada y las esperanzas sociales de muchos millones eliminadas. Una tercera parte de los hombres y mujeres en edad laboral está sin trabajo y consecuentemente sin sueldo (…) Así Alemania decae poco a poco y solo un loco podría esperar que las fuerzas que han traído esta decadencia pudieran traer la resurección… – Adolf Hitler sobre la República de Weimar.
Hace unas semanas se publicó en un conocido medio de tirada nacional un artículo que hacía referencia a la crisis económica de Grecia, pero lo llamativo del escrito era la comparación que se hacía entre la situación financiera del estado heleno con la Alemania de 1954, aquella que se vio obligada a renegociar con sus acreedores una deuda millonaria y que, finalmente, acabaría firmando el Acuerdo de Londres por el que se comprometía a pagar la sustanciosa cantidad (reducida a expensas de la condonación de algunos países europeos, entre ellos la propia Grecia) en unos nuevos plazos y condiciones que hicieron posible el “milagro alemán”. Y es que, si bien es innegable la solvencia económica y su preeminencia en el panorama político-económico actual,durante el siglo XX Alemania experimentó dos potentes crisis económicas en apenas tres décadas, siendo especialmente notable la que tuvo lugar durante el período de entreguerras.
Quemando marks
La práctica de quemar marcos de papel para calentar el hogar o cocinar fue habitual, ya que era más barato que usar otros recursos como la madera.
Después del fracaso en la Gran Guerra la situación en Alemania era desastrosaLa joven República de Weimar, originada después de la abdicación del káiser Guillermo II, apenas contaba con apoyos a pesar de sustentarse en una de las constituciones más progresivas del momento. Muy frágil políticamente, tenía en contra a prácticamente toda la izquierda y a la extrema derecha que, convencidos estos últimos de la necesidad de defender su patria, empleaban la violencia para evidenciar su claro desagrado por las condiciones humillantes del Tratado de Versalles.
Parece ser que la desconfianza y el rechazo hacia el sistema por parte de un amplio espectro de la sociedad era fruto de la aparente claudicación republicana frente a las abusivas imposiciones económicas exigidas por los países vencedores de la Primera Guerra Mundial, quienes habían establecido que debía hacerse efectivo el pago de unas reparaciones de guerra que se elevaban a la escandalosa cifra de 132 millones de marcos de oro a pagar en 42 cuotas anuales. Esa obligación suponía el 25% del PIB por casi medio siglo, algo impensable ya que la república había heredado la vieja y depreciada moneda imperial, el Goldmark, y si bien el gobierno había estado haciendo circular el Papiermark, este marco de papel no podía solventar la acusada situación debido a las insuficientes reservas de oro con las que contaba el “Deutsches Reich” (Imperio Alemán). El mantenimiento de unos impuestos bajos, junto a la intervención desfavorable de especuladores y banqueros, desencadenó una peligrosa depreciación del marco que terminaría hundiendo a la mayoría de la población.
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La ocupación del Ruhr agravó las dificultades económicas del pueblo alemán, arrastrando también a la economía francesa.
La situación crítica llegó a un punto culminante durante 1923. Las potencias vencedoras de la Gran Guerra no supieron advertir que la depreciación de la moneda alemana demostraba la imposibilidad de hacer frente a las cuantiosas reparaciones de guerra. Francia y Bélgica, preocupadas por su propio declive como potencias de primer orden, instigaron para hacer efectivos los pagos alemanes en carbón, madera y trigo. Ante la nula respuesta a sus exigencias, en enero de 1923 ambos países optaron por enviar tropas al Ruhr, la región alemana más rica e industrializada. Allí, con el pretexto de controlar la producción industrial, se pretendía forzar el cumplimiento de los pagos en materias primas, pero a la postre fue una forma más de hostigar a un gobierno a priori incapaz de imponerse. Con esta presión añadida, el gobierno permitió una resistencia pasiva a obreros y patronos mientras paralelamente, y de forma equívoca, se hacía cargo de los subsidios. Como respuesta a las acciones violentas y a los sabotajes de la extrema derecha, las tropas de ocupación reaccionaron con arrestos en masa y fusilamientos que recrudecieron el ambiente.
Mientras ésto pasaba la situación económica era paupérrima. La depreciación del marco hundió a la economía doméstica, arruinando a la clase media y los pequeños ahorradores.Los salarios eran irrisoriosel paro cada vez más acusado y los precios de los alimentos y los servicios no dejaban de subir. La miseria se adueñó principalmente de los obreros y solo pudieron mantenerse algunos pequeños sectores poblacionales que disponían de bienes como joyas o inmuebles. Los agricultores, quienes contaban con productos de primera necesidad a su alcance, pudieron salvarse de los recurrentes períodos de escasez alimentaria que tantos estragos causaron en las grandes urbesEn las ciudades pequeñas, como medida de urgencia, se hicieron circular los Norgerd, papel moneda que, no del todo legalizado, ayudaron a favorecer el consumo y a paliar necesidades básicas.
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Gustav Stresemann (1878-1929), político alemán conocido como el “Canciller de los cien días”. Como ministro de Asuntos Exteriores, recibió en 1926 el Nobel de la Paz por su labor.
La caótica situación favoreció que en agosto de 1923 se formase un gobierno de concentración nacional presidido por Gustav Stresemann, líder del DVP (Partido Popular Alemán), quien a pesar de sus convicciones nacionalistas creía un mal menor pactar con los ocupantes para precipitar el saneamiento económico del país.Instaurándose un estado de emergencia para acabar con el caos interno, se entablaron contactos con Francia y Bélgica al mismo tiempo que se decretaba el final de la resistencia. Algunas facciones instigaron en contra de estas medidas, siendo la desobediencia muy sonada en Hamburgo, Sajonia, Turingia y Baviera, en donde el fracasado levantamiento de extrema derecha en Múnich dio a conocer socialmente a Adolf Hitler, futuro canciller y Führer de Alemania.
Restablecido el orden, Stresemann dirigió sus esfuerzos a la normalización monetaria poniendo en circulación un nuevo marco, el Rentemark, el cual sería respaldado por las rentas industriales y agrarias reales. Asimismo se impulsó una dura política económica basada en la subida de impuestos y en la reducción del gasto público. La relativa recuperación económica proporcionó oxígeno al Estado, que se vió preparado para iniciar negociaciones con las potencias internacionales. Stresemannconseguiría acordar el Plan Dawes por el cual, además de comprometerse a cumplir lo acordado al final del conflicto armado, se aceptaba la devolución del Ruhr por parte de los ocupantes, la congelación momentánea de las reparaciones de guerra y la concesión de un préstamo internacional para reactivar la economía germana.
Si bien las mejoras conseguidas por el gobierno republicano fueron innegables, las facciones radicales influyeron notablemente entre la población, que vio los acuerdos conseguidos con las potencias extranjeras como una capitulación. La coalición pronto entraría en crisis, y después de las elecciones de mayo de 1924 y de que el mariscal Hindenburg obtuviera la presidencia de la República de Weimar, el panorama político entraría en constante desequilibrio. Una mayoría poblacional, hastiada con su presente, con las clases fortalecidas por la crisis económica y con sus dirigentes, se inclinaría progresivamente hacia grupos más conservadores, derechistas, nacionalistas y extremistas, lo que explicaría el posterior encumbramiento de Hitler. A pesar de todo, el nuevo gobierno de coalición mantuvo a Alemania en una relativa calma económica que se afianzaría a partir de 1926, año en el que el país entraría en la Sociedad de Naciones.

Vía| Möller, H. (2012). La República de Weimar: una democracia inacabada, Editorial A. Machado Libros S.A., Madrid.

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