martes, 12 de mayo de 2015

Inseguridad
Contra los nuevos totalitarismos
El libro Inseguridades, de la editorial Educo de la Universidad Nacional del Comahue, compilado por Roberto Samar, con prólogo de Raúl Zaffaroni y epílogo de Gregorio Kaminsky, analiza algunas aristas vinculadas a la problemática de la inseguridad desde diversas ópticas y distintos campos profesionales.

Por Raúl Zaffaroni. Profesor Emérito de la Universidad de Buenos Aires

En la etapa de poder planetario que vivimos –que suele llamarse globalización–, nada es aislado y juzgaríamos muy mal nuestros problemas si los considerásemos como un puro producto argentino o latinoamericano, como también si no contextualizamos nuestros problemas desde la perspectiva del poder.

Lo que se disputa en el planeta es el poder, entendiendo como tal la determinación y eventual dominación de las conductas ajenas.

Con el ocaso de la onda económica expansiva de la posguerra en los años ’70 del siglo pasado, se cerró la etapa del neocolonialismo. Se archivó el New Deal de Roosevelt en los Estados Unidos, la socialdemocracia europea y la lucha contra los movimientos de ampliación de ciudadanía latinoamericanos mediante dictaduras genocidas. La revolución tecnológica abrió el camino de la globalización, con las pulsiones hegemónicas de las grandes corporaciones en detrimento de las instituciones políticas. Se olvidó a Keynes y se celebró el festival de las corporaciones con Hayek, Friedman y sus acólitos.

Lo que se debate hoy es el modelo de Estado y sociedad que se procura formatear y no sólo una cuestión de penalistas y criminólogos. Al modelo redistributivo de la posguerra se opone otro, que considera toda tentativa de distribución de renta como una expropiación.

Se intenta marchar hacia una sociedad soñada por los ideólogos del fundamentalismo de mercado en que habrá un 30% de incluidos y un 70% de excluidos. Por supuesto que este modelo de sociedad requiere un control social fortísimo para contener a los excluidos y a los disidentes.

Nada se entiende si se piensa que el poder punitivo de los modelos de Estado adecuados a esas sociedades es el que se ejerce sobre los prisionizados y criminalizados, ignorando que el poder controlador punitivo políticamente importante es el que se ejerce en forma de vigilancia sobre todos los que estamos sueltos.

Nunca antes se dispuso de una capacidad tecnológica de control tan potente como la actual. La información sobre nuestras vidas hace que la Gestapo o la KGB sean juegos de niños. Nos filman, escuchan, miran y siguen como nunca antes se lo había hecho. La técnica de información actual hubiera sido el sueño máximo de los dictadores de entreguerras. El espacio social de nuestros abuelos parece perdido para siempre. Marchamos hacia un nuevo y diferente modelo de Estado totalitario, donde no tendremos ni el más mínimo resquicio de privacidad.

Y no sólo se nos controla externamente, sino también internamente: los medios de comunicación oligopolizados nos crean la realidad, nos inventan el mundo, nos manipulan los miedos, nos aterran con males inexistentes o magnificados y nos ocultan otros peligros a veces inminentes.

El juego de creación de realidad en América latina es patético: donde existe violencia, si las corporaciones logran hegemonía, la muestran como contenida merced a la represión y al control. Donde no existe violencia, la crean mediáticamente, cuando esto conviene para desacreditar al poder político que resiste a las corporaciones. Vivimos una realidad mediática que por momentos es cine de terror y en otros filmes de Lassie, sin importar si en el primer caso la realidad desmiente lo que se inventa o en el segundo la violencia toca límites casi bélicos. Cuando es necesario crear un chivo expiatorio, a falta de otro mejor, se lo inventa conforme al estereotipo del adolescente de nuestros barrios precarios.

Si alguna vez los medios de comunicación disimularon su clara función política, ahora han perdido todo pudor y, descaradamente fomentan las contradicciones, los odios, la venganza, la destrucción del tejido social. Impunemente ensucian a quienes molestan los bastardos intereses corporativos.

El narcotráfico es tan funcional a esto en nuestra región, que cabe preguntarse si se trata de crimen organizado o de una organización del crimen.

Esta inmensa capacidad de control –externo e interno– está cada día más al servicio de corporaciones que concentran capital, pero no conforme lo había previsto Marx. Esa previsión no se ha cumplido: el capitalismo no se extendió a todo el mundo como lo soñaba y como paso previo al socialismo, sino que hoy, por lo menos formalmente, unas sesenta personas son titulares de bienes equivalentes a los de miles de millones de habitantes más pobres del planeta. La ilusión del capitalismo expansivo fue lo que le impidió al propio Marx comprender el fenómeno del colonialismo.

Nada hace prever que el capitalismo se extienda a otras regiones, sin contar con que la ilusión de planetarizar el bienestar de las clases medias centrales (aun con el empobrecimiento actual) agotaría los recursos y acabaría con las condiciones de vida humana sobre la tierra, lo que tampoco parece interesarles, a juzgar por la creciente e irresponsable contaminación atmosférica.

Tampoco es previsible que se les derrame nada, pues cada día aumentan su consumo absurdamente suntuario. La distribución de riqueza en el planeta a veces parece una radiografía de las sociedades que quieren formatear en los propios países centrales.

Las clases medias europeas empobrecidas se vuelven xenófobas y construyen sus chivos expiatorios con los extracomunitarios, a los que repelen en el Mediterráneo del modo más inhumano. Las viejas potencias colonialistas rechazan a los productos humanos de los genocidios que cometieron hace poco más de un siglo.

En los Estados Unidos se polariza la riqueza y se postulan las políticas neonazis del Tea Party. Construyeron un aparato punitivo descomunal a partir de los años ’70 (antes eran un país normal) y en sus millones de presos predominan desde hace más de dos décadas los afroamericanos. Tan enorme es la demanda de servicios de este aparato colosal que tiene incidencia sobre el índice de empleo.

Con el giro punitivista norteamericano de finales de los ’70 (tan detalladamente descripto en el libro de Jonathan Simon) se cerró el momento del neocolonialismo y se abrió la globalización como etapa de poder mundial. No creo que tengamos más dictaduras de seguridad nacional. No es probable que nos ocupen militarmente con nuestros propios ejércitos, como no nos ocuparon políticamente en el neocolonialismo.

Prefieren corromper a nuestros ejércitos ensuciándolos en el narcotráfico y desmantelándolos por vía de perversión. Manipularán los miedos, nos construirán realidades temibles conforme a sus intereses trasnacionales. Crearán más contradicciones entre nuestros propios excluidos para incentivar la violencia en el interior de las capas más carenciadas de la población. En tiempos de globalización, el control social punitivo es mucho más perverso e insidioso.

Es bueno que nadie se adentre en las contribuciones de este libro perdiendo de vista el panorama del poder planetario y los intereses que están en juego, pues de hacerlo, creerá que estamos defendiendo criterios penales o criminológicos, cuestiones de tal o cual escuela o corriente, meras disputas académicas, cuando en realidad lo que está en discusión es el modelo mismo de Estado y la sociedad que ese Estado quiere modelar.

Al defender las garantías penales, al pretender prudencia en el ejercicio del poder punitivo, al desnudar la construcción de realidad de la televisión, al denunciar la autonomización policial y la demagogia vindicativa, estamos previniendo la amenaza de un Estado totalitario de control omnividente, adecuando a una sociedad polarizada, cuya única función sea la de garantizar los intereses de las corporaciones transnacionales mediante la vigilancia de los excluidos y de los disidentes.

No nos amenaza un Estado totalitario nazista, fascista o estalinista, sino un nuevo modelo, vigilantista, con creciente poder de control electrónico, químico y mediático, que no dudará en aniquilar a los chivos expiatorios que inventa cuando lo crea necesario o simplemente conveniente. No se basa en mitos de raza, de Estado popular ni de dictadura del proletariado, sino en un impresionante aparato de marketing, que nos venderá miedos, tranquilidad o inquietud, según convenga en cada caso, y que nos construirá políticos a su medida en las mismas coyunturas.

Todo esto no es inexorable, por cierto, sino sólo una síntesis de la dirección en que se mueve el poder en el mundo, pero esto ni significa que no encuentre resistencia ni que logre sus objetivos. En buena medida, de cada uno de nosotros depende que no los logre y que podamos salvar y perfeccionar las democracias, marchar hacia sociedades algo redistributivas y solidarias y neutralizar las pulsiones del poder descontrolado. Pero, en todo caso, tengamos en cuenta de qué se trata y cuál es el material que manejamos.

La lectura de este libro, en que la mayoría de las contribuciones provienen de jóvenes académicos de nuestro sur, es prueba de que la consciencia del momento y la resistencia al poder inhumano impedirán el triunfo del nuevo totalitarismo.

10/05/15 Miradas al Sur

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