sábado, 2 de mayo de 2015

BATALLA DE MAIPU - 5 de abril de 1818

El campo de Maipú

El teatro en que se desenvolvieron las operaciones, es una llanura, limitada al este por el río Mapocho que divide la ciudad de Santiago; al norte, por la serranía que la separa del valle de Aconcagua, y al sur por el Maipú que le da su nombre.

Hacia el oeste se levanta una serie de lomadas y algunos montículos que corren de oriente a poniente, y se destacan en monótonas líneas prolongadas en el horizonte, rompiendo la uniformidad del paisaje algunos grupos de arbustos espinosos en un campo cubierto de pastos naturales, y en lontananza, las montañas que circundan el valle y le dan su perspectiva. Al sur de Santiago, se prolonga por el espacio como de diez kilómetros, en la dirección antes indicada, una lomada baja de naturaleza caliza que por su aspecto lleva el nombre de Loma Blanca. Sobre la meseta de esta lomada evolucionaba el ejército patriota.

En su extremidad oeste y a su frente, se alza otra lomada más alta, que forma un triángulo, cuyo vértice sudoeste se apoya en la hacienda de "Espejo", antes mencionada, conduciendo a ella un callejón en declive como de veinte metros de ancho y trescientos de largo, cortado por una ancha acequia en su fondo, y limitado a derecha e izquierda por viñas y potreros que cierran altos tapiales.

Esta era la posición que ocupaba el ejército realista. Las dos lomadas están divididas por una depresión plana del terreno u hondonada longitudinal como de un kilómetro en su parte más ancha y doscientos cincuenta metros en la más angosta. Al este del vértice o puntilla de las lomas del sur se extiende un grupo de cerrillos aislados, y entre ellos uno más elevado, en forma de mamelón, que hace sistema con el triángulo ocupado por los realistas. El vértice este de esta posición, que era su parte mas elevada, se destacaba como un baluarte, y hacía frente a un ángulo truncado fronterizo de la Loma Blanca, que lo flanqueaba por una parte y lo enfilaba por otra. En este campo iba a decidirse la suerte de la independencia sudamericana.

Prelimimares

El general San Martín, situado en la extremidad este de la Loma Blanca a diez kilómetros de Santiago, dominaba en su conjunción los tres caminos que comunican con los pasos del Maipú y amagaba el de Valparaíso, asegurándose una retirada, a la vez que cubría la capital por sus dos únicos puntos vulnerables, la cual para mayor garantía hizo atrincherar, guarneciéndola con 1.000 milicianos y un batallón bajo la dirección de O'Higgins, a quien su herida (producto de la refriega de Cancharrayada) impedía asistir al campo de batalla.

Su plan era atacar al enemigo sobre la marcha, sin darle tiempo a combinaciones, si se presentaba por los caminos del frente; correrse por su flanco derecho si tomaba el de la Calera, e interceptarle el de Valparaíso, maniobrando a todo evento con seguridad sobre la meseta de la loma en terreno ventajoso para dar y recibir la batalla. Al efecto, dividió su ejército en tres grandes cuerpos formados en dos líneas: el primero a órdenes de Las Heras, cubriendo el ala derecha; el segundo, a las de Alvarado a la izquierda; y un tercero en reserva en segunda línea a cargo del coronel Hilarión de la Quintana.

Confió a Balcarce el mando general de la infantería, reservándose el de la caballería y de la reserva. El primer cuerpo lo formaban los batallones núm. 11 de Las Heras (argentino), los Cazadores de Coquimbo, comandante Isaac Thompson (chileno); los Infantes de la Patria, comandante Bustamante, (chileno), el regimiento de caballería argentino Granaderos a caballo, a que se había agregado un escuadrón provisional de artilleros montados del ejército argentino por no tener piezas que servir, y la artillería chilena compuesta de 8 piezas de campaña a cargo del mayor Blanco Encalada.

El segundo cuerpo lo componían: los batallones núm. 1 de Cazadores (argentino), de Alvarado; el núm. 8 de los Andes (argentino), comandante Enrique Martínez; el núm. 2 de Chile, comandante Cáceres; los Cazadores y Lancero s de Chile (argentinos y chilenos), a órdenes de Freyre y Bueras, con nueve piezas ligeras de artillería chilena a cargo del mayor Borgoño. La reserva constaba de: los batallones núm. 1 y núm. 3 de Chile, comandantes Rivera y López; núm. 7 de los Andes, (argentino) comandante Conde, y cuatro piezas de batir de a 12, mandadas por de la Plaza, y servidas por los artilleros argentinos que habían perdido su artillería en Cancharrayada.

Movimientos tácticos 

Tomadas estas disposiciones y dictadas estas prevenciones, formó su ejército en dos líneas: en primera línea las divisiones 1ra. y 2da., con sus respectivas baterías desplegadas a cada uno de los flancos y su caballería escalonada, poniendo la reserva en segunda línea y su artillería de batir, al centro de la primera. En este orden permaneció los días 2, 3 y 4 de abril, con una vanguardia volante mandada por Balcarce, en observación de la línea del Maipú.

Al tener noticia de que el enemigo vadeaba el río inclinándose hacia el poniente, desprendió toda su caballería con orden de atacar sus puestos avanzados, hostilizar sus columnas en la marcha y mantenerlo durante la noche en constante alarma. El fuego de las guerrillas, aproximándose cada vez más, y los repetidos partes, anunciaban que los realistas seguían avanzando. La noche del 4 se pasó así en alarma, rodeando los soldados patriotas grandes fogatas de huañil, que iluminaban todo el campo. San Martín dormía mientras tanto en un molino a la orilla del camino, envuelto en su capote militar.

Al amanecer del día 5 de abril, las guerrillas patriotas al mando de Freyre y Melián se replegaban, dando parte que el enemigo avanzaba en masa, en rumbo al camino que entronca con el de Santiago a Valparaíso.

San Martín, que lo había previsto por su dirección en el día anterior, pensó que no podía tener por objeto sino cortarle la retirada sobre Aconcagua, o efectuar un movimiento de circunvalación interponiéndose entre él y la capital, o reservarse una retirada más segura en caso de contraste, pues la larga distancia y los ríos que tendría que atravesar, la hacían dificilísima hacia el sur.

Lo primero estaba previsto y se neutralizaba por un simple cambio de frente; lo segundo era impracticable, pues tenía que describir un arco, de cuya cuerda era dueño; y lo último, una promesa más de triunfo completo. Para cerciorarse por sus propios ojos de este error estratégico y concertar sus movimientos tácticos, disfrazóse con un poncho y un sombrero de campesino, y acompañado por su inseparable ayudante O'Brien y el ingeniero D´Albe, seguido de una pequeña escolta, se dirigió a gran galope al ángulo truncado de la Loma Blanca señalado antes.

Desde allí pudo observar a la distancia de cuatrocientos metros con el auxilio de su anteojo, la marcha de flanco que en perfecto orden ejecutaban las columnas españolas a tambor batiente y banderas desplegadas, al posesionarse de la lomada triangular fronteriza prolongando su izquierda sobre el camino de Valparaíso. "¡Qué brutos son estos godos!" -exclamó con esa mezcla de resolución y buen humor que caracteriza a los héroes en los momentos supremos-. Y agregó: "Osorio es más torpe de lo que yo pensaba". Dirigiéndose luego a sus acompañantes, les dijo: -" El triunfo de este día es nuestro. El sol por testigo!" El sol asomaba en aquel momento sobre las nevadas crestas de los Andes.

La mañana estaba serena; ninguna nube empañaba el cielo, el aire estaba cargado de perfumes, y las aves cantaban entre los espinos en florescencia.

San Martín y Brayer

A las diez y media de la mañana el ejército argentino-chileno rompió una marcha de flanco en dos columnas paralelas, caminando rumbo al oeste por encima de la meseta de la Loma Blanca.

En el curso de la marcha, ocurrió un episodio, que la historia debe recoger por la espectabilidad de los personajes, y da idea del temple de alma del General en ese momento. A medio camino, presentóse el mariscal Brayer solicitando licencia para pasar a los baños (termales) de Colina.

San Martín le contestó fríamente: "Con la misma licencia con que el señor general se retiró del campo de batalla de Talca, puede hacerlo a los baños; pero como en el término de media hora vamos a decidir la suerte de Chile, y Colina está a trece leguas y el enemigo a la vista, puede V.S. quedarse si sus males se lo permiten". El mariscal contestó: "No me hallo en estado de hacerlo, porque mi antigua herida de la pierna no me lo permite". San Martín le repuso en tono airado: "Señor general, el último tambor del Ejército Unido tiene más honor que V.S.".

Y volviendo su caballo, dio orden a Balcarce sobre la marcha, hiciese saber al ejército, que el general de veinte años de combates quedaba suspenso de su empleo por indigno de ocuparlo. Después de este incidente, que hizo el efecto de una proclama, el ejército continuó su marcha hasta enfrentar la posición enemiga.

Allí desplegó en batalla en dos líneas de masas por batallones, con la artillería de batir al centro de la primera; la volante a sus dos extremos y la caballería cubriendo las dos alas en columnas por escuadrones, situándose la reserva plegada en columnas paralelas cerradas a 150 metros a retaguardia.

El general realista, que había ocupado el promedio de la meseta de la loma triangular del sur al observar el movimiento de los independientes desprendió sobre su izquierda una gruesa columna compuesta de ocho compañías de granaderos y cazadores con cuatro piezas de artillería al mando de Primo de Rivera, que ocupó el mamelón destacado por aquella parte, con el doble objeto de amagar la derecha patriota y tomar por el flanco sus columnas si avanzaban, a la vez que asegurar su retirada por el camino de Valparaíso según su idea persistente.

El intervalo entre el mamelón y la puntilla norte del triángulo, fue cubierto por Morgado con los escuadrones de "Dragones de la Frontera". Sobre la loma formó en batalla en la proyección noroeste sudoeste, en línea quebrada con el mamelón, pero sin cubrir todos los perfiles de la altura por el nordeste. Colocó los batallones "Infante Don Carlos" y "Arequipa" formando división, al mando de Ordóñez; y sobre la izquierda, el "Burgos" y el "Concepción", a órdenes del comandante Lorenzo Morla, con cuatro piezas de artillería adscriptas a cada una de las dos divisiones. La extrema derecha fue cubierta por los "Lanceros del Rey" y los "Dragones de Concepción".

Los ejércitos

En esta disposición se hallaron frente a frente los ejércitos beligerantes al sonar las doce del día, separados únicamente por la angosta hondonada que promedia entre los dos cordones de lomas que ocupaban independientes y realistas.

Los dos ejércitos permanecieron por algún tiempo inmóviles, en sus respectivas posiciones, como esperando que el adversario tomase la iniciativa. Todas las probabilidades parecían estar contra el que llevase la ofensiva: tenía que atravesar un bajo descubierto sufriendo el fuego de la fusilería y el cañón que lo barría, y trepar las alturas del frente para desalojar de ellas al enemigo. Para los patriotas la desventaja era aún mayor, pues su derecha tenía que desalojar previamente las fuerzas que ocupaban el mamelón avanzado o recorrer un espacio de mil metros flanqueados por los fuegos de sus cañones.

Ambas posiciones eran fuertes, y bien calculadas para la defensiva, y la de los realistas más ventajosa aún. En cuanto a las fuerzas físicas y morales, estaban casiequilibradas, siendo igual la decisión de parte a parte, si bien la de los realistas era numéricamente mayor. Por lo que respecta a las armas, la superioridad de los independientes era incontestable en artillería y caballería en número y también en calidad, y aún cuando éstos tenían nueve batallones de infantería, en algunos de ellos no formaban sino 200 hombres, mientras los cuatro gruesos batallones con que contaban los primeros, divididos en ocho compañías, levantaban cerca de mil bayonetas cada uno.

Lo único que inclinaba la balanza de las probabilidades, era el peso de las cabezas de los generales; pero ya se había visito cómo, en Cancharrayada, las más hábiles combinaciones que aseguraban el triunfo, dieron por resultado la derrota.

Momentos previos

El plan de San Martín no era precisamente el de una batalla de orden oblicuo, y sin embargo, resultó tal por el atrevimiento, el arte consumado y la prudencia con que fue conducida. Fue una inspiración del campo de batalla, sugerida por errores del enemigo y peripecias de la acción en el momento decisivo, y esto realza su mérito como combinación táctica.

El mismo San Martín jamás se atribuyó otro, y desdeñando con orgullosa modestia adornarse con laureles prestados, insinúa incidentalmente, que al orden oblicuo se debió en parte la victoria, sin agregar que, más que todo, se debió al uso oportuno que hizo de su reserva, como se verá luego.

Los relieves de las respectivas posiciones y las proyecciones de las dos líneas de batalla, eran casi paralelas; pero los realistas habían retirado su derecha formando en el promedio de la loma, sin cubrir sus perfiles, como queda dicho, y de aquí resultaba que la izquierda independiente desbordase la derecha realista en su posición y en su formación, y que teniendo que recorrer por esa parte la menor distancia de la hondonada intermedia, pudiese llevar con ventaja un ataque oblicuo o de flanco con el apoyo de la reserva. Tal es la síntesis táctica de la batalla de Maipú en sus preliminares.

El general en jefe que había levantado su enseña en el centro de la primera línea, observando la inacción del enemigo, mandó romper el fuego con las cuatro piezas de batir servidas por los artilleros argentinos, con el objeto de descubrir sus fuegos de artillería y sus planes. Una de las balas mató el caballo del general en jefe español.

En el acto, la artillería española contestó ese fuego con el suyo, manteniendo su formación, y suministró a San Martín el dato que necesitaba. Era evidente que Osorio se preparaba a una batalla defensiva y lo indicaba claramente, además de su formación, la circunstancia de no haber ocupado el perfil de las lomas de su posición, a fin de utilizar por más tiempo los fuegos de su infantería y aprovechar el espacio para dar con ventaja en su oportunidad una carga a la bayoneta con sus gruesos batallones, así que aquéllos hubiesen diezmado los de los independientes.

El general San Martín, tuvo entonces la intuición de la victoria, que debía decidir de los destinos de la América independiente. Dio audazmente la señal del ataque, mandando levantar en alto la bandera argentina y chilena, y en medio de ellas, la bandera encarnada como una llamarada sangrienta.

Su ojo penetrante había descubierto el flanco débil del enemigo, que era su derecha. Las "columnas se descolgaron", según la pintoresca expresión del mismo general en su parte, y "marcharon a la carga, arma al brazo sobre la línea enemiga", con entusiasmo, a paso acelerado. La reserva y la artillería permanecieron en su puesto, esperando las órdenes del general.

La batalla

El movimiento se inició por la derecha; pero no era éste el verdadero punto de ataque. Su objeto era doble: desalojar la izquierda del enemigo destacada sobre el mamelón y amenazar el frente o la izquierda de su centro, concurriendo así al ataque de la izquierda, que tenía que recorrer la menor distancia entre las alturas para cargar sobre el flanco más desguarnecido.

Según el éxito de una u otra ala, la batalla se empeñaría por la derecha o por la izquierda, interviniendo convenientemente la reserva en sostén de la que llevase la ventaja o la desventaja: en el primer caso, sería una batalla de frente, cortando la izquierda y desbordando la derecha enemiga, y en el segundo, un verdadero ataque oblicuo de la derecha flanqueando o tomando por retaguardia Las Heras las columnas realistas, y esto era lo que se proponía San Martín, al aprovechar el error cometido por Osorio, que iba a verse obligado a entrar en combate con todas sus fuerzas alterando su formación. En estas condiciones el secreto de la victoria estaba en el uso oportuno de la reserva.

Las Heras avanzó gallardamente sin disparar un tiro, a la cabeza del núm. 11 de los Andes, que era el nervio de la infantería del ejército, sostenido por los dos batallones que formaban su brigada, y lanzó al llano los escuadrones de Granaderos montados, amenazando la posición del mamelón.

La batería de cuatro cañones del mamelón rompió el fuego sobre el núm. 11 así que éste se presentó a la vista, causándole bastantes estragos en sus filas, pero siguió avanzando con rapidez seguido por los Cazadores de Coquimbo y los Infantes de la Patria de Chile, mientras la artillería de Blanco Encalada, que había quedado en posición sobre la loma, apoyaba el ataque lanzando sus proyectiles por encima de las columnas patriotas que marchaban por el terreno bajo. Primo de Rivera, que comprendió que el propósito de Las Heras era aislarlo de su línea de batalla, lanza a su vez su caballería situada entre el mamelón y la lomada triangular.

Morgado carga con ímpetu a la cabeza de los "Dragones de la Frontera". Las Heras se cierra en masa y espera, dando órdenes a Zapiola que cargue por su derecha con la caballería. Los dos primeros escuadrones de Granaderos a órdenes de los comandantes Manuel Escalada y Manuel Medina, salen al encuentro sable en mano, y hacen volver caras a los jinetes realistas, que reciben en su huida los disparos de la artillería de Blanco Encalada, y se ven obligados a refugiarse tras de su anterior posición.

Escalada y Medina son recibidos por los fuegos de fusilería y de metralla del mamelón; remolinean, pero se rehacen con prontitud; dejan a su Derecha la altura fortificada, y apoyados con firmeza por los dos escuadrones de reserva mandados por Zapiola, siguen adelante en persecución de los derrotados, que se dispersan o se repliegan en desorden a la división de Morla sobre la loma.

Las Heras se establece sólidamente con el núm. 11 en un cerrillo intermedio, fronterizo al mamelón y al ángulo nordeste del triángulo, en actitud de atacar el mamelón y concurrir al ataque de la izquierda. El ala izquierda de los realistas quedaba así aislada, y la izquierda de su centro amagada.

Casi simultáneamente con la carga de los Granaderos a la derecha, el ala izquierda trepaba las alturas de la posición realista por el ángulo este, iniciando un movimiento envolvente sin divisar todavía los cuerpos enemigos. Los realistas, apercibidos del error de haber retirado su derecha perdiendo las ventajas que les daba el terreno, o arrastrados por su ardor, se decidieron a tomar la ofensiva.

Ordóñez, a la cabeza de los batallones "Infante don Carlos" y "Concepción", con dos piezas de artillería, salió atrevidamente al encuentro de los patriotas en dos columnas de ataque paralelas, quien fue seguido muy luego por los batallones "Burgos" y "Arequipa", mandados por Morla, en la misma formación y escalonados por su izquierda.

Osorio, que llegó a temer por su derecha y notando que quedaba sin reserva, mandó reconcentrar al centro de la línea la columna de granaderos destacada sobre el mamelón con Primo de Rivera. Ordóñez, al encimar con su división una de las colinas del campo, se encontró a distancia como de cien metros al frente de la de Alvarado, trabándose inmediatamente un combate de fusilería que causó estragos en ambas filas.

Por desgracia para los independientes, dos de sus batallones, - el núm. 8 de los Andes y el núm. 2 de Chile, - que ocupaban en un bajo la zona peligrosa de los fuegos contrarios, sufrieron considerables bajas en los primeros momentos: el núm. 8, compuesto de los negros libertos de Cuyo, mandado por Enrique Martínez, se desordena después de perder la mitad de su fuerza, y se retira en dispersión; el núm. 2 intenta cargar a la bayoneta para restablecer el combate, y al ejecutar esta operación se dispersa también.

Alvarado, que cubría la izquierda con el núm. 1 de Cazadores de los Andes, despliega en batalla y rompe el fuego; pero a su vez se ve obligado a ponerse en retirada para evitar una total derrota. La victoria parecía declararse en aquel costado por las armas españolas.

Ordóñez y Morla, con sus cuatro gruesos batallones escalonados en dos líneas de masas, levantando como 3.500 bayonetas, se lanzan en persecución del ala izquierda independiente casi deshecha, y sus cabezas de columna descienden impetuosamente los declives de la lomada, con grandes aclamaciones de triunfo.

En ese momento la artillería chilena de Borgoño, que con sus nueve piezas ligeras había quedado ocupando el perfil opuesto en la Loma Blanca, rompe sobre los vencedores un vivo fuego a bala rasa, que los hace vacilar; reaccionan éstos inmediatamente, pero al pisar el llano son recibidos por una lluvia de metralla que rompe sus columnas, haciéndolas retroceder, a pesar de los valerosos esfuerzos de Ordóñez y Morla.

Al observar estas peripecias, Las Heras ordena a los Infantes de la Patria de Chile, que carguen sobre el flanco de la división de Morla; pero son rechazados y retroceden en algún desorden. Hacía veinte minutos que la lucha se mantenía en este estado incierto, cuando se oyó el toque de carga de la reserva independiente, y vióse a sus columnas moverse a paso acelerado hacia el ángulo este de la posición enemiga.

San Martín, que se había mantenido en la altura de la Loma Blanca, en observación de los primeros movimientos de su derecha, dictando con sangre fría sus órdenes según las circunstancias, adelantóse con el cuartel general hasta la proximidad de la posición avanzadaocupada por Las Heras, para dirigir de más cerca las operaciones de su línea.

Al notar desde este punto el rechazo de su izquierda, dio orden a la reserva que cargase en su protección, dirigiéndose con su escolta al sitio donde iba a decidirse la acción por un último y supremo esfuerzo. El coronel Hilarión de la Quintana, a la cabeza de los batallones núm. 1 y 7 de los Andes, y el núm. 3 de Chile, descendió la loma, atravesó la hondonada efectuando con sus columnas una marcha oblicua sobre su izquierda, y llegó al ángulo este de la posición enemiga, en circunstancias que las columnas españolas se habían replegado a ella rechazadas por los certeros fuegos de la artillería de Borgoño.

A vista de la reserva, los batallones 8 de los Andes y 2 de Chile se rehacen y sobre la base de los Cazadores de los Andes, que no Habían perdido del todo su formación, entran en línea, mientras Quintana trepa la altura del triángulo un poco a la derecha del punto por donde lo había efectuado antes Alvarado. El ataque oblicuo se iniciaba, y la batalla iba a cambiar de aspecto.

La carga final

Aislada la izquierda realista, privada del apoyo de la caballería que la ligaba con su línea de batalla y debilitada de las compañías de granaderos que por orden de Osorio habían acudido a formar la reserva general, Las Heras se disponía a arrebatar su posición, cuando Primo de Rivera que la mandaba, emprendió su retirada, dejando abandonados en el mamelón sus cuatro cañones.

El núm. 11 de los Andes y los Cazadores de Coquimbo, convergen entonces hacia el centro, persiguiendo activamente a las fuerzas de Primo de Rivera, y toman la retaguardia enemiga, mientras el batallón Infantes de la Patria de Chile, rehecho, vuelve a concurrir al ataque de la izquierda. La batalla se concentraba en breve espacio sobre la meseta triangular de la lomada de "Espejo", donde iba a decidirse.

Casi simultáneamente, el combate se renovaba con más encarnizamiento por una y otra parte en la extremidad opuesta de la línea. Para despejar el ataque por este lado, San Martín ordena a los Cazadores montados de los Andes y a los Lanceros de Chile, que arrollen la caballería de la derecha enemiga.

Bueras y Freyre cumplen bizarramente la orden: llevan una irresistible carga a fondo a los "Lanceros del Rey" y los "Dragones de Concepción" que salen a su encuentro, los hacen pedazos y los persiguen largo trecho en desbande hasta dispersarlos completamente. Bueras muere en la carga, atravesado de un balazo. Freyre, tomando el mando de todos los escuadrones, trepa la altura y amaga el flanco derecho de Ordóñez. La caballería realista de ambos costados ha desaparecido. El combate final se traba entre la infantería argentino-Chilena y la española.

Los tres batallones de la reserva mandados por Quintana, forman en línea de masas: el núm. 7 de los Andes más avanzado a la izquierda; el núm. 3 y núm. 1 de Chile al centro y la izquierda, un poco más a retaguardia.

Al trepar la altura, encuéntranse casi a quemarropa con las columnas de Ordóñez y Morla, que ocultas por un pliegue del terreno obligaban en aquel momento sobre su izquierda para hacer frente al nuevo ataque, sin cuidarse de la deshecha división de Alvarado. El "Burgos", que no había entrado en pelea en el primer encuentro, hace flamear su secular bandera, laureada en Baylén y sus soldados entusiasmados gritan: "¡Aquí está el Burgos! ¡Diez y ocho batallas ganadas! ¡ninguna perdida!". La batalla se empeña con nuevo ardor a los gritos de "¡Viva la Patria! ¡ Viva el Rey!" Independientes y realistas hacen esfuerzos heroicos para alcanzar la victoria. Las distancias se estrechan.

Los independientes atacan con impetuosa intrepidez. Los realistas resisten tenazmente, sin retroceder un solo paso.

"Con dificultad," dice San Martín en su parte, "se ha visto un ataque más bravo, más rápido y más sostenido, y jamás se vio una resistencia más vigorosa, más firme y más tenaz."

La división de Alvarado, rehecha en gran parte, entra al fuego por el mismo punto por donde había trepado antes la lomada, y concurre al ataque de la reserva, a la vez que Borgoño con ocho piezas marcha al galope a ocupar la puntilla del este.

La derecha patriota con la artillería de Blanco Encalada avanzada, converge al centro y toma la retaguardia de los realistas. La caballería de Freyre vencedora, amaga su flanco derecho. El "Burgos" agita su bandera, y pelea como un león. El batallón "Arequipa", mandado por Rodil, mantenía impávido su posición. Los batallones "Infante don Carlos" y "Concepción", dirigidos personalmente por Ordóñez, se baten con desesperación. En esos momentos, el general en jefe del rey, abandona el campo de batalla y se entrega a la fuga. Ordóñez, el más digno de mandar a los realistas en la victoria y en la derrota, toma la dirección de la formidable columna de la infantería española, e intenta desplegar sus masas; pero el terreno le viene estrecho, y se envuelve en sus propias maniobras.

El núm. 7 de los Andes y el núm. 1. de Chile cargan a la bayoneta, a los gritos de "¡Viva la libertad!" y la escolta de San Martín, al mando del mayor Angel Pacheco, juntamente con Freyre cargan sobre su flanco derecho. El "Burgos" forma cuadro, y rechaza las cargas, aunque con grandes pérdidas. Hacía media hora que duraba el porfiado combate. Los realistas, circundados, sin caballería que los apoye y exhaustos de fatiga, vacilan y empiezan a cejar, pero sin desordenarse.

La última esperanza, es la reserva de granaderos desprendida de la izquierda que no pudo llegar a tiempo, y los cazadores de Morgado que perseguidos de cerca por Las Heras, quedan cortados y se precipitan en fuga sobre el callejón de "Espejo". Ordóñez, con sus filas raleadas emprende con serenidad la retirada hacia la hacienda de "Espejo", formado en masa compacta. San Martín redobla sus órdenes para que la persecución se haga vigorosamente a fin de impedir toda reacción, y condensa su ejército. Ordóñez continúa impávido su movimiento retrógrado, y con sus últimos restos se refugia en la hacienda de "Espejo".

El parte de batalla

La batalla estaba decidida por los independientes. San Martín, con el laconismo de un general espartano, dicta desde a caballo el primer parte de la batalla, y el cirujano Paroissien lo escribe, con las manos teñidas en la sangre de los heridos que ha amputado: "Acabamos de ganar completamente la acción.

Un pequeño resto huye: nuestra caballería lo persigue hasta concluirlo. La patria es libre". Los enemigos del gran capitán sudamericano han dicho, que San Martín estaba borracho al escribir este parte. Un historiador chileno lo ha vengado de este insulto con un enérgico sarcasmo: "Imbéciles! ¡Estaba borracho de gloria!".

En ese instante oyéronse grandes aclamaciones en el campo. Era O’Higgins que llegaba. El Director, al saber que la batalla iba a empeñarse, devorado por la fiebre causada por su herida, monta a caballo y al frente de una parte de la guarnición de Santiago, se dirige al teatro de la acción.

Al llegar a los suburbios, oye el primer cañonazo y apresura su marcha. En el camino, un mensajero le da la noticia que el ala izquierda patriota ha sido derrotada, y sigue adelante sin vacilar; pero al llegar a la loma tuvo la evidencia del triunfo. Adelantóse a gran galope con su estado mayor, y encuentra a San Martín a inmediaciones de la puntilla sudoeste del triángulo, en momentos que disponía el último ataque sobre la posición de "Espejo": le echa al cuello desde a caballo su brazo izquierdo, y exclama: "¡Gloria al salvador de Chile!".

El general vencedor, señalando las vendas ensangrentadas del brazo derecho del Director, prorrumpe: "General: Chile no olvidará jamás su sacrificio presentándose en el campo de batalla con su gloriosa herida abierta." Y reunidos ambos adelantáronse para completar la victoria. Eran las cinco de la tarde, y el sol declinaba en el horizonte.

Resistencia de Ordoñez

La batalla no estaba terminada. Ordónez, sin desmayar, se había posesionado del caserío de "Espejo", dispuesto a salvar el honor de sus armas con la resistencia, o la vida de sus soldados en una retirada protegida por la oscuridad de la noche.

Reconcentró allí las compañías de granaderos y cazadores casi intactas, y los restos del "Burgos", el "Concepción" y el "Infante don Carlos", habiéndose el "Arequipa" retirado del campo con su comandante Rodil.

El valeroso general español, con una admirable sangre fría, lo dispone todo personalmente con habilidad y decisión. Coloca en el fondo del callejón, tras una ancha acequia frente de un puentecillo, los dos únicos cañones que le quedaban, sostenidos por cuatro compañías de fusileros.

Forma el grueso de su infantería sobre una pequeña altura fronteriza a las casas, dando cara a los dos frentes vulnerables; reconcentra en el patio de las casas su reserva, pronta a acudir a todos los puntos amenazados; cubre con destacamentos los callejones laterales, y extiende en contorno, protegidos por las tapias y emboscados en las viñas, un círculo de cazadores. En esta actitud decidida espera el último ataque.

El triunfo final

Las Heras es el primero que persiguiendo a los cazadores de Morgado, llega a la puntilla sudoeste, fronteriza a la boca alta que domina el callejón de "Espejo". Dióse cuenta inmediatamente de la situación, y prudentemente dispuso que el batallón descendiera al llano y se ocultase tras de un pequeño mamelón al oriente del caserío (izquierda española) y esperase la señal de un toque de corneta para coronarlo y romper el fuego.

A medida que fueron llegando otros batallones, les señaló sus puestos, y estableció convenientemente la artillería en la parte alta de la puntilla, a fin de cañonear la posición antes de dar el asalto.

En esos momentos se presenta el general Balcarce, y ordena imperiosamente que el batallón Cazadores de Coquimbo ataque sin pérdida de tiempo por el callejón. El comandante Thompson, da la señal y penetra resueltamente en columna al desfiladero. Allí es recibido por la metralla de las dos piezas que lo defendían. Pretende avanzar; pero nuevas descargas de fusilería del frente y de los flancos, lo detienen, y al fin lo hacen retroceder en derrota, dejando en el sitio 250 cadáveres, salvando con todos sus oficiales heridos.

Volvióse entonces al bien calculado plan de Las Heras. Los comandantes Borgoño y Blanco Encalada rompieron el fuego con diecisiete piezas que en menos de un cuarto de hora desconcertó las resistencias, obligando a los realistas deshechos por el cañoneo, a refugiarse en las casas y en la viña del fondo. La señal de asalto se da: el núm. 11, sostenido por dos piquetes del 7. y 8. de los Andes, carga por el flanco rompiendo tapias, y pasa a la bayoneta cuanto se le presenta.

La batalla estaba terminada. Los realistas se dispersan en pelotones en las encrucijadas, viñas y potreros adyacentes. En ese momento hace su aparición en la lucha final, un regimiento auxiliar de milicias de Aconcagua, que lazo en mano se apodera de centenares de prisioneros como de reses en el aprisco.

Los vencedores irritados por el sacrificio del Coquimbo, continuaban matando, cuando se presentó Las Heras, y mandó cesar la inútil carnicería. Pocos momentos después le entregan sus espadas como prisioneros, el heroico general Ordóñez, el jefe de estado mayor Primo de Rivera, el jefe de división Morla, los coroneles de la caballería Morgado y Rodríguez, y con excepción de Rodil, todos los oficiales de la infantería realista, Laprida, Besa, Latorre, Jiménez, Navia y Bagona, y multitud de oficiales.

Las Heras alargó ambas manos a Ordóñez, y lo saludó como a un compañero de heroísmo, ofreciéndole noblemente su amistad, y amparando con su autoridad a sus compañeros de infortunio.

Trofeos

Los trofeos de esta jornada fueron, doce cañones, cuatro banderas,; un general, cuatro coroneles, siete tenientes coroneles, 150 oficiales y 2.200 prisioneros de tropa; 3.850 fusiles, 1.200 tercerolas, la caja militar, el equipo y las municiones del ejército vencido.

1200 realistas perecieron en el campo de batalla.

Esta victoria, la más reñida de la guerra de la independencia sudamericana, fue comprada por los independientes a costa de la pérdida de más de 1.000 hombres entre muertos y heridos, pagando el mayor tributo los libertos negros de Cuyo de los cuales quedó más de la mitad en el campo.

Importancia de Maipú

Más que por sus trofeos, Maipú fue la primera gran batalla americana, histórica y científicamente considerada. Por las correctas marchas estratégicas que la precedieron y por sus hábiles maniobras tácticas sobre el campo de la acción, así como por la acertada combinación y empleo oportuno de las armas, es militarmente un modelo notable si no perfecto, de un ataque paralelo que se convierte en ataque oblicuo, por el uso conveniente de las reservas sobre el flanco más débil del enemigo por su formación y más fuerte por la calidad y número de sus tropas, inspiración que decide la victoria, siendo de notarse, que San Martín, como Epaminondas, sólo ganó dos grandes batallas, y las dos, por el mismo orden oblicuo inventado por el inmortal general griego.

Por su importancia trascendental, sólo pueden equipararse a la batalla de Maipú, la de Boyacá, que fue su consecuencia inmediata, y la de Ayacucho que fue su consecuencia ulterior y final; pero sin Maipú, no habría tenido lugar Boyacá ni Ayacucho. Vencidos los independientes en Maipú, Chile se pierde para la causa de la emancipación, y con Chile, probablemente la revolución argentina, encerrada dentro de sus fronteras amenazadas por dos ejércitos vencedores por sus dos puntos más vulnerables, desde entonces inmunes.

Sobre todo, sin Chile, no se obtiene el dominio naval del Pacífico, la expedición al Bajo Perú se hace imposible, y Bolívar no hubiera podido converger hacia el sur, aún triunfando en el norte de los ejércitos españoles con que luchaba, y de hacerlo, se habría encontrado con 30.000 hombres que le hicieran frente y el mar cerrado.

Además, Maipú quebró para siempre el nervio militar del ejército español en América, y llevó el desánimo a todos los que sostenían la causa del rey desde Méjico hasta el Perú, dando nuevo aliento a los independientes. Chacabuco había sido la revancha de Sipe-Sipe: Maipú, fue la precursora de todas las ventajas sucesivas. Tuvo además, el singular mérito de ser ganada por un ejército derrotado e inferior en número a los quince días de su derrota, ejemplo singular en la historia militar.

Fuentes:
- Asociación Cultural Sanmartiniana. 
www.lagazeta.com.ar

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