domingo, 12 de abril de 2015

Una muerte de novela Por Miguel Russo

La muerte de Nisman se conoció en la madrugada del lunes 19 de enero, de modo que no dio mucho tiempo para las tapas de los diarios de ese lunes, pero sí el indispensable para que los periodistas, con toda una jornada de por medio, se hicieran un festín con las del martes 20. Y, desde entonces, no pararon. Desde entonces, todo el mundo –los argentinos cuando hablan de sí mismos suelen usar el término “todo el mundo”– lo decía: la muerte de Nisman, todo lo que rodeaba el hallazgo de su cadáver en el baño de la unidad 4 del piso 13 del edificio Le Parc de Puerto Madero, daba, en estos tiempos de ficción hecha realidad por la televisión (y viceversa), para una novela infartante. “A la Le Carré”, decía todo el mundo.

Y la novela llegó. Que sea infartante o no es atributo de los lectores. Al fin de cuentas, el británico John Le Carré, que se sepa, además de tener 84 años y estar bastante ocupado con el espionaje británico, no vive en Buenos Aires ni, acaso, se haya enterado de la muerte del fiscal Nisman. La cosa es que esa novela, llamada justamente El fiscal, apareció esta semana, editada por Emecé (sello perteneciente al Grupo Planeta) para su colección Grandes novelistas, firmada por un enigmático R. S. Pratt. La solapa, obvio, no trae foto de autor con cara de foto de autor de solapa, y sólo aporta un delicadísimo “R. S. Pratt es el seudónimo de un escritor argentino”. 

La celeridad de Planeta, a contramano de los tiempos editoriales, fue proverbial: entre la noticia de la muerte de Nisman y la salida del libro pasaron, apenas, 76 días. En poco menos de once semanas, en las cuales todavía, con todos los equipos de investigación del país en funcionamiento, no se sabe siquiera si fue o no fue suicidio, Planeta decidió y eligió autor, el autor pensó la trama y los nombres que cambió de todos los personajes reales y escribió y entregó el original, los trabajadores de la editorial compusieron el libro, los correctores corrigieron erratas (las que encontraron, al menos), el departamento de arte creó la tapa y la discutió con el autor, los imprenteros imprimieron, los encuadernadores encuadernaron, los operarios de expedición lo empaquetaron y el camioncito de reparto lo depositó en todas las librerías del país listo para ser vendido. Pan caliente. Todo un récord. Milagro argentino.

Miradas al Sur, que no será ni la CIA ni el Mossad, pero que investigar investiga, salió decidido a dilucidar el enigma. No, el de la muerte de Nisman no, el del autor del libro.

La pista española. El lugar es Barcelona, donde del 29 de enero al 7 de febrero de este año se desarrolló la décima edición del festival de novela negra BCNegra en el Conservatorio del Liceo Catalán, con Buenos Aires como ciudad invitada, bajo la atenta supervisión del comisario de esa entidad, Paco Camarasa. Allí, en tierras catalanas, tres escritores argentinos que cultivan el policial se despacharon a gusto en la mesa redonda que los acogía. “Creo que no hay argentino que no tenga en su cabeza una novela negra con la muerte del fiscal Nisman. A los lectores argentinos nos urge encontrar siempre un culpable muy rápido para tranquilizarnos, lo que Ricardo Piglia llamaba la ficción paranoica”, dijo Claudia Piñeiro (Burzaco, 1960). “Ese tipo de lector y la mirada de las instituciones, del gobierno, del poder como productores de crimen, conformarían el ecosistema negrocriminal literario argentino”, dijo Ernesto Mallo (La Plata, 1948). Y Tatiana Goransky (Buenos Aires, 1977), después de citar al dúo Borges-Bioy Casares con el alias Bustos Domecq, a Rodolfo Walsh con su comisario Laurenzi y a Roberto Arlt con su Un crimen casi perfecto, recitó el decálogo del relato policial argentino creado por Carlos Gamerro: “1. El crimen lo comete la policía. 2. Si lo comete un agente de seguridad privada o –incluso– un delincuente común, es por orden o con permiso de la policía. 3. El propósito de la investigación policial es ocultar la verdad. 4. La misión de la Justicia es encubrir a la policía. 5. Las pistas e indicios materiales nunca son confiables: la policía llegó primero. No hay, por lo tanto, base empírica para el ejercicio de la deducción. 6. Frecuentemente, se sabe de entrada la identidad del asesino y hay que averiguar la de la víctima. 7. El principal sospechoso (para la policía) es la víctima. 8. Todo acusado por la policía es inocente. 9. Los detectives privados son indefectiblemente ex-policías o ex-servicios. La investigación, por lo tanto, sólo puede llevarla a cabo un periodista o un particular, y 10. El propósito de esta investigación puede ser el de llegar a la verdad y, en el mejor de los casos, hacerla pública; nunca el de obtener justicia”.

La pista periodística. Un barcito en Tacuarí y Caseros, agosto de 2012. El periodista Andrés Hax, de la revista Eñe, repasa las notas del reportaje que le realizó al escritor Ernesto Mallo por la reciente aparición de Los hombres te han hecho mal, su tercera novela de la saga protagonizada por el ex policía El Perro Lascano. 

Repasa, Hax, la infancia de Mallo: “Yo tenía nueve años, era muy mal alumno. A la mala conducta sumaba que a aquellas materias que no me interesaban no les prestaba atención. Un día citaron a mi vieja a la escuela, cosa frecuente. ‘¿Que hiciste ahora?’, gritó mi vieja. Yo no sabía. La cosa es que querían felicitarla por una composición que había hecho y le pedían permiso para leerla en un acto. Ahí descubrí que había algo en lo cual era bueno”. 

Repasa, Hax, las confesiones de Mallo: “Cada escritor hace su camino, pero hay una cosa segura y es que hay que salir a la calle y mezclarse en los ambientes donde están los que saben. ¿Quiénes son los que saben? Los criminales y los policías. ¿Cómo conozco ese mundo? Bueno, durante la dictadura fui un ‘delincuente subversivo’ y eso me llevó a relacionarme con otros delincuentes, subversivos o no”. 

Repasa los conceptos de Mallo: “Muchas obras se hacen en situaciones de mucho estrés. La comodidad no es buena para los artistas. Lo que es malo para la humanidad es bueno para la literatura. Y los personajes son como mosaicos de gente que conozco, de mí mismo, de personajes de historietas, de novelas”. Y repasa, Hax, los miedos de Mallo: “Tengo miedo ante eso de meterse con gente pesada. No escribo denuncia. Mientras no ponga nombre y apellido y no señale, no pasa nada. Por eso la ficción puede decir la verdad. La gente necesita entender qué es lo que pasa. Y no puede confiar en eso ni en los medios ni en los políticos. Porque ninguno de los dos puede decir la verdad. Ninguno puede revelar las complicidades y de qué manera están entrelazado el crimen con los gobiernos y con los medios. Y la novela policial, esencialmente la novela negra, que se mete con temas políticos y sociales, es la que dice la verdad. La dice a través de la mentira, a través de una ficción. Pero como es una ficción, puede decir cosas que los demás no pueden decir”.

La pista editorial. Otro bar, Independencia y Entre Ríos. Ignacio Iraola, director editorial del Grupo Planeta, revuelve el café y dice por sexta vez “no, no puedo dar el nombre verdadero del autor”. Y esta vez agrega algo que ya se sabe teniendo el libro en la mano: “Firma como R. S. Pratt”. ¿Una pista? Simplemente que, ni más ni menos, “es uno de los diez mejores escritores argentinos”. ¿Hombre o mujer? “No puedo decirlo”. ¿Cuánto cobró? “No puedo decirlo”. Se hace innegable aquella definición de Osvaldo Soriano: “Cuando a un editor le hablás de literatura, él te habla de guita; y cuando le hablás de guita, te habla de literatura”. Iraola sonríe y corre la tacita de café para poder golpear a gusto con el dedo índice sobre la mesa de nerolite: “Lo único que puedo decir es que el 21 de enero, acá mismo, en este mismo café, charlaba con R. S. Pratt sobre la trama novelesca que tenía la muerte de Nisman. Una trama a lo Le Carré. Y ahí nació la idea. Pratt tardó un mes en escribirlo. Ah, la tapa es un homenaje a The Next Day, el último disco de David Bowie”.

Será justicia. Al abrir la novela El fiscal, la distorsión de los nombres de los protagonistas apenas oculta a las personas referidas. Nisman es Antonio Lerman, Jaime Stiuso es Trusso, Sandra Arroyo Salgado es Agustina López Machado, Lagomarsino es Castagnino, Andrés Cuervo Larroque es Cóndor San Roque, Luis D’Elía es De María, Esteche es Arteche, Laura Alonso es Laura Alfonso, Lilita Carrió es Lalita Carrizo. Los periodistas también varían sus nombres para no incomodar: Leuco es Dulko, Majul es Marul, Bonelli es Gonelli, Joaquín Morales Solá es Fermín Gómez del Solar y Jorge Lanata es el Gordo Lanari. Y hasta la Presidenta y el canciller se transforman en Cristina Hernández de Larcher y Horacio Mariano Tenembaum. 

La historia real es demasiado conocida, tanto como que ningún canal de televisión (aire o cable) pasa un cuarto de hora sin dar alguna información de último momento o un análisis detectivesco de algún pormenor recién llegado. “Construir la realidad”, lo llaman. 

La ficción, apresurada o no, es ficción. Y a veces poco importa la trama. Un desquiciado por la lectura de novelitas se chanta una escupidera en la cabeza y sale a destruir edificios públicos hasta que a Cervantes en 1605 primero y en 1615 después se le ocurre escribir el Quijote. Un pequeñoburgués anodino recorre durante el 16 de junio de 1904 las calles de una ciudad anodina hasta que a Joyce se le ocurre en 1922 escribir el Ulises. Por suerte no existía entonces ningún Ricardo Canaletti que diseminara sus hipótesis sobre esos hechos .

12/04/15 Miradas al Sur

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