domingo, 5 de abril de 2015

“Sostenía la idea de un editor como un formador de lectores”

Entrevista a Alejandra Giuliani, autora junto a Leandro De Sagastizábal de Un editor argentino, Arturo Peña Lillo (Eudeba). “Él decía que era una militancia, yo creo que sí, que con distintos oficios se puede tener un compromiso social, lo que no siempre es tenido muy en cuenta en la sociedad”.
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Por Juan Ciucci
APU: ¿Cómo surge la idea del libro y por qué les interesaba analizar la vida y experiencia de Arturo Peña Lillo?
Alejandra Giuliani: Con Leandro De Sagastizábal nos dimos cuenta que nos interesaba el trabajo de Peña Lillo y nos llamaba la atención, sobre todo, que no hubiese casi trabajos hechos sobre su editorial. Habíamos leído sus memorias, el libro Memoria de papel, y nos había parecido que había sido un trabajo editorial sumamente original, que excedía lo que el propio Peña Lillo decía, que había sido el editor de “los nacionales”. Nos parecía que el trabajo había sido más complejo, es decir, no había sido el editor de un grupo de una formación intelectual, de un espacio ideológico y político. No tenía él un grupo intelectual dado y ahí transformó en libros ese pensamiento,  sino que él había reunido, en la colección La Siringa primero y luego en el catálogo más amplio después del ´65, discursos diversos.
Dentro de un horizonte en el que compartían algunas cuestiones claves, una de ellas era el haber sido la mayoría de ese grupo autoral quienes habían trabajado en alguna instancia estatal y que, por supuesto, a partir del 55 eran a veces perseguidos, algunos de ellos ignorados, descartados como potencial grupo, por las editoriales prestigiosas. Peña Lillo junto con Abelardo Ramos, en el año ´59 idean La Siringa como un espacio que, me parecía, puede pensarse como un puente generacional. Que había actuado y que en ese momento había sido pensado en buena medida para dejar establecido en libros el pensamiento y el análisis de la realidad y las proyecciones políticas a futuro que hacían diferentes protagonistas de la época del gobierno de Perón. Es decir, que no es que Peña Lillo se encontró con un Jauretche popular o un Jauretche conocido sino que él es quien, en buena medida los transforma en un autor, ya era un autor, pero había publicado poco.
En las memorias de Peña Lillo lo que marcaba era como había, por ejemplo, surgido El Medio pelo que fue un éxito editorial impresionante, de una charla entre ambos viajando juntos, ya era autor de un libro Política nacional y revisionismo histórico.  Iban juntos a una jornada en la Provincia de Buenos Aires en tren y Jauretche mirando la pampa húmeda como tantas personas que la miran, viste que mirando la pampa húmeda siempre a uno se le ocurre algo que tiene que ver con la patria, y Jauretche iba relatando el medio pelo, la clase media. Y a Peña Lillo es al que se le ocurre que eso puede ser un libro. A De Sagastizábal como editor eso le llamó muchísimo la atención ¿Cuál es el trabajo editorial de este hombre? No solamente de él, porque el objeto de estudio no es Peña Lillo sino que es la editorial, hay varias cabezas trabajando ahí, una de ellas Jauretche, pero también otros. Por ejemplo Arturo Cambours Campo en literatura, y ahí nos encontramos con una editorial más compleja que no estaba en sus memorias. Luego De Sagastizábal dijo que una de las cuestiones básicas es ver el catálogo y nos ponemos a ver que no está el catálogo en ningún lado, no está reconstruido, no está ni siquiera en papeles de la editorial. Después pudimos tener el acceso, que nos hizo cambiar el libro a favor, a lo que puedo llamar el archivo de la hija, Laura Peña. No un archivo organizado, sino papeles de su padre que ella guardaba, pero tampoco allí estaba la lista de títulos año por año. Eso lo reconstruimos, no fue una tarea sencilla porque al no ser muchos de sus libros valorados en el campo intelectual de la época, no habían sido comprados por las bibliotecas. Entonces ¿dónde están esos libros? Fuimos reconstruyendo el catálogo, no sé si está completo, el universo que nosotros tomamos creo que se aproxima a la totalidad, pero puede aparecer alguno más, porque no hay con qué cotejarlo.
APU: Basados en algunas de estas características ustedes lo analizan como un editor profesional, por su concepción del rol del editor y sus reflexiones al respecto.
AG: Cuando empezamos a trabajar no habíamos leído aun su libro Encantadores de Serpientesy creo que ese libro de Peña Lillo como autor fue muy útil porque, además que ahí se complementaron algunos de nuestros saberes, veíamos en esa escritura las reflexiones de un profesional. De Sagastizábal siempre ha estudiado la profesionalización de los editores, y él veía las reflexiones que este hombre hacía en el campo editorial de la época, como se fue deslindando, separándose del librero, del impresor, cómo veía los problemas de la época, el papel, esto, lo otro. Yo, por otro lado, veía en ese libro, y me llamaba muchísimo la atención, cómo él criticaba a las editoriales más prestigiosas, no entendía bien el porqué, desde dónde se colocaba. Hasta que rearmamos La Siringa, donde vemos que Peña Lillo es un lector ferviente de la teoría de Jauretche y dice “bueno, yo acá también tengo un rol social como editor, mi profesión no es exclusivamente la de empresario, sino la de un empresario que puede colaborar en la conformación de una conciencia nacional” en los términos de Jauretche. Ese libro es como un no retorno, hay encantadores de serpientes y habemos unos pocos editores que no lo somos, que tenemos una función social que es la de publicar en principio y ofrecer un abanico de posiciones críticas acerca de la realidad en el sentido jauretchiano del término.
Una vez esclarecida esta cuestión a De Sagastizábal le llamaba mucho la atención  que en el catálogo había libros, colecciones de cómo arreglar un automóvil, libros técnicos que complementaban el catálogo. Luego hablando, haciendo entrevistas con quienes trabajaron en la editorial, con la propia hija, decían que eso era la caja diaria, no era una empresa que tuviese algún tipo de subsidio de institucionalidad, sea política, estatal o de alguna otra fundación. Lo peculiar de este editor era esa cuestión, tampoco le interesaba vender al estado, no hemos encontrado ventas al estado, si las pudo haber habido pero no era una constante y, sobre todo,  los primeros años especialmente, su objetivo tan fuerte era hacer libros muy baratos para llegar a lectores no tradicionales, es decir, lo que se veía especialmente en La Siringa. Era como que decía “no solamente tiene que haber nuevos autores sino nuevos lectores”. Que es un proceso que nosotros venimos vendo desde principios de siglo XX pero hacia otros sectores sociales, acá era una ampliación mayor todavía, hacia sectores que no solían leer libros, parece. Hemos encontrado personas que dicen yo llegué a segundo grado y así como en los años veinte el propio Peña Lillo fue un lector autodidacta que siguió lo que publicaba Zamora en Claridad, yo creo que ese era un modelo para él, él también ofrecer una colección para personas que no habían pasado por una educación formal, y que podían confiar en la editorial.
APU: Así como construye estos lectores también tiene una influencia en cómo va ordenando conceptualmente ciertas ideas que, una década después, tienen los sectores del nuevo pensamiento nacional. En eso también existe una anticipación.
AG: Totalmente. Nosotros lo que tenemos como hipótesis es que el catálogo es uno de los actores que colabora en la formación del peronismo del ´73, no él personalmente, que no estaba ni afiliado, ni nacionalizado argentino (nace en Valparaíso). Pero ahí estaba su idea del para qué estaba como editor. Hay una cuestión que nos llamó mucho la atención que fue que, muchos de sus lectores eran militantes políticos del peronismo en general que leían como parte de su formación política. Una lectura claramente de libro político pero no sólo para formarse sino como herramienta para la militancia, esto lo dice Horacio González cuando fallece Peña Lillo, ese testimonio resulto un pequeño obituario que nos marcó todo un clima, como esas hojas frágiles, esos libritos frágiles de La Siringa en las mesas de la Giralda, con el humo del cigarrillo, de una lectura colectiva. Creo que esto ha sido muy trabajado para otros países, pero en el nuestro no está trabajado todavía, creo que hay mucho por hacer sobre las lecturas colectivas, para la militancia implícitas en los libros pero después en lectores reales. La carta de Gustavo Rearte que publicamos fue un hallazgo, él está diciéndole al editor estoy preso y luego voy a salir a la acción pero mientras tanto mándeme algo para leer. Entonces confía en el editor, no le pide títulos concretos, le pide que le mande lo que el editor le parece de su catálogo. Ahí está justamente esta idea de un editor como un formador de lectores.
APU: Algo que pasa en los setenta es el ingreso a la universidad de esos libros que están pensados por fuera, sus lectores son los que los introducen.
AG: Eso era un orgullo para Peña Lillo, lo dice en sus memorias, es un deslizamiento del campo intelectual hacia espacios transgresores de la época, algunos revolucionarios, eso es ya para debatir. Pero es que Jauretche llega a la universidad, no por estrategia empresarial, sino por un cambio en la relación militancia política-universidad, en el para qué estudiar. Creo que sin ser yo una especialista en el pensamiento de Jauretche, pero por lo que he leído de él, están muy ligados la lectura con la lectura de acción política y esto es lo que se ve en algunos espacios universitarios, tampoco vamos a decir que eran todos…
APU: Las famosas cátedras nacionales.
CI: Si, y algunas otras más, y no de todo el material, más de La Siringa y algún otro título previo a la dictadura de la década del 60.  En la segunda mitad de los ´60 los libros de Jauretche, se suma José María Rosa, algo de Félix Luna y, sobre todo Historia de la nación latinoamericanade Jorge Abelardo Ramos que sí sé que llegó a la universidad pero que está pensado como un tipo de libro, creo yo, no académico, pero sí de divulgación. Que justamente creo que es un concepto muy importante para las ideas de Jauretche y de quien es parte de su grupo, desprecio por lo letrado, por lo académico, no sé si la palabra sería desprecio pero sí trabajar por fuera de esa instancia.
APU: Parte de lo que tiene que ver con este espíritu de época marcan como el apogeo y también lo límites del proyecto editorial.
AG: Sí, es por comparación con otras empresas, mucho de lo que publicaba Jorge Álvarez, La Rosa blindada. Con otro perfil político totalmente distinto, mucho más amplio y no tan político definido, la creatividad de Jorge Álvarez no está en Peña Lillo, él se queda ahí, deja de ser dinámica. Se dedica más a asentar lo que ya tiene,  nuevos títulos pero que sumen a la línea que ya ha trazado en la segunda mitad de los ´60 y, también buscando nos damos cuenta que evidentemente el propio Peña Lillo se sentía más cómodo en los márgenes, no está en la cresta de la ola del ´73.  Él podría haber ocupado otros espacios, era reconocido; y se dedica a hacer una revista que era según la hija una de las metas que tenía.  Creo que también los límites están dados en que no forma gente comparado con Jorge Álvarez que es un semillero de editores que hoy en día son grandes editores. Él no es personalista, tenía un estilo, según la hija, muy detallista y muy lento.
APU: Cercano a lo artesanal se podría decir…
AG: Si, se respetaba en sus tiempos, no era un hombre ambicioso en cuanto a dinero, eso es evidente. También creo que ha tenido que ver que quienes estuvieron cerca de él se dieron a la actividad política en el ´73 y, también puede ser, que le haya costado conseguir autores, porque justamente es una editorial de resistencia política, es una editorial que le fue mejor en tiempos de proscripción. En tiempo de apertura no sé si había tanto tiempo para leer, creo que no tanto, creo que la mayoría estaba tan entusiasmada siendo protagonista del cambio político, hay tiempos y tiempos de lectura.
APU: La etapa de la formación ya había pasado...
AG: Creo que sí, no sé, esto es una hipótesis. No sé si los lectores del ´70, si la gente en el ´73- ´74 se hacía el tiempo para ese tipo de lecturas.
APU: También es una editorial que termina en el ´76-´77, va apagándose.
AG: La editorial sigue, después nosotros vemos que este proyecto  se diluye más que nunca porque Jauretche ha muerto, parte del equipo autoral está desaparecido o exiliado, ¿cómo seguir editando lo que él quiere a partir de la dictadura? En sus memorias él no cuenta de las bombas en la editorial, del temor, de la persecución sino que se vuelca sobre sus autores. Sin embargo hablando con su hija que trabajó en la editorial y con trabajadores de la editorial que entrevistamos nos dicen que también estaba complicado para la editorial, se había perdido la capacidad de decidir qué podía pasar si se editaban tales cosas. Igualmente él tiene una serie de libros de militares nacionalistas de los años ´70 que sigue publicando, por supuesto que no es una editorial que se sume a alguna de las editoriales de la época de la dictadura. Pero sí ese catálogo variado que tiene era un componente del proceso revolucionario, algo más él publica pero muy poco. Ya en el ´77 vemos que publica muy poco y luego vende la editorial. Ese es un periodo que también nosotros cortamos, posiblemente haya mucho para trabajar todavía.
APU: Ya en 2000 se asocia con otra editorial.
GA: Después de muchísimos años, en los ´80, vuelve a hacer una revista, se dedica a estudiar, se dedica a escribir, sigue relacionado al mundo del libro y con la editorial Continente, ya en este siglo, crea un convenio y hoy en día el sello sigue estando. Nosotros tampoco estudiamos este periodo, nos limitamos a la trayectoria donde vemos que ese proyecto que se gesta a fines de los años cincuenta se va ensombreciendo.
APU: También está la cuestión personal,  de la importancia que él mismo reflejaba en su libro de memorias, del encentro con Ernesto Palacio y cómo le había  hecho pensar el rol de editor.
AG: Pasó que a partir de sus memoria sabíamos que él había publicado la Historia de la Argentina a Ernesto Palacio, ahora a mí me llamaba la atención que eso aparecía como la segunda edición, entonces ¿cuál es la primera edición? Y ahí encontramos que él tiene una segunda editorial, tiene dos editoriales primeras  y que esta segunda era Alpe y que ahí publica por primera vez a Ernesto Palacio. Eso es una apertura muy grande, Peña Lillo dice que no sabe si era apertura o el nicho que encontró. Él intenta con la primera editorial en los años ´52-´53 un catálogo de calidad literaria, hace traducciones, quería ser un editor como Losada por decirte algo, una editorial así, y no le va bien, porque está justo la crisis de la exportación de libros argentinos, va terminando ese edad de oro por un cierre de los mercados extranjeros, no sólo cierre sino mayor competencia, mejicana, española y de otros países. Él anda buscando qué publicar y se encuentra, a través de un intelectual anarquista, con el texto de Palacio y se juega con ese libro. Hay una marca en Peña Lillo que a mí me interesa mucho, él publica textos de calidad, es decir, está muy bien escrito el libro de Palacio más allá de la orientación política era un autor prestigiado, había sido legislador peronista y era sumamente respetado por la oposición, cosa que era muy difícil de lograr. Y ahí había un buen texto, creo que ahí hay un estudio de mercado además de un lanzarse, de arriesgarse. Ahí hace algo que hizo con la editorial en los años ´60 que es asociarse con quien tiene algún capital y siempre son imprenteros. En este caso, el libro de Palacios, ya se había asociado con los hermanos Alonso y hay una inversión grande, es un libro de más de 500 páginas y  le va excelentemente bien por la cantidad de ediciones que tuvo. Que yo sepa no está estudiado pero es seguro que llegó a las escuelas sin ser pensado estrictamente como hoy en día pensamos un manual, Ernesto Palacio era muy conocido entre profesores, él mismo era profesor de secundaria, y ha sido seguramente vendido en lo que hoy llamamos un libro de texto.
APU: Para finalizar, ¿cómo se puede pensar la herencia de Peña Lillo? Quizá social pero también desde lo profesional, cómo llega hasta el hoy o cómo piensan ustedes esta editorial hoy.
AG: A titulo personal, en el libro no lo decimos pero creo que es valioso, creo que lo han dicho muchos lectores, qué el editaba lo que él sentía que tenía que editar. Ya en 2000 se le hizo un reportaje que lo hace Bonasso que dice ¿si usted ahora pudiese reeditar a Jauretche qué reeditaría? Y él menciona dos títulos que no fueron ni de los más vendidos ni mucho menos, porque es en este momento lo que haría falta como formación de los lectores. Yo por eso me saco el sombrero, porque habla de una seriedad y de una concepción de que tiene un rol social sin descuidar la parte empresarial. Porque si lo analizas desde distintos puntos de vista él es un empresario que ha hecho su dinero, con el que ha vivido su familia, murió pobre quiero decir que tampoco es alguien que ambicionaba. Pero es una empresa capitalista pero con un sentido de una simbiosis muy profunda con lo que él cree que se debe leer para un ideal que él tiene de sociedad. Eso para mí es un legado importante, una coherencia que es difícil de lograr. Hemos entrevistado a García Lupo que no era ni amigo ni mucho menos de él, no pensaban políticamente igual, era el asesor  de los libros políticos en Jorge Álvarez y habló de él de una manera muy respetuosa, en tanto que tenía una posición y la sostenía y la llevaba adelante. Él decía que era una militancia, yo creo que sí, que con distintos oficios se puede tener un compromiso social, lo que no siempre es tenido muy en cuenta en la sociedad. A veces uno piensa en la militancia de una manera muy restringida, creo que él tenía unos saberes que los democratizaba desde ese lado, además hay un legado, una persistencia en un libro muy barato que involucraba al lector, ahí dice este proyecto solo se sostiene si muchos convergen en él. También el hecho de consumir algo fue formar parte de una comunidad política, que eso hoy en día está tan escindido, el consumidor está en las antípodas de un compromiso colectivo.

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