lunes, 30 de marzo de 2015

Por qué nunca perder la Memoria Por Alberto Daneri

Nació en Buenos Aires. Su bisabuelo combatió en Sicilia con Garibaldi (quien forjó la unión de Italia) y su padre en una Guerra Mundial. Como escritor, publicó libros de poesía, teatro, cuentos y ensayos. Fue periodista en diarios y revistas y durante 2010-12 columnista en Tiempo Argentino. Dio conferencias sobre literatura italiana (1998-2004) en la Asociación Dante Alighieri. Y sobre otros temas en España e Italia. Tiene obras traducidas a varios idiomas. Obtuvo el Primer Premio Municipal de Buenos Aires; Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores; Premio Fondo Nacional de las Artes; Mención de Honor del Premio Tirso de Molina (España, 1994) y Medalla al Mérito Literario de la Unione e Benevolenza de Buenos Aires. En 2013 publicó Presencias interiores (Editorial Catálogos), ensayos sobre escritores italianos y la historia de ese país durante los últimos dos siglos.

Se ha recordado el 39° aniversario del fatídico golpe de Estado de 1976. Los grandes medios modelan la mente de la clase media, y entran en el imaginario colectivo avalando una futura restauración conservadora. Pero al ciudadano digno, le dio asco no leer nada en la tapa de “Clarín”; y ver que su canal TN lo tildaba apenas como “acto”, con “la 9 de julio tapada de micros”. Indignante.

Un modo de revelar su corriente ideológica. La convalida uno de sus soldados, Sergio Massa: “Hay que cerrar la etapa de los Derechos Humanos”. Terminar con los juicios a militares que daban ese discurso cobarde: “los desaparecidos están muertos”. Su pacto de silencio, ocultó los motivos y a los responsables.

Al desclasificarse esta semana las actas secretas del Banco Central (en 1946 se nacionalizó al asumir Perón) descubrieron que la dictadura destruyó registros de su período 1976 a 1981, por lo cual ahora resulta imposible saber por qué la deuda externa pasó de 7.600 millones de dólares en 1975 (el 4 % del PBI), a 43.500 millones en 1981 (el 48 % del PBI). Subió un 500% y aún nos asfixia. Discrecionalidad, falta de control, venta de armas, robo al Estado. Éstos son los individuos que tildan de ladrona a Cristina. Avergüenza. Ya no se puede saber qué parte fue a parar a bolsillos de militares y civiles. ¡Viva el saqueo!

En cuanto a los medios hegemónicos, si para descalificarlos el criterio fuese la importancia del crimen, la enormidad de la masacre que han visto, consentido, aplaudido, no hay razón para la menor indulgencia con sus periodistas de hoy: obedientes, la silencian. La Historia NO los absolverá, les diría Fidel Castro.

Suponer que elegir un gobierno de derecha en octubre proveerá un horizonte de legalidad al neoliberalismo, es un sinsentido. Pues la oposición envilece y degrada, al proponer ajustes. Usa palabras como “libertad”, pero las mancilla.

Las generaciones van pasando, según es ley de vida. No son similares las de 1976, de 1983 o de 2001, a la actual. Pasaron treinta y nueve, treinta y dos y catorce años. Es mucho tiempo. Cada uno vivió lo que le tocó. Pero ANTES de esta dictadura, hubo otras: con detenciones, torturas y muertes sembraron la semilla de la violencia que estalló en los ´70. En busca de la libertad. Es algo que nadie recuerda, “la parte de sombra del cuadro”, acotaría André Malraux.

Porque los fusilados del 56 (que recuperó Rodolfo Walsh) y los torturados que les siguieron eran obreros peronistas. Pobres. No hubo madres o abuelas (con lógicas excepciones) de clase media -algunas con relaciones con el poder- que pidieran por ellos. Sus familiares temían. Así, callaron por décadas. Esto, vale recordarlo, comenzó en 1955, cuando se detenía en la calle o un bar a quien se atreviera a nombrar “Perón” o “Evita” (ello estaba prohibido públicamente por el decreto 4161) y los Servicios o policías “libertadores” lo llevaban detenido.

Algunas madres que piden “Verdad y Justicia” sobre nuestra última dictadura, parecen actuar sólo en nombre propio. Pero Spinoza y Zola luchaban por lo mismo: la dignidad del hombre. Lo que descalifica al Proceso, y lo hace casi incomparable es la magnitud del genocidio: no hay un equivalente cualitativo.

Nunca el amor al dinero o a la fama excusa cualquier actitud. Ni la afición al poder. Ahora, la mayoría ignora que el luego tan alabado Raúl Alfonsín era en 1965 diputado, durante aquel gobierno ilegítimo y falsamente democrático de Illía (porque fue elegido con la prescripción del peronismo) que integraban los golpistas de 1955, a quienes les dio cargos. Había despidos, censuras, hambre; y un Plan de Lucha obrero. La clase media ya temía que los “cabecitas negras” volvieran al poder. La derecha peronista –la dirigía el sindicalista Vandor, al que reporteamos y anunció el golpe de Onganía- era como luego Montoneros: quería un peronismo sin Perón. Pero para unir en un frente, carecía de talento.

Illía envió un proyecto que impedía al peronismo actividad política y prohibió el acto del 17 de octubre. Se hizo en Parque Patricios y arrojó 659 detenidos. Respondió la CGT con un paro el 21: hubo tres muertos. En “democracia”, la que promete E. Sanz. Otro demócrata, Alfonsín, lo justificó: “No es posible permitir el acto del 17 de octubre y luego lamentarse por un saldo de muertes y sangre”. Los medios cubren esta suciedad de ayer, informan desinformando.

Las palabras de compañeros peronistas torturados o muertos antes de 1976, ya son las nuestras. Su memoria es nuestra memoria. Cuando, según Baudelaire, procuramos reconocer a nuestros ancestros en el espíritu, ellos surgen primero.

Son nuestros hermanos, pues no aprobaban la idea heroica del intelectual, del hombre arrogante y fuerte que une su destino con la derecha: Borges, Bioy. A éstos y similares, los identificamos, desafiamos con la mirada. E indiferencia ostentosa. Pues desconfiamos de su pensamiento, cercano a las corporaciones. Han encubierto delitos, cargado en su conciencia un gran número de muertos. Y siempre respondían con frialdad e ironía: “Se lo merecían, por peronachos”. Sus herederos repiten hoy, en los medios, lo mismo. El poder los protege bien.

Ese dogmatismo no ayuda. Ninguna generación será perfecta, aunque tenga la intención de serlo. Ni deben endiosarla las siguientes. Pero mucho peor aún es minimizarla, como procura la derecha, y rescatar al Proceso. En cambio, vale tomar nota de lo bueno que cada una ha realizado. Por el bien común. ¿Cómo confiar en el porvenir, sin recordar a los que lucharon para mejorarlo? Hemos sufrido la pérdida de la inocencia. Aunque ganamos mucho: el conocimiento.

Por ello continúan los juicios a los militares asesinos de ese Proceso y a civiles cómplices, protegidos por sectores del Poder Judicial. Los conflictos en causas judiciales e ideológicas no se resuelven (dijo Perón en su libro “La comunidad Organizada”) “porque existe un problema y una verdad demostrable en cada generación”. Si un día otro gobierno indulta esos fallos, como insinúan, según Perón: “No es lícito dar tales problemas por juzgados para después extraviar al hombre con nuevas verdades superficiales, o con simples sofismas”. Porque el partido de la impunidad tiene varios candidatos para cubrir a los genocidas, a pesar de que se condenó a 566 de ellos. En 39 años (más que la dictadura de Franco) evitaron condenar a ideólogos civiles. O a otros que se beneficiaron.

La respuesta a las dudas (como J. J. Rousseau, autor del “Contrato Social”) la aportó la Corte Suprema de Justicia, fallando que los juicios por crímenes de lesa humanidad son “parte del contrato social de los argentinos”. También lo integran, por acuerdos con otros países, los derechos para los extranjeros que habitan este suelo. Negarlos no sería un medio justo para arribar a un fin justo.

Cuando la memoria persiste, ayuda a las nuevas generaciones a entender los aciertos y los errores de cada época. Jean Jaurés (socialista francés asesinado) señaló: “El valor es comprender la propia vida, afincarla y armonizarla con la sociedad”. Eso no lo cumplen los procesistas aún vivos. Cada vez que niegan decir dónde están los nietos no recuperados, abofetean a una muerta: la madre.

A la negativa de la derecha a la inclusión, debe oponerse la resistencia social. Quizás no exista mayor demostración de estupidez humana que la de quienes, siendo tan pequeños en este inmenso planeta, creen ser los únicos con derecho a poseer privilegios. Si no somos hoy más bondadosos con los demás, ¿quién podrá salvarnos mañana de nosotros mismos? Nunca el odio. Un niño lo sabe.

En nuestro país, de pasado gris y de espléndido presente, ambos Kirchner han procurado compartir los bienes. Los demás intentan compartir los males. Pero ahora, voces postergadas se levantan en toda Europa e incluso en los EE. UU. La única globalización aceptable, todavía no existe. Y es la de la solidaridad. En el presente está en peligro. Porque el fascismo se inocula lentamente, con políticas xenófobas: ocurre en Francia, donde Le Pen logró un 26 % de votos.

De ahí la importancia de no olvidar lo que ese Poder Fáctico puede retornar a hacer. En México, desde octubre de 2007 hasta fines de 2014, hay ya 23.300 desaparecidos, el 42 % (9.833) bajo el actual gobierno de Enrique Peña Nieto, con dos años y 3 meses en el poder. La mayoría, jóvenes menores de 29 años, desaparecidos por los desagües de la democracia. ¿Los culpables? Sin castigo.

La paradoja de un país que, en los años 70, fue refugio de exiliados políticos a los que dio asilo, quizá como máscara; pues el presidente Luis Echeverría, por otro lado, reprimía en una base de Acapulco y arrojaba a los disidentes al mar. Todavía sigue siendo un país desigual e injusto, donde la vida vale muy poco.

Para otros (George Orwell anticipó lo que vivimos hoy, el ruin Gran Hermano vigilando con drones desde el Norte cuanto decimos) o Bertrand Russel (aquel premio Nobel) siempre es posible denunciar lo intolerable. Nosotros no somos ni seremos intelectuales con botas, opuestamente a esa izquierda que se plegó insolidaria a la huelga del 31 (¡para no pagar impuestos!). El marxista Sartre la definió: “Gran cadáver boca arriba, donde los gusanos ya se han establecido”.

En medio del desierto neoliberal, los cortos de cerebro creen que la “paz” es la ausencia de tensiones. La paz se logra erradicando la injusticia. Los derechos no sólo se piden. Se conquistan. Primero, con el voto. Después, oponiéndose, cuando las pérdidas se socializan y las ganancias se privatizan. No existe más la democracia si gobiernan las corporaciones, como ocurre ahora en México. Nosotros lo padecimos en el Proceso, durante el menemismo y después en el 2001. El pueblo que olvida su pasado no tiene futuro. La Memoria es esencial.

Para no borrar derechos actuales, memore su propio pasado. Y si es un joven sin pasado, sepa que este país crecía antes de la dictadura. Ésta cerró miles de fábricas echando a miles de empleados. Y con el menemismo, se esfumó otra generación. Mediante empresas privadas, que siguen tomando gente en negro.

¿Aquí mañana puede ser electo alguien que retome esas prácticas de México? Es factible. Deseamos que no, con el actual empoderamiento de esta sociedad.

El zócalo de la democracia es la pluralidad. Debe haber una unidad del país, dentro de la lógica diversidad. Unir, no para la ventaja personal. Para el bien.

Desaparecieron hombres, mujeres, ancianos, niños. Gente que buscó, acertada o no, darse al otro para ser uno. A otros los mataban para causar horror. En el libro “Desnudo ante el viento” les rendimos, con poemas, homenaje. Y ahora escribimos otro, metafórico. Con la alegría, pasión y amor que les conocimos.

VOLVERÉ

Al pensarlo cruje el alma.
Desde paisajes sedientos o calles turbulentas,
quizás algún atardecer volveré como una garúa
restando lágrimas a tus ojos en el nuevo crisol.

Cuando veas un reflejo en los espejos, sabrás:
mi voz viajó desde el ayer sólo para oírte reír.

¿Retomaré aquellas charlas con mis amigos,
seré un tren que retorna añejo a la estación,
o el fatigado viajero que regresa feliz a casa?

Eran para tu cuerpo desnudo unido al mío
los besos que por otros, hemos extraviado.

El trigo de los labios te busca en el cielo gris.
No temas, volveré. Sin brújula,
al abrigo de tus manos y de tus bellos senos
mi bote a vela seguirá abrazado a tu cuerpo,
igual a un labriego, de la alborada a la noche.

Desecha tu ojeada a nuestro río marrón. No
mires a las leves gaviotas mientras respetas
que yo encumbrara la utopía
antes de entrar, sombra solitaria, en la nada
infructuosa del apenado desierto sin futuro.

Vayan a ti mis pensamientos, mi fiel todo
cuando el favor del río me devuelva, amor.

Tu mirada centelleante como lunas me verá;
olvida a esos perros ladrando presuntuosos,
oye un secreto susurrado:
la llama del corazón nadie la ahoga. Resiste.

En la niebla empapelada de un día radiante,
devoto y silencioso, a tus ardientes sábanas
volveré.

Diario Registrado
 

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