sábado, 21 de marzo de 2015

PANORAMA POLITICO Amanecer dorado

Por Luis Bruschtein
En 2012, Viktor Yanukovich ganó las elecciones de Ucrania como primera minoría. En 2013, Nicolás Maduro ganó las elecciones en Venezuela con muy poca ventaja sobre toda la oposición unificada. En 2013, Viktor Yanukovich se negó a aceptar las exigencias del FMI para firmar un acuerdo de integración con la Unión Europea y manifestantes de las formaciones de ultraderecha Svoboda (Libertad), que había salido cuarta en las elecciones, y grupos de choque de los neonazis de Amanecer Dorado se concentraron a protestar en la plaza Maidan de Kiev.
Pocos meses después de que ganara Maduro las elecciones, una fracción minoritaria de la oposición, liderada por Leopoldo López, intendente de un barrio acomodado de Caracas, convocó a una insurrección con manifestantes que levantaron barricadas en los barrios de clase media y alta de la capital venezolana.
Los grandes medios locales de Ucrania y Venezuela y todos los medios internacionales amplificaron y magnificaron estas manifestaciones en Kiev y Caracas (como hacen también con las de la oposición en la Argentina). Ocultaron que eran generadas por grupos minoritarios y ultraderechistas, hablaron de que se trataba de “luchadores por la libertad” y mostraron imágenes con multitudes que no eran tales, por lo menos al principio. Los mismos medios actuaron como catalizadores de esas marchas, que en el caso de Ucrania terminaron haciéndose masivas, pero controladas por el partido Svoboda, que hasta 2004 se llamaba Partido Nacional Social de Ucrania (en referencia al nacional socialismo). El Congreso Judío Mundial consideró a Svoboda, que sacó el 14 por ciento de los votos en las elecciones de 2012, como un partido neonazi y antisemita. Su principal dirigente denunciaba que Ucrania estaba gobernada por la sinarquía ruso-judía de Moscú. Los medios europeos se cuidaron de ocultar el protagonismo de la ultraderecha en estas movilizaciones que ellos mismos estaban estimulando para evitar que Ucrania suscribiera un acuerdo económico con Rusia. Estos neonazis eran presentados como “luchadores por la democracia” y hablaban de las concentraciones como si representaran a todos los ucranianos, sin tener en cuenta que pocos meses antes, el ganador de las elecciones había sido Yanukovich.
Los medios de comunicación internacionales presentaron de la misma manera a la insurrección convocada en Venezuela por el derechista partido Voluntad Popular, una minoría dentro de la minoría, dirigido por Leopoldo López. Lo mostraron como expresión de una supuesta mayoría de venezolanos hartos de Maduro, cuando hacía pocos meses que Maduro había ganado limpiamente las elecciones.
La única reivindicación de ambos movimientos era el derrocamiento por la fuerza de dos gobiernos que habían ganado elecciones democráticas pocos meses antes. Y en ambas protestas coincidió la aparición de francotiradores que produjeron varios muertos entre opositores y oficialistas. En Ucrania se comprobó que habían sido apostados por Svoboda para provocar reacciones violentas entre ambos bandos. En Venezuela no se comprobó de qué lado estaban los francotiradores, pero la mayoría de los 80 muertos y más de 800 heridos que se produjeron en las guarimbas (barricadas) fueron chavistas. En los barrios populares, los chavistas armaron barricadas para impedir la entrada de los agitadores de la oposición. Entonces llegaban enmascarados armados y en motocicletas que disparaban contra la gente o disparaban desde edificios cercanos.
En Wikipedia, el partido Voluntad Popular se presenta como de centroizquierda, pero se referencia a nivel internacional con el ex presidente colombiano, el ultraderechista Alvaro Uribe, acusado de patrocinar a paramilitares. Leopoldo López y su pequeño partido están financiados en parte por el International Republican Institute, de la derecha republicana, y está directamente vinculado a la Human Right Foundation del venezolano Thor Halvorssen Mendoza, tío de López. La HRF solamente critica a gobiernos populares como el de Bolivia, o el de Ecuador, además del venezolano, y justificó el golpe contra Manuel Zelaya en Honduras. El mismo López actuó como comando civil durante el golpe militar de 2002 contra el gobierno legítimo de Hugo Chávez, asaltando domicilios de chavistas y secuestrando a funcionarios del gobierno. El chavismo lo acusa de agente de la CIA. Si no lo es, por lo menos tiene toda la apariencia.
El movimiento destituyente promovido por Europa y Estados Unidos en Ucrania triunfó con la ayuda invalorable de los medios internacionales. Hay miles de personas en todo el mundo que todavía creen que se trató de un estallido libertario espontáneo. Ahora hay un gobierno pro europeo, donde los neonazis de Svoboda fueron recompensados con varios ministerios, entre ellos el de Defensa. Pero Ucrania quedó hundida en el peor de los infiernos, con una sangrienta guerra civil y el país desmembrándose por las confrontaciones que provocaron las potencias occidentales en su juego geopolítico.
Si el gobierno venezolano hubiera sido débil o hubiera acatado las presiones internacionales sincronizadas con el movimiento destituyente del grupo de López, en este momento ese país sudamericano estaría envuelto en una furiosa guerra civil o soportando una dictadura represiva para acallar las protestas de la mayoría de la población que votó a Maduro. Pero el gobierno resistió el embate y López ni siquiera pudo volcar a las calles al resto de la oposición, que en ese momento había iniciado un camino de diálogo. La protesta, que había sido presentada como “insurrección democrática” por los medios, se pinchó y López fue detenido.
Washington, algunos gobiernos europeos, las agencias internacionales de noticias y en general la prensa conservadora, que mantiene una campaña de desprestigio permanente contra el presidente Nicolás Maduro, quieren ahora convertir a López en un mártir de la democracia. Pero no se ve qué tiene de democrático un dirigente que convoca a una insurrección a su pequeño partido contra un gobierno que acaba de ganar las elecciones con total limpieza. En español y en cualquier otro idioma, se trata de una actitud antidemocrática. López no respetó el resultado de las elecciones y trató de derrocar en forma violenta al gobierno que las ganó. Y en el camino quedaron más de 80 muertos y 800 heridos y toda la destrucción que provocó. La única consigna fue derrocar a un gobierno democrático, lo cual es un delito y por esa razón, López está en prisión.
El alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, que fue detenido recientemente, acusado de complicidad con las guarimbas de López y por haber sido denunciado por un militar involucrado en una maniobra golpista, también tiene un doble estándar. Era alcalde de Caracas en 1992 cuando se produjo el Caracazo, que sí fue un movimiento popular espontáneo y masivo como el de 2001 en Argentina. En ese momento justificó la sangrienta represión que produjo más de 300 muertos y un millar de heridos. Ahora, también como alcalde, protegió y sostuvo a los jóvenes de clase alta que organizaron las barricadas y los saqueos. Un doble estándar que no parece democrático. No está tan claro de qué lado están unos y otros. Es un cuadro más complejo en el contexto de un gobierno popular.
Estados Unidos es parte de esa crisis y no tendría que serlo. Y por ser parte no tiene autoridad moral para juzgar a ninguno de los protagonistas del proceso político venezolano. Cuando toma medidas contra el gobierno de Maduro, lo que hace es poner de manifiesto su intervención permanente antes, durante y después de esta crisis. Pese a la demoledora campaña de desprestigio de las agencias de noticias y los canales de televisión internacionales contra el presidente venezolano Nicolás Maduro, los gobiernos de la región han podido distinguir y separar la situación interna de Venezuela –que deben resolver los venezolanos– del intervencionismo norteamericano. La declaración del gobierno argentino fue clara en ese aspecto y de la misma manera se han manifestado los organismos regionales. Solamente el gobierno neoliberal de Panamá se animó a salirse de la fila. La declaración de Washington tiene que ver con su propia estrategia internacional. Mientras distiende la relación con Cuba o Irán, hacia su opinión pública necesita mostrar dureza con Venezuela y así la distensión se presenta como fortaleza y no debilidad. Pero es más que eso también. La amenaza a Venezuela es un globo de ensayo para determinar el grado de cohesión regional.

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