lunes, 23 de marzo de 2015

La boda PRO-UCR, ante el altar del Grupo Clarín

Héctor Magnetto cree que Mauricio Macri, con la estructura nacional del radicalismo detrás y su apoyo mediático, puede ganarle un balotaje al FPV. ¿Qué piensa Sanz? Massa, out. Además, Nisman y el morbo.

Por Roberto Caballero

El matrimonio por conveniencia sellado entre el PRO de Mauricio Macri y la UCR de Ernesto Sanz tiene como madrina a Elisa Carrió y como padrino al Grupo Clarín SA.

Fue la líder de la Coalición Cívica la que hizo estallar el FAUNEN para permitirle a su viejo partido el acercamiento que hoy, en teoría, lo vuelve competitivo en términos electorales.

Y fue Héctor Magnetto el que decidió que su candidato presidencial era Macri y no Sergio Massa, desinflando su egomanía, pese a haberlo apoyado con todo su arsenal mediático en las legislativa de hace dos años. Los tiempos cambian, las lealtades también.

El país corporativo hoy tiene una alianza que lo expresa con claridad. La cena de Macri fue solventada por el Foro de la Convergencia Empresarial en pleno. Mayor señal de regocijo, imposible. Un día después, Macri dijo que levantaría el cepo, es decir, que va a ajustar y a devaluar. Traducido: bajar salarios, que es lo que pretenden sus financistas.

Los radicales que se rasgan las vestiduras por la supuesta controversia doctrinaria que implicaría unirse a la derecha neoliberal, o estaban distraídos o vivieron en otro país durante la última década.

Aunque es cierto que no de manera orgánica, el PRO cedió parte de su Gabinete municipal de la Ciudad de Buenos Aires a cuadros provenientes del radicalismo. Votaron juntos en contra de todas las leyes que impulsó el kirchnerismo en el Parlamento. Tienen hace rato una misma caracterización del gobierno y de los alineamientos geopolíticos que proponen a futuro. 

El radicalismo nacional, popular y democrático, el de Alem, Yrigoyen y Alfonsín, siempre fue una parte del partido, nunca el todo. Algunos de esos militantes migraron al kirchnerismo, otros estuvieron más o menos contenidos en estos años por los acuerdos con el socialismo y el GEN y el resto configura una red nacional testimonial sin incidencia real en la orgánica partidaria.

La UCR como tal, la famosa "Lista 3", es una cáscara que encubre personalismos provinciales diversos, a su vez presos de una lógica política que abandonó cualquier presupuesto doctrinario para entregarse al poroteo de intendencias, concejalías, diputaciones y cargos senatoriales.

Los que se opusieron a lo resuelto en la Convención de Gualeguaychú, no tenían nada mejor o alternativo que ofrecer. Querían incorporar a Massa al acuerdo. No estaban pensando en recrear un frente de centroizquierda, precisamente.

Juntarse con Macri, entonces, es la consecuencia de deslizarse por la pendiente transaccional y pragmática que eligió el propio radicalismo. Y, aunque haya líneas de pensamiento coincidentes con el macrismo, en el caso de los seguidores de Sanz, estas también están subordinadas a una estrategia de supervivencia desafectada de cualquier ideología dura.

Magnetto tiene una convicción que la nueva Alianza no tiene. Cree que se le puede ganar al Frente para la Victoria con un candidato de cuño liberal puro, convencido de que el clivaje actual es kircherismo vs. antikirchnerismo. O estado vs. mercado.

En ese escenario, Macri es mucho más que Massa, quien nunca terminó de despertarse de cierta ensoñación populista donde pretendía verse a sí mismo como un Kirchner de derecha. Aunque le prometan todo lo que quiere escuchar, Magnetto no quiere más "kirchners" en la política.

El radicalismo entra en el menú de la alianza abasteciendo presencia territorial en distritos donde el macrismo es una fuerza casi inexistente.

Sanz convenció a los suyos de que con eso también se le puede ganar a Macri en las PASO. La idea sería arrebatarle por medio de la gimnasia electoral la supremacía en imagen que el alcalde porteño cosechó en años de blindaje mediático brindado por el Grupo Clarín SA.

Es una jugada audaz. Sanz es un dirigente ambicioso. Procura intervenir dentro del armado diseñado por Magnetto y revertir el orden en la fórmula establecida, confiando en la estructura nacional y aceitada del radicalismo para ganar en internas. Se lo hicieron a Carlos "Chacho" Álvarez y al Frepaso en su momento, ¿por qué no habría de funcionar ahora con el PRO?

Por ahora, Macri lo mira desde arriba. Y ya le advirtió que el que gana se lleva todo. Habrá que ver qué dice Magnetto.

Para el kirchnerismo, la unión del PRO y la UCR funciona como una profecía finalmente cumplida. Hace años que plantea un escenario de confrontación política dividido en dos grandes bloques, uno de centro-derecha y otro de centro-izquierda. La famosa pelea entre dos modelos políticos, económicos y culturales.

El relato oficial, como se ve, no era relato. De un lado, quedaron Macri, Carrió y Sanz, con el apoyo de Clarín, Techint, el Foro de la Convergencia Empresarial, la AEA, la Sociedad Rural y la Embajada de los Estados Unidos. Todo a la luz del día.

Del lado opuesto, se encuentra el kirchnerismo y peronismo en sus múltiples variantes, junto a actores sindicales, industriales y sociales que no quieren la vuelta al neoliberalismo de los '90.

Los dos grandes decisores en la historia del 2015 tienen nombre y apellido: Cristina Kirchner y Héctor Magnetto.

También queda claro qué representa cada uno de ellos.

NISMAN YA FUE. A dos meses de la muerte de Alberto Nisman, el caso derrapa en una discusión sobre su álbum de fotografías sin que la jueza, la fiscal y la querella –en este caso, una jueza federal como Sandra Arroyo Salgado–, puedan explicar de manera clara, precisa, razonable y contundente qué fue lo que pasó en el departamento de la torre Le Parc, el último 18 de enero.

Tanto en las redes sociales como en el prime time televisivo aparecieron imágenes que muestran al ex fiscal rodeado de bellas modelos y otras que lo desnudan en su trágico y sangriento final. Por desgracia, el morbo parece ocupar hoy el lugar de la verdad que tres funcionarias del Poder Judicial no terminan de aportar a la causa.

¿Fue suicidio o asesinato? Aunque toda la evidencia inclina la balanza hacia la primera de las hipótesis, nadie lo puede asegurar con certeza. La ausencia de respuesta no es atribuible al gobierno, por más que Clarín y La Nación intenten involucrarlo. Una feroz batalla de intereses sobrevuela el expediente.

Una jueza antikirchnerista quiere meter a la Policía Metropolitana en la investigación, una jueza federal que fue al Parlamento a pedir que no mediaticen el caso instruye una pesquisa paralela en los mismos medios que criticó y una fiscal del fuero porteño, que no logra hacer prevalecer su autoridad, convirtió la causa en una pelea de consorcio donde todas las opiniones valen lo mismo.

Volviendo a las fotos. Su difusión permite hablar de la vida y de la muerte de Nisman, pero sobre todo de la cosificación y la manipulación de su memoria. Porque no hay diferencia entre mostrarlo como un licencioso veterano que gozaba de la compañía de bellezas un cuarto de siglo más jóvenes y exponer en la pantalla televisiva sus manos pintadas en sangre, su baño enchastrado o su intimidad fatal. Todo es morbo.

En los dos casos, hay un abuso de su figura, y ese abuso se aleja del respeto que cualquier sociedad civilizada rinde a sus muertos, también a los equivocados como Nisman.

Todo comenzó con la imprudente utilización política del hecho de parte de sectores interesados en asociar su deceso a un inaudito plan homicida oficial. El dictamen alocado que produjo con la ayuda de servicios de inteligencia y cuadros legislativos del macrismo presentes en un inusual intercambio de llamados, dos días después quedó desplazado de los titulares por las más tremendas teorías sobre la mecánica de su muerte.

Convocada por un grupo de fiscales del partido judicial que soñó con darle el golpe de gracia al gobierno, una multitud se movilizó el 18F agitada también por las historias nauseabundas de los diarios que ya sabemos y discursos políticos opositores abismales. 

Un mes después, los centenares de miles que portaron carteles con la leyenda "Yo soy Nisman" se volvieron un puñado de 200 personas frente al Palacio de Tribunales, llamados a extender el clima de indignación callejera por el intelectual orgánico del Foro de la Convergencia Empresarial, Santiago Kovadloff, y el médico de TN Nelson Castro.

La intención por convertir a Nisman en estampita anti-K quedó diluida, en apenas cuatro semanas. El supuesto fiscal valeroso capaz de acusar a la presidenta por un crimen de lesa humanidad –eso era y es el dictamen que la imputa de encubrimiento en el caso AMIA– dejó demasiados cabos sueltos para ser erigido en héroe post mortem.

La desacumulación de aquellos que querían barrer del firmamento a la presidenta es grotesca. La plataforma mediática que lanzó al fiscal al territorio de las vacas sagradas se apresuró en la estrategia del barnizado. Nisman no era Adolfo Pérez Esquivel. No sólo por el contenido de las fotos que ahora se conocen y escandalizan. La información previa, ignorada por el monopolio opositor, ya dejaba entrever sus pies de barro: Nisman se reunía con funcionarios de la embajada de los Estados Unidos para armar sus dictámenes y resoluciones. Como fiscal de la Nación, no podía hacerlo. Eso es más que una anomalía. Es algo más grave, incluso, que sus imágenes jaraneras en la noche palermitana.

¿Se sabrá con el tiempo qué cosa lo condujo a su destino de muerte? Es lo esperable, aunque la investigación penal demuestra ser morosa. Lo que ya se sabe es la información contextual. En diciembre, producto de las operaciones surgidas de la SIDE contra el memorándum de entendimiento con Irán, Cristina Kirchner decide descabezar el organismo y desplazar al socio de Nisman en la causa, el agente Jaime Stiuso. El fiscal cajonea entonces un dictamen elogioso hacia el gobierno y produce otro con imputaciones a la presidenta y el canciller. En el tacho de basura de su departamento, la instrucción secuestró otro escrito donde llegaba a pedir la detención de la Jefa de Estado.

Toda esa locura pasó en un mes. Después vino su muerte. Ahora hablamos de sus fotos. Si corresponde hacerlas públicas o no, aunque convendría volver a remarcar que la banalización del caso no comenzó ayer.

Antes de ser usado como carne para alimentar su morbosa maquinaria de rating nocturno, la oposición política y mediática ya había manipulado su tragedia para embestir contra un gobierno democrático.

Ahora, esos mismos que lo santificaron, lo desechan y degradan. Se lo regalan inerte al mundo del espectáculo y el chimento para que tres modelitos ligeras de ropa terminen haciéndose famosas en Bailando por un sueño.

Para ellos, Nisman ya fue.

iNFO|news

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