martes, 3 de marzo de 2015

CERRO CORÁ - (1° de marzo de 1870)

A orillas del Aquidabán: “Muero con mi Patria” 

Poco había cambiado la situación de 
Francisco Folano López, que conocía su destino, y cuando el padre Maíz fue a comunicarle el 28 de febrero que su secretario, el diácono Donato Gamarra, había muerto de inanición, López le dice:“el padre Gamarra nos ha llevado un poco la delantera…”

El 1° de Marzo López se levanta más temprano que de costumbre. Sus ayudantes lo ven revolviendo sus pertenencias, como si estuviera dispuesto a partir; López distribuye algunos efectos personales, como pequeños obsequios, “como un recuerdo de su persona”.

Ese día amaneció húmedo y caluroso. La falta de noticias desde la vanguardia y la tardanza en regresar de los emisarios, le vaticinaban el final. La llegada de unas mujeres fugitivas se lo confirmaban: el Paso Tacuara había caído en poder del enemigo. Para verificar la noticia, López envía al Coronel Cándido Solís con diez hombres, que son sorprendidos y acuchillados, logrando escapar dos de ellos. Poco después comenzaban a sonar los cañonazos y a trepidar la fusilería.

Cuando López ve aparecer al enemigo, monta en el bayo que lo acompañara desde Paso Pucú, se pone al frente del resto de sus tropas, invitándoles a acompañarlo en su último sacrificio.

“Un poco más de doscientos hombres –describe O´Leary- armados en su mayor parte a sable y lanza, era todo lo que se había podido reunir, formando en las filas, como soldados, desde el anciano Vicepresidente Sánchez, hasta el último capellán. Esgrimiendo un espadín, en cuya hoja se leía su lema guerrero, su implacable lema, de “Vencer o Morir”, se puso en marcha, acaudillando aquel patético grupo, en el que se confundían los altos dignatarios del Estado con los representantes de la iglesia, los generales con la tropa y los más humildes ciudadanos con los jefes y oficiales del ejército, formando juntos un solo cuerpo, con una sola alma y un solo corazón…”.
Cerro Corá (Paraguay)    

Cerro Corá
El primer batallón de caballería fue rechazado, presentándose inmediatamente el Coronel Silva Tavares al frente de lanceros y carabineros, seguido por la infantería. Durante algunos minutos se mantiene indeciso. López aguarda sereno, erguido sobre sus estribos. Al primer movimiento brasileño, los paraguayos, dispuestos a recibirlos, irrumpen en gritos de vivas a la Patria: “Era –dice Borman- la reproducción, en pequeñas proporciones, del episodio de la guardia vieja en el campo de batalla de Waterloo”.

El choque fue tremendo, pero como era de esperar ante la desigualdad de fuerzas, duró poco. Los paraguayos, acosados por todas partes fueron retrocediendo hacia una zona montuosa, a orillas del Aquidabán. López había visto caer a su lado al Coronel Luis Caminos y a sus últimos hombres. Rodeado por algunos jinetes brasileños que le intiman rendición, López, por toda respuesta, los atropella tratando de herirlos con su espada, pero fue detenido por el cabo Francisco Lacerda, conocido como “Chico Diabo”, que le destroza el vientre de un lanzazo mientras otro lo hiere en la cabeza con el sable, y un tercero le da un lanzazo mortal.

Acuden en ese momento el Capitán Francisco Argüello y el Alférez Chamorro, que se enfrentan a los brasileños mientras López se retira penosamente. Seguido por el Coronel Silvestre Aveiro, el Mayor Manuel Cabrera y el Alferez Ibarra, penetra en una angosta picada, cayendo del caballo al poco andar. Desde allí fue llevado a la barranca opuesta del Aquidabán, y a su pedido, lo dejaron solo.

Un nuevo acto de fidelidad sucedería: en esa circunstancia extrema en que se escudaba la aproximación de la soldadesca, se presenta ante López el Alférez Victoriano Silva, ofreciéndole su compañía y pidiendo el honor de morir en su defensa, pero López, agradeciéndole tan generoso gesto, le regala su látigo y le ordena retirarse. En ese momento supremo, apareció el General Cámara cruzando de a pie el arroyo, e intimándole rendición, recibe por respuesta una frase que quedaría para la posteridad: “Muero con mi Patria”

En ese momento “Aproxímase un soldado del Batallón 9° -dice el historiador brasileño Borman- y el General le la orden de desarmar al Mariscal. El soldado lo agarra de los puños, teniendo lugar entonces una lucha. López procura conservar su espada, mas el soldado hace esfuerzos por tomarla: los contendores caen, se yerguen de nuevo, y la lucha continúa. Otro soldado que se aproxima, presencia aquella escena, aprovecha un momento en que el Dictador se desprende de su adversario, le apunta su arma, suena el tiro y la bala va derecho al corazón…”
“¡OH, diavo do López!”, dijo el soldado brasileño mientras pateaba el cadáver. Las últimas palabras de López eran algo más que una metáfora: ya casi nada quedaba del Paraguay, toda su población masculina había muerto bajo la metralla, muchas mujeres y niños perecieron también bajo la metralla, las epidemias de cólera y la fiebre amarilla, o simplemente sucumbieron de hambre. Tampoco quedaban ni altos hornos, ni industrias, ni fundiciones, ni telégrafo, ni plantaciones de yerba o tabaco. Paraguay perdió la mitad de su territorio.

“Muero con la patria” exclamó el vencido –dice el publicista brasileño Alberto Souza- en un momento augusto y solemne en que las almas corrompidas y cobardes solo se atienen a las esperanzas de la fuga o al perdón del vencedor. Efectivamente, moriste ¡oh glorioso luchador! Con tu infeliz tierra aniquilada por la ambición y por el despotismo imperial; pero moriste para revivir ahora, no solo en el alma colectiva de tu Patria rejuvenecida, sino también en el austero e insospechable juicio de la Posteridad que te rehabilita. Desecha la espúrea leyenda de bajezas y crueldades con que los escritores imperialistas intentaron empañar, por tantos años, tu inmaculado patriotismo, se levanta alrededor de tu figura, engrandecida por el martirio, una aureola diáfana y resplandeciente, que te consagra en el doble e irrevocable carácter de “Héroe de la Patria y Paladín de la República”

Cuando llegó a Buenos Aires la noticia de la muerte de Francisco Solano López, Sarmiento mandó una banda de música a tocar serenatas ante la puerta de Bartolomé Mitre, y el mismo día le escribía a Mrs. Mann: “No crea que soy cruel. Es providencial que un tirano haya hecho morir a ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrescencia humana” (J.M.Rosa, La guerra del Paraguay, p.323)


La confesión del crimen.

López fue ultimado “cuando ya estaba completamente derrotado y gravemente herido” de muerte. El crimen fue confesado por el propio General Cámara, vanagloriándose por lo hecho:
J.M. de Rosas - L.Castagnino
“Campamento en al izquierda del Aquidabán,
1° de marzo de 1870
Ilmo. y Excmo. Señor:

Escribo a V.E. desde el campamento de López, en medio de la sierra.
El tirano fue derrotado, y no queriendo entregarse, fue muerto a mi vista. Intimele la orden de rendirse, cuando ya estaba completamente derrotado y gravemente herido, y no queriendo, fue muerto.
Dios guarde a V.E.
Doy parabienes a V.E. por el entero desagravio que tomó el Brasil del tirano del Paraguay. El general Resquín y otros jefes están presos.
Dios guarde a V.E.
José Antonio Correa da Cámara
Ilmo. y Excmo. Señor Mariscal de Campo Victoriano José Carneiro Monteiro, Comandante de la fuerzas al Norte del Manduvirá.

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Triple Alianza contra   
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Ver reseña
La barbarie

Consumado el crimen de López, se desata la barbarie. El propio López es despojado de todas sus ropas, y su cuerpo pisoteado y mutilado. La soldadesca baila alborozada sobre su cadáver. Arrastrado, es arrojado ante su familia, donde sus hijos pequeños cavan con las manos una improvisada sepultura.

Y mientras esto acontecía en el Aquidabán, comienza una feroz cacería. El hijo mayor de Solano, Coronel Juan Francisco López, “Panchito”, de 15 años, muere espada en mano intentando defenderse de un grupo brasileño: “¡Un coronel paraguayo no se rinde¡”.

Elisa Lynch cubrió el cuerpo sangrante de su hijo con su propio cuerpo, y espetándole a la soldadesca: “Esta es la civilización que han prometido”(Testimonios de la Guerra Grande. t.I,p.106)

Otro hijo de Solano López, José Félix López, de apenas once años, es sacrificado. El General Francisco Roa, rodeado de enemigos, es tomado prisionero y degollado inmediatamente. El propio Vicepresidente Sánchez, octogenario, se niega a rendirse y es ultimado a lanzazos. El Coronel Cnel. José María Aguiar, inválido por las heridas recibidas en Tuyutí, fue lanceado y degollado. Solo se salvaron algunos que alcanzaron a huir, o quienes estando en comisión, llegaron después de la masacre. Para mayor horror, fue incendiado el campo, donde perecieron los heridos.


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