jueves, 29 de enero de 2015

Una mujer sin miedo

Escuchamos el discurso de la presidenta en la vereda de El Aleph, un café sobre la calle Borges, en Palermo.

Terminábamos una charla con vecinos. Nos amontonamos alrededor de un auto con la radio a todo volumen, y por unos cuantos minutos la ciudad se detuvo. Hasta que estalló en aplausos, y abrazos, y emoción, cuando terminó.

Por Gabriela Cerruti

Ella hablaba del hilo de Ariadna, y yo pensaba en El Aleph. Ese hilo sabio que ayuda a rescatar lo amado, o ese punto en la oscuridad de un sótano que permite ver sin tiempo y sin distancia todo lo intrincado del universo en un instante.

La luz apareciendo en el laberinto, las respuestas brillando en la negrura.

Todo eso estuvo contenido en cada abrazo, en esas ganas que teníamos de salir a la calle, a encontrarnos, en la sonrisa dibujada en medio de la serenidad y la templanza de saber que es un tiempo difícil, y que estamos en medio de acontecimientos dolorosos.

Para quienes entramos a la política en el 83, la reforma de los servicios de inteligencia fue siempre una deuda pendiente de la democracia. La fatídica SIDE estaba detrás de la persecución a periodistas, militantes, era usada para extorsionar y también para cooptar. La fantasía de que todos éramos escuchados, que había un poder sin control que se metía en nuestras vidas y que, además, había sido cómplice de la hora más negra de la Argentina, sobrevolaba.

Parecía un poder intocable. Porque todos los gobiernos temían que si se metían con la SIDE se abría una caja de Pandora. Que la mano de obra desocupada se dedicaría a develar secretos, extorsionar, tirar muertos de los placares y montar operaciones. La clase política argentina durante sucesivos gobierno fue rehén de la SIDE por sus propios miedos, fundados o no, por sus propios secretos o por la fantasía de otros.

Si pasaron treinta años de democracia sin que se tocara la SIDE, es porque ningún gobierno quiso pasar días como los que soportó este gobierno en la última semana.

Si pasaron treinta años de democracia sin modificar nada, es porque al primer día nefasto se hubiera retrocedido. Por eso ayer, cuando escuchamos a la presidenta poner en palabras lo que veníamos esperando escuchar hace décadas, nos renació este amor, esta convicción, este orgullo de pertenecer. Nos tiraron un baldazo de mística por la cabeza.

El kirchnerismo tuvo sin duda momentos fundantes. El día que Néstor bajó el cuadro de Videla. El No al Alca, en Mar del Plata. Me gusta decir que esos dos momentos tuvieron una nueva vuelta karmática el último año con la aparición de Ignacio Guido y la pelea con los fondos buitre.

Estoy convencida de que el discurso de ayer fue otro momento fundante.

No sólo por lo que significa para una república la reforma y democratización de sus instituciones. También por eso. Pero tanto o más que por eso, porque mostró la autoridad presidencial en toda su dignidad, sosteniendo convicciones bajo estado de amenaza y extorsión, planteando profundizar la batalla cuando muchos esperaban la retirada.

Esta sociedad fue gobernada durante muchos años por el miedo. El miedo del terrorismo de estado primero, pero el miedo a perder lo poco conseguido siempre. Primero no se podía porque iban a "desestabilizar", después porque volvería la inflación, o los saqueos, o los amotinamientos. Miedo de la clase dirigente frente a las tapas de los diarios, de los funcionarios frente a las operaciones de los servicios, de los ciudadanos frente al clima de terror creado.

Una mujer sin miedo. Una presidenta sin miedo.

Esa imagen tremendamente poderosa es fundante. De nuestro movimiento, y de mucho más.

Es un "sin miedo" que va a permear a la sociedad. Y nos hará mejores.

Por eso comprendo a una compañera que ayer, cuando terminó el discurso, me dijo: "Es la primera vez que entiendo a los que se tatúan el nombre de un amor. Yo hoy me tatuaría 'CFK'."

iNFO|news

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