miércoles, 21 de enero de 2015

Un espía en la AMIA

Con la increíble historia de Yossi, un agente de inteligencia de la Federal que se infiltró en la mutual judía luego de la explosión, Gabriel Levinas presenta una versión actualizada de La ley bajo los escombros. A su investigación, donde demostraba la ineficacia del proceso judicial y los intereses políticos que lo rodearon, agrega diferentes voces que comprueban la participación policial en la logística del feroz ataque.

Ataque. El 18 de julio de 1994, una bomba provocó decenas de muertos y heridos.
Ataque. El 18 de julio de 1994, una bomba provocó decenas de muertos y heridos. | Foto: Cedoc
La presunción acerca de la participación de la llamada “mano de obra local” en el atentado no sólo se verificó durante el juicio oral, donde pudimos observar la magnitud del encubrimiento, sino que ahora, con este testimonio, surge la posibilidad cierta de que un sector de la Policía Federal haya estado involucrado en la preparación del atentado o que haya suministrado información crucial para cometerlo.
(…) Del relato escalofriante de Yossi Pérez, agente de inteligencia de la Policía Federal, surgen indudables los prejuicios que aún siguen enquistados en las fuerzas de seguridad y en el Estado argentino con respecto a la comunidad judía. Este talentoso espía llegó a ser secretario de actas de una institución sionista de primer nivel y a manejar como asesor la seguridad de varias instituciones. También se casó con una empleada de alto rango de la embajada israelí, y puso en tela de juicio la calidad de la seguridad de la embajada. (...)
[La entrevista fue realizada bajo el consentimiento de Pérez.]
Me llamo José Alberto Pérez. Nací en Flores en 1960. Fui a un colegio estatal, hice la secundaria en un industrial. Soy técnico en óptica. Entre los años 78 y 80 quise entrar en la Fuerza Aérea, pero para eso debía viajar a Córdoba, y no lo quise hacer. Mi cuñado es de la Policía, y él me metió ahí. (...)
Pude ir entonces al área de Inteligencia. Tenía toda la fantasía. Tanto la fantasía de mi niñez respecto a las películas de espías, como también estaba imbuido de todo lo que pasaba acá y en el mundo con respecto a secuestros y atentados terroristas, lo cual le daba un marco interesante a la actividad. El ingreso a la entidad no es público. Se hace a través de una orden interna secreta, es muy estricto el tema del ingreso. Se investiga a los familiares, es todo muy estricto. Yo ingreso en el año 1985. (...)
Uno de los temas que me interesaba era el conflicto en Medio Oriente. (...)Me hicieron hacer monografías sobre los grupos terroristas de Medio Oriente que tenían vínculos con los grupos argentinos. Me pidieron que hiciera una monografía sobre sionismo. Funcionábamos en el edificio de Moreno y San José. En ese edificio de nueve pisos, el 90% del personal revista en Inteligencia, ahora se llama GEOF. Mi primer destino es “Asuntos laborales”, que se divide en la sección Gremial y la sección Empresarial. Mi primera misión es tomar contacto con dirigentes gremiales y hacer informes sobre ellos. Estuve poco tiempo ahí. Luego me designan a la obra social, que funcionaba fuera del edificio, en la Comisaría 46ª de Retiro, en la planta alta. (...) El Ministerio del Interior tenía conocimiento de las infiltraciones. Dentro del edificio de Moreno funcionan diversos departamentos. El mío respondía directamente al comisario general, que se encuentra con el jefe de Policía e informa sobre el funcionamiento de los distintos departamentos. Los informes de mi infiltración iban a mi superintendente, que los podía elevar al jefe de la Policía, que podía a su vez informarlo al ministro del Interior. En aquel momento pensé que era el único infiltrado en la comunidad judía. Pero cuando me indican que me desinfiltre, tuve la noción de que había más gente. Yo creo que aún hoy tienen informantes dentro.
La orden verbal fue si me animaba a hacer ese trabajo de infiltración. Si podía recabar información de los vínculos de la comunidad con grupos de izquierda de Medio Oriente. Y luego sobre los planes del sionismo secretos para llegar a dominar la Argentina con el plan Andinia. La gente que me entrenó pensaba que eso era cierto y que existía esa conspiración.
(...) Había uno que estaba en el edificio central y otro que se llevaba en el edificio de Moreno y San José, que era el ideológico, que tenía el campo cultural, gremial, sobre el conocimiento extranjero. Ese prontuario fue eliminado, pero quizás tenga una existencia secreta. En esa preparación recurrí a las lecturas en la biblioteca del Congreso, luego a Hebraica, y una vez que recopilaba la información de la comunidad realicé cursos de hebreo. En lo particular siempre me exigí más.
Una prueba de mi formación fue ir a Sojnut, al edificio de Perón y Larrea. Les dije que era hijo de matrimonio mixto y que quería recuperar mis orígenes. Usé mi apellido original, Pérez es un apellido ambiguo. Hay una parte de mi raíz que no sé de dónde viene, del norte de España. Aún no sé si hay algo genuino de ese origen. Siempre usé ese apellido, el mío, el original. Cuando fui me preguntaron sobre mis conocimientos de la tradición judía, sobre mi mamá, pasé esas preguntas y me derivaron a los lugares de Aliá, que son los movimientos para poder ir a Israel. Me anoté en cursos de idiomas, hice cursos básicos de hebreo. Incluso había gente que no era judía pero quería aprender el idioma. Ahí hacía contactos.
Con total naturalidad. Manifestaba que quería volver a las raíces. Estuve tres años estudiando hebreo. Al mismo tiempo se produjo la infiltración.
La inteligencia estratégica es a largo plazo. Se deja a un agente “durmiendo” a largo plazo. Cuando hacía el curso de hebreo conocí a una chica de un movimiento universitario de derecha, Tamara Liberman. Ella era líder dentro del grupo. (…) Ella me incorporó a un grupo de gente, y terminé siendo uno de los referentes ideológicos del campo. En mi actividad inicial, si bien no quería destacarme, los que somos entrenados tenemos que ser líderes. Recuerdo que se nos entrena para sobrevivir solos.
Yo me encontraba con oficiales para dar informaciones. Mi contacto era una mujer, su nombre de guerra era Laura, el mío era Jorge. Nos encontrábamos en confiterías abiertas las 24 horas. Era periodista. Era una persona de 40 años, manejaba a varios infiltrados. Mi reporte podía ser semanal y una vez al mes nos reunía a varios infiltrados para hablar sobre cómo iba el asunto, cómo estábamos posicionados. Mi informe era sobre cómo me posicionaba y lo que veía sobre lo que se hablaba, lo que yo veía.
(…) En el ’87 se venían las elecciones de la Organización Sionista Argentina (OSA). Comienzo a tener participación. Empezaba a sondear mi ingreso a la izquierda. Tenía un panorama sobre cómo funcionaba la comunidad. En ese momento el sector de izquierda funcionaba en la calle Junín. Me acerco al edificio, yo hacía explotación de prensa de los medios de la comunidad. El medio era Nueva Sión. Pedí que me enviaran a la calle Junín Aurora, una revista de izquierda a la que me suscribí. Estaba creciendo y evolucionando. Yo no me considero mejor o peor en mi área, pero sé que somos especiales para hacer esta actividad. En la evolución de las relaciones personales conocí gente con pasión, que era la misma pasión que yo ponía en mis actividades.
A la derecha no podía volver, por errores idiotas, tontos. El grupo universitario de izquierda se diluía, porque hacían Aliá, y quedaba un vacío. Entonces les planteo que me gustaría armar un grupo universitario. Les planteo hacer un grupo autogestionario, sin líderes, pero cuyos participantes sean los que realicen las actividades y den un marco de contención a quienes no hicieron su proyecto de Aliá. Me dieron el visto bueno.
Era un grupo de jóvenes de entre 20 y 30 años, yo tenía 28. Empecé a llamarlos. Tuvimos una reunión con cuatro o cinco. No quería tener un rol primario, estaba detrás, ése era nuestro entrenamiento, para no trascender por si había que replegarse en alguna circunstancia. Los cuatro o cinco que conformamos ese grupo decidimos tener actividades culturales, no haciendo hincapié en el sionismo ni en la Aliá. El grupo se llamaba Ofakim, “horizontes”. Funcionábamos en Junín. La gente de Nueva Sión me conocía, estábamos en el mismo edificio. De esos cinco pasamos a hacer actividades con sesenta personas. Había muchas actividades sociales y culturales. Ahí conocí a mi mujer. Ella era maestra de hebreo. Alicia Letziki. El hermano es licenciado en Ciencias de la Comunicación. Nos conocimos al conformar una convergencia joven. Alicia estaba allí. La conozco en el ’89. Empezamos a salir. Nos casamos en el ’93. Nos casamos por civil. Yo había empezado en el seminario rabínico los estudios para hacer la conversión.
Ahí fuimos al templo de la calle Varela con el rabino Mauricio Walter. Le contamos todo, que yo había ingresado en la comunidad, no le expliqué mis funciones de buscar los protocolos ni el plan Andinia, claro. Toda mi vida giraba en torno a la comunidad, mi vida afectiva, mi vida social. En el año 90, cuando se produce la primera Guerra del Golfo, trabajábamos todas las posibilidades de atentados. Con Laura, mi contacto en la Federal, trabajábamos la hipótesis de un atentado porque éramos parte de la coalición. Mi participación era para evitar un atentado. Así como yo sé que tanto los grupos de izquierda como los de derecha produjeron atentados, es una generalidad en la historia.
Aportaba un granito de arena para que no se produjera eso. Pero luego, entre el ’90 y el ’91, nos separan al grupo que respondíamos a Laura. Nunca supimos por qué.
Me asignaron a otra persona. En ese momento pensaba en Laura… teníamos una relación estrecha. Es la persona con la que establecés lazos de confianza muy grandes. Participaba de su vida familiar. Fuera de mis padres, era el único lugar donde yo era José, era mi cable a tierra con la realidad. Laura tenía una fuerte formación cristiana católica. Creo que a ella le pedían más datos y ella no quiso proporcionar o dijo que no podía proporcionarlos. Luego pasé al Departamento de Asuntos Extranjeros. Dentro de ese departamento había un comisario que era de religión judía. Se mencionaba que él no iba a pasar de esa categoría, se llamaba Wesky. Yo sabía que él tenía participación con la DAIA. Él me invita a trabajar con él. Le dije a mi comisario inspector que él me había pedido que participara y que sabía que él tenía contactos con la DAIA. Entonces me desafecta de este hombre y me asigna a alguien de Inteligencia que se llamaba Julio, que asume el papel que antes tenía Laura. En el ’92 se produce el atentado en la embajada. Yo era secretario de actas de la OSA e iba a ir a la embajada. Por eso me afectó todo esto. Cualquiera que se infiltre tiene que tener una cobertura. Yo trabajaba de auxiliar contable en la confitería Los Dos Chinos, en la parte de contaduría. Arranqué en el ’86 al ’88 en una distribuidora de jugos de Río Negro, y desde el ’88 al ’93 en Los Dos Chinos. Salía a las 6 de la tarde en la comunidad, en OSA.
En el momento del atentado, los lunes, miércoles y viernes presentaba tarjetas de crédito. Ese día estaba invitado porque llegaban dos funcionarios del gobierno israelí. Pero no fui por esas actividades.
En el momento de la embajada, colaboré en los escombros y en el rescate de documentación. Yo activaba dentro de la OSA. Dentro de ese caos iba a haber una reunión informativa. Se arma un grupo de emergencia. Vino el ministro de Relaciones Exteriores israelí en un viaje relámpago. El ministro manifestó que quería vivos a los que habían participado de la conexión local para el atentado. Calculo que se refería a la Policía Federal, habían levantado la guardia ese día.
Me llamó la atención que un grupo de Policía del Orden Constitucional (POC) estuvo en la voladura de la embajada al toque. Laura me dijo que habían sido alertados. Estaban ahí. Yo llegué a la nochecita. Seguí activando en la OSA. En esa época estaba dando vueltas El Informador Público, que era muy antisemita. Cada tanto Laura me hacía comentarios sobre la revista. Compraba esa revista. En una de esas leo un parte textual de información mía referente a una reunión de la comunidad. Ese parte apareció en esa publicación. Era lo que yo había escrito. Dije: “Yo no escribo más, hablo, pero no escribo”. Se lo dije a Laura.
Empecé a tener mis dudas sobre ella, empecé a tener mis dudas. En abril del ’93 yo me casé. Estaba presionado psicológicamente, porque tenía que cubrir mi actividad, mi relación con mi mujer, con Laura. Con ella estaba re enamorado. Ella sabía todo. Sabía toda la presión. Tuvimos un amor muy grande. Es un amor que perdura. En 2004 fue la última vez que la vi. Ella sabía, trabajaba en la embajada. Mi intención era irnos de la Argentina. Entre el ’92 y el ’93 la sacan a Laura, antes del atentado. Me asignan a otro. Se llama Alberto. El tenía un pasado en el Ejército. La sacan a Laura y me siento mal. El quería saber qué se sabía del atentado a la embajada, qué se sabía dentro de la comunidad, cómo eran los grupos de defensa de la comunidad. Su preocupación no era para esclarecer, era para saber quiénes habían sido. En el listado de la embajada dicen que hubo 29 muertos, pero desde Israel enviaron informes que decían que había más. La embajada tenía sala de armas, pero eso no se sabía. Había cosas que se ocultaban. Era todo muy turbio. Llega un momento en el que le digo a Laura: “Estoy que exploto”. Ella me dice que pida la baja, y luego veíamos. Pido en el ’93 la baja. No querían darme la baja. No querían perderme. Aparece Castañeda, de Policía del Orden Constitucional, les decía que no me sentía seguro. Después de un mes de negociación tramitan todo. Pero luego me buscan nuevamente. Di información. Tenían todos los accesos a la AMIA. Sabían que se podía ingresar por Uriburu. Laura sabía que yo tenía una participación con la seguridad de la comunidad.
Si hubiese alguna persona de la Federal implicada, yo les manifesté informaciones que fueron las modificaciones que se hacían para el traslado de la OSA al edificio de Pasteur. No les di los planos, pero sé que tenían los planos de la AMIA, que no se conseguían por ningún lado, pero ellos los tenían. En los grupos de escombros sé que se llevaron cosas. La camioneta no existió pero alguien la puso. Eso lo hizo la Policía. Si se tiene en cuenta el pasado se sabe que en los 70 hubo atentados.
De ahí saltamos al ’92, había experiencia. Hablamos de tipos que son instruidos en el exterior; que no sepan y se produzca un caos como el de la embajada y luego el de la AMIA es inentendible. Fue un caos. No fue negligencia en la AMIA, sino realizada por omisión. En el año ’97 determinan que mi infiltración podía ser un riesgo. No podían determinar mi grado de veracidad. Si me había dado vuelta o si podían determinar mi grado de veracidad en la información. Estábamos en relaciones carnales con Israel y no querían que se descubriera que tenían un agente adentro. Yo podría haber sido presidente de la OSA o dirigente de la DAIA. Yo era el delfín de los dirigentes que fueron luego dirigentes de la AMIA. El último jefe que tuvo contacto conmigo fue De Martino.
Nuestros recibos son clasificados, con siglas. No con los nombres, sino con las siglas. Ahora estoy en la delegación Paraná, estoy en la delegación y hago informes sobre lo que sucede en la provincia, sobre las visitas de funcionarios de la Nación. Ese es mi rol actual.

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