viernes, 23 de enero de 2015

Panorama económico Heterodoxia y ortodoxia frente a la coyuntura global

La inestabilidad global que se vive por estos días da cuenta de la dificultad para aplicar recetas económicas que prescinden de los contextos internacionales.

Heterodoxia y ortodoxia frente a la coyuntura global
La heterodoxia la tiene mucho más difícil que la ortodoxia. La segunda tiene un libro de recetas que todos los que estamos en esta sala podemos deletrear, esto es, bajar salarios, bajar jubilaciones, ajustar el gasto público, endeudarse con el extranjero, subir la tasa de interés, devaluar fuertemente la moneda para resolver los problemas de la balanza comercial (diferencia de saldo entre importaciones y exportaciones) y después “dale que va”. Es un recetario muy sencillo, la panacea que resuelve todas las enfermedades, porque se aplica en toda circunstancia, sea en crisis o en prosperidad, y en cualquier economía del mundo. Las causas de la crisis también son de manual: los salarios altos, el elevado gasto público, un Banco Central que no se rige por los dictados del sector financiero, los bancos que no tienen total autonomía y los capitales internacionales que no tienen una puerta giratoria para entrar y salir”. Así describía tiempo atrás el ministro de Economía Axel Kicillof la diferencia entre las corrientes económicas heterodoxas y ortodoxas, señalando que además que “la heterodoxia la tiene más complicada, porque no hay un recetario sino simplemente la realidad, los problemas concretos, e ideas claras sobre qué es lo que hay que defender. En este caso, está claro que no es ni más ni menos que la gente, el pueblo, los trabajadores, que son los que están indefensos, porque no pueden mudarse de dónde viven, no pueden fugar sus capitales ni tienen negocios alternativos cuando la mano viene mal”.
Una prueba de la dificultad de aplicar un libro de recetas económicas basadas en determinados guarismos coyunturales, se experimentó en los últimos tiempos con la profunda variación del precio internacional de la soja, el principal producto de exportación de nuestro país, y del petróleo, uno de los principales productos de importación de la Argentina. Cualquier modelo rígidamente sustentado en los precios de principios del año pasado de estos dos commodities, que cotizaban en cerca de 492 dólares la tonelada de soja, y en 107 dólares el barril WTI (el West Texas Intermediate, de 159 litros de petróleo, que sirve de referencia), tendría serias dificultades para desarrollarse en la actualidad, cuando la tonelada de soja cotiza en menos de 380 dólares y el barril en menos de 50.
Por cierto, ello no implica que las originales respuestas que puedan plantear los economistas heterodoxos sean acertadas. Por comenzar, existe un alto grado de imprevisibilidad sobre el origen y el futuro desarrollo de estas variables. Uno de los elementos que sin dudas se han hecho presentes, es el anuncio de la finalización de la política de estímulos financieros –básicamente emisión monetaria y tasa de interés en niveles cercanos a cero– por parte de los Estados Unidos, que está provocando un gradual fortaleciendo el dólar y, como consecuencia, una reducción de la cantidad de dólares que se abonan por los commodities.
Este elemento plantea además otro desafío para los países emergentes exportadores de estas materias primas, como el nuestro. Sucede que a las expectativas desfavorables por la baja en el precio de los commodities, se suma el hecho de la mayor tasa de interés que podría ofrecer el gobierno norteamericano para los inversores internacionales, lo cual hará que los capitales financieros salgan de la región para reorientarse hacia los Estados Unidos. 
Pero más allá de este último factor, lo cierto es que la reapreciación del dólar ha jugado un fuerte papel en la caída del precio de los commoditties.
A ello se suma, en el caso de la soja, que el USDA (Departamento de Agricultura de Estados Unidos) estima que la producción mundial de este cultivo para el 2015 estará por encima de los 311 millones de toneladas, es decir más de un 10% más que el año anterior, fundamentalmente porque la cosecha norteamericana subirá cerca de un 20%. Como no se pronostica un mayor consumo mundial (China, uno de las principales adquirientes, durante el año pasado creció en un 7,3%, una cifra alta pero menor al 9% de la última década), esta suba de la producción es la que está reduciendo el precio. 
En relación con el petróleo, que tiene un carácter profundamente mayor sobre la marcha de la economía mundial, los otros elementos que incidieron en la baja son aún más difusos, aunque existe consenso en que parten de movimientos geopolíticos. Una de las hipótesis es que Arabia Saudita, quien domina la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) por ser el miembro con la mayor cuota parte, decidió que esta organización sostenga los niveles de producción de crudo frente a la menor demanda del mercado en la actualidad, lo que en los hechos determina una baja en el precio, debido a la mayor abundancia de este commoditie en el mercado. El objetivo sería que esta disminución en el precio del barril atente contra la política energética de los Estados Unidos, que actualmente se sustenta en los hidrocarburos no convencionales, cuyo costo de extracción es mayor al de los convencionales y por ende pueden tornarse deficitarios frente a un determinado descenso en el precio de barril. Este cuadro fortalecería la posición de Arabia Saudita como oferente de petróleo en el mercado mundial.
Otra de las hipótesis, casi opuesta, es que este país árabe, tradicional aliado de los Estados Unidos, haya acordado con la potencia una baja en el precio del barril para debilitar a las naciones que durante los últimos años rivalizaron con Estados Unidos, las cuales tienen una economía que en gran medida se basa en la exportación de hidrocarburos. De hecho, las grandes perdedoras durante estas últimas semanas fueron Rusia, Irán y Venezuela.
Lo cierto es que esta situación está modificando sustancialmente el panorama del comercio exterior de nuestro país, ya que se prevé un menor ingresos de divisas por las exportaciones del complejo oleaginoso, que de acuerdo a la Cámara de la Industria Aceitera(Ciara) y el Centro de Exportadores de Cereales (CEC) durante el año pasado tuvo ventas al exterior por más de 24.000 millones de dólares.
Al mismo tiempo, es altamente probable que se produzca un alivio en el déficit de la balanza energética, pues durante los últimos tres años las diferencias entre importaciones y exportaciones de energía tuvieron un saldo negativo de 18.000 millones de dólares. Los beneficios también podrían incidir en que se reduzca el monumental monto de subsidios energéticos a la electricidad, ya que la misma se obtiene en nuestro país fundamentalmente a partir de la combustión de combustibles fósiles como petróleo, carbón y gas natural. Durante el año anterior, los mismos representaron cerca de 12.000 millones de dólares, para solventar tanto las importaciones de Gas Natural Licuado que realiza la empresa pública Enarsa como para subsidiar el precio de la electricidad a través de la Compañía Administradora del Mercado Mayorista Eléctrico S.A. (Cammesa), que es quien administra el mercado eléctrico mayorista comprando la electricidad a los generadores y vendiéndola a las distribuidoras a precio subsidiado.
De todos modos, existe consenso sobre el hecho de que el “alivio energético” no compensará la merma por los ingresos del complejo cerealero, a lo que se suma además una dificultad en el financiamiento para YPF, muy especialmente para sus proyectos de extracción de combustibles no convencionales en el complejo de Vaca Muerte, Neuquén, a pesar de que desde la petrolera manifestaron que se trata de proyectos a largo plazo que no se rigen por los precios coyunturales del petróleo. 
En cualquier caso, lo fundamental radica en la falta de previsibilidad sobre el desarrollo de estas cuestiones, pues el difuso origen de algunas de estas variables dificulta prever las consecuencias futuras. Se señala, incluso, que frente a un escenario recesivo Estados Unidos podría prolongar su programa de estímulos fiscales. 
De allí que cualquier manual de recetas para afrontar la coyuntura podría convertirse en un pesado lastre para el futuro cercano, dependiendo de la evolución de la inestable coyuntura internacional. Nuevamente, la respuesta heterodoxa podrá no ser la adecuada, pero es claro que estará a salvo de manuales que no incluyen la in­e­s­tabilidad global permanente en su receta de soluciones.

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