martes, 6 de enero de 2015

Heroico Paysandú: prólogo de la Guerra del Paraguay Por Javier Trímboli

Hace 150 años Paysandú, sobre el río Uruguay y frente a Entre Ríos, fue víctima del ensañamiento de las fuerzas que poco después arrasarían con el Paraguay de Francisco Solano López. Nuestro vasto rincón del continente accede a una nueva y fundamental instancia de la modernidad política, cultural y económica, a través de una de las experiencias más desgarradoras que, aunque se pretendió desactivar, sigue animándonos.

Desde los primeros días del mes de diciembre de 1864, la ciudad oriental de Paysandú es asediada sin pausa y sometida a la destrucción. Los bombardeos parten desde la escuadra bien pertrechada que ocupa el río Uruguay. Esta vez no se trata de embarcaciones francesas o inglesas, sino de Brasil, del Imperio de Brasil. Por tierra la acechan tropas compuestas también por orientales pero, las que definen la superioridad que es inmensa, son nuevamente las brasileñas, imperiales. La rendición incondicional del millar de hombres que han quedado en su defensa es el objetivo. La caída de Paysandú sería ejemplar y dejaría abierto el camino hacia Montevideo.

¿Cómo se llega a semejante batalla que, de tan despareja, hace dudar de que le corresponda ese nombre? Año y medio atrás, en abril de 1863, uno de los principales generales de Mitre, el uruguayo Venancio Flores, zarpa desde Buenos Aires en un barco de la armada. Está decidido a emprender la guerra contra el gobierno legítimo de su país, el de Bernardo Berro y el Partido Blanco. Los blancos son los federales de nuestra tradición política, se ligan con Artigas, con los “treinta y tres orientales” y Oribe pero, acorde con la hora que corre, con moderación. Junto al único jefe que reconoce, Flores viene de combatir en Pavón y de protagonizar la masacre de Cañada de Gómez. A la expedición la bautizan “Cruzada Libertadora”. Banderas de fondo colorado con derroche de cruces. Un incidente minúsculo entre el gobierno blanco y la Iglesia alienta esta identificación.
Que sepamos, en junio y septiembre de 1955 no se cita este antecedente, sin embargo, ante la escasez de recursos ideológicos, el aire de familia es innegable.

Después de que Urquiza abandona el campo de batalla de Pavón, el liberalismo argentino se anima a todo. Las montoneras y el Chacho son perseguidos en Cuyo y La Rioja. En cuanto a la Cruzada Libertadora, Mitre se hace el distraído. Simula preocupaciones de alta política y deja a la vez que La Nación Argentina desde sus páginas le clave banderillas a Berro y bañe de ideales civilizatorios la empresa de Venancio Flores. La pieza decisiva, el Imperio de Brasil, se suma en 1864. Es fiel a sus intereses histórico –siempre se quiso engullir a la Banda Oriental-, pero ahora además hay gabinete liberal, con fuerte influencia de los hacendados de Rio Grande. “Californias” llaman a las incursiones en las que ocupan tierras y de las que vuelven con ganado y con algún negro esclavo que se había escapado para ganar un poco de libertad.

Como la del Chacho hasta que su cabeza queda clavada en un poste en Olta, la expectativa de los federales está puesta en Urquiza que parece inmóvil. Sólo Paraguay, gobernado desde 1862 por Solano López, levanta la voz por lo que entiende es la ruptura del equilibrio en el Plata. Y les devuelve el alma a los federales de este lado del Uruguay. Proclama: “Venimos por nuestra voluntad a combatir al infame invasor Venancio Flores y sus hordas de bandoleros alimentados y sostenidos por el oro de nuestros encarnizados enemigos los porteños unitarios. (…) Días más, y el mismo general Urquiza no podrá resistir el jadear de los pueblos que le gritan: ¡Qué hacéis! ¿Por qué dejáis que nos asesinen?” Mientras tanto, en las Puntas del Rosario, junio de 1864, con la excusa que van a mediar, se fragua la alianza que será funesta para Paraguay. Con la presencia del representante de la corona británica, Edward Thornton. Por el norte, en octubre la invasión imperial toma la villa de Melo. En noviembre, Salto. 

Diciembre de 1864, el río Uruguay concentra todas las miradas. Sin víveres, sin municiones, en un campo de ruinas, Paysandú resiste, con el general Leandro Gómez a la cabeza. “La contemplación paciente de semejante cuadro era insoportable. Entre Ríos ardía indignado ante el sacrificio de un pueblo hermano, consumado por nación extraña. Urquiza no sabía ya cómo contener a los que no esperaban sino una señal para ir en auxilio de tanto infortunio.” (Victorica)

Algunos como Rafael Hernández cruzan, pero la señal -la decisión política y los recursos- no llega nunca. Endeudado Urquiza con el Imperio desde la campaña que terminará en Caseros, hay pruebas que aporta José María Rosa de que un general del Imperio le compra la caballada de su provincia a precio generoso. El 2 de enero, exhausta, cae Paysandú. Leandro Gómez se rehúsa a entregarse a las fuerzas extranjeras, reclama ser prisionero de sus compatriotas que, lo mismo que a otros tantos, lo fusilan. “El saqueo de la ciudad fue inaudito” escribe Busaniche. Victorica la recorre el 2 de enero: “Paredes demolidas y techos derrumbados demostraban los estragos del bombardeo. A cada paso se encontraban osamentas de animales muertos de hambre o heridos por las balas. Aquello aterraba”. Mitre se enoja con el chileno Vicuña Mackenna que no puede dejar de recordar que el Imperio de Brasil es “esclavócrata” y, en contrapunto, hace el elogio de sus instituciones liberales. Nuevamente un 20 de febrero tropas imperiales ingresan triunfales, esta vez a Montevideo, para lavar la derrota de Ituzaingó. Postergar el episodio de Paysandú cuando se habla de la guerra del Paraguay, busca difuminar todo lo que ésta tuvo de guerra civil. (Alberdi)

Desde que ocurre el sitio y la defensa de Paysandú se lo narra con vena clásica. Nueva Numancia y Troya americana. Hacia ese mismo entonces, Baudelaire inquiere sobre el tema de la belleza y el heroísmo en la vida moderna, donde lo clásico y permanente se combina con lo fugaz y circunstancial. “Heroico Paysandú” cantará Gabino Ezeiza, el Robert Johnson del Plata (Arispe).

Lo interpretará más tarde Gardel y lo aplaudirá Hugo del Carril –que ya es la voz de la Marcha Peronista- en la película de Homero Manzi, El último payador. Rosa una y otra vez habla de la gallardía de los orientales de Paysandú. En su libro sobre América Latina de fines de los sesenta, Halperin Donghi poco dice sobre este episodio; tampoco sobre la guerra que se avecina pero, aunque burlón con la industrialización de la nación gobernada por los López, señala “el heroísmo paraguayo”. A partir de la primavera democrática, aunque se celebrara la modernidad, la mera inquietud por la heroicidad que vive en los acontecimientos dio vergüenza, como una antigualla inconveniente.

En cuanto a Urquiza, en un impresionante cuento del año 1965 -Las actas del juicio- Piglia le hace decir a su matador que en verdad “ya estaba muerto desde antes.” Ni siquiera es un traidor y el drama salpica para todos lados. “Pedí seis hombres y antes de que clareara me apuré a hacerlo, como quien le revienta la cabeza a un potro quebrado”.

Télam
 

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