martes, 20 de enero de 2015

EMBAJADA DE ISRAEL: ¿Nadie quiere atar algunos cabos que están a la vista?

Estoy de vacaciones, y acabo de subir una respuesta a un lector que después de leer la nota anterior, escribió diciendo (muy sintéticamente, recomiendo leer el original, en el post anterior) que no puede creer que las medidas de seguridad en la Embajada de Israel, volada en marzo de 1992, fueran malas, y postular que debió tratarse de un autoatentado. No me gusta como quedó mi respuesta (el fondo es demasiado gris, lo que dificulta la lectura), así que vuelvo a subirla aquí. No obstante, insisto, recomiendo leer primero la nota anterior. JS
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Por absurdo que parezca (lo que no invalida de por si ninguna hipótesis) las medidas de seguridad en la Embajada eran (es bueno recordar que se estaban haciendo refacciones en el edificio) prácticamente inexistentes, tal como me confirmó uno de los contratistas en un club judío de Tristán Suárez, y también Dalila Dujovne, ex empleada de esa legación diplomática y ex soldada del Tshal (las “Fuerzas de Defensa” de Israel) a la que regresó a comienzos de 1992, precisamente, a advertir que tenía noticias de que se estaba preparado un atentado contra una institución judía. Ambos me hablaron de la práctica carencia de medidas de seguridad con mucha sorpresa. Pero lo que prueba rotundamente que no había medidas de seguridad es que todavía hoy suele publicarse que los muertos fueron 28 cuando sólo están registrados veintidós. Por un lado, parece que no se llevaba un registro muy cuidadoso de los albañiles bolivianos que hacían las reformas, por otro, la Embajada se vació de gente a eso de las 14. El propio embajador Shefi, que se había ido poco antes de la explosión (luego de constatar que uno de los policías federales de custodia se había ido sin avisar y el otro no se había presentado) estimó en un principio que los muertos eran unos cuarenta. Y conste que entre los 22 muertos no hubo ningún funcionario importante de la embajada (la de más “rango” fue la mujer del vicecónsul) y si varios bolivianos y un cura católico de la iglesia de enfrente. Algunos (por ejemplo, el recordado periodista Carlos Juvenal) conjeturaban que hubo un aviso previo de los propios terroristas. Algo hubo, porque el canciller Guido Di Tella le dijo a La Nación que ese día estaba previsto que tuviera lugar en la embajada una reunión regional de Shin Beth, el servicio de seguridad e inteligencia del que depende la custodia de las embajadas, y que a último momento se pasó al Hotel Sheraton. En cuanto a Monzer al Kassar, cuya presencia en la Argentina era conocida por el presidente Menem (que le había ordenado a la Policía Federal que lo siguiera a distancia, sin molestarlo) la voladura de la Embajada hizo que -hecha pública su presencia por un particular ligado a la Embajada del Reino Unido- el Gobierno de Menem entrara en pánico y lo expulsara. Creo que vale la pena recordar que Al Kassar era entonces socio tanto del acorralado Pablo Escobar como del judío británico Judah Eleazar Binstock, el mismo que a mediados de los años 70 proveyó de armas a la Triple A de José López Rega y que entonces se dedica a comprar el suelo de media ciudad de Marbella. Y vale recordar también que hasta la invasión de Panamá por los EE.UU, Pablo Escobar y sus socios del Cartel de Medellín (que estaban entrenados por expertos israelíes con conocimiento de su gobierno) “lavaban” el dinero obtenido por las ventas de cocaína a través de una red de sinagogas e instituciones judías de la Costa Este de los Estados Unidos. Esa misma red de lavadores vino luego a Buenos Aires a seguir lavando el dinero del Cartel, trayéndolo de Estados Unidos en las valijas acompañadas de los vuelos a Miami y Nueva York que organizaba Amira Yoma, a la vez secretaría privada del presidente argentino, esposa de un coronel de inteligencia sirio y amante de Monzer al Kassar. Tráfico que cortó el juez Baltasar Garzón antes de que se produjera el atentado. Parece que Escobar y sus socios perdieron mucho dinero, y que la mayor parte se lo quedaron algunos financistas.

PAJARO ROJO BLOGSPOT, JUAN SALINAS.

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