domingo, 25 de enero de 2015

Economía popular Trabajo, dignidad y pueblo

Un acercamiento a los procesos económicos que, desde la periferia del mercado formal, se ncuentran absolutamente imbricados en la cultura popular.

Trabajo, dignidad y pueblo
Definir aspectos de la lucha por las tres “T” (tierra, techo y trabajo) desde la perspectiva de la economía popular no es tarea sencilla. Implica romper con la noción de “economía social”, toda una escuela de pensamiento sostenida por el Banco Mundial y la socialdemocracia europea y adoptada acríticamente por nuestras universidades, intelectuales e instituciones gubernamentales, y no pocos movimientos sociales. 
Como reacción frente a esa ficción liberal que invisibiliza el sufrimiento del pueblo, que prescinde de una adecuada contextualización social, que niega las especificidades culturales de los sectores postergados y que legitima un sistema estructuralmente excluyente, desde las organizaciones que promueven un abordaje sindical al escándalo de la pobreza a través de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) se creó un nuevo concepto que intenta dar cuenta de la situación de los desheredados del presente, de los descamisados del siglo XXI, de los eternos excluidos que a mano y sin permiso, desde el subsuelo de la Patria, fueron iniciando procesos de resistencia económica e inventándose su propio trabajo frente a una globalización excluyente que pretende arrojarlos a una miseria apenas contenida por el asistencialismo.
Se puede definir, al menos provisoriamente, a la economía popular como aquellos procesos económicos periféricos inmersos en la cultura popular, basados en medios de trabajo accesibles y relaciones laborales desprotegidas. Pero es imprescindible una breve reflexión sobre cada uno de los términos de esta definición ilustrada con un ejemplo concreto.
Procesos económicos periféricos: Procesos de producción, circulación e intercambio de bienes, servicios, cuidados y otros frutos del trabajo humano que nacen en los intersticios y periferias, urbanas y rurales, como espontánea resistencia económica frente a la exclusión social. Surgen del nuevo orden económico mundial y la extinción paulatina del trabajo asalariado como paradigma. 
La aplicación de las nuevas tecnologías (robótica, informática y biotecnología al servicio de la ganancia) explican en gran medida la incapacidad del capitalismo globalizado de integrar en su modo de producción a la totalidad de la población activa, dejando una creciente masa de excluidos y acorralando incluso a las burguesías nacionales. Esa multitud desposeída, en la lucha por la existencia, se constituye en motor de un nuevo subsistema económico de baja intensidad y escasa integración al proceso de acumulación central, denominado economía popular. 
Para graficar, se puede decir que la “estructura económica desequilibrada” de la Argentina está dividida en tres segmentos con múltiples interacciones pero reglas distintas y distintas magnitudes de capital, productividad y poder político. Se habla del avión del capital trasnacional, del tren de la producción nacional y de la carreta de la economía popular. La imagen paradigmática del primero es el Alto Palermo, la planta de Ford, un silo de Cargill o las oficinas del Grupo Clarín; del segundo, un comercio de Once, una fábrica de juguetes de Lanús, una chacra entrerriana o el diario de Río Negro; del tercero, un cartonero de Villa Fiorito, un mantero de Florida, un campesino santiagueño o la FM Pocahullo de San Martín de los Andes.
Inmersión en la Cultura Popular: la inmersión en la cultura popular por oposición a la cultura burguesa es una característica distintiva de este sector económico que analizamos. La forma de administración de las unidades económicas populares no encuadra en la “racionalización occidental”, rasgo distintivo de la empresa moderna según el filósofo y economista alemán Max Weber. En la economía popular no hay gerentes, estudios de mercados, estrategias de marketing, organigramas empresariales, registros contables, procesos normalizados ni planes de negocios.  
La noción de economía social descontextualiza los procesos económicos populares y engloba arbitrariamente sectores que nada tienen que ver entre sí: el Banco Credicoop está más cerca del City Bank que de Villa Caraza. La Cooperativa de Cartoneros está más cerca del galpón clandestino del Sapito que de Coninagro (las cooperativas agropecuarias facturan 7.500 millones de pesos por año y exportan por 3.000 millones). El presidente del banco Credicoop, Carlos Heller, es más parecido a Soros que al presidente de la Federación de Cooperativas de Cartoneros y Recicladores Sergio Sánchez. Sánchez es más parecido al Sapito que al presidente de Coninagro Garetto. Para algunos, increíblemente, todos son actores de la “economía social” y deben someterse a reglas institucionales similares. Sin embargo, para comprender el tema no hay que mirar supuestas intenciones o ideologías sino esa única verdad que es la realidad y que siempre tiene un elemento exorbitante del mero análisis socioeconómico: las identidades culturales del pueblo pobre y trabajador, su ser social, su modo de existir, percibir y construir su destino. Identidades barriales, villeras, comunitarias, originarias, campesinas que en su dinamismo van entremezclándose pero siempre manteniendo su carácter popular en oposición a la cultura burguesa que, por ilustrada que sea, es individualista, consumista, codiciosa, siempre insatisfecha y, por más que se vista con distintos ropajes, esencialmente homogeneizadora, esterilizada y globalizante. 
Accesibilidad de los medios de producción: La economía popular se basa en medios de trabajo y producción que, por una u otra causa, están al alcance de los sectores populares. Son materiales, mercancías, maquinarias y espacios de trabajos baratos, residuales, de acceso público, trasmitidos por la tradición, recuperados de la ociosidad o adquiridos a través de la lucha social. En general, no constituyen capital en sentido estricto porque que no son trocables en el mercado formal por no contar con título de propiedad o porque su valor es insignificante. En efecto, la relación entre los trabajadores y los medios de producción no es de propiedad  sino de posesión o mera tenencia, a veces personal, otra comunitaria. 
En la escuela de formación de la CTEP se hace un ejercicio muy gráfico para demostrar esto. Cada compañero anota en una cartulina los medios de trabajo característicos de su actividad (carretas, mantas, baratijas para vender, puestos en ferias, algún vehículo viejo, una plaza, una calle, un taller domiciliario, una máquina de coser, una amasadora, hornos, una pala, tijeras de peluquería). 
Luego, se los pega en el pizarrón y se suma el valor de mercado de todos esos bienes. 
Indefectiblemente, la suma es irrisoria: no constituye capital. 
Podría objetarse que los trabajadores de empresas recuperadas e incluso algunos campesinos cuentan con medios de producción de alto valor pero este valor no se puede “realizar” en el mercado porque casi ninguna empresa recuperada ha obtenido el título de propiedad sobre el establecimiento y los campesinos pobres, en general, tampoco son titulares. Lo mismo podría decirse de la “capitalización” de algunas unidades económicas populares de tipo comunitario o cooperativo: al estar los medios de producción sujetos al colectivo, no puede disponerse libremente. Así, tampoco constituyen capital.
Trabajo desprotegido. La desregulación, desprotección, precariedad y parainstitucionalidad de las relaciones laborales en la economía popular es una de sus caras crueles y distintivas por la omisión del Estado en cumplir la demanda constitucional que dice: “El trabajo en todas sus formas gozará de la protección de las leyes”. Así, se priva a este inmenso universo de trabajadores –al menos 5 millones en la Argentina– de los derechos más elementales: la sindicalización, un ingreso mínimo, cobertura de salud, jubilaciones dignas, aguinaldo, seguro contra accidentes personales, licencias laborales, vacaciones y otros tantos derechos conquistados por el movimiento obrero durante siglos de lucha. 
La exclusión del goce de sus derechos tiene dos motivos: 1) La supuesta autonomía de su inserción laboral de modo tal que el Estado los visualiza como microemprendedores, cuentapropistas, socios cooperativistas y por tanto los despoja de los derechos propios del trabajo o 2) La imposibilidad de aplicar la legislación laboral en las unidades productivas populares donde existen relaciones laborales jerarquizadas similares a la dependencia: el “empresario” (un galponero, un tallerista, en general tan pobre como sus “dependientes”) nada tiene para ser embargado, las cartas documento nunca entran a las villas. 
Existen, es importante decirlo, muchos casos donde podría marcarse cierta solidaridad laboral por la integración de las cadenas de valor entre las unidades económicas precarias y terminales integradas en el sistema formal, en ocasiones grandes empresas (paradigmáticamente en la industria textil) pero la realidad ha demostrado que las regulaciones vigentes no alcanzan para resolver la problemática y poco útiles han resultado para los compañeros.
*Referente de la Confederación de los Trabajadores de la Economía Popular (Ctep)

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