lunes, 5 de enero de 2015

Desafíos para 2015 Concentración de la riqueza y desigualdad

El autor de El capitalismo del siglo XXI, Thomas Piketty, vendrá a la Argentina la semana próxima. Diagnosticó lo profundo de la desigualdad y propone reformas fiscales de fondo.

Por Eduardo Anguita

Arranca un año donde los debates económicos serán mucho más que el intercambio de artículos especializados de los académicos. Lo dice uno de los economistas cuya estrella brilló más en 2014 y que en pocos días estará en Buenos Aires. Thomas Piketty, el autor de El capital del siglo XXI, tuvo el atrevimiento de desempolvar a Carlos Marx, el autor más temido de los dueños del poder, por el sólo hecho de retomar el título de un libro que fue uno de los pilares del pensamiento y la acción anticapitalista más consistente de los últimos 150 años. El primer día de 2015, este hijo de militantes de izquierda franceses hizo honor a otro Marx, Groucho, cuando decidió no aceptar la invitación del presidente François Hollande a integrar la prestigiosa Legión de Honor de su país. Groucho rechazó integrarse al Penn Club con una frase que quedó en la historia: “No aceptaría integrarme a un club que me tenga como socio”. Piketty fue menos retórico: “No creo que le corresponda a un gobierno decidir qué es honorable”.

Algo pasa para que las cosas cambien: la literatura económica y política marxista fue debidamente apartada del aprendizaje de la teoría y también quedó fuera de la agenda de quienes gestionan la acción pública en el planeta, especialmente después de los sucesos comenzados en 1989 por la llamada caída del muro de Berlín. Sin embargo, algunos planetas se alinearon para que este joven francés nacido un año después de mayo del ’68, reuniera todos los pergaminos académicos (la Escuela de Altos Estudios de París y el Instituto Tecnológico de Massachusetts) y un equipo de investigadores consistente como para poner en agenda la desigualdad social. Por prepotencia de trabajo, por ir directo al grano y formularlo en un libro que bate récords de venta y que se traduce a los idiomas más remotos.

Sobran los papers en los que se advierte la voracidad del capital rentístico. Abundan las evidencias de un mundo donde sobran alimentos, pero cientos de millones aún padecen el hambre. Es más, en los círculos conservadores se festejan programas de disminución del daño, como los que puso en marcha India. En efecto, en ese país de 1.200 millones de personas, una ley da comida barata para dos tercios de su población. Esto confirma lo que muchos sospechan: la cara social de las potentes multinacionales indias y de su dirigencia política intenta amortiguar los efectos colaterales de esta tercera revolución tecnológica. Oliver Twist, el incómodo personaje de Charles Dickens, no sólo recuerda la cruda realidad de los niños explotados y de la clase obrera hace dos siglos, sino que amenaza con arruinar la fiesta de los supermillonarios que toman las principales decisiones sobre el rumbo del capitalismo.

Tras más de una década de trabajo, Piketty hizo públicas bases de datos confiables que ponen en evidencia algo un poco abstracto para el lector no especializado, pero cuya comprensión puede exhibir la cruda realidad de cómo están las cosas en el planeta. Este economista que afirma no haber sentido jamás “ternura o nostalgia” por las dictaduras comunistas y estar “vacunado de por vida contra los convencionales y perezosos discursos anticapitalistas”, sostiene en sus complejas 700 páginas que la renta del capital ha sido equivalente, en promedio, a tres veces la tasa de crecimiento del producto. Esto se agravó en los últimos 40 años y la concentración actual de la riqueza se acerca a los niveles de finales del siglo XIX.

Es decir, una rica e ínfima minoría se apropia en proporciones cada vez más brutales del conjunto de bienes y servicios que producen los trabajadores. El patrimonio de ese sector privilegiado del mundo se acumula a un ritmo brutalmente mayor que los salarios o las eventuales y pequeñas rentas obtenidas por las abrumadoras mayorías.

Este ciclo regresivo de la distribución de la renta se inició en la década de los setenta. Un hito importante fue la crisis del petróleo de 1973, que no fue económica sino política y militar. Salvando las distancias y en un contexto distinto, como lo es la caída del precio del petróleo de fines de 2014 y que amenaza ser un elemento sustancial en la marcha del mundo en este año que comienza.

Un elemento diferente entre aquel 1973 y este 2015 es que los refugios fiscales y la ingeniería financiera de las grandes multinacionales generaron diversas maneras de no pagar impuestos o reducirlos a mínimos absurdos, derivando las ganancias a plazas organizadas para ello. Nicholas Shaxson sacudió el mundo financiero con su libro Las islas del Tesoro, que también apareció en español en 2014, donde le pone números al dinero de los paraísos fiscales. El autor británico afirma que más de la mitad de todos los activos bancarios y más de un tercio de las inversiones de las corporaciones multinacionales se canalizan a través de sistemas extraterritoriales. En la Argentina aparecieron dos interesantes marcas al respecto. Una es la lista Falciani, de quienes evadieron recursos en cuentas del HSBC de Suiza. La otra es el dato de que Techint, el gigante que monopoliza segmentos clave de la siderurgia, que se benefició con la adquisición de Somisa a precio vil en los noventa, tiene una sede en Luxemburgo, uno de los “paraísos” donde el impuesto a las ganancias para las multinacionales es de apenas el 2%.

Piketty afirma que si la Unión Europea y Estados Unidos, que acumulan la mitad de lo que se produce en el mundo, quisieran combatir los paraísos fiscales –casi todos instalados en países controlados por las grandes potencias– podrían hacerlo. En todo caso, el aporte de este economista francés puede ayudar a que otras investigaciones también cobren mayor visibilidad. La reunión del 2014 del G-20 no mostró avances al respecto; aunque el tema fue mencionado claramente en la declaración final de 2009, nunca se lo trató en serio. Fue Vladimir Putin, en la cumbre de San Petersburgo (septiembre de 2013) quien desafió al resto de los mandatarios a tratar el asunto, un desafío que se explica más por el ajedrez de Moscú que como un auténtico deseo de blanquear las grandes transacciones financieras y comerciales del planeta.

Puertas adentro. Argentina, como buena parte de América latina, vive un ciclo de desafíos y rupturas con las ideas neoliberales y el liderazgo de los sectores más concentrados de la economía. La ampliación de derechos, las convenciones colectivas de trabajo, los estímulos al consumo con recursos e inversión pública mostraron su fertilidad para conjurar crisis. Sin embargo, el año que terminó puso en evidencia una serie de limitaciones estructurales que invitan a tomar riesgos y profundizar los caminos para enfrentar las asimetrías. Con el mismo tesón que un equipo de académicos acompañó a Piketty para diagnosticar las desigualdades y proponer reformas tributarias de fondo, se puede aspirar a cambiar las reglas impositivas de la Argentina. Ante el avance de la globalización, una de las pocas defensas es mejorar la participación del Estado en la gestión económica al tiempo que se escanean las normas y las prácticas de las multinacionales. No es, como pretende la derecha, un sentimiento xenófobo ni una manera de evitar la incorporación de nuevas tecnologías o inversiones. Por el contrario, buena parte del agotamiento se debe a las ventajas que tienen las compañías que más facturan en la Argentina, la mayoría de las cuales son extranjeras.

Más que una decisión tremendista, se trata de exponer al conocimiento público cuáles son las reglas y las prácticas. El tema no debe ser tabú, pero entre las normas que regulan las actividades financieras, todavía rige en la Argentina el decreto ley firmando por Videla y Martínez de Hoz en febrero de 1977 (ley que lleva el número 21.526), mientras que ley de inversiones extranjeras (21.382) fue concebida por Domingo Cavallo y se sancionó en 1993. Es cierto que una conducción política distinta del Estado en estos años relativiza el sentido originario de esas normas. Pero no se las discute y las razones para evitar ese debate y la sanción de otras leyes no están expuestas con claridad. Debatir una reforma impositiva pondría la proa para mejorar el control de la escandalosa salida de dólares del circuito legal de la última década que pone al país en el dilema de recurrir al mercado de deuda o de generar títulos públicos con una renta atractiva para quienes viven de la intermediación financiera. Permitiría que las multinacionales tuvieran un sistema menos hermético a la hora del control. Podrían ponerse en marcha estímulos para las pymes que vayan más allá de las contingencias.

Uno de los aspectos interesantes del libro de Piketty es que sale del plano académico y se propone llegar a lectores deseosos de análisis y diagnósticos crudos, de fondo. “El asunto de la distribución de la riqueza es demasiado importante para dejarlo sólo en manos de los economistas”, dice con énfasis, “atañe a todo el mundo y más vale que así sea” y agrega que la democracia jamás debe ser reemplazada por “la república de los expertos”.

Buena parte de la sociedad percibe que a un orden injusto debe oponerse un sistema justo. No sólo un poco menos injusto. Y un año electoral tiene un costado de simplificación de las propuestas de candidatos, pero tiene también una obligación para los equipos que aspiran a gobernar: después de las campañas, hay que tomar decisiones día a día y deben ser consistentes con las promesas realizadas. El balance de estos años kirchneristas puede ser controversial, muy polemizado y seguramente el tiempo dará muchos elementos para entender aciertos y errores. Pero hay algo indiscutible: Néstor y Cristina Kirchner siempre hicieron lo que dijeron. Se encontraron con escenarios cambiantes y nunca resignaron su prédica y su lucha por una distribución progresiva del ingreso. Fueron más que intenciones. Sólo el último año, el que acaba de terminar, puso en evidencia los límites y la necesidad de nuevas herramientas, de ideas renovadas. En todo caso, el trabajo de Piketty interpela sobre la importancia de contar con datos confiables, de hacer estadísticas que no oculten información precisa para conocer la realidad social.

Piketty estará en Argentina unos días antes de que la Presidenta concurra a la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) que se realizará en Costa Rica entre el 28 y 29 de enero. En ese encuentro, además de la solidaridad con Cuba y del respaldo a la Argentina en su pelea con los buitres, habrá una agenda marcada por los números sombríos que muestra la propia Comisión Económica para América Latina (Cepal) de balance 2014 y perspectivas 2015. La caída del precio del petróleo y de otros productos primarios vuelve a mostrar las fragilidades de un subcontinente que logró avanzar en su integración y que es muy dependiente de las multinacionales. También, un subcontinente que tiene oportunidades en la asociación con China o Rusia y que puso el alerta rojo en la prensa del establishment poniendo de relieve una simplificación infantil, como si no hubiera empresarios poderosos argentinos involucrados en esas alternativas.

04/01/15 Miradas al Sur

Piketty y las evidencias en números

Estados Unidos es uno de los países más desiguales del planeta. América latina es la región de mayores contrastes del mundo.

Piketty creó la Base de Datos de los Ingresos más Altos del Mundo (World Top Incomes Data Base) hace una década. Un esfuerzo monumental que sirvió para darle sustento numérico a buena parte de su libro y que forma parte de las actividades solventadas por la Escuela de Economía de París (puede consultarse libremente en la web: http://topincomes.g-mond.pariss choolofeconomics.eu).

Entre varios expertos, trabajan en ese espacio la colombiana Juliana Londoño Vélez y el argentino Facundo Alvaredo. Ambos pusieron la lupa sobre las declaraciones fiscales y no tanto en las encuestas hogareñas que suelen hacer los institutos de estadísticas oficiales. De ese modo, afirman estos expertos, detectaron con más claridad los niveles de desigualdad en el caso de Colombia, consignado en un trabajo publicado en 2013 por la Universidad de Tulane, y que pone al 1% más rico de ese país en el tope de la pésima distribución. Piketty afirma que gracias a Alvaredo pudo contar con información estadística confiable de la Argentina. En efecto, los datos consignados arrancan en 1932, cuando gobernaba Agustín Justo, y tienen varios baches importantes: no están las series entre 1962 y 1969 ni las que van de 1974 hasta 1996. Por otra parte, el último año consignado es 2004 mientras que sobre otros países hay información hasta 2012. Es decir, en el caso argentino, faltan elementos para saber cómo funcionó la apropiación de la renta por parte de los sectores minoritarios en esta última etapa.

Piketty suele aclarar que la información de una treintena de naciones, la mayoría son países del centro, sirve para echar luz y ampliar el debate. A continuación se vuelcan algunas cifras indicativas de cómo es el mapa de la desigualdad. Si se hace un corte desde 1980, se pueden ver de modo nítido algunas cosas. Para sumar otra perspectiva, además de los estudios de El capital del siglo XXI, están consignados los datos del coeficiente de Gini (que compara el decil de más altos ingresos con el decil de más bajos ingresos y que expresa la igualdad absoluta en 0 y la desigualdad absoluta en 100), medido por el Banco Mundial.

La primera observación es que en Estados Unidos el 1% de la población es cada vez más rico: en los últimos 25 años, esa minoría multiplicó su riqueza dos veces y media, a pesar de las sucesivas crisis que forzaron ajustes gigantescos a los cuales el 1% fue inmune. Esto es central, porque la locomotora del capitalismo, la sede de las principales multinacionales y las principales instituciones académicas del mundo de los negocios están en ese país, la primera potencia bélica del mundo. En 1980, el 1% se quedaba con el 8,18% de los bienes producidos anualmente; en 1996 con el 14,11%; en 2010 con el 17,45% y en 2012 con el 19,34%. El coeficiente de Gini da a Estados Unidos un índice de 41,1. Es decir, confirma una brecha alta entre ricos y pobres.

Un segundo elemento es que los países escandinavos tienen los mejores indicadores tanto en el nivel de riqueza de sus segmentos más ricos como en el cotejo del 10% más rico y el 10% más pobre. Dinamarca tiene un coeficiente de Gini de 26,9. En ese país, en 1980, el 1% más rico tenía el 5,47% de la riqueza; en 1998, el 5,4%; y, en 2010, el 6,41%. En cuanto a Suecia, el coeficiente de Gini es de 24,8. En 1980, el 1% más rico se quedaba con el 4,05%; en 1999 con el 6,01%; y, en 2012, con el 5,07%. Para Noruega, el coeficiente de Gini es de 26,8. En 1980, el 1% más rico se quedaba con el 4,60% de las riquezas producidas; en 1998, con el 7,99%; en 2005 saltó al 16,47%; mientras que en 2011 retrocedió al 7,80%. En estos países, el neoliberalismo no barrió el rol del Estado y tienen el sistema impositivo más transparente, progresivo, que carga sobre las ganancias y no sobre el consumo, basado en las personas físicas y no en las sociedades.

Japón y Alemania, dos países de altísimo desarrollo tienen comportamientos diversos. Alemania tiene un coeficiente de Gini de 30,6. En 1980, el 1% más rico se quedó con el 10,43% de las riquezas y en 1998 se mantuvo (10,88%). Pero cabe aclarar que el trabajo de Piketty no dispone de información posterior a ese año. En cuanto a Japón, el contraste entre el 10% más rico y el 10% más pobre arroja un Gini mayor que Alemania (7,6%). La apropiación de las riquezas por parte del 1% más rico fue de 7,16%; en 1998, del 7,56%; y en 2010 del 9,51%. Es decir, en Estados Unidos el 1% más rico se queda con casi el doble que sus pares acaudalados de Japón y Alemania.

China e India son casos difíciles de encasillar. El gigante asiático tiene un Gini muy negativo: 61,4. Sin embargo, de acuerdo a los pocos años que Piketty puede dar como datos confirmados, en 1986 el 1% más rico se quedaba con el 2,65% de la riqueza producida y en 2003 llegaba a 5,87%. Es decir, los millonarios chinos más que duplicaron su poderío económico en menos de dos décadas en un país donde el capitalismo de mercado tiene menos de cuatro décadas. Piketty no brinda cifras de cómo evolucionaron las riquezas de los megamillonarios chinos en la última década. India tiene un escenario parecido: en 1980, el 1% tenía el 4,78% de las riquezas y en 1999 (última serie a la que accedió el equipo de Piketty) trepaba a 8,95%. El Gini da mucho mejor en India que en China: 33,9. Entre estas dos naciones está casi un tercio de la población mundial y el crecimiento de la economía de mercado de ambas naciones explica buena parte del crecimiento (bajo) del planeta en las últimas dos décadas y de la reducción de los índices de pobreza.

¿Y Argentina? ¿Y América latina? Cuando Piketty presentó su libro en la Feria del Libro de Guadalajara en diciembre pasado, fue preguntado acerca de por qué no tenía datos sobre México. El autor, sin pelos en la lengua, dijo que los datos públicos no resultaban confiables como para haber incluido ese caso en la veintena de países estudiados. Repreguntado sobre qué debían hacer los académicos y políticos de ese país dijo: presionar para que cambien las cosas. Su base de datos sí consigna los casos de Argentina, Colombia y Uruguay. Pero, hay que decirlo, con tremendos baches. De Argentina, entre 1974 y 1996 no hay nada. Entonces se puede ver que en 1997, el 1% más rico se quedó con el 12,39% de la riqueza y que en 2004 crecía al 16,75%. No parece suficiente pero indica que la concentración es alta, muy por encima de los países europeos y apenas detrás de Estados Unidos. Por otra parte, el coeficiente de Gini confirma la brecha entre ricos y pobres con el 43,6%. Colombia tiene un Gini mucho peor –535%– y un 1% que se quedó en 1993 con el 20,48% y en 2010 con el 20,43%. Uruguay está mejor situado que la Argentina : el Gini da 41,3% y en 2009 el 1% de la población se quedó con el 13,8% de la riqueza mientras que en 2011 era del 14,1%.

¿En qué contexto se da esto? El comportamiento de la economía de América latina mostró en 2014 una clara desaceleración y las previsiones para este año son austeras. Las tensiones por el retraimiento o la recesión plantean distintas maneras de posicionarse. Una, la que asume la mayoría de los precandidatos con miras a octubre, parece centrarse casi exclusivamente en solucionar el conflicto con los fondos buitre –y el resto de tenedores de títulos en default– con miras a acceder al mercado voluntario de deuda. El Gobierno, sin dejar de lado ese escenario posible, promovió una ley que da excesivas ventajas a China para operar en muy diversas áreas. Daría la impresión de que pensar en un sistema impositivo más justo es desechado por inoportuno o por generar un conflicto con los sectores más poderosos desde el punto de vista económico. Sin embargo, en caso de profundizarse los diagnósticos, mejorar la información y dar reglas claras para estimular al mismo tiempo la inversión, sería la manera más sustentable de consolidar el camino soberano. En ese sentido, cabe consignar un dato político de magnitud en este 2014 que terminó: la determinación de Cristina Kirchner de mantener prudencia y firmeza con los fondos buitre contribuyó a consolidar el apoyo social al Gobierno. Es dable pensar que ese mismo sentimiento es capaz de darle respaldo a la dirigencia política –especialmente al Gobierno– para promover otras reglas de juego para afrontar la desigualdad social y generar más recursos genuinos para financiar el desarrollo.

04/01/15 Miradas al Sur


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