miércoles, 17 de diciembre de 2014

Los negocios o el programa: dos modos de pensar la política Por Alejandro Horowicz

También la economía se puede pensar desde esa dualidad. La convención de la UIA lo prueba. En ese dilema estamos.

In memoriam Federico Soñez

El Chacho Jaroslavsky, mítico jefe del bloque de diputados radicales, sostenía que la UCR vive en interna permanente; si la interna se cruza con la política nacional, fantástico, de lo contrario sigue la interna. La filosa humorada explica más que el comportamiento de un partido, contiene una visión completa de la política. Reduccionista por cierto, pero garantiza a una dirección determinada, compuesta por hombres y mujeres con nombre y apellido, conservar el timón del mando si llega la hora de decidir los problemas del poder, y si no llega, sigue la interna.

"Hay dos formas de hacer política (interna o estrategia pública) y también hay dos modos de pensar la economía: negocios o programa industrial".

Cuando vi en el cine Life Of Brian, dirigida por Terry Jones y escrita por los Monty Python, comprendí que la interna no era tan obvia. No siempre se libra entre las delimitadas corrientes que reconocen un mismo marco partidario. Que la película financiada por George Harrison, debido a que EMI se negó a aportar los dinerillos a días de iniciarse el rodaje, también puede leerse como una interna ficcional. Un macarrónico "Frente Popular de Judea", que lucha por independizar a los judíos sometidos a Roma, disputa la dirección del movimiento humorístico con sus archirrivales del "Frente de la Judea Popular". No bien Brian se suma a la lucha lo alcanzan las generales de esa ley, el núcleo duro del enfrentamiento, entonces su responsable le hace la fatídica pregunta: ¿Cuál es el peor enemigo del Frente Popular de Judea? "Roma", replica ingenuamente nuestro héroe, y ahí se desayuna, el enemigo jurado, el verdadero, son los integrantes del Frente de la Judea Popular.

Y cualquier parecido con la realidad nacional, de ningún modo es una coincidencia.

El razonamiento parte de la política ad hominem; y puede plantearse así: ¿Quién garantiza la estrategia requerida para vencer? ¿Para resolver los problemas que justifican la existencia de esa colectividad política?

Dos respuestas antagónicas. La primera, la que enuncia el manual de la politología clásica, ningún hombre, ninguna mujer garantiza per se la victoria. Sólo una ajustada comprensión de la naturaleza de los problemas, sólo una correcta radiografía de la pampa global, permite tal cosa. Claro, admite nuestro interlocutor sin que le tiemble la voz, pero quién asegura ese resultado. O la responsabilidad recae sobre todos los integrantes del partido, o tiene nombre y apellido. La paradoja es que la respuesta a esa pregunta no siempre resulta igual. Una construcción nunca depende de una sola persona, pero determinadas decisiones sí. La política en cambio funciona sin hacerse cargo, sin explicitar, esa terrible simplificación.

La historia de las organizaciones vivas lo ilustra. En el radicalismo: el personalismo contra lo que terminaría siendo el alvearismo. La templanza de una política de abstención electoral yrigoyenista frente al régimen; el "que se quiebre pero no se doble", para lograr elecciones libres sin fraude. Encabezar revueltas militares siempre derrotadas, hasta que Roque Saenz Peña –inteligente político conservador, presidente de la República– se aviene a dirimir las diferencias en el marco unificado de la Constitución Nacional. Al final de su larga vida política (desde 1890 hasta 1930) Hipólito Yrigoyen pronuncia la consabida fórmula: hay que rodear a Marcelo. A su manera, el radicalismo obedeció, siguió a Alvear y se vino la noche. La crisis del '30 los devoró.

Mientras vivió el General Perón, su capitanía estaba fuera de debate. Perón no era segundo de nadie, o permanecía en el puente de mando, o quedaba fuera de juego. Ahora bien, una cosa es el vínculo pasivo, electoral, sin el que no se conquista la mayoría, esto es, el derecho a gobernar. Y otra, el vínculo militante, el nervio que permite transformar ese derecho potencial en energía política. El Perón del 11 de marzo del '73 dispuso de ambas; en cambio, el del 1 de mayo del '74 presenció la retirada de los militantes, mientras sus millones de votantes miraban el acto por televisión.

Dicho de otro modo: reducir una fuerza política a su capacidad para recolectar votos, constituye un acto de mutilación, o peor aún, una construcción destinada al fracaso: la democracia de la derrota. Claro que eso no necesariamente supone el fin de la interna.

ECONOMÍA Y POLÍTICA. La Unión Industrial acaba de realizar su vigésima Conferencia Anual junto a empresarios y funcionarios. Un show business en Pilar para los cuatro candidatos presidenciales y sus posibles ministros de Economía.

La convención empresaria de dos días tenía un objetivo: conocer la visión de los candidatos sobre "la industria", propuestas para revertir la errática marcha que desde el 2011 impuso la crisis, situación a la que el gobierno nacional no aportó tanto como se cree. La UIA se enteró de muy poco. Confirmó lo que sabía. Cuatro candidatos a ministros lograron un milagro: difícil distinguir a qué candidato presidencial representaba cada uno. Eran perfectamente intercambiables. El único disenso fue qué hacer frente al déficit fiscal, cuando ese déficit hoy no es el problema. Convengamos, la UIA esperaba respuestas fundadas de los candidatos. No aparecieron.

Falta una mirada renovada sobre cómo pararse frente a un mundo en que vuelve a resurgir la política industrial, saber que sólo con proteccionismo, incluso sofisticado, no alcanza. Estados Unidos, Japón o Europa ya lo comprobaron; los técnicos de la UIA demostraron en sus exposiciones que la productividad relativa de nuestra industria no redujo la brecha con el casquete desarrollado, que la distancia con EE UU no sólo no se acortó sino que es aun mayor. Dicho con precisión política: la década reindustrializada aportó puestos de trabajo, pero no modificó la relación estructural. Por eso el debate sobre el tipo de cambio tiene el peso que tiene. Acelerar devoluciones de impuestos y aumentar las exenciones tributarias a la exportación de manufacturas (mecanismos para que la inflación no lastime los balances empresarios) acompañando esto con inversión en infraestructura, no alcanza para motorizar en serio la producción nacional.

La presentación de Débora Giorgi, actual ministra de Industria, fue publicidad sobre lo que ya pasó, careció de interés porque no se ocupó de lo que hace falta. Hacer buenos negocios con empresas industriales y tener una política industrial nunca fue lo mismo. El desarrollismo en la década de los '60 intentó construir un orden de prioridades que a la hora de la verdad no funcionó. Cuando la necesidad de industria pesada, de máquinas que producen máquinas, termina siendo remplazada por la batalla del petróleo, el programa industrial queda para nunca.

Mauricio Macri es un defensor de los buenos negocios, a la hora de los aplausos cosechó bien. Por su parte, Axel Kicillof y la presidenta remitieron a la obra de Piketty, El Capital del Siglo XXI. No deja de ser interesante que el mundo empresario lea, pero una estrategia industrial impone instrumentos menos generales. De lo contrario, la política queda reducida a fina capa de marketing: oculta vacío. Sin atacar el problema de la productividad, sin reducir la brecha con los países desarrollados, brecha que remite a la inversión empresaria pero no sólo, mejorar la rentabilidad termina siendo reducir el salario real. Esa propuesta siempre cuenta con defensores empresarios, ahora se entiende mejor: todos los candidatos a ministro de Economía saben que el horizonte pasa por el ajuste, por eso son intercambiables y por eso sólo se ocupan de minucias.

Volvamos a empezar; el proyecto de país que cada elección presidencial pone en juego, muestra que sus responsables empresariales, mejor dicho sus técnicos, aportan un relevamiento de problemas. La decisión política: transformar ese mapa en el corazón del debate público. Ese debate no se produjo en la conferencia de la UIA, y tampoco atraviesa los partidos. Esa ausencia contiene su resolución. Resolución que no sirve a los intereses populares, que solo sirve para que los negocios sigan la ruta del mercado mundial. En resumen: hay dos formas de hacer política (interna o estrategia pública) y también hay dos modos de pensar la economía: negocios o programa industrial. En ese dilema estamos.

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